palos de escoba».

Lo dejo pasar.

– ? Se sabe algo del juicio? -pregunto Brianna al fin.

– El jurado nos ha dejado fuera de combate -contesto.

– Lo siento.

– No pasa nada.

– ?Cuanto?

– Cuarenta y un millones.

– Paletos ignorantes.

Carl apenas le habia contado nada del misterioso y complejo mundo del Trudeau Group. Brianna tenia sus fiestas de beneficencia, sus causas, comidas y entrenadores, y eso la mantenia ocupada. Carl no queria, ni toleraba, que se le hicieran demasiadas preguntas.

Brianna lo habia consultado en internet y sabia exactamente que habia decidido el jurado. Sabia lo que los abogados opinaban sobre la apelacion y tambien que las acciones de Krane sufririan un gran reves a primera hora de la manana siguiente. Llevaba a cabo sus investigaciones y mantenia sus descubrimientos en secreto. Era guapa y delgada, pero no era tonta. Carl volvia a hablar por telefono.

El edificio del MuAb se encontraba a unas cuantas manzanas hacia el sur, entre la Quinta y Madison. A medida que iban acercandose, empezaron a ver los destellos de cientos de camaras disparandose sin cesar. Brianna se animo, se toco sus perfectos abdominales y se recompuso sus ultimas adquisiciones para que llamaran mas la atencion.

– Dios, como odio a esa gente -dijo.

– ?A quien?

– A todos esos fotografos.

Carl se rio por lo bajo ante aquella flagrante mentira. El coche se detuvo y uno de los encargados, ataviado con un esmoquin, abrio la puerta al tiempo que las camaras se abalanzaban sobre el Bentley negro. El gran Carl Trudeau salio con semblante serio, seguido por las piernas. Brianna sabia exactamente como dar a los fotografos lo que querian y, por ende, a las paginas de sociedad, incluso, tal vez, a un par de revistas de moda: kilometros de piel sensual sin llegar a revelarlo todo. El pie derecho fue el primero en tocar el suelo, calzado con unos Jimmy Chao a cien dolares el dedo, y al tiempo que giraba en redondo como una experta, se abrio el abrigo y Valentino colaboro para que todo el mundo viera los verdaderos beneficios que reportaba ser millonario y poseer un trofeo.

Atravesaron la alfombra roja con los brazos entrelazados, haciendo caso omiso de un punado de periodistas, uno de los cuales tuvo la audacia de gritar: «Eh, Carl, ? algun comentario sobre el veredicto de Mississippi?». Carl no lo oyo, o fingio no haberlo oido; sin embargo, acelero el paso ligeramente y al cabo de unos instantes ya habian entrado para lidiar en una plaza tal vez menos peligrosa. Eso esperaba. Los recibieron gente contratada para atender a los invitados; se llevaron sus abrigos; les sonrieron, aparecieron fotografos mas cordiales; encontraron a viejos amigos y en un abrir y cerrar de ojos estaban perdidos en medio de una agradable amalgama de gente rica que fingia disfrutar de su mutua compania.

Brianna encontro a su alma gemela, otro trofeo anorexico con el mismo cuerpo excepcional: un esqueleto andante salvo por los pechos desproporcionados. Carl se dirigio derecho al bar y estaba a punto de llegar a la barra cuando practicamente lo abordo el unico gilipollas al que esperaba poder evitar.

– Carl, viejo amigo, he oido que llegan malas noticias desde el sur -lo saludo, con voz atronadora.

– Si, muy malas -contesto Carl, en voz mucho mas baja al tiempo que asia una copa de champan y empezaba a vaciarla.

Pete Flint ocupaba el numero doscientos veintiocho en la lista Forbes de las cuatrocientas personas mas ricas de Estados Unidos. Carl se situaba en el trescientos diez y ambos sabian exactamente la posicion que el otro ocupaba en la lista. Los numeros ochenta y siete y ciento cuarenta y uno tambien se encontraban alli, junto con un ejercito de aspirantes que todavia no habian podido optar a entrar en la lista.

