alli por un anterior ocupante, porque no se parecen a los que mi padre podia buscar. Por el contrario, los muebles esculpidos lo acompanaron hasta Francia. Pase una gran parte de mi infancia y de mi adolescencia en medio de esos muebles, sentado en los taburetes para leer los diccionarios. Jugue con las estatuas de ebano, con las campanillas de bronce, utilice los cauris como tabas. Para mi, esos objetos, esas maderas esculpidas y esas mascaras colgadas en las paredes en absoluto eran exoticas. Eran mi parte africana, prolongaban mi vida y, de cierta manera, la explicaban. Y antes de mi vida, hablaban del tiempo en que mi padre y madre habian vivido alli, en ese otro mundo donde habian sido felices. ?Como decirlo? Senti asombro, y hasta indignacion cuando, mucho despues, descubri que esos objetos podian haber sido comprados y colocados por gente que nada de eso habian conocido, para los que significaban nada, y aun peor, para quienes esas mascaras, esas estatuas y esos tronos no eran cosas vivas, sino la piel muerta que a menudo se llama 'arte'.
Banso [1]
Durante los primeros anos de matrimonio, mi padre y mi madre vivieron alli su vida amorosa, en Forestry House y en los caminos de la region alta de Camerun, hasta Banso. Con ellos viajaban sus empleados, Njong el sirviente, Chindefondi el interprete, Philippus el jefe de los portadores. Philippus era el amigo de mi madre. Era un hombre de talla pequena, dotado de una fuerza herculea, capaz de empujar un tronco para despejar el camino o de llevar cargas que nadie hubiera podido levantar. Mi madre contaba que varias veces la habia ayudado a cruzar los rios crecidos, sosteniendola con los brazos por encima del agua.
Con ellos viajaban tambien los inseparables companeros de mi padre a los que habia adoptado al llegar a Bamenda: James y Pegase, los caballos, con la frente marcada por una estrella blanca, caprichosos y dulces. Y su perro, Polisson, una especie de perdiguero desgarbado que trotaba adelante por los caminos y que se acostaba a sus pies siempre que se detenia, aun cuando mi padre tuviera que posar para una foto oficial en compania de los reyes.
A partir de 1932, mi padre y mi madre dejaron la residencia de Forestry House en Bamenda y se instalaron en la montana, en Banso, donde debia crearse un hospital. Banso estaba al final del camino de laterita transitable en todas las estaciones. Era el umbral del pais llamado 'salvaje', el ultimo puesto donde se ejercia la autoridad britanica. Mi padre sera alli el unico medico y el unico europeo, lo que no le desagradaba.
Tenia a su cargo un territorio inmenso. Iba desde la frontera con Camerun bajo mandato frances, al sureste, hasta los limites de Adamaua al norte, y comprendia la mayor parte de las circunscripciones de ingenieria y de los pequenos reinos que escaparon a la autoridad directa de Inglaterra despues de que se fueran los alemanes: Kantu, Abong, Nkom, Bum, Foumban y Bali. En el mapa que el mismo hizo, mi padre anoto las distancias, no en kilometros, sino en horas y dias de marcha. Las precisiones indicadas en el mapa dan la verdadera dimension de ese pais, la razon por la cual lo amaba: los vados, los rios profundos o tumultuosos, las colinas que habia que escalar, las curvas del camino, el descenso al fondo de los valles que no puede hacerse a caballo y los acantilados infranqueables. En los mapas que dibujo, los nombres son una letania, hablan de la marcha bajo el sol, a traves de las llanuras herbosas, o de la escalada trabajosa de montanas en medio de las nubes: Kengawmeri, Mbiami, Tanya, Ntim, Wapiri, Ntem, Wante, Mbam, Mfo, Yang, Ngonkar, Ngom, Nbirka, Ngu, treinta y dos horas de marcha, es decir cinco dias a razon de diez kilometros por dia en un terreno dificil. Mas las paradas en las pequenas aldeas, los cuidados que debian prodigarse, las vacunas, las discusiones (las famosas charlas) con las autoridades locales, las quejas que habia que escuchar, y el diario que habia que escribir, vigilar la economia, los medicamentos que habia que pedir a Lagos, las instrucciones que debian dejarse a los oficiales de sanidad y a los enfermeros en los dispensarios.
El rey Menfoi, Banso
Durante mas de quince anos ese pais sera el suyo. Es probable que nadie lo haya sentido mejor que el, recorrido, explorado y sufrido a tal punto. Haber visto a cada habitante, puesto al mundo a muchos y acompanado a otros hacia la muerte. Amado, sobre todo, porque aunque no hablaba de eso, aunque nada contaba, hasta el final de su vida guardo la marca y la huella de esas colinas, de esas selvas y de esas hierbas, y de la gente que alli conocio.
