hombre que solo utilizaba su energia y su saber en tareas minusculas e ingratas que se negaban a hacer la mayoria de los jubilados; con el mismo cuidado, lavaba los platos, reparaba las baldosas rotas de su departamento, lavaba su ropa, zurcia sus calcetines, construia bancos y estantes con la madera de los cajones. Africa le habia impreso una marca que se confundia con las huellas dejadas por la educacion espartana de su familia en Mauricio. El traje occidental que usaba cada manana para ir al mercado debia pesarle. Apenas volvia a su casa, se ponia una ancha camisa azul a la manera de las tunicas de los hausas del Camerun que llevaba hasta la hora de acostarse. Asi lo vi al final de su vida. Ya no el aventurero ni el militar inflexible, sino un hombre viejo desterrado, exiliado de su vida y de su pasion, un superviviente.

Para mi padre, Africa empezo cuando llego a la Costa de Oro, a Accra. Imagen caracteristica de la Colonia: desembarcaban a los viajeros europeos vestidos de blanco con casco Cawnpore en un barquito y los transportaban a tierra a bordo de una piragua guiada por negros. Esta Africa no era muy exotica: era solo la estrecha franja que sigue el contorno de la costa, desde la punta de Senegal hasta el golfo de Guinea, y que conocian todos los que llegaban de las metropolis para hacer negocios y enriquecerse prontamente. Una sociedad que, en menos de medio siglo, se arquitecturo en castas, lugares reservados, prohibidos, privilegios, abusos y beneficios. Banqueros, agentes comerciales, administradores civiles o militares, jueces, policias y gendarmes. Alrededor de ellos, en las grandes ciudades portuarias, Lome, Cotonou, Lagos, como en Georgetown en Guyana, se creo una zona limpia, lujosa, con cespedes impecables, canchas de golf y palacios de estuco o de maderas preciosas en vastos palmerales, al borde de un lago artificial, como la casa del director del servicio medico en Lagos. Un poco mas lejos, el circulo de los colonizados, con el andamiaje complejo que han descrito Rudyard Kipling para la India y Rider Haggard para el Africa oriental. Es la franja domestica, el elastico colchon de intermediarios, escribanos, mensajeros, ujieres, servidores (?las palabras no faltan!), vestidos a medias a la europea, con zapatos y paraguas negros. Y finalmente, el exterior es el oceano inmenso de los africanos, que solo conocen de los occidentales sus ordenes y la imagen casi irreal de un auto con carroceria negra que circula a gran velocidad en medio de una nube de polvo y que cruza tocando bocina sus barrios y sus pueblos.

Esa es la imagen que mi padre detesto. El habia roto con Mauricio y su pasado colonial, y se burlaba de los plantadores y de sus aires de grandeza; el, que habia huido del conformismo de la sociedad inglesa, para la que un hombre valia solo por su tarjeta; el que habia recorrido los rios salvajes de Guyana, que habia vendado, cosido, curado a los buscadores de diamantes y a los indios subalimentados; ese hombre no podia sino sentir nauseas por el mundo colonial y su injusticia presuntuosa, sus cocteles parties y sus golfistas de traje, su domesticidad, sus amantes de ebano, prostitutas de quince anos que entraban por la puerta de servicio, y sus esposas oficiales muertas de calor que por unos guantes, el polvo o la vajilla rota descargaban su rencor en la servidumbre.

?Hablaba de esto? ?De donde me viene esta instintiva repulsion que senti desde la infancia por el sistema colonial? Sin duda, capte una palabra, una reflexion, a proposito de las ridiculeces de los administradores, como el oficial de distrito de Abakaliki que mi padre a veces me llevaba a ver, que vivia en medio de su grupo de pequineses alimentados con lomo y masas y que bebian unicamente agua mineral. O bien los relatos de los blancos importantes que viajaban en convoyes, a la caza de leones y elefantes, armados con fusiles de mira telescopica y balas explosivas y que, cuando se cruzaban con mi padre en comarcas perdidas, lo tomaban por un organizador de safaris y le preguntaban sobre la presencia de animales salvajes, a lo que mi padre respondia: 'Desde hace veinte anos que estoy aqui y no he visto ni uno, a menos que hablen de serpientes y de buitres'. O tambien el oficial de distrito destinado a Obudu, en la frontera de Camerun, que se divertia haciendome tocar las calaveras de los gorilas que habia matado y me mostraba la colina detras de si asegurando que a la tarde se escuchaba el escandalo que provocaban los grandes simios golpeandose el pecho. Y, sobre todo, la imagen obsesiva que conserve, en la ruta que llevaba a la pileta de Abakaliki, de la cohorte de prisioneros negros encadenados, avanzando con paso cadencioso, custodiados por policias armados con fusiles.

?Tal vez fue la mirada de mi madre sobre ese continente a la vez tan nuevo y tan maltratado por el mundo moderno? No recuerdo lo que ella nos decia, a mi hermano y a mi, cuando nos hablaba del pais donde habia vivido con mi padre, donde debiamos volver un dia. Solo se que, cuando mi madre decidio casarse con mi padre e ir a vivir a Camerun, sus amigas parisienses le dijeron: '?Como, entre los salvajes?', y que ella, despues de todo lo que mi padre le habia contado, solo pudo contestar: '?No son mas salvajes que la gente de Paris!'.

