y con la piel seca y limpia, como aparecen despues de un lavado tenso, llamaron mi atencion. Eran las manos de un hombre viejo. '?Cuantos anos tengo y cual es mi profesion? pense. ?Soy laboratorista? ?O doctor? ?O cientifico?' Ni mi traje -tambien viejo, no muy usado, de un material raro y con un dibujo extravagante- podia orientarme sobre mi profesion.
Mire a traves de la ventanilla. No, esto no era un avion, porque viajabamos demasiado bajo, mucho mas que en vuelo rasante; aunque tampoco un tren, pues volabamos sobre la tierra, las casas y los boscajes casi cortando las copas de las pinos y los abetos. Tanta era la velocidad, que el paisaje se mezclaba con anarquia. Los ojos, sin poder soportar la fuga de los objetos tras la ventana, empezaron a dolerme. Saque mi panuelo y me los frote.
– ?Le duelen? -pregunto uno de los pasajeros de enfrente, flaco, canoso. y con unos lentes aureos sostenidos milagrosamente en el entrecejo-. Algunas veces olvidamos que en estos anos no se debe mirar por las ventanillas. Ya no estamos por los anos cincuenta, cuando las maquinas andaban lentamente. En estas nuevas maquinas solo se pueden leer los versos de Pushkin:
– ?No le gustan? -pregunto objetando un joven sentado al borde de la fila.
– ?Por que no? ?A quien no le gustan estas maquinas? Pueden viajar de Leningrado a Moscu en una hora y media. Es algo nuevo.
– ?Por que nuevo? -inquirio el joven encogiendose de hombros-. De las vias de un solo rail hablaban hace veinte anos. Esto es solo una modernizacion. Y -dijo dirigiendose a mi- si le fatiga mirar por la ventanilla, por que no enciende el televisor.
Quede inmovil, sin comprender donde estaba el televisor y como encenderlo. El viejo canoso, sin esperar, apreto una palanca lateral y la pantalla conocida del televisor cubrio la ventanilla. La imagen surgia como de muy hondo, permitiendo una clara y comoda vision para los pasajeros sentados a ambos lados. Era television en colores y en relieve. En la pantalla aparecio un edificio alto de multiples pisos, adornado con losetas grises y rojas. Hacia su techo plano, descendia un helicoptero desde el azul inmaculado del cielo. 'Transmitimos las noticias del dia” dijo un locutor no visible. “Visita de los dirigentes del Partido y del gobierno a la tricentisima casa comunal de la region Kievski, en nuestra capital'. Un grupo de personas maduras salio del helicoptero y se oculto bajo una cupula de plastico. Y empezaron a refulgir las luces de los veloces ascensores. El objetivo del televisor corrio hacia abajo, hacia las vitrinas del primer piso. 'En este piso estan instalados los almacenes, comedores y talleres que abastecen a los pobladores del edificio'. Los invitados paseaban parsimoniosamente por los pisos y habitaciones, decorados con una incomprensible e insolita eleccion de formas y colores. 'Un solo movimiento y la cama entra en la pared, empujando hacia adelante un armario para libros oculto'. 'Tirando del marco, esta cama se hace doble'. Despues aparecieron halls, en los diferentes pisos, con pantallas de cine y television. 'Este piso esta por completo a la disposicion de los jovenes que desean estar a solas' comento el locutor, aun oculto, abriendo ante nosotros una habitacion amueblada de un modo insolito.
– No comprendo, ?para que construyen eso? -farfullo con desden una dama sentada a mi frente, con un tejido en las manos.
Mire al joven sentado al borde de la fila esperando de el la replica. Y no me equivoque. ?Que similar a los jovenes que conocia! El tomaba de ellos la vehemencia, los arrebatos juveniles y la incompatibilidad con lo que no va al ritmo con la epoca.
– A pesar de que estas casas comunales las empezaron a construir hace tiempo, todavia no comprende para que…
– ?No, no comprendo! -exclamo la dama con testarudez. ?Nos libramos, gracias a Dios, de los apartamentos comunales; pero aqui estan de nuevo…!
– ?De nuevo que?
– Estas casas comunales. Estamos haciendo resucitar el modo de vida comunal.
– ?No hable disparates! ?La gente pasa de los apartamentos aislados y separados a las casas comunales y no a los apartamentos comunales, ni se lo que es eso! Usted misma, con sus propios ojos, acaba de ver estas casas comunales. ?Esto ya es un nuevo modo de vida comunal!
La dama callo. Y nadie la defendio.
En la pantalla aparecieron torres petroleras, perforando el cielo plomizo y purpureo que cubria abetos y alerces. 'Estamos en el tercer Baku” continuo el locutor “en una nueva zona de la region petrolera de Yacutia, en Siberia'.
