en un rincon, pensativa, siempre absorta. Bido Macbeth Sherif clavaba sus ojos en Aqif Kaxahu como si estuviera viendo un fantasma. Su mujer, siempre que descendia con prisas a la bodega, lo hacia sacudiendose la harina de las manos. La harina, como de costumbre, estaba ensangrentada. El fantasma de Aqif Kaxahu miraba a todos de uno en uno. La bodega estaba repleta.

– ?Otra vez alarma!

La sirena, al principio despacio, como si despertara del sueno, despues con brutalidad creciente, lanzaba su alarido. Entre cada dos alaridos, un valle de silencio. Profundo. A continuacion, de nuevo el cenit. Alto, por oleadas. Abismo de silencio. Nuevo alarido. Alarido, alarido. Como una vaina, envolvia un silbido que trataba de perforarla. Silbido. Salvaje. Todo silbidos. Explosiones. Muy cerca. De pronto una mano invisible nos derribo a todos con la contundencia de un rayo y apago las dos lamparas de petroleo. Se hizo la oscuridad, pero de repente fue rota por un grito. Nadie se movio. Al parecer habiamos muerto.

Silencio. Algo se movio. Despues, un ruido semejante al de una cerilla al encenderse. No habiamos muerto. La cerilla. La debil llama y varios fulgores dispersos de luminosidad. La lampara los fundio despues en un solo haz. Todos se movieron. Estaban vivos. Se estaba encendiendo otra lampara. Pero no. Alguien estaba muerto. Los delgados brazos de la hija de Aqif Kaxahu pendian sin vida. Tambien su cabeza. Sus cabellos castanos pendian lacios, inmoviles.

Aqif Kaxahu profirio finalmente el alarido que yo llevaba tiempo esperando. Pero no fue un grito de dolor, sino algo salvaje. La cabeza de la muchacha se estremecio. Se incorporo lentamente, asustada. Sus brazos colgantes se encogieron. El joven con el que habia estado abrazandose y besandose durante el bombardeo tambien se movio.

– Zorra -grito Aqif Kaxahu. Su enorme manaza agarro la cabellera de la muchacha y tiro de ella arrastrandola. La chica intento levantarse, pero volvio a caer. Se la llevo a rastras atravesando la bodega, y solo al pie de la escalera permitio que se incorporara parcialmente sobre las manos y los pies, aunque sin soltar la presa.

Fuera se oyo de nuevo el silbido de los obuses al caer, pero Aqif Kaxahu no se volvio. Arrastrando a su hija por los pelos, salio a la calle en el instante en que las explosiones lo ensordecian todo. Y se fueron entre las bombas.

El muchacho que habia estado besando a la hija de Aqif Kaxahu se habia acurrucado en un rincon y observaba a todos con mirada anormal. Era un chaval desconocido, de cabellos y ojos claros. Su mandibula se agitaba nerviosamente. Cauteloso, como si esperara que de un momento a otro se fueran a arrojar sobre el, atraveso el sotano en silencio, un silencio que no era tal, y salio.

El alboroto comenzo nada mas salir el joven.

– ?Quien es ese, de donde ha salido, desdichadas de nosotras?

– No lo hemos visto nunca.

– ?Solo nos faltaba eso!

– ?Que verguenza!

– Ha resultado ser una vibora, la nina esa de los Kaxahu.

– Se ha echado en sus brazos, como una bruja.

– Como las italianas.

Las mujeres se golpeaban el rostro, se arreglaban el panuelo que cubria su cabeza, lanzaban exclamaciones. Los hombres estaban anonadados.

– Amor -murmuro entre dientes Javer.

Isa miraba entristecido.

La bodega bullia.

Se hablo largamente de aquel suceso. Aquellos dos brazos que colgaban como sin vida sobre la espalda de aquel muchacho practicamente desconocido comenzaron a atormentar a muchos. Aquellos dos brazos de muchacha, delgados, se iban convirtiendo poco a poco en dos miembros pavorosos. Tenian a todos cogidos por el cuello. Los asfixiaban.

Pero, tal como sucede cuando en el cuerpo de un hecho alarmante germina la semilla de un nuevo acontecimiento, de la misma manera en las conversaciones sobre la hija de Aqif Kaxahu y el muchacho que la habia besado se mencionaban con mucha frecuencia unos proyectos sorprendentes en los que trabajaba el inventor Dino Chicho.