Despues Lagos, Owerri y Abo, no lejos del rio Niger. Ya mi padre estaba lejos de la zona 'civilizada'. Estaba frente a los paisajes del Africa ecuatorial tal como los describe Andre Gide en su Viaje al Congo (mas o menos contemporaneo de la llegada de mi padre a Nigeria): la extension del rio, vasto como un brazo de mar por el que navegaban piraguas y barcos con paletas, y los afluentes, la orilla de Ahoada con sus 'sampanes' de techos de palmeras, impulsados por perchas, y mas cerca de la costa, la orilla de Calabar, la abertura del pueblo de Obukun, creado a machetazos en el espesor de la selva. Esas fueron las primeras imagenes que recibio mi padre del pais donde pasaria la mayor parte de su vida, del pais que se convertiria, por fuerza y por necesidad, en su verdadero pais.

Imagino su exaltacion al llegar a Victoria despues de veinte dias de viaje. En la coleccion de cliches tomados por mi padre en Africa hay una foto que me emociona especialmente porque es la que eligio agrandar para hacer un cuadro. Traduce su impresion de entonces, de estar en el comienzo, en el umbral de Africa, en un lugar casi virgen. Muestra la desembocadura del rio, en el lugar donde el agua dulce se mezcla con el mar. La bahia de Victoria dibuja una curva que termina en una punta de tierra donde las palmeras se inclinan en el viento de alta mar. El mar se estrella en las rocas negras y va a morir a la playa. Las brumas que trae el viento recubren los arboles de la selva y se mezclan con el vapor de la cienaga y del rio. Hay misterio y salvajismo, a pesar de la playa y a pesar de las palmeras. En primer plano, muy cerca de la orilla, se ve la cabana blanca en la que mi padre vivio al llegar. No por azar mi padre utilizaba para designar a esas cabanas de paso africanas la palabra muy mauriciana de 'campamento'. Si ese paisaje lo llama, si todavia hace latir mi corazon es porque podria estar en Mauricio, en la bahia de Tamarin, por ejemplo, o bien en el cabo Malheureux donde en su infancia a veces mi padre iba de excursion. ?Tal vez creyo, en el momento de llegar, que iba a reencontrar algo de la inocencia perdida, el recuerdo de esa isla que las circunstancias habian arrancado de su corazon? ?Como no lo iba a pensar? Era la misma tierra roja, el mismo cielo, el mismo viento constante del mar y, en todas partes, en los caminos, en los pueblos, los mismos rostros, las mismas risas de chicos, la misma despreocupacion indolente. De alguna manera, una tierra de origen donde el tiempo habria retrocedido, habria destejido la trama de errores y traiciones.

Por eso, yo sentia su impaciencia, su gran deseo de penetrar en el interior del pais para empezar su oficio de medico. Desde Victoria, las pistas lo llevaron a traves del monte Camerun hacia las altas mesetas donde debia ocupar su puesto, en Bamenda. Alli trabajara durante los primeros anos, en un hospital medio en ruinas, un dispensario de las buenas hermanas holandesas, con paredes de barro seco y techo de palmeras. Alli va a pasar los anos mas felices de su vida.

Su casa era Forestry House, una verdadera casa de madera de un piso, cubierta por un techo de hojas que mi padre va a dedicarse a reconstruir con el mayor cuidado. Abajo, en el valle, no lejos de las prisiones, se encontraba la ciudad hausa con sus murallas de adobe y altas puertas, como lo estaba en la epoca de gloria de Adamaua. Un poco separada, la otra ciudad africana, el mercado, el palacio del rey de Bamenda, y la casa de paso del oficial de distrito y de los oficiales de Su Majestad (solo fueron una vez, para condecorar al rey). Una foto tomada por mi padre, sin duda un poco satirica, muestra a esos senores del gobierno britanico, duros en sus shorts y sus camisas almidonadas, con casco, las pantorrillas moldeadas por sus medias de lana, mirando el desfile de los guerreros del rey, con taparrabos, la cabeza decorada con piel y plumas, blandiendo sus azagayas.

Victoria (en la actualidad, Lembe)

Despues de su casamiento mi padre llevo a mi madre a Bamenda y Forestry House fue su primera casa. Instalaron sus muebles, los unicos muebles que alguna vez compraron y que llevaron con ellos a todas partes: mesas, sillones tallados en troncos de iroko, decorados con esculturas tradicionales de las altas mesetas del oeste de Camerun, leopardos, monos, antilopes. La foto que saco mi padre de su salon de Forestry House muestra una decoracion muy 'colonial'; sobre la campana de la chimenea (hacia frio en Bamenda en invierno) esta colgado un gran escudo de piel de hipopotamo, con dos lanzas cruzadas. Con toda verosimilitud se trata de objetos dejados

Вы читаете El africano
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату