tengan hijos, porque como muy bien dicen ellos «castidad no significa celibato». Asi que ya tiene usted una idea de lo que es mi suegro y de la atmosfera en que se crio su hija, mi esposa Gabrielle. ?Comprende?

– Comprendo -dijo Randall, preguntandose por que su anfitrion le revelaba todo aquello.

– Mi esposa, estilo Opus Dei, estableciendo su hogar con un esposo, estilo Renan -prosiguio el profesor Aubert-. Mala quimica. Gabrielle y yo estabamos hechos el uno para el otro, excepto por ese conflicto. Y el gran problema, sobre todo en los ultimos anos, fue el de los hijos. La Iglesia de Roma dice que hay que multiplicarse. El Opus Dei dice que hay que multiplicarse. Mi suegro dice que hay que multiplicarse. El Genesis dice: «Creced, y multiplicaos, y henchid la tierra.» Y asi, mi esposa, por lo demas inteligente, queria tener hijos; y no uno ni dos, sino muchos. Y yo segui siendo el cientifico, con conocimiento del peligro nuclear, con conocimiento objetivo del problema demografico, sumandole a esto una cierta resistencia mia… Porque yo no estaba dispuesto a permitir que una organizacion ajena y demasiado testaruda para aceptar el control de la natalidad me impusiera dictados. Por eso me rehuse a traer mas ninos a este mundo; ni siquiera uno mas. La situacion se agravo mas hace un ano. Mi esposa, presionada por sus padres, insistia en tener un hijo. Yo me negaba. Mi suegro le ordeno a Gabrielle que solicitara al Vaticano la anulacion de nuestro matrimonio. Gabrielle no queria eso, pero si queria el hijo. Yo no queria ni la anulacion ni el hijo. Francamente, me disgustaban mucho los ninos; Mon Dieu, era un callejon sin salida; mejor dicho, cuya salida podia ser la anulacion… cuando algo sucedio; me sucedio a mi en verdad, y resolvio el conflicto y salvo nuestro matrimonio.

Randall se pregunto que habria sucedido, pero no apremio a Aubert, sino que se atuvo a su pasivo papel de escucha.

A los pocos segundos, el profesor Aubert prosiguio.

– Hace diez meses, el editor frances del Nuevo Testamento Internacional, Monsieur Fontaine, a quien conozco bien, vino a mi despacho y me pregunto si queria ver el resultado de la confirmacion de autenticidad del pergamino y los papiros. Me dejo una copia de la traduccion francesa del Pergamino de Petronio y el Evangelio segun Santiago, mientras el iba a atender un asunto pendiente cerca de alli. Naturalmente, Monsieur Randall, tiene usted que comprender que si bien yo habia certificado la autenticidad del pergamino y los papiros, a traves de mi aparato de radiocarbono, nunca se me dijo cual era el contenido, ni yo se leer el arameo. Fue entonces cuando me entere del contenido por primera vez, hace solo diez meses -Aubert suspiro-. ?Podria siquiera decir con palabras hasta que punto me afectaron el informe de Petronio y el evangelio de Santiago; particularmente este ultimo?

– Me lo puedo imaginar -dijo Randall.

– Nadie podria imaginarselo. Yo, el cientifico objetivista, el esceptico respecto de lo desconocido, el buscador de la verdad, habia dado con la verdad. Era una verdad que por algun destino inexplicable, algun arcano providencial, me habia tocado a mi comprobar. Era una verdad que yo habia confirmado en mi frio laboratorio. Ahora no podia negarla. Nuestro Senor era una realidad. Mi reaccion fue… ?como decirlo?… como si yo me hubiera transformado. Para mi, sencillamente, el Hijo de Dios era un hecho. Por lo tanto, era logico que Dios fuera tambien un hecho. Por primera vez, como Hamlet, vislumbraba yo que en los cielos y en la Tierra podria haber mas de lo que nuestras filosofias y nuestras ciencias pueden averiguar. Durante siglos, la gente habia creido en Cristo sin tener evidencias, tan solo mediante la fe ciega, y finalmente su fe iba a corroborarse con los hechos. Entonces, tal vez hubiera mas abstracciones en las que uno pudiera tener fe, como la buena voluntad y la divina motivacion que sustentaban la creacion y la vida; la posibilidad de un mas alla. ?Por que no?

Su mirada desafio a la de Randall, pero este se limito a encogerse de hombros y decir:

– Es verdad, ?por que no?

– Entonces, Monsieur, por primera vez, por primerisima vez, fui capaz de comprender como mis antecesores y colegas en las ciencias a menudo habian podido conciliar la fe y la religion con la ciencia. Blas Pascal, en el siglo xvii, pudo afirmar su fe en el cristianismo diciendo que, «el corazon tiene sus razones que la razon no conoce».

– Yo creia que Pascal fue un filosofo -interrumpio Randall.

