aluminio. Despues dio la vuelta y volvio a acercarse.

– ?Me lo vas a contar? -pregunto con severidad…

– Te lo contare.

Sus ojos brillaron de felicidad.

– ?Tienes mucho que contar?

– Mucho.

– Empieza. Empieza ya.

Nos sentamos en la hierba, al borde del camino, y yo me puse a contarle cosas. No era facil. Tenia tanto que contar que mi cabeza estaba sumida en un autentico desbarajuste. Ella me escuchaba concentrada, con los ojos extraordinariamente abiertos, frunciendo la frente, como si sintiera dolor cuando yo confundia los acontecimientos, su sucesion o su importancia. Varias veces, enardecido yo mismo con el relato, le deformaba osadamente los hechos. Asi, por ejemplo, cuando le hable del brazo cortado del ingles le conte que Aqif Kaxahu lo mordia iracundo una y otra vez y tras cada mordisco el pueblo lo aclamaba. Ella lo escuchaba todo con la mayor atencion y solo cuando empece a contarle como un hombre al que llamaban Macbeth habia invitado a cenar a otro del que no recordaba el nombre y como este Macbeth, despues de cortarle la cabeza a su invitado, recordo que no conocia las reglas de la administracion de la sal a una cabeza cortada ella me puso la mano en la boca y con voz implorante me dijo:

– Cuentame algo menos violento, por favor.

Entonces le hable de la senora Majnur, que aullaba por las calles el dia que se quemo el ayuntamiento y de Vasiliki y de la abuela, que dijo «como no me habre muerto el invierno pasado», cuando se entero de la llegada de Vasiliki. Le estaba contando algo sobre la ultima visita de la tia Xemo y sobre la derrota de Grecia, cuando oi la voz de la mayor de mis tias, que me llamaba para comer.

Estaban ya a la mesa. Los restos de una disputa se apreciaban en el ambiente. La menor de mis tias tenia la cabeza gacha.

– Que no te vea mas con ese tarambana, ?te enteras? -dijo la abuela, sirviendo la comida en los platos.

– Es amigo mio, me deja libros -respondio ella con terquedad.

– Libros. ?Verguenza te deberia dar! Libros de enamoramientos que te confunden la mente.

– No son de enamoramientos, sino de politica…

– Tanto peor. Un dia nos traeras a casa los carabineros.

– ?Basta ya! -dijo el abuelo.

El silencio no duro mucho.

– Ya eres toda una mujer -la emprendio de nuevo la abuela-. Tus amigas no levantan la cabeza del bordado. Manana iras a ver a tu prometido.

La tia saco la lengua, como siempre que le hablaban del asunto.

Al dia siguiente, Susana estaba pensativa.

– ?Como era el anillo del dedo del ingles? -me pregunto.

– Muy bonito, brillaba con el sol.

– ?Que crees tu? ?Quien le habria dado el anillo?

Me encogi de hombros.

– A lo mejor se lo habia regalado su novia -dijo.

– Quiza.

Me cogio del brazo.

– Escucha -me dijo, acercando su boca a mi oido-. De todo lo que me has contado, lo que me ha hecho mas impresion es lo de la hija de Aqif Kaxahu. ?Me lo cuentas otra vez?

Yo dije que si con la cabeza.

– Pero, por favor, recuerda bien como sucedio y no confundas las cosas.

Estuve un rato pensando.

– No te apresures -insistio-, recuerdalo bien.

Frunci el ceno para darle a entender que estaba repasando todos los detalles, cuando en realidad me venian a la memoria, sin pretenderlo, otras cosas embarulladas y sin ninguna relacion.

– Ahora, cuentamelo -dijo.

Ella escuchaba atentamente. Sus ojos, su pelo, sus brazos ligeros, todo su ser estaba expectante y escuchaba.

Cuando acabe, respiro profundamente.

– ?Que cosas tan extranas suceden en el mundo! -dijo.

– Un amigo mio tiene un mundo pequeno de carton. Puedes moverlo con el dedo.

Pero ella ya no me escuchaba. Su pensamiento estaba en otra parte.

– ?Vamos a la cueva?

Yo no tenia ningun deseo de ir a la cueva; estaba harto de bodegas y de lugares humedos, pero no quise contrariarla.

En la cueva hacia fresco. Nos sentamos en unas piedras y permanecimos en silencio.

– ?Sabes? -dijo repentinamente-. Hagamos como que vienen los aeroplanos y tiran bombas. Tu haces como aquel chico y yo como la hija de Aqif Kaxahu.

No sabia que decir.

– Ya vienen -siguio diciendo y bajando la voz-. ?Los oyes? Son muchos. Suena la sirena. Ahora estan bajando. Las bombas caen cerca de nosotros. ?Cuando se apaga la lampara?

– Ahora.

Extendio los brazos y me los echo alrededor del cuello. Su mejilla suave rozo la mia.

– ?Asi? -me pregunto.

– Si.

Sus brazos eran tran frios como el aluminio. Su cuello despedia un agradable olor a jabon.

– Alguien enciende la lampara -dijo poco despues-. Ahora el nos vera.

Yo mantenia el cuello estirado. Susana aparto los brazos con arrebato.

– Me llevan arrastrando de los pelos, ?lo ves? ?Que haras tu ahora?

– Bajare a los infiernos -dije en tono solemne.

Ella rompio a reir.

Ese dia y el siguiente repetimos muchas veces aquello. Me gustaba permanecer inmovil mientras sus brazos envolvian mi cuello. Del suyo emanaba aquel agradable olor a jabon. Un dia (alli no habia jueves ni martes como en nuestro barrio; solo existian mananas, mediodias y tardes) estabamos abrazados a nuestro modo, contando las bombas que caian con creciente furor, cuando en la entrada de la cueva se detuvo una sombra. Yo la vi primero, pero no pude impedir lo que sucedio entonces.

– ?Susana! -grito su madre.

Susana aparto rapidamente los brazos de mi cuello. Se quedo paralizada. La mujer, cuyo rostro no veiamos bien a causa de la luz procedente del exterior, se aproximaba:

– Aqui es donde te metes todo el dia -exclamo con voz queda pero iracunda. (Aqif Kaxahu, lo recordaba bien, no habia dicho una palabra.) Ahora vendria lo de arrastrarla de los pelos-. Levantate -grito casi la mujer y dio un tiron a Susana por uno de los brazos. En su mano robusta, el brazo de Susana se tenso como si fuera a quebrarse.

Con el tiron, el cuerpo de Susana parecio descoyuntarse. La espalda y toda la parte superior de su cuerpo se lanzaron hacia adelante, mientras la cabeza quedo quieta un instante y las piernas se apresuraron a mantener el equilibrio para no caer.

– Pronto has empezado -gruno entre dientes la mujer. Despues, antes de abandonar la cueva, se volvio hacia mi.

– Y tu, mamarracho, que aun no sabes limpiarte los mocos…

Dijo aun dos o tres palabras mas, de esas con terminaciones gruesas que yo siempre me habia representado como plagadas de espinas.

Se fueron. ?Que sucederia ahora? ?Tendria que bajar a los pozos?

Fuera, habia calma y luz. Un pajaro volaba en el cielo. La brutalidad y aquellas palabras repulsivas de terminaciones gruesas habian quedado en la penumbra de la cueva.

Вы читаете Cronica de la ciudad de piedra
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату