cielo.

Uno de aquellos dias de otono sucedio algo que yo llevaba tiempo esperando. Era domingo. Lo senti en el modo con que la abuela se ponia sus ropajes negros, en el gesto cargado de secreto con que se ato el gorro negro en la cabeza. Sus movimientos eran parsimoniosos, casi magicos. Comprendi en seguida que la visita iba a ser extraordinaria. Con la boca medio abierta observaba sus movimientos en silencio, temiendo que cada palabra mia pudiera quebrar aquella armonia callada de roces entre la ropa y las manos.

– ?Donde vas a ir? -pregunte con un hilo de voz, impresionado antes de tiempo. Ella me miro. Sus ojos eran apacibles, un poco distantes. Despego lentamente los labios y dijo: «A casa de Dino Chicho». Casi lo sabia.

– Llevame tambien a mi -le pedi en tono suplicante. Ella me acaricio el pelo.

– Vistete.

El empedrado de las calles estaba mojado. Caia una lluvia tenue. Una vieja cancion sonaba en mi cabeza: «Llueve gota a gota; ?a donde vais, queridas comadres?» Yo era una comadre. Caminaba con mis ropas negras bajo la lluvia. Iba a tomar cafe. Estaria alli. Escucharia. Era feliz.

– Y el aeroplano, ?vamos a verlo? -pregunte.

– Lo veremos -dijo la abuela-. Lo han puesto en medio del salon.

– ?Y lo voy a ver de cerca?

– Lo vas a ver de cerca, con tal de que no hagas tonterias. No toques nada.

Mire mis manos. Estaban amedrentadas, mas que yo mismo. Las meti en los bolsillos.

Llegamos. La abuela golpeo con la aldaba de hierro en el gran porton. El repiqueteo recorrio toda la casa. Era una edificacion fuera de lo comun, con infinidad de recovecos y los aleros sobresalientes fuera de toda medida. Me parecia que derramaban sueno.

La abuela volvio a llamar. No se escucho ningun ruido de pasos por la escalera, sin embargo el porton se abrio. Alguien habia tirado del pestillo con una cuerda desde la segunda planta. Quizas el mismo Dino Chicho. En nuestra casa habia tambien una cuerda asi. Subimos por la escalera de caracol de madera. Las tablas amarillentas crujian. Su crujido era diferente al de los peldanos de nuestra casa. Era un lenguaje casi desconocido.

Al entrar en el salon, al principio no vi nada, pues me oculte tras las faldas de la abuela. Despues saque un ojo y vi algunas viejas, vestidas de negro como la abuela, sentadas sobre los cojines distribuidos por el divan. El aeroplano estaba en medio de la estancia, grande como un hombre, con las alas extendidas y completamente blanco. Las alas, la cola y todo lo demas eran de madera cuidadosamente pulimentada, sobre la que se destacaban las cabezas relucientes de los tornillos.

Lo mire durante largo rato. Las voces de las viejas me llegaban de lejos, como acompanando el silbido del viento. Mas tarde alce la vista y vi al hombre palido, con los ojos enrojecidos y medio extraviados, que miraban continuamente hacia el suelo.

– ?Es este? -le susurre a la abuela.

Ella me dijo que si con la cabeza.

Las viejas charlaban de dos en dos mientras sorbian su cafe. Sus conversaciones se entrecruzaban a veces. Balanceaban continuamente la cabeza, se asombraban, hacian senas hacia el aeroplano y volvian a hablar de la guerra y los bombardeos. El hombre palido permanecia constantemente en silencio. No apartaba sus ojos del aeroplano de madera.

– Estudia, hijo mio, para hacerte tan sabio como Dino y llenarnos a todos de orgullo -me dijo una de las viejas.

Me acurruque aun mas tras la abuela. ?Por que no sentia ninguna alegria? Como si respondiera a mi llamada, la alegria se filtro de pronto a traves de innumerables orificios minusculos. Pero no duro mucho tiempo. El espacio vacio que dejo en mi cuerpo vino a ocuparlo una avalancha que penetro a traves de los mismos orificios invisibles. Era tristeza. El aeroplano blanco me parecio de pronto, en mitad de la sala, la cosa mas fragil y miserable del mundo. ?Como iba a hacer frente a los grandes aviones metalicos que volaban a diario sobre nuestras cabezas, aquellos tremendos aviones grises, cargados de bombas y de ruido ensordecedor? Harian trizas en un instante aquella cosa blanca, como las bestias salvajes despedazan un cordero.