?El tercer Baku! En mi epoca solo supe de dos. ?Cuantos anos habran pasado?
Esta pregunta muda se la hice a los cirujanos vestidos de blanco que surgieron en la pantalla realizando una operacion sin efusion de sangre, con un haz de rayos de neutrones; y a los inventores de la masa quimica que cosia la herida; y al propio locutor que aparecio, por fin, frente a los televisores: 'Para concluir, les quiero hacer recordar las profesiones que mas necesita nuestra economia. Nos faltan: ajustadores de talleres automaticos; operadores de minas teledirigidas; mecanicos de centrales electricas atomicas, y montadores de computadoras electronicas universales'.
La pantalla se apago y, de otro lugar, llego una voz: 'Nos acercamos a Moscu. Encendemos las luces de advertencia. Con la luz verde quedara colocado el escalador'.
Sobre la puerta delantera centellearon luces rojas; despues azules y, luego, verdes. En el pasillo, los pasajeros empezaron a avanzar sobre el piso movible; tambien yo. Salimos al escalador que, acelerando el movimiento, nos condujo al vestibulo del subterraneo, y, antes de que tuviese tiempo de echarle una mirada, nos siguio llevando hacia adelante, rapido como un cohete, disminuyendo el movimiento solo en las escaleras movibles que nos condujeron al anden. '?Y donde estan las ranuras para depositar las monedas?” me pregunte. “?Sera posible que el subterraneo sea gratis?' La respuesta afirmativa a mi pregunta la dio el tropel de gente entrando en el tren estacionado.
Sali a la plaza de la Revolucion, que conoci en el acto, no solo bajo tierra, cuando vi las esculturas de bronce en la arcada, sino afuera, donde me miraban las columnas del Bolshoi a traves de la verde cortina del bulevar. La estatua de Marx estaba en su sitio. Empero, en vez del poco atrayente 'Gran Hotel', erguiase un gigantesco edificio blanco de acero inoxidable resplandeciente y por el ala lateral del 'Metropol' se extendia ahora una calle bulliciosa de varios pisos. El movimiento de la gente me parecia conocido, casi sin ningun cambio: como siempre, las gotas multicolores de los transeuntes, formando un torrente humano, deslizabanse parsimoniosamente por las anchas veredas. Por el asfalto de la plaza, contorneando las casas y jardines, deslizabase la abigarrada corriente de autobuses y automoviles.
Al observar con atencion todo lo que me rodeaba, empece a encontrar cosas que no existian en mi mundo: las ropas de los transeuntes tenian otro corte; y los autos, de otras lineas y formas, desplazabanse en silencio sobre una almohada de aire, en una niebla color lila, como peces. '?Cuantos anos habran pasado?' me interrogue, incapaz de responder.
Un enrejado de hierro serpenteaba a lo largo de la acera, con aberturas tan solo en las paradas de los autobuses; esto me impidio cruzar al otro lado. Empece a caminar hacia el jardin Alexandrovski; al llegar a la esquina del Museo Historico, le eche una mirada a la Plaza Roja; alli todo estaba como antes: la antigua muralla dentada; el reloj en la torre Spasskaia; el severo y masivo Mausoleo y la catedral de San Basilio, milagro arquitectonico. Mas, no se veia por ningun lado el hotel que habiamos construido en Zariadie. Del otro lado del rio, se veian por detras de la catedral, edificios altos y desconocidos.
Llegue al jardin Alexandrovski y me sente en un banco. Aqui habia calma, una calma que miraba con indiferencia el bullicio agitado y pletorico de la ciudad: lo mismo ocurria en nuestro mundo. A decir verdad, estaba un tanto desconcertado: ?A donde ir? ?Donde se encontraba mi casa? ?Cuanto tendria que sufrir en esta nueva vida?
En el bolsillo del saco encontre una cartera compacta de plastico suave y transparente. A traves de el, sin sacar la tarjeta, lei mi nombre, profesion y direccion. Yo era de nuevo servidor de Hipocrates, director de una clinica, quirurgica, y, quizas, muy notable, porque encontre en la cartera los saludos enviados al doctor Gromov por tres organizaciones extranjeras, con motivo de sus sesenta anos.
?He aqui, veinte anos hacia el futuro! Para mi, la vejez, para la ciencia pasos gigantescos. Me invadieron reflexiones agobiadoras. ?No seria triste ver a mis amigos envejecidos? ?Como estarian? Me imagine la visita a la direccion escrita en la tarjeta: Olga, veinte anos mayor, abriria la puerta. ?Y si no era Olga? Sin deseos de complicar la situacion, tome maquinalmente el dinero de la cartera. Seguramente era suficiente para un dia en el futuro. Bueno, ?que podria hacer? ?Callejear, cruzar la ciudad y verlo todo, respirar en sentido literal el aire del