– Afuera, decididamente.

– De acuerdo. -La mayoria de las mesas estaban vacias, y Aubert se abrio paso entre ellas; luego eligio una con tres sillas de mimbre en la fila de atras, e hizo a Randall una sena para que se sentara junto a el. Una vez instalados, Aubert chasqueo los dedos al camarero, que vestia una chaqueta blanca-. Esperaremos a Gabrielle para ordenar la comida -dijo a Randall- y entonces, si usted prefiere algo ligero, le recomendare el omeletle souffle avec saucisse. Ahora, tomemos un aperitivo.

Habia llegado el camarero.

– Yo tomare un Pastis Duval -dijo Aubert a Randall-. Un Pastis Duval, garcon.

– Que sean dos -dijo Randall.

– La meme chose pour lui.

Aubert ofrecio a Randall un cigarrillo, pero Randall prefirio su pipa. Aubert introdujo su cigarrillo en una larga boquilla y cuando ambos estuvieron fumando, el cientifico estiro las piernas, miro con escaso interes a los que pasaban y por primera vez parecio plenamente relajado.

Despues de un intervalo, froto su aguda nariz, exhalo el humo y se volvio hacia Randall.

– Estaba yo pensando, precisamente ahora, cuan curiosas son las circunstancias de que yo haya sido el que declaro autenticos esos dos documentos y, consecuentemente, el responsable de que se vayan a presentar ante el mundo como una realidad.

– ?Por que lo dice? -pregunto Randall.

– Porque nunca fui una persona realmente religiosa; de hecho, he sido todo lo contrario. Y aun hoy, sea cual fuere mi religion, no es precisamente ortodoxa. Pero reconozco que todo lo sucedido (me refiero a mi pequeno papel en la preparacion de la nueva Biblia) me ha afectado profundamente.

Randall dudaba en preguntar, pero sentia gran curiosidad.

– ?Le importaria explicarme de que modo, profesor?

– Me ha hecho ver las cosas de otra manera. Sin duda ha afectado mis relaciones con los que estan cerca de mi. Si de veras le interesa…

– Si, me interesa.

Aubert miro a lo lejos.

– Yo me crie en Ruan, como catolico, pero de una manera muy vaga. Mis padres eran profesores y concedian a la Iglesia el minimo de obediencia. En realidad, eran librepensadores, racionalistas; esa clase de gente. Siempre recuerdo que junto a nuestro ejemplar de la Biblia de Reims y Douai, de Challoner, estaba la Vie de Jesus (la Vida de Jesus, de Ernesto Renan), un livre qui a fait sensation mais qui est charmant. Disculpeme… le estaba diciendo que es un libro sensacional que declara, de un modo encantador, que los cuatro evangelios no son mas que leyendas, que los milagros de Cristo no podian afrontar el escrutinio de la ciencia y que solo eran mitos; dice tambien que el cuento de la Resurreccion lo sono Maria Magdalena. Ahi tiene usted la imagen de mi juventud: la Biblia y Renan. Pero, en un momento dado, ya no pude continuar en esa posicion ambivalente y esquizofrenica.

– ?Cuando fue eso? -pregunto Randall.

Los aperitivos estaban servidos. Tomo el suyo y espero.

– El cambio se produjo cuando entre al Polytechnique, la universidad donde estudie radioelectricidad, antes de especializarme en quimica. Cuando me dedique por completo a la ciencia, me aparte totalmente de la fe. Decidi que la religion era una merde. Me volvi un cabron indiferente y frio. Usted sabe como es uno cuando da con algo nuevo; cuando se adopta una nueva actitud. Se tiene la tendencia a exagerar. Una vez instalado en mi descreimiento, en mi enfoque cientifico, solo respetaba y creia lo que salia de mi laboratorio; es decir, lo que uno puede ver, oir, tocar o aceptar de acuerdo con la logica. Esta condicion perduro hasta despues de que deje mis estudios. Trabaje y vivi para el momento, para el presente, para la vida terrenal. No me interesaban el futuro ni el mas alla. Mi unica religion eran los Hechos… y Dios no era ningun Hecho, el Hijo de Dios no era ningun Hecho y el cielo y el infierno tampoco eran Hechos.

Aubert se detuvo, dio un sorbo a su copa y se rio casi para sus adentros.

