hechos ocurridos en la terminal aerea de Orly.

Luego, dos agents de police habian vuelto a sacar a Randall a la lluvia, al patio del Palais de Justice y finalmente hasta el Depot, en un edificio contiguo al Palais. Lo habian encerrado en una celda (solitaria, porque no habia mas presos) que era cualquier cosa excepto confortable. Sin embargo, habia dormido en lugares peores en algunas de sus sombrias noches de borrachera.

La celda del Depot, con su ventana enrejada y su resonante puerta de hierro que tenia una mirilla para los guardias, ofrecia comodidades tales como un catre con un colchon de paja, un lavamanos, con agua fria nada mas, y un retrete que por si solo echaba el chorro cada quince minutos. Ademas, le habian proporcionado algunos ejemplares atrasados de Paris Match y Lui, su pipa, un encendedor desechable y su paquete de tabaco. No le habia interesado nada, excepto esta oportunidad de pensar, de resolver como podria llegar hasta De Vroome y Aubert y dar a conocer los hechos relativos a la falsificacion, antes de que ocurriera el anuncio publico del Nuevo Testamento Internacional, dentro de poco mas que dos dias.

No habia podido pensar, porque el dia habia sido muy largo y emocionante; de Ostia Antica a Roma, a Paris y, finalmente, a esta celda del Depot. Pero tampoco habia podido dormir bien, debido al exceso de fatiga y a las fantasmales imagenes que bailoteaban en su cerebro: Wheeler y los otros editores, y Angela, y De Vroome, y siempre el recuerdo del viejo Robert Lebrun. En algun punto de aquella oscuridad habia dormido un poco y a saltos, con suenos recurrentes que lo horripilaban, pero algo habia dormido.

Llego la manana. El guardian habia sido bastante amable con el; no podia quejarse. Probablemente porque se trataba de un caso especial (y aquella generosidad ciertamente no le habia hecho dano), el guardian le habia enviado jugo de fruta y dos huevos, ademas del habitual desayuno de la prision, consistente de cafe negro y pan. Mas aun, de la maleta de Randall habia tomado la maquina de rasurar, el peine y una muda de calzoncillos, calcetines, camisa y corbata, y se los habia llevado. Ya casi vestido, pudo al fin pensar…

Trato de recordar lo que le habian dicho que le esperaba esta manana. ?Un juicio o una audiencia? No podia recordar cual de los dos. Habia habido mucha confusion la noche anterior. Creia haber oido al asistente del fiscal hablar de una averiguacion ante el juge d'instruction. ?De que demonios consistiria esa vista preliminar? El recordaba que le habian dicho algo acerca de que el magistrado lo interrogaria a el y a los testigos. Habia preguntado cuales testigos. Bueno, existia una acusacion de agresion y alteracion de la paz publica, a la cual tendria que enfrentarse, pero eso era el delito menor. Lo mas importante era el contrabando a Francia de un tesoro nacional de Italia. Recordaba haber gritado que no se trataba de un tesoro sino de una falsificacion, de algo que no valia nada, de una farsa, de un engano. Por lo tanto, le habian indicado que los testigos serian los expertos que determinarian la autenticidad y el valor del fragmento de papiro.

Para Randall, lo mas confuso era el papel de De Vroome. El clerigo holandes se habia presentado en Orly, tal como lo habia prometido. Habia ido a ayudar a Randall. Pero el imbecil aduanero se habia empenado en que la presencia de De Vroome obedecia a una llamada de las autoridades francesas. No tenia sentido.

Otro misterio, aun mayor; el mas amenazador de todos: ?quien lo habia delatado ante la aduana francesa?

Simple y llanamente, alguien le habia tendido una trampa. Pero, ?quien sabia siquiera que el tenia en su posesion el trozo de papiro que faltaba? Naturalmente, estaban el chico Sebastiano y su madre, asi como aquel policia italiano de Ostia; pero ellos no podian conocer su identidad, aunque hubieran advertido que el habia sacado algo de la zanja. Estaba Lupo, el taxista, que lo habia llevado de Ostia a Roma. Pero el chofer no pudo haber sabido quien era el ni que llevaba encima. Estaba el profesor Aubert, para quien habia dejado un mensaje urgente con el proposito de que se reunieran la noche anterior. Pero no era concebible que Aubert hubiera adivinado la razon por la cual le solicito Randall la entrevista. Finalmente, estaba el dominee De Vroome, a quien habia telefoneado desde Roma y que era el unico que lo sabia todo. No obstante, De Vroome era la unica persona en todo el mundo que, estando al tanto de Resurreccion Dos, no tenia absolutamente ningun motivo para traicionarlo. Despues de todo, al traer la prueba de la falsificacion, Randall estaria entregando a De Vroome precisamente el arma que este buscaba para destruir a Resurreccion Dos y robustecer su propia posicion de poder.

