Pero el camino estaba desierto.
Los poneys se habian tranquilizado al dejar atras el monton de piedras y las ofrendas. Cyllan levanto mas el cuello de su chaqueta sobre las frias mejillas y espoleo su reacia montura para que siguiese adelante.
CAPITULO 5
El sol senalaba el mediodia del dia siguiente, cuando Cyllan vio el perfil de una gran ciudad delante de ella. Detuvo los poneys, contemplo los lejanos tejados y se pregunto si debia o no dar un rodeo. Esa parte de la provincia de Perspectiva le era vagamente familiar (habia pasado por alli varias veces con los boyeros de su tio) y, si la memoria no la enganaba, el cruce de la ciudad parecia ser la unica alternativa. Los campos cultivados se extendian a ambos lados y, con las tiernas plantas creciendo en ellos, los propietarios del lugar no verian con buenos ojos a una desconocida que pisotease sus tierras existiendo un buen camino que seguir. La fortuna la habia acompanado hasta ahora; debia fiarse una vez mas de ella y entrar en la ciudad.
Oyo el tanido de la campana cuando estaba aun a media milla, y aquel sonido, transmitido por una ligera brisa que habia girado al sudeste de la noche a la manana, la inquieto sobremanera. Todas las ciudades que mereciesen el nombre de tales presumian al menos de una gran campana, emplazada generalmente en una torre del palacio de justicia, pero solamente repicaba para anunciar algun suceso muy importante. Algo estaba ocurriendo alli, y Cyllan no tenia el menor deseo de verse envuelta en ello.
Observo cuidadosamente el terreno, a ambos lados del camino, pero no vio ningun sendero a traves de los campos; parecia que no tenia mas remedio que seguir adelante. Por lo menos, los vecinos no estarian tan predispuestos a fijarse en una desconocida, si tenian asuntos propios de que ocuparse.
El limite de la poblacion estaba marcado por un arqueado puente de piedras sobre un alborotado riachuelo, y los dos hombres que lo custodiaban volvieron la cabeza al oir las pisadas que se acercaban. Habian estado observando la ciudad, claramente ansiosos de saber lo que tenian que hacer, y Cyllan refreno su montura al acercarse a ellos.
—Dinos tu nombre y lo que vienes a hacer aqui —pregunto uno de los guardias.
—Soy Themila Avray, conductora de ganado, de la Tierra Alta del Oeste. —Cyllan habia empleado otras veces aquel seudonimo, inventando el apellido del clan y tomando el nombre de una mujer que, segun le habia dicho Tarod, habia sido antano su mas querida amiga y su protectora en el Castillo—. Me dirijo a Shu-Nhadek, para encontrarme con mi primo en la feria del Primer Dia del Trimestre.
Los ojillos del guardia examinaron los cabellos castanos, la ropa, el collar amuleto que llevaba ella colgado sobre el pecho, y su expresion se tranquilizo ligeramente.
—Tendras suerte si puedes cruzar la ciudad mientras sea de dia —le dijo.
La campana seguia sonando, apremiante.
—?Por que? —pregunto Cyllan.
—Va a celebrarse un juicio en la plaza del mercado. —El guardia sonrio, mirando de soslayo—. Dicen que han pillado a la complice del demonio del Caos.
—?La han pillado...? —Cyllan se interrumpio y trago saliva, dandose cuenta una vez mas de que la suerte estaba de su parte. Hizo una senal sobre el pecho, sabiendo que el hombre la esperaba—. Aeoris...
El guardia se echo atras y le hizo ademan de que pasara.
—Sera mejor que te apresures, si quieres ver el espectaculo. — Sonrio de nuevo—. Yo estoy esperando que llegue el relevo para llegar antes de que haya terminado.
Incluso antes de llegar a la plaza del mercado su avance fue dificultado por la gente que convergia de todas direcciones, y Cyllan perdio toda esperanza de poder cruzar la ciudad y salir de ella. Parecia que toda la poblacion estuviese acudiendo alli, atraida por el son de la campana, y cuando pudo ver la plaza del mercado, vio claramente que, le gustase o no, tendria que esperar hasta que hubiese terminado el juicio.
La plaza estaba atestada y la muchedumbre se extendia en las calles proximas, y solamente el hecho de ir montada a caballo permitio a Cyllan llegar a un sitio despejado desde el cual, siempre que permaneciese sobre la silla, podria presenciar bien todo el acto. El juicio se celebraria en la escalinata del palacio de justicia, ya que el interior del edificio resultaba insuficiente. Los jueces habian salido ya y estaban ocupando sus sitios cuando Cyllan detuvo su caballo, obligada por la presion del gentio.
