Estaba desconcertado.

– Si -le dije.

En ese momento, sus ojos, a la luz de la luna, me parecieron dos ruinas maravillosas.

?Quienes sois vosotros, que no conoceis ni los pajaros, ni la paja, ni los arboles? ?De donde habeis venido?

Hemos venido de aquella ciudad, de alli. Conocemos las piedras. Son como las personas: asperas, suaves, rojizas, porosas, jovenes, viejas, pulidas, arrugadas, con venas, cortantes, astutas, bonachonas, que te sujetan cuando resbalas; desleales, que se rien de tu desgracia; fieles, aguantan durante siglos sobre los cimientos, cumpliendo su deber, bobas, cenudas; pretenciosas, que suenan con ser lapidas conmemorativas; sencillas, que te sirven sin pago a cambio, tendidas en el empedrado en hileras interminables como el pueblo, sin nombre, sin nombre, por los siglos de los siglos.

?Estais hablando en serio o delirais?

Ahora estan ensangrentadas por la guerra, como las personas.

?Vero que ciudad es esa? ?Que ciudad es esa?

Tenemos prisa por llegar alli.

DECLARACIONES DE DESCONOCIDOS

… ?No me hables de cabelleras rubias! ?Quien puede saber lo que tienen bajo esos cascos de hierro? Marchan. Marchan. Por doquier impera la guerra. Oscuridad. ?Donde vamos de este modo? No puedo mas. Vendra un tiempo hermoso, un cielo limpio. Un comisario llamado Enver Hoxha ha dicho: «Se instaurara el comunismo. Saludos a todos; yo ya me voy; disfrutad de la nueva Albania, camaradas». Marchan cascos y cascos innumerables por nuestros caminos. ?Cuantos ejercitos ha visto este pais? Y aunque la ciudad saltara por los aires, con sus casas, sus calles, sus puentes, sus puertas y ventanas, todo, yo se que tu me habras esperado. ?A donde vas? Nieva en las montanas. Esto es una operacion quirurgica. No consiste ni en abrir el vientre, ni en abrir el pecho. La llaman operacion de invierno de los alemanes. Albania se retorcera de dolor. El destino de este pais ha surgido siempre de la cumbre de las montanas, como el sol. Ahora hace frio. Dime algo del comunismo. ?Que cielo tan despejado!…

XVIII

Por la manana, la ciudad volvio a alzarse en la lejania, sola y gris. Los incendios de la noche anterior no habian quebrado nada su silueta. Estaba lejos, pero todo en torno suyo: las montanas, las aldeas, los valles, estaba vinculado a su destino. Un fuego suyo era la senal de alarma para toda la comarca. Ahora, semiabandonada, semejante a una ciudad prehistorica donde hace ya tiempo que ha cesado la vida, como una coraza petrea semivacia, esperaba a los alemanes.

La carretera que los habia de traer (tal como habia traido a todos los ejercitos) se desvivia ahora pidiendo disculpas a sus pies. Pero ella, noble y arrogante como siempre, ni se dignaba mirarla. Sus ventanas veladas observaban la lejania.

Nadie se entero inicialmente de lo sucedido en el instante en que la vanguardia del ejercito aleman llego a la entrada de la ciudad. Se supo todo mas tarde. Las avanzadillas fueron atacadas con fusiles y con bombas. Los motoristas que quedaron con vida volvieron atras como el rayo. La carretera quedo solitaria durante mucho tiempo. Reinaba un silencio profundo. La ciudad, tras cumplir su costumbre, esperaba tranquila la venganza.

Aparecieron de pronto. Esta vez los tanques iban delante, inundando de negrura la carretera. No entraron en la ciudad. Se detuvieron a sus pies y los tubos largos de sus canones giraron lentamente hacia ella. Los alemanes esperaron durante un rato la aparicion de la bandera blanca, la senal de rendicion de la ciudad. Pero todo continuba siendo gris.

Entonces empezo el bombardeo, un bombardeo intenso, monotono. El estruendo del choque entre el hierro y la piedra lleno todo el valle. Fragmentos de muros y tejados, miembros de edificios y cabezas de chimeneas volaron por los aires. Un polvo negro lo cubria todo. Dos ciudadanos que habian querido sacar una bandera blanca en lo alto de los tejados cayeron muertos por las balas de los que habian decidido no entregarse. El tercero, arrastrandose y reptando con una gran sabana, fue alcanzado por las balas en el mismo instante en que desplegaba la tela. Cayo sobre la sabana y, mientras rodaba por el alero del tejado, se enrollo en ella y envuelto asi cayo al suelo.