– Era, ante todo, un hombre de ciencia. Todavia no cumplia los dieciseis anos cuando escribio un tratado acerca de las secciones conicas. El fue quien dio origen a la teoria matematica de las probabilidades. El invento la primera computadora, y le envio una a la reina Cristina de Suecia. El determino el valor del barometro. Y sin embargo, creia en los milagros, porque una vez experimento uno; creia en un Ser Supremo. Pascal escribio que, «los hombres desprecian a la religion, pero temen que sea verdadera. Para curar esto es necesario comenzar por demostrar que la religion no es contraria a la razon; a continuacion, que es venerable y digna de respeto; luego, hacerla amable y desear que sea verdadera; y, finalmente, demostrar que es verdad». Decia tambien que o bien Dios existe, o no existe. ?Por que no jugarselo; apostar a que si existe? «Si gana uno, lo gana todo; si pierde, no pierde nada. Apueste, pues, sin vacilacion, a que si existe.» Ese fue Pascal. Naturalmente, ha habido otros.

– ?Otros?

– Cientificos que aceptaban tanto la razon como lo sobrenatural. Nuestro amado Pasteur confeso que cuanto mas contemplaba los misterios de la Naturaleza, mas se parecia su fe a la de un campesino breton. Y Albert Einstein no veia conflicto alguno entre la ciencia y la religion. La ciencia, decia el, esta dedicada a «lo que es» y la religion a «lo que deberia ser». Einstein reconocio que, «la cosa mas bella que podemos experimentar es lo misterioso. Saber que lo que es impenetrable para nosotros realmente existe, y que se manifiesta en forma de la mas alta sabiduria y la mas radiante belleza, las que nuestras torpes facultades solo pueden captar en sus formas mas primitivas… este conocimiento y este sentimiento son el nucleo de la verdadera religiosidad. En este sentido, yo pertenezco a las filas de los hombres devotamente religiosos».

El profesor Aubert quiso medir la impresion que estaba haciendo en Randall, y esbozo una timida sonrisa:

– En este sentido, yo tambien me volvi un hombre devotamente religioso. Por primera vez podia yo divertirme con la observacion de Freud de que la supersticion de la ciencia se burla de la supersticion de la fe. De la noche a la manana fui otro, si no en mi laboratorio si en mi hogar. Mi actitud hacia mi esposa y hacia sus sentimientos y deseos, mi actitud hacia el significado de la familia… habian cambiado. Incluso la idea de traer un hijo a este mundo… era algo que, por lo menos yo debia reconsiderar…

En ese momento, una voz femenina lo interrumpio:

– Henri, cheri, te voila! Excuse-moi, cheri, d'etre en retard, J'ai ete retenue. Tu dois etre affame.

Aubert se puso de pie apresuradamente, y Randall tambien se levanto. Una mujer juvenil, con clase, de refinados rasgos faciales, de unos treinta y cinco anos, con un perfecto peinado bouffant, cuidadosamente maquillada, costosamente ataviada, habia llegado hasta la mesa y se habia lanzado a los brazos de Aubert, quien le dio un beso en cada mejilla.

– Gabrielle, carinito -dijo Aubert-. Te presento a mi invitado norteamericano, Monsieur Steven Randall, que esta con el proyecto de Amsterdam.

– Enchantee -dijo Gabrielle Aubert.

Al estrecharle la mano, Randall bajo la mirada y vio que ella estaba plena y magnificamente encinta.

Gabrielle Aubert habia seguido su mirada y confirmo divertida su mudo descubrimiento.

– Si -dijo casi cantando-. Henri y yo vamos a tener nuestro primer hijo antes de un mes.

Steven Randall habia salido de Paris, de la Gare de l'Est, a las 23 horas, en el tren nocturno que iba a Frankfurt del Meno. En su compartimento privado ya estaba hecha la cama; se desvistio y se durmio en seguida. A las siete y cuarto de la manana lo desperto el zumbido de una chicharra, seguido de un fuerte golpe seco. El revisor de la Wagons Lit le llevaba una bandeja con te caliente, tostadas de pan, mantequilla y una cuenta por dos francos; Randall habia recibido la bandeja con la devolucion de su pasaporte y sus boletos de ferrocarril.

Despues de vestirse habia alzado la cortinilla de su compartimento. Durante quince minutos estuvo observando cosas nuevas; un panorama pintoresco pero cambiante, de verdes bosques, cintas de cemento que eran supercarreteras, altos edificios firmemente delineados, vias y vias de ferrocarril, un Schlafwagen en un apartadero y una torre de control con un letrero que decia: FRANKFURT 'MAIN HBF.

Luego de cambiar un cheque de viajero por marcos alemanes en una ventanilla de la estacion, Randall habia tomado un taxi sucio para ir al «Hotel Frankfurter Hof», en la Bethmannstrasse. Despues de registrarse en el hotel y preguntar a la Fraulein de la porteria si habia correo o mensajes para el, asi como de comprar un ejemplar de la edicion matutina del International Herald Tribune, le mostraron la suite de dos habitaciones que le habian reservado. Impacientemente habia inspeccionado su alojamiento; un dormitorio con terraza al exterior y alegres macetas con flores en una barandilla de piedra, una salita de estar en

Вы читаете La palabra
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату
×