Un anciano vestido de negro se sento rigidamente en un sillon, flanqueado de un grupo de dignatarios de la ciudad y de milicianos uniformados que, por lo visto, tenian por tarea leer las acusaciones contra la prisionera. Buscando entre los que se hallaban en la escalinata, Cyllan vio, custodiada por guardias armados, a una muchacha de cabellos rubios y semblante contraido por el terror, y el espectaculo hizo que se sintiese de pronto mareada. La muchacha era aun mas joven que ella y, fuesen cuales fueren las pruebas amanadas contra ella, Cyllan sabia que era inocente. Pero, ?como podia defenderse contra el miedo supersticioso de sus semejantes?
Dos anos atras presencio un juicio, en una poblacion de la provincia de Wishet, donde habia estado traficando con los boyeros de su tio, y aquel recuerdo le daba una sombra de esperanza por la nina. Entonces, un Iniciado habia presidido el tribunal, las pruebas presentadas por ambas partes habian sido escuchadas con absoluta y tranquilizadora imparcialidad, y la sentencia habia sido justa aunque no enteramente popular. Hoy no habia ningun Iniciado que dirigiese las actuaciones, pero tal vez era mejor asi, pues el afan del Circulo por descubrir a la complice del Senor del Caos podria influir en el criterio de cualquier Adepto, por muy elevados que fuesen sus principios. Cyllan observo a la infeliz muchacha y sus labios se movieron en silenciosa oracion a cualquier poder, del Orden o del Caos, que pudiese impedir que se cometiese una injusticia.
Pero su esperanza duro poco. Desde el fondo de la plaza era imposible oir por entero los discursos, las acusaciones y las declaraciones, pero pronto quedo claro que las autoridades estaban resueltas a apaciguar a una multitud sedienta de sangre. De vez en cuando, un orador era interrumpido por un rugido de indignacion, y los esfuerzos de la acusada para protestar de su inocencia eran recibidos con aullidos por la vocinglera multitud.
Cyllan sintio que el sudor brotaba de su piel y le hacia incomodas cosquillas en la espalda, acompanadas de fuertes nauseas en la boca del estomago. Aquellas buenas y piadosas personas estaban condenando, en nombre de los Senores del Orden, a una inocente sin esperanza de salvacion. Desfilaba un testigo tras otro para prestar declaracion y, aunque la muchacha sacudia freneticamente la cabeza, y lloraba y suplicaba a los jueces, el peso de la opinion estaba contra ella. Cyllan no podia discernir lo que se pretendia que habia hecho y, ademas, apenas parecia importar la naturaleza exacta del presunto delito.
La acusada era joven, tenia rubios los cabellos y era desconocida en el lugar: los tres factores eran suficientes para condenarla.
Aunque a Cyllan le parecio que duraba una eternidad, el juicio fue en realidad terriblemente breve. De pronto, la campana de la torre del palacio de justicia lanzo su sonoro mensaje, y la muchedumbre de la plaza guardo silencio al levantarse el primer anciano de su sillon para hablar.
—Las pruebas presentadas contra la acusada han sido cuidadosamente analizadas y consideradas. —Su voz, aunque cascada por la edad, vibro claramente sobre las cabezas de la multitud y a Cyllan se le revolvio el estomago al percibir la hipocresia de sus palabras—. Y es con el mas hondo pesar que nosotros, fieles custodios de las sagradas leyes de Aeoris —aqui se interrumpio para hacer ostentosamente la senal en el aire delante de el— declaramos que han quedado probadas todas las acusaciones contra esa desgraciada marioneta de los poderes de las tinieblas.
Los murmullos de la plaza se transformaron en fuertes aullidos de aprobacion que solo se extinguieron cuando el viejo hizo un ademan pidiendo calma a la muchedumbre.
—Vivimos tiempos turbulentos —prosiguio el anciano cuando por fin ceso el tumulto—, pero todos compartimos un deber que, por muy onerosa que sea la carga, debemos cumplir si hemos de servir de veras a los dioses que nos protegen. —Hizo una pausa—. Como cualquier ciudadano devoto, no tengo afan de venganza. ?Pero puedo, podemos, llamarnos realmente discipulos de los senores que infunden una chispa de divinidad a nuestras almas y a nuestras vidas, si olvidamos nuestro claro deber cuando se nos impone aquella carga?
El viejo es maestro en retorica, penso amargamente Cyllan. Alababa a la chusma por su piedad, y ellos estaban pendientes de cada una de sus palabras. A su alrededor, la gente asentia con la cabeza, murmurando, felicitando al anciano y felicitandose ellos mismos...