permitio ver a mi madre en Bretana, donde se quedo hasta el final del verano de 1939. Tomo el barco de regreso a Africa antes de la declaracion de guerra. Fue a su nuevo puesto en Ogoja, en la provincia de Cross River. Cuando estallo la guerra supo que de nuevo pasarian Europa a sangre y fuego. Tal vez esperaba, como mucha gente de Europa, que el avance del ejercito aleman seria contenido en la frontera y que no alcanzaria Bretana, por ser la parte mas occidental.

Cuando llegaron las noticias de la invasion de Francia, en junio de 1940, era demasiado tarde para actuar. En Bretana, mi madre vio a las tropas alemanas desfilar bajo sus ventanas, en Pont-l’Abbe, mientras la radio anunciaba que el enemigo se habia detenido en el Marne. Las ordenes de la kommandantur eran inapelables: todos los que no eran residentes permanentes en Bretana debian dejar el lugar. Apenas repuesta de su parto mi madre debio irse, primero a Paris, luego a la zona libre. Despues no hubo mas noticias. En Nigeria, mi padre solo sabia lo que transmitia la BBC. Para el, aislado en la selva, Africa se habia convertido en una trampa. A miles de kilometros, en alguna parte por los caminos colmados de fugitivos, mi madre circulaba con el viejo De Dion de mi abuela llevando con ella a su padre y a su madre y a sus dos hijos de un ano y de tres meses. Sin duda, fue en ese momento cuando mi padre intento esa locura, cruzar el desierto y embarcarse en Argelia con destino al sur de Francia para salvar a su mujer y a sus hijos y llevarlos con el a Africa. ?Mi madre habria aceptado seguirlo? Hubiera debido abandonar a sus padres en plena tormenta, cuando ya no estaban en condiciones de resistir. Afrontar los peligros del camino de regreso, arriesgarse a ser capturados por los alemanes o los italianos y deportados.

Mi padre no tenia ningun plan. Se lanzo a la aventura sin reflexionar.

Fue a Kano, en el norte de Nigeria, y compro un pasaje en una caravana de camiones que cruzaba el Sahara. En el desierto no habia guerra. Los comerciantes seguian transportando sal, lana, madera y materias primas. Las rutas maritimas se habian vuelto peligrosas y el Sahara permitia la circulacion de las mercancias. Para un oficial de sanidad del ejercito ingles que viajaba solo, el proyecto era audaz e insensato. Mi padre subio hacia el norte y acampo en Hoggar, cerca de Tamanghasser (en esa epoca Fort-Laperrine). No habia tenido tiempo de prepararse, de llevar medicamentos y provisiones. Compartia lo que comian los tuaregs que acompanaban la caravana y bebia como ellos agua de los oasis, un agua alcalina que purga a los que no estan acostumbrados. A lo largo de la ruta tomo fotos del desierto, en Zinder, en Guezzam, en las montanas de Hoggar. Fotografio las inscripciones en tamacheq en las piedras, los campamentos de los nomadas, muchachas con la cara pintada de negro y ninos. Paso varios dias en el fuerte de In Guezzam, en la frontera de las posesiones francesas en el Sahara. Unas construcciones de adobe en las que flotaba la bandera francesa, y en la calle un camion detenido, tal vez con el que viajaba. Llego hasta la otra orilla del desierto, a Arak. Tal vez alcanzo el fuerte Mac-Mahon en El-Golea. En epoca de guerra cualquier extranjero es un espia. Finalmente lo detuvieron y le prohibieron seguir. Con la muerte en el corazon partido debio volver, rehacer el camino hasta Kano y hasta Ogoja.

Para el, a partir de ese fracaso, Africa ya no tuvo el mismo gusto a libertad. Bamenda, Baso, eran la epoca de la felicidad, en el santuario del pais alto rodeado de gigantes, el monte Bambuta a 2700 metros, el Kodju a 2000 y el Oku a 3000. Habia creido que nunca se iria. Habia sonado con una vida perfecta en la que los chicos crecerian en esa naturaleza y se convertirian, como el, en habitantes de ese pais.

Ogoja, adonde la guerra lo condeno, era un puesto avanzado de la colonia inglesa, un pueblo grande en una hondonada sofocante al borde del Aiya, rodeado por la selva, separado del Camerun por una cadena de montanas infranqueable. El hospital que tenia a su cargo existia desde hacia mucho tiempo, era un gran edificio de cemento con techo de chapa, sala de operaciones, dormitorios para los pacientes y un equipo de enfermeras y de parteras. Aunque seguia siendo un poco aventurero (quedaba a un dia de auto de la costa), la aventura estaba planificada. El oficial de distrito no estaba lejos, el gran centro administrativo de la provincia de Cross River estaba en Abakaliki y se podia llegar por una ruta transitable.

La casa oficial en la que vivia estaba justo al lado del hospital. No era un hermoso edificio de madera como Forestry House en Bamenda, ni una cabana rustica de adobe y palmeras como en Banso. Era una casa moderna, bastante fea, hecha de bloques de cemento con un techo de chapas onduladas que cada tarde la transformaba en un horno y que mi padre se apresuro a cubrir de hojas para aislarla del calor.

?Como vivio esos largos anos de guerra, solo en esa gran casa vacia, sin noticias de su mujer y de sus hijos?

Para el, su trabajo de medico se convirtio en una obsesion. La languida dulzura del Camerun ya no existia en Ogoja. Si bien seguia atendiendo en medio de la vegetacion ya no lo hacia a caballo, por los sinuosos senderos de las montanas. Utilizaba su auto (ese Ford V8 que compro a su predecesor, mas bien un camion que un auto, y que tanto me impresiono cuando vino a buscarnos al bajar del barco en Port Harcourt). Iba a los pueblos cercanos, unidos por las pistas de laterita, Ijama, Nyonnya, Bawop, Amachi, Baterik, Bakalung, hasta Obudu en las estribaciones de la montana de Camerun. El contacto con los enfermos no era el mismo. Eran demasiado numerosos. En el hospital de Ogoja ya no habia tiempo para hablar, para escuchar las quejas de las familias. Las mujeres y los ninos ya no tenian su lugar en el patio del hospital, donde estaba prohibido encender fuego para cocinar. Los pacientes estaban en los dormitorios, acostados en verdaderas camas de metal con sabanas almidonadas y muy blancas, probablemente sufrian tanto por sus afecciones como por la angustia. Cuando entraba en las salas mi padre leia el temor en sus ojos. El medico ya no era el hombre que aportaba los alivios de los medicamentos occidentales y que sabia compartir su saber con los ancianos de la aldea. Era un extranjero cuya reputacion se habia extendido por todo el pais, que cortaba brazos y piernas cuando habia empezado la gangrena, y cuyo unico remedio estaba contenido en ese instrumento a la vez aterrador e irrisorio, una jeringa de laton provista de una aguja de seis centimetros.

Banso

Entonces mi padre descubrio, despues de todos esos anos en los que se habia sentido cercano a los africanos, su pariente, su amigo, que el medico solo era otro actor del poderio colonial, no diferente del policia, del juez o del soldado. ?Como podia ser de otra manera? El ejercicio de la medicina era tambien un poder sobre la gente, y la vigilancia medica era tambien una vigilancia politica. El ejercito britanico lo sabia bien: a comienzos de siglo, despues de anos de resistencia encarnizada, habia podido vencer por la fuerza de las armas y de la tecnica moderna la magia de los ultimos guerreros ibos, en el santuario de Aro Chuku, a menos de un dia de marcha de Ogoja. No es facil cambiar pueblos enteros cuando ese cambio se hace presionando. Mi padre, sin duda, habia aprendido esta leccion de la soledad y del aislamiento en que lo hundio la guerra. Esta idea debio sumergirlo en el pensamiento del fracaso, en su pesimismo. Recuerdo que al final de su vida me dijo una vez que si volviera a empezar no seria medico, sino veterinario, porque los animales eran los unicos que aceptaban su sufrimiento.

Tambien habia violencia. En Banso, en Bamenda, en las montanas de Camerun, mi padre vivia en el encanto de la dulzura y del humor de los africanos. [2]

En Ogoja, todo era diferente. El pais estaba perturbado por las guerras tribales, las venganzas, los ajustes de cuentas entre las aldeas. Las rutas y los caminos no eran seguros, habia que salir armado. Los ibos de Calabar fueron los que resistieron con mas encarnizamiento la penetracion de los europeos. Se dice que son cristianos y ese sera uno de los argumentos utilizados por Francia para sostener su lucha contra sus vecinos yorubas, que son musulmanes. En verdad, el animismo y el fetichismo eran corrientes en la epoca. En Camerun tambien se practicaba la brujeria pero, segun mi padre, esta tenia un caracter mas abierto, mas positivo. En el este de Nigeria la brujeria era secreta y se la practicaba por medio de venenos, amuletos ocultos, signos destinados a provocar desdicha. Mi padre escucho por primera vez, de boca de los residentes europeos, y transmitidas por los autoctonos a su servicio, historias de hechizos, magia y crimenes rituales. La leyenda de Aro Chuku y de su piedra para sacrificios humanos continuaba actuando sobre los espiritus. Las historias que se contaban creaban un clima de desconfianza y tension. En tal pueblo, se decia, no lejos de Obudu, los habitantes tenian la costumbre de poner una cuerda que atravesaba la ruta cuando un viajero solo se aventuraba por alli en bicicleta. Apenas se caia mataban al desdichado, lo llevaban detras de una pared y despiezaban el cuerpo para comerlo. En otro, el oficial de distrito, durante una gira, hizo que agarraran de la tabla de un carnicero una carne pretendidamente de cerdo, pero que se decia era carne humana. En Obudu, donde cazaban a los gorilas de las montanas de alrededor, en el mercado vendian sus manos cortadas como souvenirs pero si se observaba mas de cerca podia verse que tambien

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