suburbio londinense (como mi abuelo lo habia hecho en el suburbio parisiense), en Richmond, por ejemplo, o aun en Escocia (un pais que siempre le gusto). No voy a hablar de los cambios que esto habria provocado en sus hijos (porque nacer aqui o alla en el fondo no tiene una importancia considerable). Si de lo que habria cambiado en el hombre que era, que hubiera llevado una vida mas formal, menos solitaria. Si hubiera curado resfrios y gripes en lugar de leprosos, paludicos o victimas de encefalitis letargica. Si hubiera aprendido a tener intercambios no de manera excepcional, por medio de gestos, interpretes, o de esa lengua elemental que era el pidgin english (nada que ver con el refinado y espiritual creole de Mauricio), sino en la vida de todos los dias, con gente llena de una trivialidad que a uno lo hace sentirse cercano, lo integra en una ciudad, en un barrio y en una comunidad.

Habia elegido otra cosa. Por orgullo, sin duda, para huir de la mediocridad de la sociedad inglesa, tambien por gusto de la aventura. Y esta otra cosa no era gratuita. Lo hundia en otro mundo, lo llevaba hacia otra vida, lo exiliaba en el momento de la guerra, le hacia perder mujer e hijos, lo volvia, de cierta manera, ineluctablemente extranjero.

La primera vez que vi a mi padre, en Ogoja, me parecio que tenia quevedos. ?De donde me vino esa idea?

En esa epoca, los quevedos ya no eran muy comunes. Tal vez, en Niza, algunos veteranos habian conservado ese accesorio que yo imagino que sentaba perfectamente a ex oficiales rusos del ejercito imperial, con bigotes y patillas, o bien a inventores arruinados que frecuentaban los bancos de empeno. ?Por que el? En realidad, mi padre debia llevar anteojos a la moda de los anos treinta, fina montura de acero y vidrios redondos que reflejaban la luz. Los mismos que veo en los retratos de los hombres de su generacion, Louis Jouvet o James Joyce (con el que, ademas, tenia cierto parecido). Pero un simple par de anteojos no bastaba para la imagen que conserve de ese primer encuentro, la extraneza, la dureza de su mirada, acentuada por las dos arrugas verticales entre las cejas. Su lado ingles, mejor dicho britanico, la severidad de su aspecto, la especie de armadura rigida que se habia endosado de una vez para siempre.

Creo que en las primeras horas que siguieron a mi llegada a Nigeria, la larga carretera de Port Harcourt a Ogoja, bajo un aguacero, en el Ford V8 gigantesco y futurista, que no se parecia a ningun vehiculo conocido, lo que me causo un shock no fue Africa, sino el descubrimiento de ese padre desconocido, ajeno, posiblemente peligroso. Al ridiculizarlo con los quevedos justificaba mi sentimiento. ?Mi padre, mi verdadero padre podia llevar quevedos?

De inmediato su autoridad planteo un problema.

Desembarco en Accra (Ghana)

Mi hermano y yo habiamos vivido en una especie de paraiso anarquico casi desprovisto de disciplina. La poca autoridad con la que nos enfrentabamos provenia de mi abuela, una anciana senora generosa y refinada, que estaba fundamentalmente en contra de cualquier castigo corporal a los ninos ya que preferia la razon y la dulzura. Mi abuelo materno, en su juventud, en Mauricio, habia recibido principios mas estrictos, pero sus muchos anos, el amor que le tenia a mi abuela y esa distancia ensimismada propia de los grandes fumadores, lo aislaban en un reducto donde se encerraba con llave, justamente, para fumar en paz su tabaco en hebras.

En cuanto a mi madre, ella era la fantasia y el encanto. La queriamos y pienso que nuestras tonterias la hacian reir. No recuerdo haberla escuchado levantar la voz. Entonces teniamos carta blanca para hacer reinar en el pequeno departamento un terror infantil. En los anos que precedieron a nuestra partida a Africa hicimos cosas que, con la distancia de la edad, me resultan, en efecto, bastante terribles: un dia, instigado por mi hermano, trepe con el por la baranda del balcon (todavia la veo, nitidamente mas alta que yo) para llegar a la canaleta que dominaba todo el barrio desde lo alto de los seis pisos. Pienso que mis abuelos y mi madre estaban tan espantados que, cuando aceptamos volver, se olvidaron de castigarnos.

