Fisk lo habia impresionado profundamente y que no veia ninguna razon por la que su Alianza de la Familia Americana no pudiera, ya no solo respaldarlo, sino ponerse manos a la obra alli abajo y obtener algunos votos. Todos los presentes asintieron con un gesto de cabeza y Tony Zachary parecio tan orgulloso como quien acaba de ser padre.

– Ha habido un cambio de planes para la comida -dijo, cuando volvieron a subir a la limusina-. El senador Rudd quiere verte.

– ?El senador Rudd? -pregunto Fisk, incredulo.

– El mismo -contesto Tony, ufano.

Myers Rudd habia cumplido la mitad de su septimo mandato (treinta y nueve anos) en el Senado, y se habia presentado sin oposicion a las tres ultimas elecciones. El 40 por ciento de la gente lo despreciaba profundamente mientras que el 60 por ciento restante lo adoraba. Habia perfeccionado el arte de echar un cabo a los que se encontraban en su mismo barco y a hacer caso omiso de los demas. Era una leyenda en el ambito politico de Mississippi, el que apanaba y siempre metia mano en los comicios locales, el rey que elegia a sus candidatos, el asesino que pasaba a cuchillo a quien se presentara contra los suyos, el banco que financiaba cualquier campana con montanas de dinero, el sabio anciano que lideraba su partido y el maton que destruia a los demas.

– ?Al senador Rudd le interesa este asunto? -pregunto Fisk, inocentemente.

Tony lo miro con recelo. ?Como se podia ser tan ingenuo? -Por supuesto. El senador Rudd esta muy relacionado con los tipos que acabas de conocer. Mantiene un historial de voto perfecto en lo que se refiere a esa gente. Fijate que he dicho perfecto. No de un 95 por ciento, sino perfecto. Uno de los unicos tres que hay en el Senado, y los otros dos son principiantes.

?Que diria Doreen de esto?, penso Ron. ?Iba a comer con el senador Rudd, en Washington! Estaban cerca del Capitolio cuando la limusina torcio hacia una calle de un solo sentido.

– Nos bajamos aqui-dijo Tony, antes de que el conductor tuviera tiempo de apearse.

Se dirigieron a una puerta bastante estrecha, junto a un viejo hotel conocido como el Mercury. Un portero ya mayor, vestido con uniforme de color verde, fruncio el ceno al verlos acercarse.

– Venimos a ver al senador Rudd -dijo Tony, con sequedad, y el ceno se suavizo ligeramente.

Una vez en el interior, los acompanaron a traves de un comedor desierto y sombrio y cruzaron un pasillo.

– Son las estancias privadas del senador -le dijo Tony, en voz baja.

Ron estaba francamente impresionado. Se fijo en la alfombra gastada y en la pintura desconchada, pero el viejo edificio todavia conservaba un aire de elegancia decadente. Tenia historia. Se pregunto cuantos tratos se habrian cerrado entre aquellas paredes.

Entraron en un pequeno comedor privado al final del pasillo, donde se desplegaba la ostentacion del verdadero poder. El senador Rudd estaba sentado a una mesita, con el movil pegado a la oreja. Ron no lo conocia personalmente, pero desde luego le resultaba familiar. Traje oscuro, corbata roja, una lustrosa mata de cabello canoso, bien peinado hacia un lado, que se le aguantaba con cantidades ingentes de fijador, y un rostro grande y redondo que parecia expandirse con los anos. No menos de cuatro de sus gorilas y ayudantes revoloteaban a su alrededor como abejas enfrascados en inaplazables conversaciones por el movil, seguramente entre si.

Tony y Fisk esperaron, observando el espectaculo. El gobierno en accion.

De subito, el senador cerro el telefono y las otras cuatro conversaciones concluyeron casi en ese mismo instante.

– Fuera -farfullo el hombre, y sus subalternos se desperdigaron como ratones asustados-. ?Como estas, Zachary? -pregunto, levantandose.

Se llevaron a cabo las debidas presentaciones y charlaron sobre banalidades unos momentos. Daba la impresion de que Rudd conocia a todo el mundo en Brookhaven, tenia una tia que habia vivido alli y era todo un honor recibir a ese senor Fisk del que tanto habia oido hablar.

– Volvere dentro de una hora -dijo Tony en cierto momento, y desaparecio.