No existen los mapas de la epoca en que recorria las provincias del noroeste. El unico mapa impreso del que disponia era el mapa del estado mayor del ejercito aleman en escala 1/300.000 hecho por Moisel en 1913. Fuera de las principales corrientes de agua, el Donga Kari, afluente del Benue al norte y el rio Cross al sur, y las dos ciudades antiguas fortificadas de Banyo y Kentu, el mapa era impreciso. El mapa del ejercito aleman mencionaba con un signo de interrogacion a Abong, el pueblo mas al norte del territorio sanitario de mi padre, a mas de diez dias de camino. Los distritos de Kaka y Mbembe estaban tan lejos de la zona costera que era como si pertenecieran a otro pais. La gente que vivia alli, en su mayoria, nunca habia visto a los europeos y los mayores recordaban con horror la ocupacion del ejercito aleman, las ejecuciones y los secuestros de ninos. Lo cierto es que no tenian la menor idea de lo que representaba la potencia colonial de Inglaterra o Francia y no imaginaban la guerra que se preparaba en la otra punta del mundo. No eran regiones aisladas ni salvajes (como mi padre, por desquite, podra decir de Nigeria, y en especial de la selva alrededor de Ogoja). Por el contrario, era un pais prospero, donde se cultivaban arboles frutales, name y mijo, y se criaba ganado. Los reinos estaban en el corazon de una zona de influencia inspirada en el Islam llegado de los imperios del norte, de Kano, de los emiratos de Bornu y Agadez, de Adamaua, aportado por los vendedores ambulantes fulanis y los guerreros hausas. Al este estaba Banyo y el pais bororo, al sur la antigua cultura de los bamuns de Foumban que practicaban el intercambio, dominaban el arte de la metalurgia y hasta utilizaban una escritura inventada en 1900 por el rey Njoya. Al fin de cuentas, la colonizacion europea habia afectado poco a la region. Douala, Lagos, Victoria estaban a anos de ella. Los montaneses de Banso siguieron viviendo como lo habian hecho siempre, segun un ritmo lento, en armonia con la naturaleza sublime que los rodeaba, cultivando la tierra y paciendo sus manadas de vacas de largos cuernos.
Los cliches que mi padre tomo con su Leica muestran la admiracion que sentia por ese pais. Los nsungli, por ejemplo, en los alrededores de Nkor: un Africa que nada tenia en comun con la zona costera, donde reinaba una atmosfera pesada y la vegetacion era sofocante, casi amenazadora. Donde todavia pesaba mucho la presencia de los ejercitos de ocupacion frances y britanico.
Era un pais de horizontes lejanos, con cielo mas vasto y extensiones inabarcables. Mi padre y mi madre sintieron alli una libertad que nunca habian conocido en otra parte. Caminaban todo el dia, tanto a pie como a caballo, y se detenian a la noche para dormir bajo un arbol al raso, o en un campamento sumario, como en Kwolu, en la ruta de Kishong, una simple choza de barro seco y hojas donde colgaban sus hamacas. En Ntumbo, en la meseta, se cruzaron una manada que mi padre fotografio con mi madre en primer plano. Estaban tan alto que el cielo brumoso parece apoyarse en los cuernos en medialuna de las vacas y vela la cima de las montanas de alrededor. A pesar de la mala calidad de la copia, es perceptible la felicidad de mi padre y de mi madre. En el dorso de esta foto tomada en alguna parte de la region de las praderas de hierbas, en el pais nbembe, que muestra el paisaje ante el cual pasaron la noche, mi padre escribio con enfasis no habitual: 'La inmensidad que se ve al fondo es la llanura sin fin'.
Puedo sentir la emocion que experimentaba al atravesar las altas mesetas y las llanuras herbosas, cabalgando por los estrechos senderos que serpenteaban en el flanco de la montana, descubriendo a cada instante nuevos panoramas, las lineas azules de las cumbres que surgian de las nubes como espejismos, banadas por la luz de Africa, tanto violenta al mediodia como atenuada en el crepusculo, cuando la tierra roja y las hierbas leonadas parecen iluminadas desde el interior por un fuego secreto.
Conocieron tambien la ebriedad de la vida fisica, la fatiga que quiebra los miembros al final de un dia de camino, cuando hay que bajar del caballo y llevarlo de la rienda para llegar al fondo de los barrancos. La quemadura del sol, la sed que no puede aplacarse, o el frio de los rios que deben cruzarse en medio de la corriente, con el agua hasta el antepecho de los caballos. Mi madre montaba a la amazona, como habia aprendido a hacerlo en el picadero de Ermenonville. Y esta postura tan incomoda -sin duda, vagamente ridicula porque la separacion de sexos todavia se usaba en la Francia de antes de la guerra- paradojicamente le daba un aire