– Hablando del cielo, ahora recuerdo que incluso me lance al asalto contra el, armado de mi logica cientifica. Una vez, hace algunos anos, escribi para el periodico de los alumnos un articulo seudocientifico donde analizaba la posibilidad de ir al cielo. Segun recuerdo, yo proporcione las unicas estadisticas existentes acerca de la magnitud real del cielo, las de San Juan, en el Apocalipsis, cuando dice: «Y la ciudad esta situada y puesta en cuadro, y su largura es tanta como su anchura; y el midio la ciudad con la cana, doce mil estadios. La largura y la altura y la anchura de ella son iguales.» Es decir, que el cielo es un cubo perfecto de 2.414 kilometros de largo, de ancho y de alto. Hice el calculo y daba aproximadamente 170 quintillones de metros cubicos. Si cada ser humano que va al cielo necesita unos tres metros cubicos para estar de pie, solo habria espacio para 50 o 60 quintillones de personas. Ahora bien, desde el tiempo en que nuestro autor biblico, San Juan, nos dio sus medidas, han vivido y muerto y esperado el cielo trescientos seis sextillones de seres humanos… muchos mas de los que caben en el cielo. ?Ve usted?

Randall rio.

– Muy astuto. Devastador.

– Demasiado astuto, porque al final fui yo el devastado. Mi enfoque cientifico era magnifico, pero mi conocimiento de la Biblia dejaba mucho que desear. En el siguiente numero del periodico escolar aparecio una carta muy caustica de un profesor de teologia del Institut Catholique de Paris, quien me flagelaba por no haber leido el Nuevo Testamento cuidadosamente. Porque lo que San Juan describia no era el cielo de alla arriba, sino el cielo de la Tierra (Vi un nuevo cielo y una nueva Tierra), y esta vision del cielo, la nueva Jerusalen, el verdadero Israel, con sus doce puertas y sus rios, solo ofrecia cabida para las doce tribus de los hijos de Israel. En resumen: era perfectamente suficiente para su fin y no era una ciudad que pudiera padecer facilmente de sobrepoblacion. Bueno, fue una leccion para mi, para que me dejara de aplicar las normas cientificas a la Biblia. Sin embargo, yo segui convencido de que un lugar como el cielo no podria existir.

– Ni yo creo que haya mucha gente que lo crea posible -dijo Randall-. Despues de todo, no todas las personas del mundo son fundamentalistas. Hay muchas (entre ellas algunas religiosas) que de ninguna manera pueden tomar la Biblia al pie de la letra.

– Pero son muchos los que creen en el cielo y en una vida en el mas alla, en un Dios personal, en las antiguas supersticiones. No creen a traves de una fe razonable, sino por miedo. Temen no creer. No se atreven a poner en duda. Monsieur Randall, yo siempre puse todo en duda. Yo me negue a creer y a entregarme a lo que mi mente cientifica y racional no podia aceptar. Ese escepticismo me ocasiono muchos problemas despues de casarme y durante toda mi vida matrimonial.

– ?Cuanto hace que se caso usted, profesor Aubert?

– El mes pasado hizo nueve anos. Mi esposa, Gabrielle, viene de una familia catolica, extremadamente ortodoxa, rigida, temerosa de Dios. Al igual que sus padres, y ambos viven, ella cree sin discusion ni duda. Sus padres, sobre todo el, la dominan. Su padre es uno de los industriales franceses mas adinerados y pertenece a la jerarquia secular de la Iglesia catolica romana de Europa. Es uno de los dirigentes de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, conocida publicamente como el Opus Dei. Tambien se conoce, aunque no tan publicamente, con otros nombres, desde luego. -Aubert miro a Randall-. ?No ha oido usted hablar del Opus Dei?

– No… no lo creo.

– Es muy simple. Un abogado espanol que se convirtio en sacerdote, Jose Maria Escriva, creo en Madrid el Opus Dei en 1928. Se ha descrito como una semisecreta orden catolica de seglares, elitista, cuyo proposito declarado es el de recristianizar el mundo occidental. Exige que sus miembros seculares (solo el dos por ciento de ellos son sacerdotes) lleven una vida cristiana y vivan de acuerdo con los ideales de los evangelios. Desde Espana se ha difundido por todo el mundo; por Francia, por los Estados Unidos, por mas de setenta paises… hasta que el Vaticano tuvo que reconocerlo y cooperar con el. El Opus Dei tiene… ?quien podria saberlo?… unos cien mil miembros; tal vez doscientos mil. Tratan de influir en los negocios y la economia, en el gobierno y la politica, en la educacion y en los jovenes de todas partes. Esos jesuitas seculares, como yo los llamo, tienen que hacer votos de pobreza, obediencia y castidad… pero ciertos miembros, como mi suegro, interpretan que los ricos deben creer en la virtud de la pobreza, pero pueden seguir siendo ricos; que deben obedecer a Dios, pero muchos se conducen de manera contraria cuando les resulta necesario; y que deben adherirse al espiritu de la castidad, aunque se casen y

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