Lo sustituyo un camarero vestido de etiqueta.

– Sientate -insistio Rudd-. La comida no es gran cosa, pero al menos hay intimidad. Como aqui cinco veces a la semana.

El camarero obvio el comentario y les ofrecio los menus. -Es precioso -dijo Ron, mirando a su alrededor, fijandose en las paredes, llenas de estanterias abarrotadas de libros que nadie habia leido o les habia sacado el polvo en un siglo.

Estaban comiendo en una pequena biblioteca. No le extranaba que fuera tan intimo. Pidieron sopa y pez espada a la parrilla. El camarero cerro la puerta al salir.

– Tengo una reunion a la una -dijo Rudd-, asi que vayamos al grano.

Se puso azucar en el te helado y lo removio con la cuchara de la sopa.

– Perfecto.

– Puedes ganar las elecciones, Ron, y Dios sabe que te necesitamos.

Lo habia dicho el rey, y horas mas tarde podria repetirselo a Doreen hasta la saciedad. Era la garantia de un hombre que no habia perdido nunca, y segun esa salva inicial, Ron Fisk era un candidato.

– Como ya sabes -continuo Rudd, porque en realidad no estaba acostumbrado a escuchar, sobre todo en conversaciones con politicos de poca monta-, no me inmiscuyo en las elecciones locales.

El primer impulso de Fisk fue echarse a reir, a mandibula batiente, pero enseguida comprendio que el senador hablaba muy en seno.

– Sin embargo, estos comicios son muy importantes.

Hare lo que este en mi mano, que no es poco, ?verdad?

– Por supuesto.

– He hecho amigos poderosos en este mundillo y estaran encantados de apoyar tu campana. Solo tengo que hacer un par de llamadas.

Ron asentia con educacion. Dos meses atras, Newsweek habia publicado un articulo de portada sobre las montanas de dinero que movian los grupos de presion en Washington y los politicos que las utilizaban. Rudd era el primero de la lista. Habia recibido mas de once millones de dolares para su campana, a pesar de que era muy poco probable que hicieran falta unas elecciones. La idea de un rival viable era tan ridicula que ni siquiera se tomaba en consideracion. Estaba a las ordenes del gran capital -banca, aseguradoras, petroleras, industria minera, defensa, farmaceuticas-, no habia sector empresarial que escapara a los tentaculos de su maquina de recaudar dinero.

– Gracias -contesto Ron, sintiendose obligado a hacerlo.

– Mis amigos pueden reunir mucho dinero. Ademas, conozco a gente en las trincheras. El gobernador, los legisladores, los alcaldes. ?Has oido hablar alguna vez de Willie Tate Ferris?

– No, senor.

– Es un alcalde que lleva ya cuatro mandatos en el condado de Adams, tu distrito. He sacado a su hermano de la carcel en dos ocasiones. Willie Tate pateara las calles por mi. Ademas, es el politico mas influyente de la zona. Una llamada y el condado de Adams es tuyo.

Chasqueo los dedos, como si los votos ya estuvieran en las urnas.

– ?Has oido hablar de Link Kyzer? ?El sheriff del condado de Wayne?

– Tal vez.

– Link es un viejo amigo. Hace dos anos necesitaba coches de patrulla, radios, chalecos antibalas, armas y demas. El condado no le daba ni una mierda, asi que me llama. Vaya Homeland Security, hablo con unos amigos, hago un poco de presion y el condado de Wayne recibe de repente seis millones de dolares para luchar contra el terrorismo. Ahora tienen mas coches patrulla que policias para conducirlos. Su sistema de radio es mejor que el de la Marina y, mira por donde, los terroristas han decidido no acercarse por el condado de Wayne.

– Se echo a reir de su broma y Ron se sintio obligado a acompanarlo. No habia nada como gastarse unos cuantos millones del dinero del contribuyente-. ?Necesitas a Link? Pues ya tienes a Link y el condado de Wayne -le prometio Rudd, mientras tomaba un buen sorbo de te.

Con dos condados bajo el ala, Ron empezo a pensar en los restantes veinticinco del distrito sur. ?Iba a pasar la hora siguiente escuchando batallitas para cada uno de ellos? Esperaba que no. Llego la sopa.

– Esa chica, McCarthy -dijo Rudd, entre sorbos-, nunca ha estado a bordo de nuestro barco.

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