Y
Cuando llegaron al final del desfiladero. Indigo no pudo hacer otra cosa que mirar fijamente con embotada estupefaccion las enormes puertas que impedian seguir adelante. La fila de prisioneros se detuvo tambaleante, pero ella instintivamente intento seguir adelante, sus reflejos paralizados a todo lo que no fuera la indiscutida aceptacion de lo que parecia una caminata interminable; un capataz se dio cuenta de ello cuando las cadenas que sujetaban sus tobillos se tensaron, grito una furiosa orden para que se detuviera y la correa de un latigo restallo contra su pecho indefenso. Pero la muchacha no sintio el dolor, se limito a parpadear como un animal que saliera poco a poco de un estado de hibernacion y volvio a ocupar su lugar en la fila.
?Cuanto tiempo habian estado arrastrando los pies hasta llegar a aquel punto? Su sentido del tiempo estaba destrozado; podrian haber transcurrido minutos u horas desde aquella ultima vision del rostro triunfante de Quinas a la luz de la antorcha. El recuerdo de todo lo que habia visto y oido desde entonces no era mas que un revoltijo de imagenes fortuitas en su cabeza. Recordaba un camino ancho cuya superficie parecia estar cubierta de cenizas que los pies de los prisioneros levantaban convirtiendolas en sucias nubes de polvo a cada paso que daban; y habia visto una turbulencia resbaladiza y oleosa que, estaba segura, debia de ser el rio, ya que corria paralelo al sendero. Luego se habia producido un sonido terrible y atronador, que cada vez era mas fuerte y la aturdia; finalmente, se transformo en el rugido de los hornos de fundicion, cerca de los cuales discurria la carretera. Habia sentido el calor de sus imponentes fuegos y habia visto las nubes de vapor que se alzaban de los pozos de enfriamiento para espesar y saturar la oscuridad. Habia hombres moviendose entre toda aquella confusion abrasadora y llena de humos y vapores, diminutas figuras empequenecidas por su entorno; los que vieron pasar a aquellas criaturas condenadas desviaron la mirada rapidamente.
Luego, mientras los hornos quedaban atras, el valle habia empezado a estrecharse hasta que no hubo mas edificios, ni mas maquinas, ni mas hombres. El camino de cenizas desaparecio e iniciaron una penosa caminata por un empinado desfiladero que ascendia hacia las montanas circundantes por entre dos elevadas cumbres. Ahora, la unica luz era el frio resplandor verdoso que iluminaba el cielo sobre sus cabezas, creando anormales sombras cambiantes sobre las piedras. La imprecacion lanzada por un capataz para apresurar a los prisioneros resono extranamente e hizo que Indigo pensara por un momento que otras voces les gritaban desde los riscos. Entonces, algo enorme, oscuro y anguloso surgio de la noche delante de ellos, y llegaron al final de su camino.
Las puertas, de unos diez metros de altura, sujetas a gigantescas bisagras clavadas en la roca cerraban el desfiladero. No hacia mas de cuatro anos que habian sido colocadas, pero su superficie de hierro estaba ya ennegrecida y podrida, el metal corroido por el corrompido aire. La barra que las mantenia cerradas practicamente hubiera soportado cualquier tipo de ataque proveniente del otro lado. Cuando los capataces avanzaron para sacar, con grandes esfuerzos, la barra de sus soportes, la mente lastimada de Indigo comprendio por primera vez lo que debia ocultarse alli detras.
Volvio la cabeza muy despacio —con un gran esfuerzo era capaz de ejercer un muy limitado control sobre sus musculos— y miro al prisionero que estaba a su lado. Este contemplaba las puertas con lo que parecia una mezcla de reverente temor y resignacion; la boca le colgaba entreabierta y un lento hilillo de saliva le resbalaba por la barbilla sin que el pareciera darse cuenta. Delante de el, otro hombre tambien observaba aquella entrada; el resto concentraba su atencion con
fijeza en el suelo. Nadie se movia, nadie dejo escapar la menor senal de temor o protesta.
Un fuerte estrepito metalico, que resono ensordecedor entre los riscos, anuncio el sonido de la barra al caer. Mientras el eco se desvanecia y regresaba el silencio, las puertas chirriaron amenazadoras, e Indigo sintio un escalofrio en la base de la espalda. No estaba asustada —la droga la habia vuelto incapaz de sentir nada parecido —, pero, por un instante tan solo, la inquietud se habia agitado en su interior como un gusanillo.
Se escucho un sonoro ruido metalico. El eco retumbo con menos fuerza, ahora, pero aun con la suficiente como para sobresaltarla, y las puertas empezaron a abrirse hacia ellos. Una delgada linea vertical de un violento fulgor verde hizo su aparicion y se ensancho rapidamente, hasta que la joven se vio obligada a desviar la vista; entonces sintio un tiron en las argollas y escucho el crujir de las piedras bajo el peso de los pies cuando los cautivos empezaron a avanzar hacia la entrada del siniestro valle situado al otro lado.
