estaban ahora encendidas de verguenza.
—No creo —dijo pausadamente— que tengamos un servidor del Caos entre nosotros. Es mas probable que tengamos un tonto credulo y supersticioso que paso demasiado tiempo escuchando la palabreria de embaucadores itinerantes.
—Abrio de nuevo la mano—. ?Que te dijo el vendedor de esa baratija? ?Que estaba imbuida de la energia de los propios dioses y que te protegeria de todos los espiritus malignos y demonios que puede conjurar la imaginacion humana? —Volviendose en su silla, mostro el trozo de cuarzo al carretero—. Esta es tu piedra del Caos, ?el engano mas burdo que jamas he tenido la desgracia de ver!
Fijo significativamente la mirada en el collar-amuleto que pendia sobre el jubon del carretero, y el hombre tuvo el acierto de ruborizarse casi tan intensamente como el mercader. Tarod espero hasta que estuvo seguro de que el carretero habia comprendido el significado del simbolo tallado en la superficie del cristal y, despues, levanto el brazo y arrojo la piedra lo mas lejos que pudo.
—El Circulo no mira con simpatia a los charlatanes que profanan lo sagrado en su propio provecho —dijo secamente—. Y tampoco aprecia a los tontos que se dejan embaucar con esos trucos. —El mercader le estaba observando con una mezcla de verguenza y resentimiento; Tarod le miro de arriba abajo y el hombre bajo la mirada—. Dadas las circunstancias, me inspiras cierta simpatia; los tiempos no son faciles. Pero ahora os advierto a los dos que no quiero volver a oir acusaciones tontas, ni ver mas actos de supersticion infantil. —Se volvio al carretero, que se estaba quitando lentamente su propio collar-amuleto—. Esta estupida disputa nos ha hecho perder bastante tiempo. ?Sugiero energicamente que no se vuelva a hablar del asunto!
Sin esperar a que ninguno de los dos le replicase, hizo dar media vuelta a su caballo y volvio a la cola de la caravana, seguido del joven miliciano, que durante toda la conversacion no habia dicho ni una palabra, pero que ahora le observaba con muda admiracion. Poco a poco, la carreta que iba en vanguardia empezo a moverse, y las otras la siguieron, y mientras el rechinante convoy reemprendia la marcha, Tarod puso su caballo a paso lento y se sumio otra vez en sus inquietantes pensamientos.
Tal vez habia hecho mal en menospreciar a los dos protagonistas y sus supersticiones. A fin de cuentas, si hallaban consuelo en sus amuletos ?que mal podian hacer? Pero habia percibido algo mas alarmante en el fondo de aquel altercado; algo que le recordo el desgraciado incidente en Hannik. El miedo habia sembrado la sospecha, y la sospecha se convertia rapidamente en histerismo. Si una sencilla y lamentable creencia en los amuletos podia provocar acusaciones de complicidad con el Caos, ?cuanto tiempo pasaria antes de que cualquier acto, cualquier palabra, cualquier ademan fuesen interpretados como senal de malas intenciones?
Tal vez, se dijo, sus pensamientos iban demasiado aprisa y demasiado lejos. Pero esta esperanza fue rapidamente seguida del convencimiento de que su instinto estaba en lo cierto. En todos sus anos de Iniciado, raras veces habia salido de la Peninsula de la Estrella; se habia acostumbrado a vivir en una comunidad que comprendia la naturaleza de la supersticion, y la habia superado en alto grado; pero en el mundo exterior, las cosas eran muy diferentes. Para esta gente, los Adeptos eran poco menos que dioses por derecho propio, y el Castillo, un lugar que habia que venerar y temer. No tenia nada de extrano que respondiesen al mensaje del Sumo Iniciado como ninos asustados por un cuento de miedo.
?Se daba cuenta Keridil, se pregunto, de que con sus referencias a los demonios se exponia a causar males peores que todo lo que habia manifestado Yandros hasta ahora? ?O consideraba que valia la pena pagar este precio, a cambio de conseguir su venganza? Esta idea era estremecedora, pues insinuaba aspectos del caracter del Sumo Iniciado que, incluso predispuesto como estaba contra el, Tarod no le habria atribuido nunca.
Miro especulativamente al cielo, que una vez mas amenazaba lluvia. El tiempo, aunque tenebroso, se mantuvo extranamente tranquilo durante su viaje, casi demasiado tranquilo. Ninguna tormenta, ningun Warp; nada que sugiriese la influencia adversa que Yandros habria podido ejercer si hubiese querido. Era como si interviniese alguna otra entidad, bloqueando todo lo que podia hacer el Senor del Caos para trastornar el mundo, y se pregunto que otros y mas arcanos mecanismos podia haber puesto en movimiento el Circulo para encontrarle. Indudablemente, habian empleado toda su ciencia oculta para conseguir la ayuda de Aeoris, pero ?podian pretender que los dioses aprobasen el miedo que se extendia como una epidemia a causa de su trabajo?
