Al caer me estrelle la cabeza contra un banco y le dolor fue insoportable. Nuevamente unas manos amigas se extendieron hacia mi, me agarraron y me colocaron en el banco…
En la semioscuridad que me rodeaba no podia ver al dueno de las manos, que estaba sentado enfrente.
– Agarrese al banco -me advirtio-. Estos caminos son horribles.
– ?Donde estamos? -le pregunte, con voz sorda y aspera.
– En Kolpinsk, un antiguo centro de distrito. Mire por la ventanilla y lo vera.
Me acerque a la ventanilla cuadrada y sin vidrios y cerrada por tres barras de hierro. Se veian depositos de agua, caminos vecinales que se acercaban a la brecha de una pared; casitas bajas de un solo piso; el letrero de estera colgado en una casa de empeno escrito con pintura negra; alamos desnudos en el borde de una sucia calle desierta que se extendia hacia lo lejos carente de atractivo. Caminaban por ella transeuntes meditabundos.
– Usted perdone -le dije a mi acompanante- pero a mi memoria le ha sucedido algo.
– Aqui no solo inutilizan la memoria, sino hasta el alma -repuso con viveza.
– No recuerdo nada, ni el ano en que estamos, ni el mes, ni el dia… No se asuste: no estoy loco.
– Ya no me asusto de nada. En realidad mejor es tratar a un loco que a un Judas. Si, este es un ano dificil: mil novecientos cuarenta y tres; al final de enero o a principio de febrero. No es necesario ni imprescindible recordar el dia, ya que de todas maneras no viviremos hasta manana. ?En cual camara esta usted encerrado?
– No se -respondi.
– Posiblemente en la sexta. Alla llevaron ayer a un piloto derribado, directamente del hospital urbano. Lo curaron y lo metieron en la camara. ?No es usted?
No conteste y empece a recordar como habia sucedido todo, o mas bien, como pudo haber sucedido. En enero del cuarenta y tres, cuando volabamos desde el territorio guerrillero en el bosque Skripkin, a nuestra base, nos sorprendieron las baterias alemanas; pero nuestro avion pudo salir ileso y llegamos sin novedad. En esta fase espacio-tiempo, por el contrario, quizas no salimos ilesos. Y al hospital urbano llevaron al pasajero herido y no al piloto. Del hospital lo condujeron a la camara sexta y de alli… a 'confesar', como dijo mi acompanante. Lo que el sobreentendia por esta palabra no necesitaba explicacion.
Los dos quedamos en silencio, y, tan solo cuando el camion se paro y el picaporte de la puerta empezo a rechinar, el me susurro al oido algo que no pude entender y que no tuve tiempo de saber, pues salto a la calzada y, separandose de la escolta, me ayudo a bajar. Un golpe de culata en su espalda lo lanzo hacia la entrada. Tras el segui yo.
Los soldados alemanes caminaban deprisa a nuestro lado, gritando con estridencia:
–
Nos separaron en el primer piso, donde a mi acompanante no le vi el rostro, lo condujeron por el corredor hacia otro lugar. A mi me arrastraron por la escalera a un entresuelo; exactamente me arrastraron, pues cada puntapie significaba para mi una caida. Asi, me llevaron hasta una habitacion tapizada de azul donde un rubio obeso, con ojos azules infantiles, estaba sentado solemnemente tras la mesa. Su negra guerrera de S.S. le quedaba como la camisita a un escolar. Su figura misma tenia el aspecto de los chicos gorditos de los anuncios alemanes de articulos de confiteria.
– Puede sentarse.
Las piernas se me doblaban y la cabeza me daba vueltas. Me sente sin ocultar la gran satisfaccion que experimente, la que fue notada en el acto.
– Usted haber mejorado. Muy bueno. Ahora, ?hablar la verdad! ?
