los ancianos es mucho mas sencilla: esos ojos habian visto el mal, y no querian ver mas.

– Mi marido ha desaparecido -dijo Grace-. Aunque no estoy segura, creo que los dos casos podrian estar relacionados.

– ?Como se llama su marido?

– Jack Lawson.

El anciano nego con la cabeza. El nombre no significaba nada para el. Grace le pregunto si tenia un numero de telefono o si sabia como ponerse en contacto con Jillian Dodd. El volvio a negar con la cabeza. Se dirigieron hacia el ascensor. Bobby no sabia el codigo, asi que un camillero los acompano. Bajaron desde la tercera planta a la primera en silencio.

Cuando llegaron a la puerta, Grace le dio las gracias por el tiempo que le habia dedicado.

– Su marido -dijo el-, usted lo quiere, ?verdad?

– Mucho.

– Espero que sea mas fuerte que yo.

A continuacion Bobby Dodd se alejo. Grace penso en la foto con el marco de plata de su habitacion, en su Maudie, y salio.

24

Perlmutter cayo en la cuenta de que, legalmente, no tenian derecho a abrir el coche de Rocky Conwell. Hizo acercarse a Daley.

– ?Esta DiBartola de servicio?

– No.

– Pues llama a la mujer de Rocky Conwell y preguntale si tiene un juego de llaves del coche. Dile que lo hemos encontrado y necesitamos que nos de permiso para registrarlo.

– Es la ex mujer. ?Tiene autoridad para darlo?

– La suficiente para nuestros intereses.

– De acuerdo.

Daley no tardo mucho. La mujer coopero. Pasaron por los apartamentos de Maple Garden en Maple Street. Daley subio a toda prisa y recogio las llaves. Cinco minutos despues estaban en el aparcamiento.

No habia hasta el momento la menor sospecha de delito. Si acaso, encontrar el coche alli, en ese aparcamiento, inducia a extraer la conclusion contraria. La gente aparcaba en ese lugar para ir a otro sitio. Un autobus trasladaba a los conductores cansados al centro de Manhattan. Otro iba al extremo norte de la famosa isla, cerca del puente de George Washington. Y otros llevaban a los tres principales aeropuertos mas cercanos - JFK, La Guardia, Newark Liberty- y en ultima instancia a cualquier parte del mundo. De modo que no, el hallazgo del coche de Rocky Conwell no suscitaba la menor sospecha de delito.

Al menos, no al principio.

Pepe y Pashaian, los dos policias que vigilaban el coche, no se habian dado cuenta. Perlmutter miro a Daley. Tampoco detecto nada en su rostro. Todos mantenian una actitud displicente, convencidos de que aquello no conduciria a nada.

Pepe y Pashaian se tiraron de los cinturones para reacomodarse la cintura del pantalon y se acercaron a Perlmutter.

– ?Que tal, capitan?

Perlmutter mantenia la mirada fija en el coche.

– ?Quiere que preguntemos en las taquillas de la estacion de autobuses? -pregunto Pepe-. Tal vez alguien se acuerde de haber vendido un billete a Conwell.

– Creo que no -contesto Perlmutter.

Los tres hombres mas jovenes percibieron algo en la voz de su superior. Cruzaron miradas y se encogieron de hombros. Perlmutter no se explico.

El vehiculo de Conwell era un Toyota Celica. Un coche pequeno, un modelo viejo. Pero en realidad el tamano y la antiguedad eran lo de menos. Tampoco tenia la mayor trascendencia el hecho de que las llantas estuvieran oxidadas, de que faltaran dos tapacubos, de que los otros dos estuvieran tan sucios que no se veia donde acababa el metal y empezaba la goma. No, nada de eso importo a Perlmutter.

Se quedo mirando el maletero del coche y penso en esos sheriffs de pueblo de las peliculas de terror, un pueblo donde sucede algo muy raro, donde los habitantes empiezan a comportarse de una manera extrana y el numero de muertos aumenta por momentos, y el sheriff, ese agente del orden bueno, listo, leal y desbordado por las circunstancias, no sabe que hacer. Eso mismo sintio Perlmutter, porque la parte trasera del coche, el maletero, estaba muy baja.

Demasiado baja.

Solo habia una explicacion. El maletero contenia algo pesado.

Podia ser cualquier cosa, claro. Rocky Conwell era jugador de futbol. Seguramente levantaba pesas. Quiza transportaba un juego de pesas. La respuesta podia ser asi de sencilla, el bueno de Rocky andaba trasladando sus pesas. Tal vez las llevaba al apartamento con jardin de Maple Street, donde vivia su ex. Ella se habia preocupado por el. Estaban reconciliandose. Quiza Rocky cargo su coche… bueno, no todo el coche, solo el maletero, porque, como Perlmutter vio, no habia nada en el asiento trasero… En cualquier caso, quiza lo cargo para volver a vivir con ella.

Perlmutter se acerco al Toyota Celica agitando las llaves. Daley, Pepe y Pashaian se quedaron atras. Perlmutter contemplo el juego de llaves. La mujer de Rocky -creia que se llamaba Lorraine pero no estaba seguro- tenia un llavero con un casco de futbol de la Universidad Estatal de Pensilvania. Estaba viejo y lleno de aranazos. Apenas se veia la mascota, el leon de Nittany. Perlmutter se pregunto en que pensaria ella cuando miraba el llavero, por que seguia usandolo.

Se detuvo junto al maletero y olfateo el aire. No olio nada. Metio la llave en la cerradura y la hizo girar. El maletero se abrio con un chasquido reverberante. Perlmutter empezo a levantarlo. El aire que escapo de dentro era casi palpable. Y ahora si, el olor era inconfundible.

Habian comprimido en el interior algo de gran tamano, como una almohada descomunal. Sin previo aviso salto como un enorme muneco activado por un resorte. Perlmutter retrocedio de un salto cuando el cuerpo salio y, de cabeza, fue a topar violentamente contra el asfalto.

No importaba, claro. Rocky Conwell estaba muerto.

25

?Y ahora que?

Para empezar, Grace estaba famelica. Paso por el puente de George Washington, cogio la salida de Jones Road y se detuvo a tomar un bocado en un restaurante chino que se llamaba, curiosamente, Baumgart's. Comio en silencio, con una sensacion de profunda soledad, e intento poner en orden sus pensamientos. ?Que habia ocurrido? Dos dias antes -?realmente solo habia transcurrido ese tiempo?- habia recogido las fotos en Photomat. Solo eso. Hasta ese momento le iba bien la vida. Tenia un marido al que adoraba y dos hijos curiosos y fenomenales. Tenia tiempo para pintar. Tenian salud, dinero de sobra en el banco. Y de pronto ella habia visto una foto, una foto vieja, y…

Grace casi se habia olvidado de Josh el Pelusilla.

Fue el quien revelo el carrete. Fue el quien se marcho misteriosamente de la tienda no mucho despues de haber recogido ella las fotos. Tenia que ser el, sin duda, quien habia puesto la maldita foto entre las otras.

Cogio el movil, pidio a informacion el numero de telefono del Photomat de Kasselton e incluso pago el suplemento para que le pasaran directamente. Descolgaron al tercer timbrazo.

– Photomat.

Grace no dijo nada. No cabia duda. Habria reconocido esa voz aburrida y desganada en cualquier sitio. Era

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