todos sus miembros habian padecido la enfermedad o la muerte de un familiar por culpa de la compania.

La hermana mayor de su mujer habia acabado el instituto en Bowmore con Mary Grace Shelby. El pastor Ott y los Payton habian trabado una gran amistad, y los abogados a menudo ofrecian asesoramiento legal en el despacho del pastor a puerta cerrada, mientras uno de ellos atendia el telefono. Muchas tomas de declaraciones se habian llevado a cabo en la sala auxiliar, abarrotada de abogados procedentes de la gran ciudad. Ott aborrecia a los abogados de la empresa casi tanto como a la compania.

Mary Grace habia llamado al pastor Ott a menudo durante el juicio y siempre le habia recomendado que no fuera optimista. En realidad, no lo era. Cuando un par de horas antes habia recibido la llamada de Mary Grace para comunicarle la increible noticia, Ott habia ido en busca de su mujer y habian bailado por toda la casa entre risas y chillidos emocionados. Habian derrotado a Krane, les habian pillado, humillado, desenmascarado y llevado ante la justicia. Por fin.

Estaba recibiendo a sus feligreses cuando vio que Jeannette entraba con su hermanastra, Bette, y el resto de la comitiva que la seguia. De repente se vio rodeada de la gente que la queria, de los que deseaban compartir con ella ese gran momento y ofrecerle palabras de aliento. La hicieron sentarse en el otro extremo de la sala, cerca del viejo piano, y enseguida se formo una cola de personas que deseaban saludarla. Jeannette forzaba una sonrisa de vez en cuando, incluso consiguio musitar algun que otro agradecimiento, pero parecia extenuada y muy fragil.

Viendo que la comida empezaba a enfriarse y que ya tenia la casa llena de gente, el pastor Ott decidio poner orden y se arranco con una rebuscada oracion de agradecimiento.

– A comer -dijo, acabando con una floritura.

Como siempre, los ninos y los ancianos fueron los primeros en colocarse a la cola y empezo a servirse la cena. Ott fue abriendose camino hacia el final de la sala y no tardo en sentarse junto a Jeannette.

– Me gustaria ir al cementerio -le comento al pastor, aprovechando que dejaba de ser el centro de atencion en favor de la comida.

La acompano hasta una puerta lateral que daba a un camino de gravilla que se perdia por detras de la iglesia en direccion al pequeno camposanto, a unos cincuenta metros. Avanzaron con paso tranquilo, en silencio, casi a oscuras. Ott abrio la puerta de madera y entraron en el cuidado cementerio. Las lapidas eran pequenas. Se trataba de gente trabajadora, por lo que no habia monumentos, ni criptas, ni tributos llamativos erigidos a personas importantes.

Jeannette se arrodillo entre dos tumbas en la cuarta hilera de la derecha. Una era la de Chad, un nino enfermizo que solo habia vivido seis anos antes de que los tumores lo asfixiaran. La otra contenia los restos de Pete, su marido desde hacia ocho anos. Padre e hijo descansaban juntos para siempre. Solia visitarlos una vez a la semana como minimo y nunca se

cansaba de desear poder unirse a ellos. Acaricio ambas lapidas al mismo tiempo y empezo a hablarles en voz baja.

– Hola, chicos, soy mama. No vais a creer lo que ha ocurrido hoy.

El pastor Ott se alejo y la dejo sola con sus lagrimas, sus pensamientos y las palabras quedas que no deseaba oir. La espero junto a la puerta, viendo como las sombras se deslizaban entre las hileras de sepulturas al tiempo que la luna asomaba y se ocultaba entre las nubes. Habia enterrado a Chad y a Pete. Dieciseis feligreses en total, y los que quedaban por venir. Dieciseis victimas mudas que tal vez pronto iban a dejar de serlo. Por fin se habia alzado una voz desde el pequeno cementerio vallado de la iglesia de Pine Grave. Un vozarron enojado que suplicaba que lo escucharan y que reclamaba justicia.

Veia la sombra de Jeannette y la oia.

Ott habia rezado con Pete en los momentos finales antes de que los abandonara para siempre, y habia besado al pequeno Chad en la frente en su ultimo suspiro. Habia reunido dinero para los feretros y los funerales, y luego, con una diferencia de ocho meses, un par de diaconos y el habian cavado sus tumbas.

Jeannette se levanto, se despidio y echo a andar.

– Tenemos que entrar -dijo Ott.

– Si, gracias -contesto Jeannette, secandose las mejillas.