Me acuerdo haber tenido crisis de rabia porque me negaban algo, un bombon, un juguete, o sea por una razon tan insignificante que no me marco, tal rabia que tiraba por la ventana todo lo que caia en mis manos, hasta muebles. En esos momentos, nada ni nadie podia calmarme. A veces vuelvo a sentir la sensacion de esas bocanadas de colera, algo que solo puedo comparar con la borrachera del eteromano (el eter que se hacia respirar a los chicos para sacarles las amigdalas). La perdida de control, la impresion de flotar, y al mismo tiempo, una lucidez extrema. Fue la epoca en que tambien era presa de violentos dolores de cabeza, por momentos tan insoportables que debia ocultarme debajo de los muebles para no ver la luz. ?De donde venian esas crisis? Hoy me parece que la unica explicacion seria la angustia de los anos de guerra. Un mundo cerrado, sombrio, sin esperanza. La comida desastrosa, ese pan negro del que se decia estaba mezclado con aserrin y que habia estado a punto de causar mi muerte a la edad de tres anos. El bombardeo del puerto de Niza que me habia tirado al piso en el bano de mi abuela, esa sensacion, que no puedo olvidar, de que me faltaba el suelo bajo los pies. O tambien la imagen de la ulcera en la pierna de mi abuela, agravada por las penurias y la falta de medicamentos. Estaba en el pueblo de montana donde mi madre se fue a ocultar, debido a la posicion de mi padre en el ejercito britanico y al riesgo de deportacion. Haciamos cola delante de un negocio y yo miraba las moscas que se posaban en la llaga abierta de la pierna de mi abuela.

Hoggar (Argelia)

El viaje a Africa puso fin a todo eso. Un cambio radical: segun las instrucciones de mi padre, antes de irnos, debi cortarme el pelo que tenia largo como los de un chico breton, lo que tuvo el resultado de infligirme una quemadura en las orejas y de hacerme entrar en las filas de la normalidad masculina. Nunca mas sufriria esas espantosas migranas, nunca mas podria dar libre curso a las crisis de colera de mi primera infancia. La llegada a Africa fue para mi la entrada en la antecamara del mundo adulto.

De Georgetown a Victoria

A la edad de treinta anos mi padre dejo Southampton a bordo de un carguero mixto con destino a Georgetown, en la Guyana britanica. Las pocas fotos de el en esa epoca muestran a un hombre robusto, de aspecto deportivo, vestido de manera elegante, traje, camisa de cuello duro, corbata, chaleco, zapatos de cuero negro. Hacia ocho anos que se habia ido de Mauricio, despues de la expulsion de su familia de la casa natal, un fatal dia de 1919. En la pequena libreta donde consigno los acontecimientos importantes de los ultimos dias pasados en Moka, escribio: 'En la actualidad, solo tengo un deseo, irme lejos de aqui y no volver nunca'. La Guyana, efectivamente, era la otra punta del mundo, las antipodas de Mauricio.

?Fue el drama de Moka el que justifico ese alejamiento? Sin duda, en el momento de su partida tenia una determinacion que nunca lo abandono. No podia ser como los otros. No podia olvidar. Nunca hablaba del acontecimiento que habia sido el origen de la dispersion de todos los miembros de su familia. Salvo, cada tanto, para dejar escapar un relampago de colera.

Durante siete anos estudio en Londres, primero en una escuela de ingenieros, luego en la facultad de medicina. Su familia estaba arruinada y solo contaba con la beca del gobierno. No podia permitirse fracasar. Se especializo en medicina tropical. Ya sabia que no tendria los medios para instalarse como medico particular. El episodio de la tarjeta exigida por el medico jefe del hospital de Southampton solo sera el pretexto para romper con la sociedad europea.

La unica parte amable de su vida, en ese momento, era el trato con su tio en Paris y la pasion que sintio por su prima hermana, mi madre. Las vacaciones que pasaba en Francia con ellos eran el regreso imaginario a un pasado que ya no existia. Mi padre nacio en la misma casa que su tio, y uno tras otro crecieron alli, conocieron los mismos lugares, los mismos secretos, los mismos escondrijos y se banaron en el mismo arroyo. Mi madre no vivio alli (nacio en Milly), pero siempre oyo hablar de esto a su padre, formo parte de su pasado, por eso tenia el gusto de un sueno inaccesible y familiar (porque, en esa epoca, Mauricio estaba tan lejos que solo podia sonar con ella). Mi padre y mi madre estaban unidos por ese sueno, eran los dos como los exiliados de un pais inaccesible.

No importaba. Mi padre estaba decidido a irse y se iria. El Colonial Office acababa de darle un puesto de medico en los rios de Guyana. Apenas llego fleto una piragua provista de un techo de palmeras y con la propulsion

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