africano. Algo indolente y gracioso, al mismo tiempo que muy antiguo, que evocaba los tiempos biblicos o bien las caravanas de los tuaregs, en las que las mujeres viajan a traves del desierto colgadas de cestas en los flancos de los dromedarios.

Manada hacia Ntumbo, pais nsungli

Asi acompano a mi padre en sus giras de medico, con la comitiva de portadores y el interprete, a traves de las montanas del oeste. Iban de campamento en campamento a pueblos cuyos nombres mi padre anotaba en el mapa: Nikom, Babungo, Nji Nikom, Luakom Ndye, Ngi y Obukun. Los campamentos a veces eran mas que precarios: en Kwaja, en el pais kaka, se alojaron en una choza sin ventanas en medio de una plantacion de bananos. Era tan humeda que cada manana habia que poner las sabanas y las mantas a secarse sobre el techo. Se quedaban una o dos noches, a veces una semana. El agua para tomar era acida y violacea por el permanganato, se lavaban en el arroyo y cocinaban con un fuego de ramitas a la entrada de la choza. En las montanas debajo del ecuador las noches eran frias, con zumbidos, colmadas por los clamores de los gatos salvajes y los chillidos de los mandriles. Pero no era el Africa de Tartarin ni la de John Huston. Era mas la del Africa farm, un Africa real, de gran densidad humana, doblegada por la enfermedad y las guerras tribales. Pero tambien fuerte e hilarante, con sus innumerables chicos, sus fiestas bailadas, el buen caracter y el humor de los pastores que encontraban por los caminos.

La epoca de Banso fue, para mi madre y mi padre, la epoca de la juventud y de la aventura. A lo largo de sus recorridos el Africa que veian no era la de la colonizacion. La administracion inglesa, segun uno de sus principios, conservo la estructura politica tradicional, con sus reyes, sus jefes religiosos, sus jueces, sus castas y sus privilegios.

Cuando llegaban a un pueblo eran recibidos por los emisarios del rey, los invitaban a conversar con el jefe y los fotografiaban con la corte. En uno de esos retratos, mi padre y mi madre posan con el rey Menfo'f de Banso. Segun la tradicion, el rey esta desnudo hasta la cintura, sentado en su trono, con el espantamoscas en la mano. A su lado, mi padre y mi madre estan de pie, con trajes arrugados y llenos del polvo del camino, mi madre con su larga pollera y los zapatos para el camino, mi padre con una camisa con las mangas arremangadas y el pantalon caqui demasiado ancho, muy corto, sostenido por un cinturon que parece un piolin. Sonrien, estan felices y libres en esa aventura. Detras del rey se ve la pared del palacio, una simple cabana de ladrillos y barro seco en el que brillan briznas de paja.

A veces, en su camino por las montanas, las noches eran violentas, ardientes y sexuadas. Mi madre hablaba de fiestas que estallaban de pronto, en los pueblos, como en Babubgo, en el pais nkom, a cuatro dias de marcha de Banso. En la plaza se preparaba el teatro de mascaras.

Puente sobre el rio, Ahoada

Debajo de un banano se sentaban los tocadores de tam-tam, golpeaban y el llamado de la musica repercutia a lo lejos. Las mujeres empezaban a bailar, estaban completamente desnudas salvo un hilo de perlas alrededor de la cintura. Avanzaban una detras de otra, inclinadas hacia adelante, con los pies golpeaban la tierra al mismo ritmo que los tambores. Los hombres estaban de pie. Algunos llevaban trajes de rafia y otros las mascaras de los dioses. El maestro de los jujus dirigia la ceremonia. Empezaba a la caida del sol, hacia las seis, y duraba hasta el alba del dia siguiente. Mi padre y mi madre estaban acostados en sus camas tijera, debajo del mosquitero, y escuchaban tocar los tambores, segun un ritmo continuo que apenas se estremecia, como un corazon que se va acelerando. Estaban enamorados. El Africa a la vez salvaje y muy humana era su noche de bodas. Todo el dia el sol les habia quemado el cuerpo y estaban colmados de una fuerza electrica incomparable. Imagino que esa noche hicieron el amor al ritmo de los tambores que vibraban debajo de la tierra, apretujados en la oscuridad, con la piel empapada en sudor, en el interior de la choza de tierra y ramas que no era mas grande que una jaula para gallinas. Luego se dormirian al alba, en el aire frio de la manana que hacia ondular la cortina del mosquitero, abrazados, ya sin escuchar el ritmo fatigado de los ultimos tam-tam.

La rabia de Ogoja

Si quiero comprender que cambio a ese hombre, ese quiebre que hubo en su vida, pienso en la guerra. Hubo un antes y un despues. Para mi padre y mi madre, el antes fueron las altas mesetas del oeste de Camerun, las suaves colinas de Bamenda y de Banso, Forestry House, los caminos por las praderas de hierbas y las montanas de Mbam y de los paises mbembe, kaka y sahnti. Todo esto no como un paraiso -nada que ver con la languida dulzura de la costa en Victoria, el lujo de las residencias y la ociosidad de los colonos-, sino como un tesoro de humanidad, algo potente y generoso, como la sangre que late en las arterias jovenes.

Podia parecerse a la felicidad. En esa epoca mi madre quedo embarazada dos veces. Los africanos tienen la costumbre de decir que los humanos no nacen el dia que salen del vientre de la madre, sino en el lugar y el instante en que son concebidos. Yo no se nada de mi nacimiento, lo que creo es el caso de todos. Pero si entro en mi mismo, si miro hacia el interior, percibo esa fuerza, ese hormiguear de energia, la sopa de moleculas listas para ensamblarse y formar un cuerpo. Y antes del instante de la concepcion, todo lo que lo precedio, que esta en la memoria de Africa. No es una memoria difusa, ideal: la imagen de las altas mesetas, de los pueblos, las caras de los viejos, los ojos agrandados de los chicos roidos por la disenteria, el contacto con todos esos cuerpos, el olor de la piel humana y el murmullo de las plantas. A pesar de todo eso, a causa de todo eso, esas imagenes son las de la felicidad, de la plenitud que me hizo nacer.

Esta memoria esta unida a los lugares, a los dibujos de las montanas, al cielo de la altura y a la ligereza del aire matinal. Al amor que sentia por su casa, esa choza de barro seco y hojas, el patio donde cada dia las mujeres y los chicos se instalaban, sentados en el suelo, para esperar la hora de la consulta, un diagnostico o una vacuna. A la amistad que acercaba a los habitantes.

Recuerdo, como si lo hubiera conocido, al asistente de mi padre en Banso, el viejo Ahidjo, que se habia convertido en su consejero y amigo. Se ocupaba de todo, de la intendencia, del itinerario por regiones lejanas, de las relaciones con los jefes, de los salarios de los portadores y del estado de las cabanas de paso. Lo habia acompanado en los viajes, al comienzo, pero sus muchos anos y su estado de salud ya no se lo permitian. No le pagaban por el trabajo que hacia. Sin duda, ganaba prestigio y credito: era el hombre de confianza del medico. Gracias a el mi padre pudo orientarse en el pais, ser aceptado por todos (incluidos los brujos de los que era el competidor directo) y ejercer su oficio. De los veinte anos que paso en Africa occidental mi padre conservo solo dos amigos: Ahidjo y el 'doctor' Jeffries, un oficial de distrito de Bamenda, apasionado de la arqueologia y la antropologia. Un poco antes de que mi padre se fuera, Jeffries termino efectivamente su doctorado y lo contrato la Universidad de Johannesburgo. Mandaba noticias cada tanto, en forma de articulos y folletos dedicados a sus descubrimientos y tambien, una vez por ano, por Boxing day, un paquete de pasta de guayaba de Sudafrica.

Ahidjo le escribio regularmente a mi padre, a Francia, durante anos. En 1960, en el momento de la independencia, Ahidjo le pregunto a mi padre sobre la integracion de los reinos del oeste de Nigeria. Mi padre le contesto que, teniendo en cuenta la historia, le parecia preferible que fueran integrados en el Camerun francofono que tenia la ventaja de ser un pais pacifico. El futuro le dio la razon.

Despues dejaron de llegar las cartas, y mi padre supo por las buenas hermanas de Bamenda que su viejo amigo habia muerto. De la misma manera, un ano el paquete de pasta de guayaba de Sudafrica no llego el dia de ano nuevo y supimos que el doctor Jeffries habia desaparecido. Asi se cortaron los ultimos lazos que mi padre habia conservado con su pais de adopcion. Solo le quedaba la magra jubilacion que el gobierno nigeriano, en el momento de la independencia, se habia comprometido a pagar a sus viejos servidores. Pero un poco mas tarde la jubilacion dejo de llegar como si todo el pasado hubiera desaparecido.

Por lo tanto, el sueno africano de mi padre lo rompio la guerra. En 1938, mi madre dejo Nigeria para ir a dar a luz en Francia, con sus padres. La breve licencia que tomo mi padre por el nacimiento de su primer hijo le

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