Oyo que alguien cerraba la puerta de un coche de golpe, y agradecio contar con tantos amigos. Tal vez deberia de arreglarse el pelo y atreverse a salir a saludar. Entro en el diminuto cuarto de bano que habia junto a la cama, encendio la luz, abrio el grifo del lavamanos y luego se sento en el borde de la banera y se quedo mirando fijamente el chorro de agua grisacea que caia sobre las manchas oscuras del lavabo de porcelana de imitacion.

Solo era adecuada para tirar de la cadena, para nada mas.

La estacion de bombeo que abastecia de agua era propiedad del ayuntamiento de Bowmore, el mismo que habia prohibido su consumo. Tres anos atras, el ayuntamiento habia aprobado una resolucion en la que se rogaba a los ciudadanos que la utilizaran unicamente para tirar de la cadena. Colocaron carteles de aviso en todos los banos publicos: «AGUA NO POTABLE, por Orden del Ayuntamiento». Se trajo agua por camion desde Hattiesburg, y todas las casas de Bowmore, tanto las moviles como las demas, disponian de un tanque de unos veinte litros y un dispensador. Los que podian permitirselo, instalaban cerca de los porches traseros depositos de cientos de litros que se aguantaban sobre soportes. Las casas mas bonitas incluso disponian de aljibes para recoger el agua de lluvia.

El agua era una batalla diaria en Bowmore. Cada vaso de agua planteaba dudas, preocupacion y se utilizaba con moderacion porque el suministro nunca estaba asegurado. Cada gota que entraba o tocaba el cuerpo humano procedia de una botella, la cual a su vez provenia de una fuente suficientemente inspeccionada y certificada. Beber y cocinar eran tareas sencillas comparadas con ducharse y lavarse. La higiene era una lucha diaria y la mayoria de las mujeres de Bowmore llevaban el pelo corto. Muchos hombres se habian dejado crecer la barba.

Los problemas con el agua eran legendarios. Diez anos atras, la ciudad habia instalado un sistema de irrigacion en el campo de beisbol juvenil, solo para ver como el cesped se secaba y moria. La piscina municipal se cerro cuando un especialista intento tratar el agua con cantidades industriales de cloro y lo unico que consiguio fue que se volviera salobre y apestara como un pozo de aguas residuales. Cuando ardio la iglesia metodista, los bomberos se percataron de que, durante aquella batalla perdida, el agua que bombeaban de unas reservas sin tratar no hacia mas que avivar las llamas. Unos anos antes, varios ciudadanos de Bowmore empezaron a sospechar que el agua causaba pequenas grietas en la pintura de sus coches despues de lavarlos varias veces.

Y la bebimos durante anos, se dijo Jeannette. La bebimos cuando empezo a apestar. La bebimos cuando cambio de color. La bebimos aunque no dejabamos de quejarnos amargamente al ayuntamiento. La bebimos despues de que la analizaran y de que el ayuntamiento nos asegurara que era potable. La bebimos despues de hervirla. La bebimos con el cafe y el te, seguros de que las altas temperaturas acabarian con los germenes. y cuando no la bebiamos, nos duchabamos y nos banabamos con ella y respirabamos el vaho.

?Que se suponia que debiamos hacer? ? Ir a buscarla al pozo todas las mananas como los antiguos egipcios y llevarla a casa en ollas sobre la cabeza? ?Excavar nuestros propios pozos a dos mil dolares cada uno y encontrar la misma aguachirle putrida que el ayuntamiento habia encontrado? ? Ir en coche hasta Hattiesburg, buscar un grifo y cargarla hasta casa en baldes?

Todavia oia los desmentidos, esos que -ya quedaban tan lejos, y veia a los expertos senalando sus graficos e informando al ayuntamiento y a la gente que se apinaba en un salon de juntas abarrotado, repitiendoles una y otra vez que habian analizado el agua y que no le pasaba nada, siempre que la trataran con ingentes cantidades de cloro. Todavia oia como los flamantes expertos que Krane Chemical habia llamado a declarar decian al jurado que si, que tal vez habia habido alguna insignificante «fuga» a lo largo de los anos en la planta de Bowmore, pero que no habia motivo para preocuparse porque el suelo ya habia absorbido el dicloronileno y otras sustancias «no autorizadas» que las corrientes subterraneas ya se habian llevado y que, por tanto, no suponian ninguna amenaza para el agua potable de la ciudad. Todavia oia a los cientificos del gobierno con su rebuscado vocabulario hablando con la gente y asegurandole que podian beber el agua que ni ellos se atrevian a oler.

Desmentidos por todas partes mientras el numero de victimas aumentaba. El cancer golpeo en todas partes en Bowmore, en cada calle, en practicamente cada familia. Se cuadruplico el indice de incidencia de casos nacional. Luego se multiplico por seis; mas tarde por diez. Durante el proceso, un experto contratado por los Payton explico al jurado que, en la zona geografica definida por los limites de Bowmore, la tasa de casos de cancer era quince veces mayor que la media nacional.

Habia tantos casos de cancer que los estudiaron todo tipo de investigadores, publicos y privados. El termino «conglomerado de cancer» se hizo habitual en la ciudad, y Bowmore paso a ser radiactiva. Un periodista ocurrente bautizo al condado de Cary como el condado del Cancer, y el nombre triunfo.

El condado del Cancer. El agua provoco mucha tension en la Camara de Comercio de Bowmore. El desarrollo economico desaparecio y la ciudad inicio un veloz declive.

Jeannette cerro el grifo, pero el agua seguia alli, invisible en las tuberias invisibles que recorrian las paredes y se hundian en el suelo, en algun lugar debajo de ella. Siempre estaba alli, esperando como un acosador con paciencia infinita. Silenciosa y mortal, extraida de esa tierra tan contaminada por Krane Chemical.

Solia permanecer despierta, de noche, atenta al agua que corria en el interior de las paredes.

Un grifo que goteaba era como un merodeador armado. Se peino sin poner demasiado esmero y una vez mas intento no mirarse demasiado en el espejo; luego se cepillo los dientes y se enjuago la boca con el agua de una taza que siempre tenia a mano en el lavamanos. Encendio la luz de su habitacion, abrio la puerta, se obligo a sonreir y salio a la salita, abarrotada de gente, donde sus amigos se apinaban entre las cuatro paredes.

Era hora de ir a la iglesia.

El coche del senor Trudeau era un Bentley negro que conducia un chofer negro llamado Toliver, que aseguraba ser jamaicano, aunque su documentacion levantaba tantas sospechas como su forzado acento caribeno. Toliver llevaba una decada a las ordenes del senor Trudeau, por lo que le resultaba facil adivinar su estado de animo. Y este era uno de los peores, decidio Toliver sin vacilar a medida que se adentraban en el denso trafico de la FDR en direccion al extremo del centro de la ciudad. Habia percibido con claridad la primera senal cuando el senor Trudeau habia cerrado la puerta trasera del coche con un portazo antes de que un solicito Toliver pudiera cumplir con sus deberes.

Habia observado que su jefe podia tener los nervios de acero en la sala de juntas. Imperturbable, decidido, calculador, entre otras cosas, pero en la soledad del asiento trasero, incluso con la intimidad que proporcionaba la ventanilla que los separaba subida hasta arriba, a menudo afloraba su verdadero caracter. Ese hombre era un intolerante al que no le gustaba perder, con un ego que no le cabia en el cuerpo.

Y estaba claro que esta vez habia perdido. Estaba al telefono, y aunque no gritaba, tampoco hablaba en susurros. Las acciones se vendrian a pique. Los abogados eran unos majaderos. Todos le habian mentido. Control de danos. Toliver solo captaba fragmentos de lo que decia, pero era evidente que fuera lo que fuese que hubiera ocurrido alli, en Mississippi, habia sido desastroso.

Su jefe tenia sesenta y un anos y, segun la revista Forbes, poseia una fortuna neta de cerca de dos mil millones de dolares. Toliver solia preguntarse donde estaba el limite. ? Que iba a hacer con otro millar de millones y luego con otro mas? ?Para que trabajaba tan duro cuando tenia mas de lo que nunca podria gastar? Casas, aviones privados, esposas, barcos, coches Bentley, todos los caprichos que un hombre blanco pudiera desear.

Sin embargo, Toliver sabia la verdad: ninguna cantidad de dinero podia satisfacer al senor Trudeau. En la ciudad habia hombres mas ricos que el y Trudeau estaba dejandose la piel para darles alcance.

Toliver doblo hacia el oeste en la Sesenta y tres y avanzo lentamente hacia la Quinta, donde giro bruscamente para quedarse frente a unas enormes puertas de hierro que se abrieron con rapidez. El Bentley desaparecio bajo tierra, donde se detuvo junto a un guardia de seguridad a la espera, que abrio la puerta de atras.

– Solo tardare una hora -mascullo el senor Trudeau hacia donde suponia que estaba Toliver, y desaparecio llevando un par de pesados maletines.

El ascensor subio dieciseis pisos a toda velocidad, hasta lo mas alto, donde el senor y la senora Trudeau vivian en medio del lujo y el esplendor. Su atico ocupaba las dos plantas superiores y muchos de sus gigantescos ventanales daban a Central Park. Lo habian comprado por veintiocho millones de dolares poco despues de su memorable boda, seis anos atras, y luego habian invertido otros diez millones en acondicionarlo hasta conseguir un hogar digno de una revista de diseno. Entre los gastos generales se contaba el sueldo de dos empleadas domesticas, un cocinero, un mayordomo, los ayudantes de uno y de otro, una ninera como minimo y, por descontado, la secretaria personal indispensable que organizaba la agenda de la senora Trudeau y se encargaba

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