para cubrir esa contingencia. La lista olia a dinero y proclamaba que Ron Fisk, un desconocido hasta esos momentos, era uno de los candidatos que habia que tomar en serio.

El anuncio de The Clarion-Ledger de Jackson habia costado doce mil dolares, nueve mil el del Sun Herald de Biloxi y cinco mil el del Hattiesburg American.

La suma total de los dos dias de promocion de Fisk rozaba los cuatrocientos cincuenta mil dolares, sin incluir los gastos de viaje, el avion y el asalto a internet. Gran parte de ese dinero se habia invertido en publicidad por correo.

Ron paso el resto del martes y el miercoles en la costa; cada minuto de su tiempo estaba planeado de antemano con precision. En todas las campanas solian surgir imprevistos de ultima hora, pero no con Tony al frente. Presentaron la candidatura en los tribunales de los condados de Jackson y Hancock, rezaron con los pastores, se detuvieron en docenas de bufetes de abogados, patearon calles abarrotadas repartiendo folletos y estrechando manos. Ron incluso beso a su primer nino. y todo quedo grabado por un equipo de television.

El jueves, Ron realizo seis paradas mas por todo el sur de Mississippi y luego volvio apresuradamente a Brookhaven para cambiarse de ropa. El partido empezaba a las seis y Dore en ya estaba alli con los ninos. Los Raiders estaban calentando y Josh era el pitcher. El equipo estaba en el banquillo escuchando atentamente a un ayudante cuando el entrenador Fisk aparecio de improviso y tomo las riendas.

Habia acudido bastante gente a ver el partido. Ron ya se sentia como alguien famoso.

En vez de llevar a cabo sus labores juridicas, los dos letrados de Sheila se pasaron el dia recopilando articulos de prensa sobre la presentacion de Ron Fisk. Habian reunido los anuncios a toda pagina de diferentes periodicos, seguian las noticias por internet y, a medida que la carpeta crecia, sus animos se desinflaban.

Sheila intento seguir adelante con su trabajo como si no ocurriera nada. Su mundo se venia abajo, pero fingio no darle importancia. En privado, yeso solia significar una sesion a puerta cerrada con Big Mac, se mostraba conmocionada y abrumada. Fisk debia de estar gastandose un millon de dolares y ella no habia recaudado practicamente nada.

Clete Coley la habia convencido de que no tenia nada que temer de sus oponentes. Habian ejecutado la emboscada de Fisk con tanta brillantez que tenia la sensacion de haber sido abatida en el campo de batalla.

El consejo directivo de la Asociacion de Abogados Litigantes de Mississippi convoco una reunion urgente el jueves por la tarde en Jackson. El presidente actual era Bobby Neal, un abogado veterano con muchas sentencias a la espalda y un largo historial al servicio de la ALM. Estaban presentes dieciocho de los veinte directores, un record de asistencia en muchos anos.

El consejo, por naturaleza, estaba formado por un conjunto de abogados apasionados y taxativos que trabajaban segun sus propias reglas. Algunos de ellos ni siquiera habian tenido nunca un jefe. La mayoria se habia abierto camino con unas y dientes desde los escalafones mas bajos de la profesion hasta alcanzar una posicion de gran respetabilidad, al menos en su opinion. Para ellos, no habia cometido mas digno en esta vida que representar a los pobres, los indefensos, los parias y los atribulados.

Por lo general, las reuniones se alargaban, todo el mundo gritaba y solian iniciarse con una lucha por tener la palabra. Eso cuando se trataba de una reunion normal. El mismo grupo en una situacion de emergencia, con la espalda contra la pared por la repentina e inminente amenaza de perder a uno de sus aliados mas digno de confianza del tribunal supremo, llevaba a que los dieciocho empezaran a discutir a la vez. Todos tenian la solucion. Barbara Mellinger y Skip Sanchez estaban sentados en un rincon, en silencio. N o se habia servido alcohol. Ni cafeina. Solo agua.

Tras una media hora bastante bulliciosa, Bobby Neal logro imponer algo parecido al orden. Consiguio captar su atencion al informarles de la entrevista de una hora que habia mantenido esa misma manana con la jueza McCarthy.

– Esta muy animada -dijo, sonriente, uno de los pocos que se atrevian-. Esta trabajando duro y no quiere que nada la distraiga de sus tareas. Sin embargo, conoce la politica y me ha asegurado que pondra en marcha una campana energica y que tiene intencion de ganar. Le he prometido nuestro apoyo incondicional.

Hizo una pequena pausa antes del giro efectista.

