—?No tenemos odio en nuestros corazones! —prosiguio el anciano, elevando la voz—. Ciertamente, nos compadecemos de esa desdichada esclava del mal, ?pues su alma no puede conocer la bendicion de los verdaderos dioses! —Otra larga pausa—. Pero no podemos permitir que la piedad nos desvie de la justicia. Y creo que, si nuestro gran senor Aeoris tuviese que juzgar la sentencia de este tribunal, no encontraria defecto en ella.

Levanto la cabeza, con beatifica sonrisa, y mil gargantas rugieron en senal de aprobacion.

Los poneys de Cyllan bufaron y patalearon, asustados por aquel estruendo, pero faltos de espacio para escapar. Ella se inclino sobre el cuello de su montura, murmurandole suavemente para tranquilizarla, mientras acercaba lo mas posible el otro poney a su costado. La furia hervia en su interior. No podia hacer nada: este simulacro de juicio habia sido preparado de antemano; la gente del pueblo queria una victima propiciatoria para sus terrores, y los ancianos, como comediantes de plaza de mercado, se la ofrecian para congraciarse con ella. Por un solo y frenetico instante, algo en lo mas hondo de Cyllan la incito a lanzarse con sus poneys a traves de la muchedumbre y plantarse en la escalinata del palacio de justicia, y una vez alli, sacar la piedra del Caos y gritar a aquellos pobres imbeciles que la verdadera causante de su miedo estaba impavida ante ellos..., pero cuando aquella loca idea paso por su mente, sintio el calido latido de advertencia de la gema sobre su pecho y comprendio que, por muy salvaje que fuese la injusticia que se iba a perpetrar alli, nada podia hacer para enmendarla.

El anciano estaba hablando de nuevo.

—Amigos mios, buenos ciudadanos, aunque me aflija pronunciar sentencia sobre la pobre criatura que esta ante nosotros, la justicia debe seguir su curso. —Se volvio de cara a la ahora silenciosa muchacha, y el sol poniente dio un perfil de halcon a su semblante—. Quien se ha confabulado con los poderes del Caos solo puede tener un fin. Espero que todos rogueis conmigo a Aeoris por esa desdichada, para que, en su sabiduria y clemencia, perdone sus pecados y libre a su alma de la esclavitud del mal.

Sus palabras fueron recibidas en silencio, pero Cyllan vio que varias personas hacian la senal de Aeoris en el aire. La muchacha miraba fijamente a sus jueces, incapaz de creer en el destino que la esperaba; despues volvio la cabeza, como retrayendose, como aislandose de la locura que la rodeaba.

Cyllan deseaba escapar de la plaza antes de que el suceso siguiese su curso inexorable, pero no habia espacio para volverse ni lugar adonde ir. La presion aumentaba, no solamente por la llegada de mas personas de los barrios extremos de la ciudad, sino tambien porque parte de los que se encontraban alli se echaban atras para abrir un pasillo entre el palacio de justicia y el centro de la plaza, donde se erguia, lugubre y desnuda, una Piedra de la Ley. La presa fue empujada por la escalinata en direccion a la piedra y, de pronto, parecio darse cuenta de la suerte que le esperaba, pues empezo a chillar y a debatirse, luchando contra los que la sujetaban con toda la fuerza que poseia. Los guardias la sacudieron violentamente para calmarla, pero Cyllan pudo oir sus profundos sollozos cuando al fin la ataron sobre el tosco granito y se echaron atras.

Solamente un terco y terrible sentido de la realidad convencio a Cyllan de que no estaba dormida ni sonando cuando observo el terrorifico curso de los acontecimientos a partir de entonces. Un murmullo grave y apagado vibro en toda la plaza, haciendo que los poneys se inquietasen y piafaran de nuevo, y Cyllan solo pudo contemplar impotente como avanzaba la amenazadora multitud hacia la Piedra de la Ley. No hubo movimiento entre la gente que rodeaba a Cyllan; entonces, la voz del anciano, que permanecia todavia en la escalinata del palacio de justicia, resono en toda la plaza.

—Que se cumpla la sentencia.

El ruido de la primera piedra al golpear a la muchacha fue impresionante y sobrecogedor en el silencio de la plaza. Su cuerpo se contrajo violentamente y la joven lanzo un grito, pero la gente que se apretujaba y empujaba, estirando el cuello los que estaban detras para verlo mejor, la ocultaban a la vista de Cyllan. Una segunda piedra erro el blanco; despues, una tercera dio en la sien de la muchacha, y de pronto, la chusma, como una jauria lanzandose sobre su presa, avanzo con un griterio sediento de sangre.

—No... —El murmullo de Cyllan sono fuertemente en sus propios oidos, pero la muchedumbre estaba demasiado atenta a su victima para advertirlo—. ?Yandros, no!

Se dio cuenta de que todos estaban esperando este momento, sabiendo cual seria el desenlace y preparados para el. Aquellas piedras no se habian materializado de la nada... ; la multitud sabia que se recurriria a este antiguo y barbaro metodo de ejecucion, y todos los hombres y mujeres venian preparados.