Salvo en sus momentos mas sombrios, Tarod habia confiado siempre en los Senores del Orden; pero ahora empezaba a roerle el gusano de la duda. La verdad no habia sido aun puesta a prueba, pero si Aeoris y sus hermanos pretendian dejar el mundo a merced de los que se habian proclamado sus siervos y no hacian nada para atajar el creciente peligro, entonces Yandros, en alguna parte, debia estar.
Recordo la cara lacrimosa de la aterrorizada muchacha de Hannik. Fue una de las primeras victimas, pero habria muchas mas que seguirian su suerte. El instinto le decia que la pesadilla no habia hecho mas que empezar.
Las fuertes lluvias de los ultimos dias habian afectado poco al sur de la provincia de Chaun, en el lejano sudoeste, y asi, la madera y el techo de paja de la casa de campo estaban lo bastante secos para arder de modo espectacular. Un humo denso y graso surgia del tejado; la vieja parra encaramada en las paredes se encogia, chasqueaba y se retorcia como serpientes moribundas, y el brillante resplandor del fuego brotaba de todas las ventanas.
Mas alla de la casa, los dos pajares empezaban tambien a arder y, a lo lejos, en los bien cuidados campos, unos hombres se movian como fantasmas entre nubes de humo y prendian fuego a las jovenes mieses con sus antorchas.
Estruendosamente, y con una subita erupcion de llamas, se hundio el tejado de la casa de campo, y entre aquel ruido infernal se oyo gritar a una mujer en desesperada pero impotente protesta. La esposa del granjero estaba arrodillada en el patio, tratando de tomar en brazos a sus tres hijos pequenos, mientras una mujer mayor con el habito blanco y ahora tiznado de las Hermanas de Aeoris se esforzaba en contenerla. A pocos pasos de ella, su marido yacia despatarrado sobre el polvo. Habia querido impedir aquella locura, pero una tea encendida contra su cara puso fin a sus protestas, cegandole un ojo y dejandole una cicatriz que llevaria durante el resto de su vida.
Y, a distancia segura del granjero herido y de su histerica familia, un grupo de serios y pequenos terratenientes y de modestos dignatarios locales observaba la destruccion con satisfaccion sombria. Una necesidad muy lamentable, convinieron entre ellos, pero una necesidad a fin de cuentas. El zagal que informo del extrano rito que habia visto realizar a su amo al ponerse el sol el dia anterior se habia portado bien; la fidelidad, por muy recomendable que fuese, tenia que subordinarse a la obligacion de denunciar a un servidor del Caos...
Ardio la casa y todo lo que contenia, y al fin termino el espectaculo; los gritos de la esposa del granjero se convirtieron en profundos y desgarradores sollozos. El hombre que se habia erigido en jefe de la delegacion avanzo con paso lento hasta el lugar donde se hallaba la Hermana de blanco habito y contemplo a la campesina con una mezcla de compasion y repugnancia.
—Desde luego —dijo—, tendremos que tomar algunas medidas en bien de los ninos.
Los ojos de la Hermana eran duros.
—Temo, anciano, que hayan sido contagiados por el pecado de su padre. Creo que lo mejor seria darles albergue en mi Residencia durante un tiempo prudencial. De esta manera podriamos asegurarnos de que queda borrada toda senal de corrupcion antes de que esta se apodere de ellos.
—Cierto..., cierto. —El anciano suspiro—. Un suceso muy desgraciado... ?Sabes, Hermana, que el hombre sigue todavia haciendo protestas de inocencia? Afirma que estaba haciendo una pocima, una formula transmitida por su abuela, la cual dice que era una mujer muy devota, y que con ello queria proteger a su familia contra el mal.
Ella sonrio, pero su sonrisa no era alegre.
—Con el debido respeto, anciano, te dire que si sabes tu catecismo sabras tambien que la mentira y el engano son propios del Caos. Desde luego, es posible que el hombre dijese la verdad, pero ?habrias estado tu dispuesto a correr el riesgo?
—No... —El anciano miro a traves del patio el humeante esqueleto de la casa—. No, no me habria atrevido.
La Hermana se volvio y se agacho para agarrar del cuello de la capa a la llorosa mujer.
—Vamos, ?levantate! —Llamo por encima del hombro a otra Hermana, mas joven, que permanecia en segundo termino—. Hermana Mayan, ten la bondad de llevar los ninos a la carreta. La nina parece apreciar mucho ese telar de juguete, pues no lo suelta; puede conservarlo, en prenda de su buen comportamiento.
La esposa del granjero miro a la Hermana con mudo y amargo rencor, pero estaba demasiado agotada