– No obstante, la entrevista me ha parecido un poco descorazonadora. Clete Coley anuncio su candidatura hace cuatro semanas y Sheila ni siquiera tiene todavia un jefe de campana. Ha recaudado algo de dinero, pero no ha querido decirme cuanto. Me dio la impresion de que se habia relajado demasiado con lo de Coley y que habia acabado convenciendose de que ese tipo era un imbecil sin credibilidad. Creyo que podia bajar la guardia. Ahora ha cambiado drasticamente de idea. No duerme y le toca correr para no quedarse atras. Como ya sabemos por experiencia, poco dinero va a recaudar si no se lo prestamos nosotros.

– Se necesitaria un millon de dolares para vencer a ese tipo -dijo alguien, aunque la observacion quedo ahogada por comentarios burlones.

Con un millon no tendrian ni para empezar. Los reformistas del sistema de agravios se habian gastado dos millones para presentarse contra el juez McElwayne y solo habian perdido por tres mil votos. Esta vez se gastarian mas porque estaban mejor organizados y porque para ellos ya era una cuestion de orgullo. Ademas, el tipo que se presento contra McElwayne era un pobre desgraciado que no habia pisado un tribunal en su vida y que se habia pasado los ultimos diez anos ensenando Ciencias Politicas en una escuela universitaria. Ese tipo, Fisk, era un abogado de verdad.

Continuaron hablando de Fisk, y en cierto momento habia en ebullicion cuatro animadas conversaciones a la vez, como minimo.

Bobby Neallos recondujo lentamente hacia el orden del dia, haciendo repiquetear el vaso sobre la mesa.

– Somos un total de veinte en este consejo. Si aportamos diez mil cada uno, ahora mismo, al menos se podria organizar la campana de Sheila.

El silencio se hizo de repente. Se oyeron suspiros profundos. Algunos bebieron agua. Todos buscaron otras miradas que aprobaran o disintieran de la audaz proposicion.

– Esto es ridiculo -grito alguien, al final de la mesa.

Las luces parpadearon. Los ventiladores del aire acondicionado se detuvieron. Todo el mundo miro boquiabierto a Willy Benton, un pequeno irlandes de sangre caliente, de Biloxi. Benton se levanto poco a poco y extendio las manos. Ya conocian sus apasionadas recapitulaciones y se prepararon para la que se avecinaba. Los jurados lo encontraban irresistible.

– Senores y senora, es el principio del fin, no nos enganemos. Las fuerzas del mal, esas que quieren cerrar las puertas de los tribunales a cal y canto y negar a nuestros clientes sus derechos, ese mismo grupo de presion a favor del empresariado que ha desfilado lenta y metodicamente a lo largo y ancho de este pais y ha comprado un cargo tras otro en los tribunales supremos, ese mismo hatajo de gilipollas ya esta aqui, aporreando nuestras puertas. Ya habeis visto sus nombres en los anuncios de ese Fisk. Es una conjura de necios, pero tienen dinero. Si no me equivoco, contamos con una mayoria en el tribunal supremo gracias a un solo voto, y estamos aqui sentados, el unico grupo que puede enfrentarse a esos matones y estamos discutiendo cuanto deberiamos aportar. Yo os dire cuanto deberiamos aportar: ?todo! Porque si no lo hacemos, el ejercicio del derecho tal como lo conocemos desaparecera. No volveremos a llevar casos porque no podremos ganarlos. No existira una proxima generacion de abogados litigantes.

»Done cien mil dolares a la campana del juez McElwayne, y todo se decidio en la recta final. Hare lo mismo por la jueza McCarthy. No tengo avion. No llevo procesos de responsabilidad civil ni me forro con minutas desorbitadas. Ya me conoceis. Soy de la vieja escuela: un caso por vez, un juicio detras de otro. Pero volvere a sacrificarme, y vosotros deberiais hacer lo mismo. Todos tenemos caprichos. Si no podeis aportar cincuenta mil cada uno, entonces abandonad esta junta y volved a casa. Sabeis que podeis permitiroslo. Vended un piso, un coche, un barco, saltaros un par de vacaciones. Empenad los diamantes de vuestra mujer. Pagais a vuestras secretarias cincuenta de los grandes al ano. Sheila McCarthy es mucho mas importante que cualquier secretaria o socios.

– El limite es cinco mil por persona, Willy -dijo alguien.

– Ya nos salio el listillo -replico-. Tengo mujer e hijos.

Ahi ya tienes treinta de los grandes. Tambien tengo dos secretarias y algunos clientes satisfechos. A final de la semana habre reunido cien mil dolares, y todos los aqui presentes podeis hacer lo mismo.

Volvio a sentarse, acalorado.

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