venia yo sola no tenia necesidad de reservar hora. Que en cuanto llegara bastaba con que llamara a la puerta del convento y me atenderian. Despues de medio minuto largo, se oye al otro lado una voz que me pregunta que deseo.
– Llame ayer, por telefono. Vengo a ver la iglesia.
– Ah, si. Vaya a la puerta grande.
Estoy en la calle de San Roque, esquina a la calle del Pez. En pleno corazon del viejo Madrid. Donde se levantan, desde hace casi cuatrocientos anos, el convento y la iglesia de las benedictinas de la Encarnacion o de San Placido. El edificio del convento no es el originario, sino una reconstruccion de principios del siglo XX sobre la planta del primero. La iglesia, en cambio, data de la segunda mitad del XVII. Es solo la iglesia lo que ensenan, porque el convento sigue siendo de clausura. Pero es lo mas cerca que puedo estar del alma de Teresa Valle de la Cerda y del lugar donde se gesto su desgracia y luego su redencion. Aqui vivio y aqui escribio, tambien, aquel singular alegato que le permitiria perdurar y hacerse oir a traves de los siglos.
Espero frente al porton de la iglesia. Al cabo de un par de minutos oigo el ruido de los cerrojos al descorrerse. Al otro lado de la puerta aparece una monjita casi octogenaria, muy menuda. Diria que no rebasa en mucho el metro cuarenta. Rehuye mi mirada, cohibida, mientras me invita a pasar a la iglesia. Da algunas luces y puedo apreciar en seguida que se trata de un templo esplendido, con una alta boveda y una valiosa coleccion de arte sacro. Nadie lo diria por su discreta apariencia desde la calle. Y mejor, desde luego, que algunos ignoren las riquezas que se guardan tras esos muros.
La monjita me pide que espere, que va a buscar a la companera que sabe explicarlo todo. Y desaparece. Me quedo sola en medio de la iglesia. Contemplo el enorme lienzo que cuelga en el centro del retablo del altar mayor. Me estuve informando ayer, en Internet. Es
La monjita reaparece junto a otra. Apenas un centimetro mas alta, y mas o menos de la misma edad. Viene algo sofocada, ajustandose la toca, que porfia por irsele hacia atras. Me saluda, recuperando aun el resuello. Le tiendo la mano, que me estrecha con cierta timidez, y le agradezco que tengan la deferencia de atenderme.
Quedamos a solas la segunda monja y yo. Efectivamente, es la que se lo sabe. Me informa sobre cada cuadro, cada talla y cada retablo que contiene la iglesia. No solo acerca del artista, sino tambien del motivo de la obra. Descubro asi que san Placido fue uno de los dos primeros discipulos de san Benito, el fundador de la orden. O que la imagen de san Roque obedece a la devocion que se le tenia en aquel barrio por ser el santo protector contra la peste.
– En fin, ahora tenemos otras pestes, como usted sabe.
– Pues si. Y mas contagiosas.
– Y que lo diga usted.
Me ensena con orgullo las pinturas de Coello, la del altar mayor y otras cuatro mas, todavia pendientes de restaurar. Y las tallas del portugues Pereira, y los frescos de Francisco de Ricci. Y por ultimo, en una capilla lateral, la otra joya de la iglesia: la talla del Cristo Yacente de Gregorio Fernandez. Guardada en una suntuosa urna de madera dorada y cristal, resulta una pieza sobrecogedora.
– Antes no estaba aqui, el Cristo. Pero lo pusimos en esta capilla para que pudieran verlo mejor las visitas. Hubo que hacer una obra y entonces fue cuando aparecieron los dos cuerpos, justo bajo este altar. Esos que decian que si uno era el de Velazquez.
– ?Ah, si? No sabia.
– A alguien se le ocurrio que podia ser. Por lo del Cristo suyo, que tambien estuvo aqui, hasta que se lo llevaron. Y porque el esqueleto aparecio con el uniforme de caballero de Santiago.
– Bueno, caballeros de Santiago habia muchos.
– Yo no se, decian que si iban a mirarle el ADN ese. Lo que si se es la que nos montaron con la cosa de los huesos. Televisiones, periodistas, al final ya nos tenian mareadas con la historia.
Por ultimo, me ensena el coro. Esta ya en el convento, es decir, en la parte de la clausura, tras la reja. No paso del umbral, pero la monjita me dice que cuando vienen pocos fieles a la misa entran al coro a oirla con ellas, asi que me atrevo a internarme un par de pasos. Al fondo del coro hay un cuadro. El Cristo de Velazquez.
– Es una copia. Muy buena. Se la encargo al mejor copista del Prado una senora muy devota, pariente de una hermana, para regalarnoslo. Asi tapamos un poco el hueco del que nos quitaron.
– ?Y cuantas son ustedes, ahora?
– Quince, nada mas. Y mayores. Hay que renovar, pero de momento asi estamos. Mucho convento para poca monja.
– Si que debe de ser grande. He visto que ocupa toda la manzana.
– Es muy hermoso. Y tenemos dentro un jardin que da gusto. Es el respiro que tenemos, porque aqui en este barrio…
– Lo se, lo he visto. En las fotos del satelite.
– ?Como?
– En Internet. Hay fotos de satelite de Madrid. Y se ve el convento, y el jardin de ustedes, que es de lo poco verde de este barrio.
– Senor, que cosas.
– Tambien en Internet hay varias paginas con opiniones y comentarios de gente que ha venido a visitar la iglesia. Las estuve mirando ayer, para enterarme de como habia que hacer para verla.
– ?Ah, si? ?Y que dicen?
– Dan informacion, y cuentan sus impresiones. En general, salen muy satisfechos. Y ahora ya entiendo por que.
– Claro, me imagino que lo del Internet sera como todo. Se puede usar para hacer el mal y se puede usar para hacer el bien.
– Desde luego.
Por un segundo me siento un poco violenta, cuando comprendo que no todos los usos que yo hago de la Red serian para la hermana virtuosos, precisamente. Pero si Cristo admitio entre los suyos a la Magdalena, me permito confiar en que no le moleste mi visita.
– ?Y sabe usted si esta enterrada aqui la fundadora? Quiero decir, la primera priora, Teresa Valle.
– Que yo sepa esta el fundador, Jeronimo de Villanueva. Precisamente esta iglesia es su mausoleo. Pero ella, no lo se. Los archivos se perdieron cuando la guerra. Entraron los rojos, sacaron a todas las monjas y se quedaron con el convento. Dicen que todos los libros y todos los papeles estaban por ahi, tirados por la plaza.
– Que pena.
– ?Es usted profesora?
– Historiadora. Estoy trabajando sobre la historia del convento en los primeros anos. El proceso de la Inquisicion y todo eso.
– Tenga usted cuidado, que hay muchas leyendas.
– Lo se. Por eso hay que mirar los archivos. Lastima que se perdieran los de aqui. Lo que si se conserva, por lo menos, es el pliego de descargos de Teresa. Esta en la Biblioteca Nacional. Asi que tenemos su version. Por suerte, puede defenderse ella misma.
– No sabia. Y donde esta enterrada, tampoco puedo decirle.
– Imagino que aqui, en alguna parte.
– Puede ser.
Durante un momento, mientras la monja va apagando las luces, me quedo mirando el altar, y la llama roja del sagrario. Lo primero que me pidio el Inquisidor fue que rezara alli y que le diera las gracias a Teresa en su nombre. De nada me sirvio advertirle que hacia tanto que no rezaba que no recordaba ni una sola