El bombardeo duro tres horas. Por fin, entre el color gris de la muerte, alguien pudo alzar algo blanco. Nunca se supo quien fue la persona que se elevo como un fantasma sobre la superficie de la ciudad y se hundio bruscamente, despues de agitar aquel objeto blanco en direccion a los alemanes. Tampoco se sabia que objeto era aquel: bandera, panuelo o simplemente un trapo comun y corriente. Solo se sabia que durante largo tiempo aquella cosa blanca aterrorizaria las conciencias de todos.

Los alemanes, que al parecer observaban con prismaticos desde diferentes puntos, captaron de inmediato aquella imagen fugaz entre el caos del humo y de las ruinas. El bombardeo se interrumpio. Los tanques hicieron girar sus canones y empezaron a ascender hacia la ciudad. Todo se estremecia. Las cadenas, al rozar con el empedrado, gemian, aullaban, despedian chispas. Un estruendo infernal lo inundaba todo. La ciudad, casi abandonada, era ocupada.

Mas tarde se supo que, mientras los tanques subian aullando como monstruos por la calle de los Puentes Grandes, desde dos ventanas habia tenido lugar la siguiente conversacion entre la tia Xemo y la vieja de la vida Xano:

– ?Por que hacen tanto ruido? Podrian entrar tambien sin armar tanto alboroto -dijo la primera.

Y la otra le respondio:

– Todos arman mucho alboroto cuando entran, pero cuando se van no se los oye.

Al caer el crepusculo, la ciudad que habia figurado en los mapas del Imperio Romano, de Bizancio, del Imperio Turco, del Reino de Grecia, del Reino de Italia, se acosto esta vez bajo el Imperio de los alemanes. Cansada, profundamente aturdida por la confrontacion, no daba ninguna senal de vida.

Cayo la noche. Tras todo aquel estruendo que habia inundado como una avalancha la amplia comarca, el mundo parecia ensordecido. Miles de refugiados, que durante los estampidos de los canones habian salido a los alrededores de las aldeas y seguian con ojos y oidos lo que sucedia, ahora que todo se habia calmado, estaban petrificados como estatuas.

?Que estaria haciendo la ciudad ahora, alli en la oscuridad, a solas con ellos? Aquella debia de ser, segun la profecia, la ultima noche de su vida milenaria. Los hombres de cabellos rubios habian llegado por fin.

En la aldea donde estabamos instalados no durmio nadie en toda la noche. Todos permanecian silenciosos, afuera, de pie, a la espera. Quienes se retiraban a echar una cabezada regresaban poco despues, envueltos en mantas. Nadie hablaba en voz alta. Los ojos de todos estaban vueltos en la direccion en que debia de encontrarse la ciudad. Era toda negrura. Las garras ferreas de los tanques le oprimian el pecho. Ninguna luz. Ninguna senal. La estaban hundiendo en la oscuridad.

Despunto el dia y alli estaba aun, cenicienta como siempre y grande. Alguien lloraba. Todos repetian la palabra «hoy». Habian decidido volver.

Abandonamos la aldea por la tarde. Nuestro grupo lo formaba la misma gente que a la venida, ademas de Xexo. Caminaban en silencio. Los almiares solitarios quedaban atras, desperdigados. Parecian tener algo que decirnos, sin conseguirlo. Eramos extranos.

Al mismo tiempo, en cientos de direcciones, pequenos grupos de refugiados regresaban a la ciudad. La cascara gigante, medio abandonada ahora, volveria a llenarse al cabo de pocas horas de pasos, suspiros, nervios, pasiones, murmuraciones, esperanzas, dolores humanos.

Caminabamos sin parar. Hacia tiempo que el ultimo almiar habia quedado atras…

– Regresemos -dijo de pronto Xexo y se detuvo-. Me ha zumbado el oido derecho.

Nadie dijo nada. Proseguimos la marcha. Xexo continuo tambien, murmurando durante un buen rato, pero pronto se calmo. Era quiza medianoche. No se veia nada. Solo se presentia que a la noche le habian salido

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