Los suenos disminuyeron mi prorroga. El gordo agente de la S.S. me llamo de nuevo. Fui conducido ante su presencia. Esta vez no se reia.
– Bueno, ?y que? -prorrumpio-. ?Hablaras?
– No -repuse.
–
Obedeci. No negare que tenia miedo, pero hasta ir al dentista es horrible y, sin embargo, vamos. El gordo saco de la mesa un trozo de madera con mango y grito:
– ?
La madera me golpeo con sana en el dedo menique. Mis huesos chasquearon y un dolor bestial rodo hasta el pecho. A duras penas pude reprimir un grito de dolor.
– ?Te gus… to? -musito, prolongando la palabra, y agrego-: ?Hablas o no?
– No, no hablare -repuse.
La madera subio de nuevo en el aire; pero involuntariamente retire mi mano.
El gordo se echo a reir:
– La mano retiras, la cara no retiras -y diciendo esto me golpeo con la madera en el rostro.
Perdi el conocimiento y, de inmediato, volvi en mi. En un lugar cercano conversaban Nikodimov y Zargarian.
– No hay campo.
– ?Nada?
– Nada.
– Prueba la otra pantalla.
– Tampoco.
– ?Y si aumento?
Siguio un silencio. Despues, Zargarian contesto:
– Ya hay. Pero la vision es muy debil. ?Quizas duerme?
– No, no duerme. Registramos hace media hora la activacion de los sistemas hipnogenos y despues se desperto.
– ?Y ahora?
– No. veo.
– Ahora aumento.
Yo, entremeterme en la conversacion, no podia. Mi cuerpo flotaba en el vacio ilimitado. ?Donde estaba mi ser? ?En el sillon del laboratorio o en la camara de torturas? No se.
– ?Hay campo! -grito Zargarian.
Abri los ojos; mas bien los entreabri, porque hasta el pequeno movimiento de las cejas me provocaba un dolor agudo y penetrante. Una cosa salada y caliente corria por mis labios; mis manos ardian como si estuviesen dentro de un crisol.
La habitacion me parecia llena de agua turbia y temblorosa, a traves de la cual se insinuaban dos figuras con uniformes negros. Una era la de 'mi' gordo, y la otra desconocida, mas flaca y simetrica.
Los dos individuos conversaban en aleman, rapido y de manera entrecortada. No los comprendia, por lo tanto en mi no existia ningun deseo de escucharles. Sin embargo, segun pude notar, hablaban de mi. Primeramente oi el apellido Stolbikov, despues el mio.
– ?Serguei Gromov? -le pregunto el flaco al obeso, asombrado, y le dijo algo incomprensible para mi.
El gordo corrio a mis espaldas y, con cuidado, me limpio el rostro con su panuelo oloroso a perfume y sudor. Ni me movi.
– Gromov… Seriozha -repetia en ruso el otro S.S. inclinandose hacia mi-. ?No me reconoces?
Mire su rostro, y… cual no seria mi asombro al ver a mi companero de clase Genka Muller, aunque un poco mas viejo.
– Muller… -musite y, otra vez, perdi el conocimiento.
EL CONDE SAINT-GERMAIN
Desperte en otra habitacion, incomoda, amueblada con ostentacion pequeno-burguesa. En un rincon habia una vitrina panzuda con objetos de cristal; en otro un armario de caoba; en el medio un divan de felpa con rulos redondos; sobre la puerta un frondoso cuerno de reno y a un lado una copia de la Virgen de Murillo en un marco ancho y dorado. Posiblemente todo esto habia sido acumulado por una autoridad regional o, quizas, fue traido a este nido para alegrar el descanso de los oficiales de campana.
El oficial, desabrochandose la chaqueta perezosamente, estaba en el divan, rodeado de revistas ilustradas. Yo lo observaba furtivamente sentado en un sillon de cordoban cerca de una mesa servida para la cena. Mi mano vendada casi no dolia. Sentia un hambre atroz, pero mantuve silencio, tratando de no denunciarme ante mi ex companero de estudios.
Conocia a Genka Muller desde los siete anos. Ingresamos juntos a la escuela en uno de los callejones de Arbat, y durante nueve anos compartimos adversidades y alegrias. Su padre, Muller, especialista en maquinas de tricot, llego a la URSS desde Alemania despues del Tratado de Rapallo y trabajo en diferentes fabricas de Moscu. Genka nacio en Moscu y nadie lo consideraba un extranjero: hablaba el ruso muy bien, estudiaba como nosotros, leia los libros que leiamos y cantaba las canciones que formaban parte de nuestra vida cotidiana. En la clase no lo querian, por su arrogancia y fanfarroneria; hasta yo lo despreciaba, pero como viviamos en un mismo edificio, nos sentabamos juntos en la clase y nos considerabamos amigos. En el transcurso de los anos, esta amistad se marchito, al ponerse de manifiesto una gran diferencia en nuestros puntos de vista, conceptos e intereses. Y cuando toda la familia Muller partio hacia Alemania despues de la ocupacion de Polonia por Hitler, Genka no se despidio de mi.
En realidad, este Muller de mis anos de infancia no era el Muller del divan. Yo mismo no era el Gromov que estaba sentado en ese sillon rojo de cordoban, con el cuerpo abotagado y lleno de vendas. Pero, como me habia ensenado la experiencia, las fases no cambiaban en el hombre su temperamento y su caracter. Siendo asi, mi Genka Muller tenia todas las bases para convertirse en este Muller oficial de los ejercitos de la S.S. y jefe de la Gestapo de Kolpinck. En consecuencia, tambien yo podia conducirme tal como era.
El bajo la revista y nuestros ojos se encontraron.
– ?Al fin despertaste! -exclamo.
– Mas bien, volvi en mi -apunte.
– No simules. Ya hace dos horas que estas durmiendo, despues que nuestro doctor Getzke, mago y divino, te amputo el dedo y te arreglo la cara. Dormiste como un liron.
– Pero, ?para que? -inquiri asombrado.
– ?Que?
– ?Por que me arreglaron la cara?
– Kreiman se entusiasmo demasiado con el pelo. Bueno, otra vez eres hermoso.
– Seguramente el senor Muller tiene una novia casadera para mi -le dije con cinismo-. Si es asi, llega tarde.
– ?Basta de senor Muller! ?Aqui no hay senor Muller! ?Solo Genka Muller y Seriozha Gromov! De alguna forma ellos se pondran de acuerdo.
– ?Que interesante! ?Y en que?
Muller se levanto del divan, se desperezo y, bostezando, pregunto:
– ?Por que preguntas siempre: '?para que?', '?por que?'.
– No, no preguntare. Se muy bien que quieres hacer de mi un soplon o un canalla; pero yo no sirvo para eso.
– Tu sirves para la tumba.