– Creia que tus chicos lo tenian todo bajo control-continuo presionando Flint, y dio un sorbo a una copa llena hasta el borde de whisky escoces o bourbon. Intentaba disimular su complacencia, frunciendo el ceno.

– Si, nosotros tambien -contesto Carl, deseando poder abofetear esos rollizos carrillos que tenia apenas a treinta centimetros de el.

– ? y que talla apelacion? -pregunto Flint, muy serio.

– Estamos preparados.

En la subasta del ano anterior, Flint habia aguantado hasta el emocionante final con valentia y se habia llevado el Brain After Gunshot, un desperdicio artistico de seis millones de dolares que habia lanzado la actual campana de recaudacion de fondos del MuAb. Por descontado, participaria en la subasta de esa noche para volver a llevarse el gran premio. -Menos mal que nos deshicimos de las acciones Krane la semana pasada -dijo.

Carl empezo a maldecirlo, pero mantuvo la calma. Flint dirigia un fondo de inversion libre, famoso por su temeridad. ? Se habia desprendido de las acciones de Krane Chemical previendo un veredicto en contra? La mirada desconcertada de Carl no dejaba lugar a dudas.

– Si -prosiguio Flint, llevandose la copa a los labios y relamiendoselos-. Nuestro hombre de alli nos dijo que estabais jodidos.

– No vamos a soltar ni un centavo -dijo Carl, animosamente.

– Pagaras por la manana, viejo amigo. Nosotros apostamos a que las acciones de Krane bajaran un 20 por ciento.

Y dicho esto, se dio media vuelta y se alejo. Carl apuro su copa y se abalanzo sobre otra. ?Un 20 por ciento? La mente supersonica de Carl hizo los calculos: poseia el 45 por ciento de las acciones ordinarias de Krane Chemical, una compania con un valor de mercado de tres mil doscientos millones de dolares, segun la cotizacion de cierre del dia. Un 20 por ciento le costaria doscientos ochenta millones de dolares, en teoria. Por descontado, no supondria una perdida real de caja, pero no por eso dejaria de ser un dia duro en la oficina.

Penso que un 10 por ciento se acercaria mas a la realidad.

Los de finanzas estaban de acuerdo con el.

?El fondo de inversion libre de Flint podia haberse desprendido de una parte tan importante de las acciones de Krane sin que Carllo supiera? Miro fijamente a un camarero desconcertado y considero la cuestion. Si, era posible, pero no probable. Flint solo estaba hurgando en la herida.

El director del museo aparecio de repente, cosa que Carl agradecio profundamente. Aquel hombre no mencionaria el veredicto, ni siquiera aunque estuviera enterado del fallo. Solo le diria palabras amables y, por descontado, comentaria lo deslumbrante que estaba Brianna. Se interesaria por Sadler y le preguntaria como iban las reformas de la casa que tenian en los Hamptons.

Charlaron de todo aquello mientras paseaban sus bebidas entre la gente que abarrotaba el vestibulo, evitando los corrillos que podian representar una conversacion peligrosa, hasta que llegaron frente a Abused I melda.

– Magnifica, ? no cree? -musito el director.

– Muy bonita -contesto Carl, mirando a su izquierda cuando el numero ciento cuarenta y uno aparecio a su lado-. ?Por cuanto saldra?

– Hemos estado discutiendolo todo el dia. Con esta gente nunca se sabe. Yo digo que al menos por cinco millones.

– ?y cuanto vale en realidad?

El director sonrio cuando un fotografo les saco una foto.

– Bueno, esta es otra cuestion, ?no cree? La ultima gran obra del escultor la compro un caballero japones por unos dos millones. Por supuesto, dicho caballero japones no donaba grandes sumas de dinero a nuestro pequeno museo.

Carlle dio un nuevo trago a su copa y comprendio el juego. El objetivo de la campana del MuAb era recaudar cien millones en cinco anos. Segun Brianna, iban por la mitad y necesitaban una gran inyeccion de dinero, que pretendian sacar de la subasta de esa noche.

Un critico de arte de Times se presento y se unio a la conversacion. Carl se pregunto si sabria algo sobre el veredicto. El critico y el director se pusieron a charlar sobre el escultor argentino y

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