capataz inclinado muy cerca del suyo. En su cara brillaba una sonrisa obscenamente sepulcral.

—Vais a emprender un viaje, querida. Un viaje del que no se regresa.

Escucho otra risa ahogada que sono como veneno en sus oidos. La repugnante sonrisa de Quinas se ensancho.

—A las zonas mas profundas del pozo de Charchad. Indigo. ?Para contemplar, justo antes de morir, el rostro de nuestro senor Aszareel!

La obligaron a beber de un tazon de hojalata, abriendole la boca a la fuerza y vertiendo el amargo liquido en ella cuando intento desasirse. Se necesitaron tres acolitos de Charchad para sujetarla y todavia consiguio escupirles al rostro la mayor parte de la pocion; pero, de todas formas, su garganta trago la cantidad suficiente como para que la droga que contenia surtiera efecto.

El entumecimiento hizo su aparicion. Lo sintio primero en manos y pies; luego ascendio despacio por sus miembros hacia el pecho, y aunque ejercito toda su fuerza de voluntad no pudo hacer nada para frenarlo. Diez minutos despues de haberse tomado la pocion, la pusieron en pie, y cuando intento resistirse, sus musculos sencillamente se negaron a responder. Todavia podia mantenerse erguida sin ayuda, pero aparte de esto poseia el mismo autocontrol fisico que una muneca. Cuando sus raptores la arrastraron hasta la puerta de la cabana, en una parodia grotesca y desgarbada de la accion de andar, sintio que sus facultades mentales tambien empezaban a fallarle a medida que la droga comenzaba a actuar en su sangre. Un terror enfermizo que le paralizaba, el anima estaba alojado como un parasito en su estomago, pero era incapaz de responder a el; se sentia lejana, como si se contemplara a si misma desde una gran distancia que aumentaba a cada momento que pasaba. Sin embargo, en otro nivel, sus sentidos seguian siendo penosamente suyos y funcionaban a una velocidad terrible. Y pasando por encima de todo lo demas, en su mente habia una sensacion de total desolacion y remordimiento.

Habia fracasado. Arrastrada por emociones que no habia tenido la inteligencia de examinar ni controlar, se habia dejado atrapar por la mayor de las estupideces: la temeridad; y Nemesis habia estado al acecho para explotar su insensatez. Debiera haber visto el peligro que contenia el broche de Chrysiva, la correlacion entre su apagado brillo plateado y la siempre presente amenaza de su demonio. Y cuando Grimya demostro ser mas inteligente que ella, debiera haberla escuchado.

Pero el debiera y el si no le servian de nada ahora. Habia despreciado a sus unicos amigos por una furia ciega y vana, y aquella vanidad la habia conducido al loco convencimiento de que podia enfrentarse y acabar con el demonio del valle de Charchad sin ellos. Ahora todo lo que podia esperar era una muerte relativamente rapida, y no podia culpar a nadie por su situacion; solo ella era responsable.

En su siniestro reino astral de espinas envenenadas y estrellas negras, penso Indigo, Nemesis debia de estar riendo en aquellos momentos.

La puerta se abrio de golpe, choco contra la pared de hierro e hizo que toda la cabana se estremeciera. Una humareda oleosa se arremolino contra el rostro de Indigo; los ojos empezaron a llorarle y noto un sabor a sulfuro y polvo quemado en la garganta cuando fue empujada al exterior, al horripilante y resplandeciente paisaje nocturno de las minas.

Fue recibida por un atronador caos de sonidos. La mugrienta atmosfera palpitaba con el casi subconsciente tronar de las maquinas, desde las enormes gruas sobre sus elevados pescantes, hasta las grandes palas de las excavadoras y los enormes martillos operados por equipos de hombres sudorosos que atacaban las rocosas paredes. Grupos de esclavos encorvados remolcaban hileras de vagonetas de mineral por una chirriante y ruidosa red de vias; aquellos hombres cantaban mientras trabajaban para mantener el ritmo de sus pasos, entonando un lastimero y quejumbroso canto funebre como una saloma de inspiracion diabolica. El vapor siseaba y rugia, voces sin cuerpo lanzaban ordenes; en algun lugar, alguien dejo escapar un grito de dolor, de temor o de ambas cosas. Por entre aquella siniestra fetidez centelleaban las antorchas en sus elevados postes, su luz diluida por el humo en informes y fantasmales manchas blanquecinas, en medio de aquel torbellino nocturno.

Arrastraron a Indigo por el desigual suelo. Las lagrimas caian ya a raudales de sus ojos y no podia ver mas que lo que tenia justo delante de ella. Pasaron junto al elevado caballete de una de las antorchas, y bajo el repentino resplandor que esta arrojaba distinguio las formas borrosas de otras figuras que parecian esperarlos.

