Estaba con Ilir en un rincon, tapados ambos con una manta. El ruido quedo nos estaba adormeciendo cuando, de pronto, atravesandolo, como un breve movimiento energico -una serpiente que se arrastra junto a tus pies y tu aun no la ves- se oyo la palabra «arresto». Era una tension de cuellos, concentracion de ojos, algo que se alinea, que camina con botas hacia ti, trac-truc, trac-truc. Arresto. Trac-truc, a-rres-to. Uno de los carabineros saco las esposas del bolsillo. El hombre alto, sobre cuyo cuerpo hervian ahora por todas partes, como hormigas, miles de letras que componian velozmente las palabras «arrestado, arrestado, arrestado, arrestado», en su cara, en su cabello y sus manos, miraba como le ponian las esposas.
– Mira, se las cierran con llave -me dijo Ilir en voz alta.
– Ya lo veo.
Una mujer, la del detenido, al parecer, lanzo un leve grito.
– No te preocupes -dijo el.
Uno de los carabineros le puso la mano en el hombro y el pequeno grupo se alejo.
– Asquerosos fascistas -dijo alguien.
– Calla, no vaya a haber chivatos.
– Que los haya. Fascistas asquerosos.
– Estan llenando las carceles.
La gente, arremolinada durante la detencion, se dispersaba en silencio. A mediodia hubo nuevamente un fuerte bombardeo.
Al dia siguiente, entre la gente que pasaba continuamente junto a nosotros, mis ojos distinguieron una cara que me resulto conocida y que me miraba con insistencia. ?Donde habria visto yo aquellos cabellos claros y aquellos ojos turbios? Por fin me acorde. Era aquel muchacho que habia besado a la hija de Aqif Kaxahu en nuestra bodega, durante un bombardeo.
Despues de merodear alrededor durante buen rato, me hizo una sena. Me encogi de hombros. Me indico con la mano que lo siguiera. No debia de querer acercarse. Me levante y fui tras el. Salimos a la gran explanada. Hacia frio.
– ?Como te llamas? -hablo por fin el muchacho que habia besado a la hija de Aqif Kaxahu.
Se lo dije. Nos habiamos detenido junto a una almena donde el viento cortaba. Al fondo del precipicio estaba la ciudad.
– ?Me conoces?
– Si.
– Muy bien, entonces. Aquello sucedio precisamente en la bodega de tu casa. Tu sabes lo que paso -me agarro con fuerza de los hombros-. Habla, ?lo sabes o no?
– Lo se.
– El muchacho que habia besado a la hija de Aqif Kaxahu aspiro profundamente.
– ?La has visto?
– No.
Apreto las mandibulas.
– En esta ciudad se prohibe el amor -dijo en voz baja-. Ya creceras y te enteraras algun dia.
(… rgarita).
Golpeaba sin parar la almena con la punta del zapato.
– Escucha -dijo-. Temo que la hayan hecho desaparecer. ?Tu que dices?
Me encogi de hombros.
– En esta ciudad hay dos modos de hacer desaparecer a las jovenes embarazadas: ahogarlas con
Volvi a encogerme de hombros. Hacia mucho frio.
– ?Asi que no la has visto en el barrio por ninguna parte?
– Por ninguna parte.
– ?Nadie la ha visto?
– Nadie.
– ?Hay muchos pozos en tu barrio?
– Unos cuantos.
Se mordisqueo los labios.
– Si al menos encontrara su cuerpo… -dijo con voz sorda.
Hacia viento. Me estaba helando…
– La buscare sea donde sea…
Tenia los dedos
– Si es preciso, bajare al mismo infierno para encontrarla -dijo en tono quedo.
Quise preguntarle que sentido tenian aquellas palabras, pero tuve miedo.
Sin anadir nada mas, se alejo rapidamente atravesando la explanada.
XII
Era domingo. De abajo llegaba el sonido del pico de nuestro vecino, que llevaba dos semanas intentando construir en el patio un refugio antiaereo moderno, segun el modelo del que se habia hecho construir recientemente la senora Majnur. Los bombardeos habian cesado desde el comienzo de la primavera. Hacia tiempo que habiamos regresado a nuestras casas. Los primeros en fabricarse refugios antiaereos modernos y abandonar la fortaleza fueron los Karllashe y los Angoni. A continuacion lo hicieron las monjas y las prostitutas, a quienes fue el ejercito el que les construyo el alojamiento. Inmediatamente despues se fueron marchando, uno tras otro, todos los que tenian dinero suficiente para hacerse construir un refugio similar. La mayor parte de la gente solo abandono la fortaleza cuando los bombardeos de los ingleses empezaron a espaciarse. Lo primero que me llamo la atencion cuando regresamos a casa fue la ausencia del panel de hojalata donde ponia: «Refugio antiaereo para 90 personas». Alguien lo habia arrancado durante nuestra ausencia y en el muro solo habia quedado una leve marca cuadrada que, siempre que se la miraba, provocaba un vacio en el estomago.
Los golpes del pico del vecino sonaban de forma monotona.
El domingo se expandio de manera uniforme sobre la ciudad. Era como si alguien hubiera estrellado el sol sobre la tierra, y en todas partes: en la calle, en los cristales de las ventanas, sobre los charcos y los tejados, hubieran quedado tras el choque fragmentos de luminosidad humedecida. Recordaba cuando, hacia mucho tiempo, la abuela habia limpiado un pez enorme. Sus escamas luminosas le habian cubierto los brazos. Entonces tuve la impresion de que todo su cuerpo era domingo. Por el contrario, cuando papa se enfadaba era martes.
De la otra habitacion llegaban las voces de la abuela y la tia Xemo. Estaban otra vez hablando de lo mismo. Las mujeres del barrio, que habian estado entrando y saliendo durante toda la manana para expresar toda clase de conjeturas, estaban preparando ya la comida en sus casas, pero la abuela y la tia Xemo seguian con lo mismo. Alguien habia bajado durante la noche a nuestro aljibe. Las huellas mojadas de los pasos aparecian por todas partes. Quien fuera, ni siquiera se habia tomado la molestia de cerrar la tapa del deposito despues de salir. En