No habia explicacion logica, salvo una.

Si Robert Lebrun no hubiera muerto por accidente, sino que hubiera sido asesinado deliberadamente, entonces, la persona o las personas que habian averiguado lo que Lebrun hacia para Randall tambien habrian podido averiguar lo que este habia estado haciendo en Roma y Ostia Antica.

Era la unica posibilidad, pero insignificante y vaporosa, ya que los sospechosos no tenian rostro ni nombre.

Un callejon sin salida.

Randall habia terminado de hacer el nudo de su corbata cuando retumbo la puerta de la celda y se abrio cuan ancha era.

Un joven alto y fuerte que llevaba una cinta roja en la visera del kepis y un uniforme azul marino, y que tenia aspecto de agregado del colegio militar de Saint Cyr, entro alegremente en la celda.

– ?Tuvo usted un descanso satisfactorio, Monsieur Randall? Soy el inspector Bavoux, de la Garde Republicaine. Me han dado instrucciones de acompanarlo hasta el Palais de Justice. La vista preliminar comenzara dentro de una hora. Los testigos estaran ya reunidos. Usted tendra todas las oportunidades de ser escuchado.

Randall se levanto del catre y se puso su chaqueta deportiva.

– He solicitado que el dominee Maertin de Vroome, de Amsterdam, preste testimonio en mi favor. ?Esta el entre los testigos citados?

– Ciertamente, Monsieur.

Randall dio un suspiro de alivio.

– ?Gracias a Dios!… Muy bien, inspector. Estoy listo. Vamos.

Estaban reunidos en una pequena y funcional sala de audiencias situada en la galeria de los jueces de instruccion, en el piso cuarto del Palais de Justice.

Mientras entraba al edificio del Palais y daba vuelta a la izquierda, hacia la Galerie de la Sainte Chapelle, Steven Randall sintio que recobraba la confianza al ver la sencilla inscripcion que habia en lo alto de la escalera de entrada: LIBERTE, EGALITE, FRATERNITE.

«Vaya, esta bien», penso el.

Ahora, todavia parado rigidamente junto al banquillo de los acusados, Randall se percato de que habian pasado veintidos minutos desde que se iniciaran los procedimientos, sorprendentemente informales. El sabia que se acercaba el momento en que seria escuchado. No sentia ansiedad. Estaba tranquilo y seguro. Se le llamaria simplemente para que expusiera las razones por las cuales creia que el trozo de papiro que habia sacado de Italia y traido a Francia era una falsificacion. Una vez que su creencia fuera apoyada por el testimonio de un experto, por la irrebatible opinion del eminente dominee Maertin de Vroome, Randall quedaria reivindicado. Todo lo demas, antes y despues de la intervencion de De Vroome, era pura faramalla legal. Randall estaba seguro de que cuando De Vroome certificara la falsificacion, el magistrado no podria hacer otra cosa que ponerle una multa por la agresion al oficial y dejarlo en libertad.

Con el rabillo del ojo, Randall miro una vez mas a los testigos, cuya presencia apenas le habia sorprendido al entrar en la moderna sala. En el resultado de aquella audiencia se jugaban la vida, la reputacion y su fortuna en dolares, libras, francos, liras y marcos.

Habia cinco hileras de bancos. En la primera fila, como figuras esculpidas en granito, estaban sentados Wheeler, Deichhardt, Fontaine, Young y Gayda. Detras de ellos, solemnes y atentos, estaban De Vroome, Aubert y Heldering. En la ultima fila estaba Naomi Dunn, impasible y con los labios apretados. Los testigos anteriores ya no estaban alli. Hecha su declaracion, los habian dejado ir.

No habia extranos, ni miembros de la Prensa, ni espectadores curiosos. El juez lo habia aclarado desde el principio. Los procedimientos estaban cerrados al publico debido a que, como lo manifesto tan simpaticamente el magistrado, «el asunto a examinar requiere discrecion».

«La Sala de las Estrellas», penso Randall.

Se pregunto quien habria arreglado que la sesion fuera secreta. La intriga de los editores, sin duda, con sus poderosas relaciones eclesiasticas que llegaban hasta el Vaticano y el Consejo Mundial de Iglesias. En el fondo, Francia respondia a los deseos de la Iglesia. Y tambien estaban alli Monsieur Fontaine y su alter ego,

Вы читаете La palabra
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату
×