Alguien que llevaba un latigo y cuyas vestiduras despedian un brillo metalico se aparto de la luz para salir al encuentro de los que conducian a la joven. Se intercambiaron algunas palabras, pero el ruido de fondo las ahogo; el unico sonido reconocible fue una aspera carcajada. Luego, unas manos la empujaron hacia adelante con brutalidad; incapaz de controlar sus musculos, cayo cuan larga era entre pies enfundados en botas, pero tiraron de ella al instante para volver a ponerla en pie. Se escucho el chasquido de un objeto metalico; noto que algo le atenazaba los tobillos y se dio cuenta, con embotada sorpresa, que la estaban atando al extremo de una doble fila de hombres harapientos. Intento protestar, pero su paralizada lengua solo pudo lanzar un peculiar lloriqueo que atrajo tan solo una breve y apatica mirada del prisionero que tenia delante.

Se escucho un nuevo ruido metalico, y un segundo juego de argollas se cerro sobre sus munecas. Le soltaron los brazos; se mantuvo erguida, aunque a duras penas, guinando los ojos confusa ante sus torturadores. Se produjo un revuelo entre el grupo de capataces, y entonces aparecio Quinas, sostenido por dos de los seres que habian transportado su camilla desde la cabana.

—Bien, saia Indigo.

La familiar y odiada voz se deslizo como un helado cuchillo en la marana de sus pensamientos. No tenia fuerzas suficientes para volver la cabeza, y alguien tuvo que sujetarle la barbilla y girarla a un lado hasta que sus ojos se posaron vagamente sobre el rostro de Quinas.

—Es costumbre en estos momentos ofrecer la bendicion de Charchad a aquellos que estan a punto de ser iluminados. —Bajo el ardiente resplandor de la antorcha que se alzaba sobre su cabeza, las deformidades de Quinas le daban un aspecto macabro—. Vuestros companeros ya han recibido este sacramento; pero parece, por desgracia, que vos. Indigo, no estais en condiciones de compartir la dicha de los demas.

Ella siguio mirandolo fijamente. Aunque hubiera podido hablar no se le habria ocurrido nada que decir.

Quinas sonrio.

—Parece un poco decepcionante que nuestra despedida definitiva carezca de la ceremonia adecuada, pero he aprendido a tomar estas pequenas contrariedades con filosofia. De modo. Indigo, que tan solo me queda deciros adios. Por ultima vez. —Hizo un gesto en direccion a los carceleros que aguardaban—. Llevadlos al valle.

Un capataz que iba a la cabeza de la hilera de prisioneros dio un fuerte tiron a la cadena que sostenia, y los hombres empezaron a avanzar tambaleantes. La muchacha fue arrastrada con ellos mientras su cabeza se bamboleaba sobre sus hombros. Por un momento, la infernal escena parecio ladearse cuando ella estuvo a punto de perder el equilibrio; luego, mientras conseguia enderezarse, pudo vislumbrar por ultima vez a Quinas antes de que este se diera la vuelta. Su rostro estaba en sombras, fuera del alcance de la luz de la antorcha, y no pudo ver su expresion; solo el ojo que le quedaba capto un reflejo errante, y resplandecio como el ojo de un demonio reencarnado.

Indigo sintio como sus dientes empezaban a castanetear; fue un movimiento reflejo, impulsivo y convulso. No podia hablar, pero cuando la hilera de prisioneros empezo a desplazarse en la oscuridad, sus labios se movieron vagamente para formar una unica y silenciosa palabra que sono como una confusa y desesperada suplica en su mente destrozada. ?Gr... Grimya... ?

Antes de que se pusieran en marcha, Jasker le dio a Grimya los ultimos restos de su comida. La loba protesto diciendo que estaba demasiado preocupada para sentir hambre, pero el insistio. Las provisiones, alego, se habrian vuelto rancias mucho antes de que ellos estuvieran de regreso, y necesitaban alimentarse de cara a la tarea que les esperaba. El ya habia comido todo lo que necesitaba; ahora Grimya debia tomar lo que quedaba.

Por fin, aunque de mala gana, el animal cedio. Mientras comia, Jasker se dedico a estudiar detenidamente un pequeno mapa a la luz de una vela; aquel mapa era el resultado de seis meses de exploraciones de los tuneles, pozos y galerias que infestaban los volcanes. Con un gran esfuerzo, lo habia dibujado sobre un pellejo ahumado con una pasta hecha de hollin y cera aceitosa, y en ningun caso estaba completo: Jasker era muy consciente de que en sus paseos subterraneos no habia explorado mas que una diminuta porcion de la enorme red de tuneles. Pero el mapa seria suficiente para guiarlos hasta su destino. Lo que pudiera pasar mas alla de aquel punto era un tema en el que preferia no ahondar, consciente de que la cuestion estaria en manos superiores. Pero —y miro de soslayo a

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