Miro con horrible fascinacion como llovian las piedras, los guijarros, incluso los trozos de lena, sobre el cuerpo indefenso de la muchacha. La sangre trazaba espantosos dibujos en su cara, y ahora estaba chillando, incapaz de conservar su futil valor y luchando contra las cuerdas que la sujetaban. Cyllan no supo cuanto tiempo paso antes de que la debil figura se sumiese al fin en la inconsciencia, pero incluso cuando habia perdido el sentido aquel mar de brazos siguio alzandose y cayendo, y el ruido de las piedras al chocar con una carne que ya no resistia hizo que Cyllan se sintiese mareada de indignacion y de asco.

Por fin termino el espectaculo. Un silencio irreal cayo sobre la plaza y, gradualmente, como el reflujo de una marca, la gente empezo a marcharse, retirandose de aquel resto destrozado y sangrante de humanidad que pendia como una muneca grotesca de la Piedra de la Ley. Los ancianos, representando su papel en la comedia, se habian retirado dignamente, y por fin se dio cuenta Cyllan de que la bulliciosa chusma ya no le cerraba el paso.

Su poney dio un quiebro, echando atras las orejas y resoplando al percibir el alarmante olor de la sangre. Cyllan lo aparto de la Piedra de la Ley, sabiendo que no podia continuar su viaje, que no podia cruzar la plaza mientras colgase alli el cadaver de la joven. Se apeo del caballo, casi cayendo al suelo al flaquearle las piernas, y oculto la cara en la crin del poney, deseando poder vomitar, desmayarse... , cualquier cosa con tal de borrar el espantoso recuerdo de lo que habia presenciado.

Una vendedora de vino empezo a tocar una campanilla detras de ella, proclamando con voz estridente que su vino era el mejor que podia encontrarse en la provincia, y los poneys se echaron atras y relincharon asustados por aquel ruido. Cyllan se volvio en redondo y vio un tenderete lleno de odres, jarras y copas. Por un instante, solamente pudo contemplar, pasmada, el buen negocio que estaba haciendo ya la vendedora; despues, un impulso la obligo a acercarse. El vino podia ayudarla a olvidar lo que habia visto... Hurgo en su bolsa y saco la primera moneda que encontro, medio gravine.

—Deme una bota llena —dijo con voz ronca.

La mujer le dirigio una amplia sonrisa.

—?Con mucho gusto, moza! Y vas a beber por la salud de nuestros buenos ancianos, ?eh?

Puso la bota en manos de Cyllan, esta no recibio el cambio y comprendio que la mujer la estaba timando, pero ya no le importaba. Los poneys la siguieron inquietos mientras se dirigia tambaleandose al borde de la plaza, donde se libraria de las apreturas, y las lagrimas empezaron a brotar de sus ojos mientras se sentaba contra una pared enjalbegada y, con manos temblorosas, destapaba la bota y se la llevaba a los labios.

—Solo esta dormida, ?no crees? ?O estara tal vez enferma?

—No lo se... Esperemos a ver.

Las voces femeninas llegaron a la turbada mente de Cyllan como a traves de una espesa niebla y, aunque comprendio que era objeto de escrutinio, parecio incapaz de desatar la lengua y decir que se encontraba bien y que la dejasen en paz. Oyo unas pisadas y entonces tuvo la impresion de que una figura se inclinaba sobre ella.

—No, no esta enferma. —La voz parecia ligeramente divertida— ?Esta borracha!

—No lo estoy... ?Oh!

Cyllan habia encontrado al fin la voz e intentaba protestar, pero un movimiento impremeditado hizo que sintiese punzadas de dolor en la cabeza, y su espalda estaba tan rigida que todos los musculos se resistian violentamente. Abrio los ojos, haciendo una mueca a lo que parecia una luz insoportablemente brillante, y por ultimo enfoco la mirada en las dos mujeres inclinadas sobre ella.

Una era de edad me diana; la otra era mas joven, y ambas vestian habitos blancos, manchados con el polvo del viaje, calzaban botas de montar y cubrian sus hombros con cortas pero gruesas capas. La plaza estaba a oscuras y aquellas mujeres llevaban sendas linternas; fue su luz la que habia herido sus ojos. Hermanas de Aeoris... Cyllan cerro de nuevo los ojos y trato de ponerse en pie. Habia estado recostada contra una tosca pared y su ropa estaba empapada de humedad, lo que exacerbaba la rigidez de su cuerpo. Tenia un mal sabor en la boca y se enjugo los labios con mano insegura, resistiendo la tentacion de escupir.

—Vamos, deja que te ayudemos. —Una mano la asio del brazo, suavemente pero con firmeza, y pudo ponerse en pie—. ?Puedes aguantarte asi sin que te sostengamos? ?Te sientes lo bastante bien para caminar?

Cyllan, haciendo un esfuerzo, asintio con la cabeza.

—Estoy bien..., gracias, no necesito... —Se interrumpio, sintiendo que le acometian de nuevo las nauseas—. ?Oh, dioses...!

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