Las viejas seguian hablando de toda clase de cosas y la anfitriona volvio a servir cafe. El hombre palido no se habia movido un centimetro. Yo continuaba azorado. El lugar de la tristeza era ocupado lentamente por una indiferencia enorme. Comence a observar las arrugas de las viejas y poco a poco esto me absorbio por completo. Nunca me habia fijado con tanta atencion en las arrugas de las personas. Era sorprendente. Se alargaban formando curvas interminables en toda la cara, en el cuello, bajo la barbilla, en la nuca. Parecian hilachas cubriendolo todo. Unas eran mas finas. Otras mas gruesas, como la lana que hilaba la abuela a comienzos de invierno. Quiza se puedan tejer calcetines con ellas, o incluso jerseys. Me vencia el sueno.

Cuando salimos de casa de Dino Chicho, la lluvia habia cesado. El empedrado relucia con aire sardonico. Algo sabia. Dos mujeres hablaban desde las ventanas de su casa. Mas alla lo hacian otras tres. Las ventanas estaban bastante alejadas unas de otras, lo que las obligaba a alzar mucho la voz. Mientras llegabamos a casa, me entere de la noticia: habia llegado la bateria antiaerea.

Aquel domingo por la tarde, las campanas de las dos iglesias repicaron mas que de costumbre. Habia mucha gente por las calles. Harilla Lluka llamaba de puerta en puerta gritando:

– ?Ya ha llegado! ?Ya ha llegado!

– ?A ver si revientas! -le grito una vieja-. Ya lo hemos oido.

– ?Se van a joder ahora esos aeroplanos! -declaro Bido Sherif en el cafe. Tomaba cafe con Avdo Babaramo, mientras este ultimo le explicaba cosas de la artilleria. La mitad de los hombres que estaban alli los escuchaban con la boca abierta.

– ?Ay, la artilleria! -suspiro Avdo Babaramo-. Tu cabeza no esta hecha para la artilleria, Bido; pero ?que le voy a hacer yo, si no tengo con quien hablar?

Durante toda la tarde la gente se asomo a las ventanas y balcones a ver si aparecia la bateria antiaerea. La mayoria alzaba la cabeza hacia la fortaleza porque estaban seguros de que los canones de la bateria serian instalados alli, lo mismo que el viejo antiaereo. Pero cayo la noche y los canones no aparecieron por ningun lado. Algunos decian que la bateria habia sido instalada fuera de la ciudad y camuflada. Esto decepciono a la gente. Esperaban ver el canon gigante de largos tubos, instalado como el viejo antiaereo en medio de la ciudad, tal como merece una bateria antiaerea a quien la ciudad confia su defensa; y resulta que la esperada bateria se escondia tras las colinas y los matorrales.

– Artilleria, la de mis tiempos -dijo Avdo Babaramo alzando el ultimo vaso en el cafe.

Pero, junto con la decepcion inicial, la ocultacion de la bateria incremento en cierto modo la confianza que algunos tenian en ella.

Todos esperaban ahora su primera confrontacion con los aeroplanos. Parecia que la gente no pudiera soportar la espera, aguardar a que clareara el dia y llegara la hora del bombardeo.

Amanecio el lunes. Para decepcion de todos, los ingleses no vinieron ese dia a bombardear.

– Los muy granujas se han enterado del asunto de la bateria -gritaba Harilla Lluka por las calles-. Se han enterado esos malditos cobardes…

– ?Asi revientes, que nos vas a dejar sordos con esa voz como la del burro de Kicho!

– … los ignorantes.

Pero el martes vinieron. La sirena, como siempre, elevo hasta el cielo su alarido. La gente parecio olvidar la impaciencia que habia mostrado un dia antes y se lanzo escaleras abajo a la bodega. Harilla Lluka tenia el rostro livido. El ruido de los motores llegaba apagado, como una amenaza contenida. A Harilla le parecia que los aviones lo buscaban a el, por haberlos insultado tanto el dia anterior. El ruido se aproximaba. La gente aguardaba con la boca abierta.

– Ya empieza, ya empieza, ?lo ois? -grito alguien.

– Calla.

– Escucha, esta disparando.

– Es verdad, esta disparando.

De lejos llegaba un estruendo incesante.

– La bateria.

– ?Por que suena tan flojo?

– Ha parado.

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