Hacia tiempo que el ciudadano Dino Chicho habia sacrificado definitivamente su propio sueno y dificultaba el de los demas con unos calculos y proyectos sin precedente en el pais. Se decia que unos cientificos austriacos o japoneses (no se sabia con exactitud) se habian interesado en ellos y habian ofrecido a Dino Chicho que los siguiera llevando a cabo en su pais, pero el no habia aceptado. Despues, unos cientificos austriacos o portugueses (tampoco esto se sabia con seguridad) habian pretendido comprar la patente del invento, pero el autor tampoco habia aceptado.

El ciudadano Dino Chicho habia trabajado en su invento durante mucho tiempo y en completo secreto. Se trataba de un trabajo muy dificil, en el que cuanto mas avanzaba, mas problemas surgian. La ciudad ya recordaba a gente parecida que habia dedicado su vida a los numeros y a los experimentos. Otros se dedicaban a otras cosas. El maestro Qani Kekez habia declarado varias veces que sacaba mucho mas provecho de la diseccion de un gato que de la lectura de muchos libros de anatomia.

Dino Chicho no se dedicaba a cosas asi. Desde que se iniciara la construccion del aeropuerto a los pies de la ciudad, habia abandonado temporalmente su trabajo, dedicandose a un nuevo proyecto. Se consagro a la construccion de un aeroplano. Iba a ser un aeroplano extraordinario, que no funcionaria con gasolina sino mediante el perpetuum mobile. El latinajo lo pronunciaba cada cual a su modo y a veces la cuestion se convirtio en causa de conflicto, incluso de golpes en la cabeza y rotura de algun diente, tras lo cual la pronunciacion variaba todavia mas.

Con el inicio de los bombardeos, los debates acerca del nuevo invento de Dino Chicho, que no solo defenderia sino que enalteceria el buen nombre de la ciudad, se hicieron cada vez mas frecuentes sobre todo entre las viejas y los chiquillos. Los aeroplanos sin gasolina son los mas solidos de todos los aeroplanos. Los aeroplanos sin gasolina son terribles. Pueden estar un dia entero en el aire sin descender. Mi tio dice que pueden estar mas tiempo incluso. ?Pueden estar cinco dias? No, cinco dias, no. Pero, ?por que no termina de fabricar de una vez ese aeroplano? ?A que espera? Paciencia, chico, las cosas bien hechas requieren calma.

Nosotros esperabamos.

Mientras tanto, aeroplanos diversos, la mayoria desconocidos, sobrevolaban constantemente la ciudad. Cuantas veces veiamos sobre nuestras cabezas sus vientres relucientes, hinchados por las bombas, volviamos los ojos a la casa oscura de aleros deformes, cuyo dueno jamas salia. Trabajaba dia y noche. ?Volad, volad mientras podais, miserables aeroplanos de gasolina!

Nosotros intentabamos imaginar el barullo que se iba a armar en el cielo cuando se elevara por primera vez el aeroplano del perpetuum mobile de Dino Chicho. Negro y amenazador, con su estampa extraordinaria, partiria el cielo en dos. En ese instante, todos los aeroplanos que se encontraran casualmente en el aire pondrian pies en polvorosa. Unos se esfumarian por el sur, otros por el norte y otros por fin, arrastrados por el terror y la sorpresa, se darian de bruces contra el suelo.

La ciudad continuaba siendo bombardeada con asiduidad. Los aeroplanos daban vueltas sobre ella como en su propia casa. La bateria antiaerea que habian enviado hacia una semana para defender la ciudad no habia llegado aun. Tras el primer bombardeo, todos habian comprendido que, ademas de calles, chimeneas y alcantarillas, una ciudad debe tener bateria antiaerea. El viejo antiaereo, mantenido desde los tiempos de la monarquia sobre la torre occidental de la ciudad, tenia un defecto que los mecanicos del ayuntamiento no conseguian reparar.

La ciudad se extendia completamente indefensa bajo el cielo otonal, que ahora nos resultaba a todos mas abierto que de costumbre. Nunca la gente habia levantado tanto la cara hacia el cielo como aquel otono. Parecian preguntar sorprendidos: «?Pero de donde ha salido de pronto este cielo?» Porque en la larga historia del cielo los aviones eran algo nuevo. Los truenos, las nubes, las lluvias, el granizo, la nieve, que el cielo habia estado arrojando sin cesar sobre la ciudad sin que nadie hubiera sido tan exigente como para reprocharselo, no eran nada ante aquel funesto capricho de su vejez. Algo extrano y perfido alentaba ahora en las masas compactas de nubes y en los claros azules que se abrian repentinamente entre ellas como ojos enormes. Ese elemento perfido se revelaba incluso en la caida monotona de la lluvia, en el viento que soplaba. No era preciso un gran esfuerzo para captarlo. Yo pensaba con bastante frecuencia que quiza fuera mejor que el mundo no tuviera ningun

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