Yo tambien calle. La sensacion de alejamiento que experimentaba, desconectandome de todo lo que ocurria, me libraba del terror, con razon, porque esto no sucedia en mi vida, ni conmigo, y este cuerpo enclenque y demacrado con un chaqueton sucio y botas de soldado, no era mi cuerpo, sino el de otro Serguei Gromov que existia en otro tiempo y espacio. Con tales pensamientos me consolaban la fisica y la logica; empero la fisiologia los refutaba con dolor en cada uno de mis suspiros y en cada uno de mis movimientos. Ahora, este era mi cuerpo y debia recibir todo lo que le tuvieran preparado. Inquieto, me pregunte: ?me bastaran fuerza, firmeza, valentia y dignidad para soportarlo?
En los dias de la guerra, la cosa era mucho mas simple, pues la misma existencia del conflicto belico y la vida de aquel entonces nos habia preparado espiritualmente en un espiritu combativo y severo, capaz de soportar todas las torturas. Asi de preparado estaria seguramente el Serguei Gromov, a quien sustituia. Pero, ?y yo? ?Acaso estaba preparado? Por un instante senti un escalofrio agobiador y…, siento confesarlo: miedo.
– ?Usted comprender a mi? -inquirio el.
– Si -respondi, asintiendo con la cabeza.
– Entonces hablar.
– No se -conteste.
No mentia. En realidad, ignoraba la cantidad de guerrilleros que se encontraba bajo la direccion de Stolbikov. Esa cantidad variaba constantemente: unas veces algunos grupos salian de reconocimiento y no regresaban durante semanas, otras el destacamento crecia con el ingreso de nuevas fuerzas guerrilleras que operaban en regiones vecinas, etc. Ademas, el Stolbikov de mi mundo tenia una tropa guerrillera con una composicion determinada y quien sabe cual era la del Stolbikov de este espacio-tiempo; quizas diferente a la primera. Es curioso. ?Si yo le dijese todo lo que se, coincidiria con la realidad que le interesa saber?
– ?Hablar la verdad! -repitio, con mas severidad-: Asi es mejor.
– De veras no se nada.
Sus ojos azules se encendieron.
– ?Donde esta su documento?
– Si lo sabe, ?para que pregunta? -repuse tranquilo.
Antes de que pudiera contestarme, el telefono empezo a zumbar. El gordo, con una extrana agilidad, tomo el auricular y se puso firme. A medida que escuchaba, su rostro iba adquiriendo paulatinamente el signo de la obediencia y la admiracion, mientras aprobaba en aleman, golpeando continuamente los tacos. Cuando termino, colgo el auricular, tomo 'mi' cartera, la coloco en uno de los cajones de la mesa y empezo a marcar un numero en el telefono.
– A usted lo sacaran ahora -me dijo-.
Me condujeron a un sotano y, alli, a empellones, me lanzaron a un henil sin ventanas. A oscuras, toque mi derredor: piedras humedas y pegajosas de moho cubrian toda la pared, mientras un fango liquido y viscoso extendiase por el suelo, agobiando mas aun mi anima atribulada. Mis piernas no me sostenian y, sin osar acostarme, recline mi cuerpo en cuclillas a la pared: 'Despues de todo, asi se esta mas seco'.
La prorroga concedida me permitia la esperanza de un resultado feliz: el experimento podria terminar y el afortunado Hide abandonaria al desgraciado Jekyll. Pero, en el acto, me avergonce de estos pensamientos. Galia y Klionov, sin contemplaciones, me hubiesen llamado cobarde. Nikodimov y Zargarian no lo hubiesen dicho, pero lo hubiesen pensado, acongojados, al igual que Olga. Por suerte, recapacite, y comprendi que respondia por dos: por el y por mi. Adivinaba, o mas bien, sabia cual hubiese sido su actitud en este caso, porque el era yo; la misma particula de materia en una de sus formas de existencia tras los limites de nuestras tres dimensiones. Este hecho, esta situacion en la que estoy, pudo haber cambiado su sino, pero no su linea de conducta. Todo estaba claro. Y yo no tenia otra alternativa; no tenia derecho a desertar con la ayuda magica de Nikodimov. Si Nikodimov me llevaba a mi mundo, le rogaria el regreso a este henil.
Quizas me dormi a pesar de la humedad y del frio, pues surgieron suenos en mi mente: el bigotudo Stolbikov con su