—?Tu no!
Una mano se cerro sobre su antebrazo y tiro de ella hacia atras cuando, demasiado atontada para razonar o discutir. Indigo iba a seguir a sus companeros de cautiverio. Sin comprender, clavo la mirada en el rostro de uno de los guardas, que se habia interpuesto entre ella y los demas. El hombre sonreia, y ella no entendio nada.
—Ansiosa, ?eh?
Otro de los vigilantes fue hacia ella, soltando unos gruesos cortadores que colgaban de su cinturon.
—Ya le tocara el turno. Pero no con este miserable grupo de gusanos.
El primero de los capataces jugueteo con su amuleto de Charchad, luego hizo un ademan impaciente.
—Acabemos deprisa con estos; no quiero dejar la puerta abierta mas tiempo del necesario.
Su companero se agacho, y el metal solto un chasquido cuando corto las cadenas que la sujetaban a los otros cautivos. La empujaron a un lado con malos modos. La muchacha perdio el equilibrio y se arano el codo al caer al suelo. Mientras intentaba sentarse, aturdida, vio como los capataces conducian a la hilera de hombres hacia el brillante espacio situado entre las dos puertas. Un resplandor frio cayo sobre ellos y los rodeo con una aureola de intensa luz verde; uno —el hombre que habia tenido delante en la fila— vacilo por un momento y miro hacia atras. A la muchacha le fue imposible decidir si su expresion era de lastima o de suplica. Luego, el desfiladero volvio a resonar al cerrarse las puertas detras del ultimo de los hombres, y estos desaparecieron.
Los ecos se apagaron y, de repente, la noche parecio inquietantemente silenciosa. Las montanas habian amortiguado el bullicio de las minas convirtiendolo en apenas un debil murmullo nebuloso en la distancia, y el desfiladero estaba en silencio. Indigo no intento incorporarse, sencillamente permanecio sentada donde habia caido, con los ojos fijos en los capataces que en aquellos momentos regresaban de la entrada.
Solo eran tres. No habia registrado este dato antes, pero ahora, mientras la informacion se filtraba en su mente, se pregunto por que los prisioneros habian aceptado su destino tan estoicamente. Si hubieran decidido luchar, sus guardianes se habrian visto totalmente sobrepasados en numero; sin embargo, no habian protestado en absoluto. Se habian limitado a penetrar en el valle de Charchad como ovejas ignorantes camino del matadero. ?Que les sucederia ahora?, se pregunto. ?Moririan, rapida y brutalmente, antes de que la enfermedad del valle se deslizara al interior de sus cuerpos? ?O vagarian por aquel verdoso mundo de pesadilla hasta que la carne se les pudriera en los huesos y se convirtieran en lo que Chrysiva habia sido, antes de que la saeta de una ballesta pusiera fin a su sufrimiento?
Al pensar en Chrysiva, la boca de Indigo se crispo en una mueca. No pudo evitar aquel movimiento reflejo, ni la peculiar sensacion que le siguio al momento y la empujo a querer hablar. Pero las palabras que buscaba la eludieron. Bastante antes, antes de que los acolitos de Charchad la obligaran a beber su repugnante brebaje, sabia que habia recibido una espantosa revelacion con respecto a los acontecimientos que la habian conducido a su actual situacion, pero ahora no podia recuperar su capacidad de razonamiento lo suficiente para recordarla. Sentia miedo, si; pero carecia de sentido, como si perteneciera a alguna otra persona y ella lo experimentara indirectamente, ?Era miedo a la muerte? Eso pensaba, pero no podia recordar por que la muerte resultaba tan importante.
Unas botas aranaron la roca, y el debil sonido hizo que Indigo se diera cuenta de que habia estado a punto de caer en un letargico trance. Sus ojos volvieron a aclararse, y vio a uno de los capataces de pie junto a ella. Sus companeros se apoyaron contra la pared del risco, contemplando la escena con
hastiado interes.
—Bien, bien. —La puntera de metal de una bota la golpeo en la rodilla; Indigo hizo una mueca, pero fue una reaccion lenta—. Todavia en el limbo, ?eh? —Introdujo la mano en su camisa y la cerro alrededor de algo que llevaba guardado en un bolsillo interior. La muchacha no pudo ver lo que era.
—?Una ultima peticion antes de que nos abandones?
Uno de los hombres lanzo una carcajada que parecia un bufido.
—Es bastante joven y bonita —grito—. ?Te apuesto a que se que le gustaria antes de irse!
Una mirada especulativa brillo por un momento en los ojos del capataz. Miro a Indigo de arriba abajo y sus ojos descansaron por algunos instantes en sus pechos y bajo vientre. Luego sacudio la cabeza.