La mesa del senor Trudeau le habia costado cincuenta mil dolares y, puesto que habia sido el quien habia firmado el cheque, bien podia decidir quien se sentaba a ella con el. A su izquierda estaba Brianna y aliado de ella se sentaba su amiga intima, Sandy, otro esqueleto viviente que acababa de rescindir su ultimo contrato matrimonial y que ya estaba a la caza del marido numero tres. A la derecha del senor Trudeau se sentaba un banquero retirado amigo suyo y la esposa de este, gente agradable que preferia charlar sobre arte. El urologo de Cad estaba justo enfrente de el. Tanto el como su mujer estaban invitados porque apenas abrian la boca. El extrano hombre desparejado era un ejecutivo de poca relevancia del Trudeau Group que simplemente habia sacado la pajita mas corta y estaba alli por obligacion.

El cocinero de renombre habia preparado un menu de degustacion que empezaba con caviar y champan para pasar luego a una sopa de langosta, espuma de foie gras salteado con guarnicion, codorniz para los carnivoros y ramillete de algas para los vegetarianos. El postre era una espectacular creacion de helado estratificado. Cada plato requeria un vino distinto, incluido el postre.

Carl dejo impolutos todos los platos que le pusieron delante y bebio en exceso. Charlaba unicamente con el banquero porque este habia oido las noticias que llegaban del sur y parecia compadecerse de el. Brianna y Sandy cuchicheaban maleducadamente y a lo largo de la cena destriparon a todos los arribistas que se les pusieron a tiro. Juguetearon con la comida, esparciendola por el plato sin apenas probar bocado. Cad, medio borracho, estuvo a punto de intercambiar unas palabras con su mujer al verla incordiar con las algas. «?Sabes cuanto cuesta esta maldita comida?», tuvo ganas de preguntarle, pero no valia la pena iniciar una discusion.

Presentaron al chef de renombre, alguien de quien Carl jamas habia oido hablar, y los cuatrocientos comensales se levantaron para ovacionarlo, practicamente todos ellos hambrientos despues de cinco platos. Sin embargo, la velada no se habia organizado para ensalzar la cena, sino el dinero.

El subastador subio al estrado tras un par de breves discursos. Abused ?melda fue introducida en la sala colgada de manera efectista de una pequena grua que la mantuvo en vilo a seis metros del suelo para que todos pudieran contemplarla.

La luz de unos focos, como los que se usan en los conciertos, le anadia mayor exotismo. La gente guardo silencio mientras un batallon de inmigrantes ilegales con traje y corbata negros recogia las mesas.

El subastador empezo a divagar sobre las excelencias de Imelda y la gente le escucho. A continuacion hablo del artista, y la gente escucho con todavia mas atencion. ? Estaba loco de verdad? ? Era un demente? ? Estaba a punto de suicidarse? Querian saber los detalles, pero el subastador no entro en particularidades escabrosas. Era britanico y tenia un aire distinguido, lo que como minimo sumaria un millon de dolares a la oferta que se llevara la obra.

– Propongo empezar la subasta en cinco millones -dijo con voz nasal, y los invitados ahogaron un grito.

Brianna perdio subitamente el interes por Sandy. Se acerco a Carl, parpadeo zalamera y le puso una mano sobre el muslo. Carl respondio haciendo un gesto de cabeza al ayudante del salon que tenia mas cerca, un hombre con el que habia hablado previamente. El ayudante hizo una senal en direccion al estrado e Imelda cobro vida.

– Alguien ofrece cinco millones -anuncio el subastador.

Aplausos clamorosos-. Un buen comienzo, gracias. ?Quien ofrece seis?

Seis, siete, ocho, nueve, y Carl volvio a hacer un gesto de cabeza al llegar a diez. Mantenia la sonrisa en su rostro, pero tenia el estomago revuelto. ?Cuanto iba a costarle esa abominacion? En la sala habia seis multimillonarios como minimo y otros tantos les iban a la zaga. No escaseaban ni los egos desmedidos, ni el dinero, pero en esos momentos ninguno necesitaba una primera plana tan desesperadamente como Carl Trudeau.

Y Pete Flint lo sabia.

Dos postores se retiraron en la carrera hacia los once millones.

– ?Cuantos quedan? -le susurro Carl al banquero, que observaba a los comensales para controlar a la competencia. -Pete Flint y tal vez uno mas.

Ese hijo de puta. Cuando Carl asintio para pujar hasta doce, Brianna practicamente le habia metido la lengua

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