imagenes de un sueno, y sintio un irracional arrebato de indignacion. Entonces, algo que le parecio como fuego
—Despertadla.
Una cierta cantidad de agua salobre se estrello contra el rostro de Indigo. Intento protestar, pero sus cuerdas vocales no la obedecieron. Todo lo que pudo hacer fue volver la cabeza en un esfuerzo por evitar el ataque, pero no le sirvio de mucho. Habia un insistente y ahogado tronar en sus oidos y el suelo parecia temblar bajo ella. Olia a algo espeso, pesado, metalico, que taponaba su nariz.
—Mas.
Conocia la voz, pero no podia atribuirle un nombre. Alguien que habia...
Un nuevo torrente de agua la golpeo, y una sensacion de nausea estallo en lo mas profundo de su ser. Rodo a un lado de forma instintiva, consiguiendo volver la cabeza justo antes de que una mezcla de bilis y esputo empezara a brotar de su boca. Dando boqueadas, se arrastro hacia atras sobre los codos, desorientada todavia y reacia a abrir los ojos.
—Muy bien: es suficiente. Esta consciente ahora. Dadle la vuelta.
Unos dedos manosearon el cuerpo de Indigo, pero esta carecia de la coordinacion suficiente para luchar contra ellos. Entonces una sombra se proyecto sobre ella y le azotaron la mejilla, sin demasiada fuerza, pero con determinacion.
—
Sus parpados temblaron y se abrieron. Por un instante, sus ojos lo vieron todo borroso; luego, de forma brusca, la escena se aclaro.
Estaba en el interior de una especie de edificio, una cabana tosca y sin ventanas hecha de planchas de hierro, cortadas sin el menor cuidado, que empezaban a oxidarse.
El aire apestaba y, a la grasienta luz de la lampara que colgaba de un gancho del techo, pudo distinguir la tosca mesa y las dos sillas, el tablero de la pared con hileras de numeros escritos con tiza y —en una esquina— los montones de pizarras y bastones de plomo que servian para llevar las cuentas. La oficina de un capataz de mina, ocupada ahora por media docena de personas. Debian de haberla bajado al valle mientras estaba inconsciente, y ahora el ruido, la peste, y el polvo contaminado que llenaba el aire le dijeron que estaba en el corazon de la zona minera, sin la mas
minima esperanza de ser rescatada. Y en medio de sus secuestradores, con su mutilada sonrisa brillando a la lobrega luz de la lampara, estaba Quinas.
Un violento juramento se escapo por entre los labios de Indigo. Quinas estaba muerto; lo habia abandonado en la hondonada, incapaz de moverse, esperando tan solo a que el sol saliera y consumiera lo poco que le quedaba de vida. No podian volverse las tornas.
Pero lo imposible habia sucedido, y ahora Quinas presidia un grupo de hombres desde una especie de camilla improvisada. Un vendaje ocultaba su pelado cuero cabelludo y el ojo inutil, y se habia untado pomada en las quemaduras menos importantes, lo que daba a su rostro un brillo oleoso. Una sonrisa de genuino triunfo quebraba su chamuscada boca.
—Bien,
Sus companeros le dedicaron una desagradable sonrisa. A juzgar por sus ropas y actitud. Indigo supuso que tambien ellos eran encargados de las minas; capataces como Quinas, quizas, o mayorales, o jefes de equipo. Cada uno lucia la refulgente ensena de un acolito de Charchad, y cada uno padecia de alguna forma la misma enfermedad: escamacion de la piel, perdida de cabello, dedos palmeados, una nariz que empezaba a deshacerse... Uno de ellos llevaba una tira de cuero trenzada; era aquello, comprendio, lo que la habia golpeado en el rostro y habia dejado su mejilla dolorida y sangrante. La joven no dudo de que, a la menor provocacion, el que blandia el latigo se sentiria muy feliz de utilizarlo.
Alguien la agarro por los cabellos y la obligo a sentarse con tanta brusquedad y violencia que la cabeza le dio vueltas; su autorrecriminacion desaparecio bajo una nueva barrera de nauseas. Esta vez reprimio el espasmo, negandose a perder los ultimos y pateticos restos de su dignidad, y apreto los dientes.
—Debiera haberos eliminado...
—Desde luego. —Quinas inclino la cabeza—. Esa fue vuestra debilidad, querida Indigo. Pero desear no es lo mismo que hacer, ?verdad?
Su cabeza empezaba a despejarse ahora, y tras la recuperacion fisica vino algo mas que no pudo captar por completo.
—Nos habeis ofendido. Indigo. —La voz suave y lisonjera de Quinas interrumpio sus esfuerzos por recordar—. Y aunque nosotros, los siervos de Charchad, somos misericordiosos, aquellos que nos ofenden repetidamente deben ser castigados. Lo comprendeis, ?no es asi?
Sus palabras carecian de sentido. Habia algo mas, algo mucho mas importante...
Nemesis.
—No os oye, Quinas —dijo alguien laconicamente.
—Oh, si que lo hace. ?Verdad. Indigo?
El broche.
—
Unos dedos sujetaron su mandibula apretando con fuerza, y en ese mismo instante lo recordo. El broche. Nemesis.
—?Nooo!
Fue un grito de dolor, de angustia y de amargo remordimiento, al tiempo que las ultimas ataduras que esclavizaban a Indigo se hacian pedazos y la muchacha se daba cuenta de lo que habia hecho.
«?Grimya!», grito su mente en silencio. «Grimya,
El grito se desvanecio en un frio silencio. Con un gran esfuerzo, la joven se obligo a mirar el rostro de Quinas de nuevo; lo que vio la acobardo, al darse cuenta de que el deseo de venganza del hombre era tan grande como el suyo. Ella, mas que ninguna otra persona, era la responsable de aquellas desfiguraciones que lo obligarian a enfrentarse a lo que le quedase de vida como un ser mutilado. Ahora, gracias a su delirante estupidez, el habia conseguido que se volvieran las tornas. El, y su Nemesis. Y ahora era ella su victima. Quinas se ocuparia de que sus sufrimientos igualaran a los padecidos por el.
Y todo por una despreciable pieza de metal bajo...
Una de las manos mutiladas del capataz se estiro para tocar su mejilla tan suavemente como una hoja que cayera del arbol. La muchacha vio los munones fundidos de sus dedos, y sintio un nudo en el estomago ante la caricia. Quinas sonrio.
—Sois una pecadora. Indigo. Nos duele presenciar pecados como los que habeis cometido contra Charchad; pero sabemos cual es nuestro deber. —Otras voces murmuraron algo en senal de asentimiento—. Pecado. Indigo. Pecado. ?Y cual es el castigo al pecado?
Silencio. Esperaban que ella contestase, pero no podia, no se atrevia...
—El valle. El camino hacia la iluminacion definitiva. —Los atrofiados dedos acariciaron su rostro de nuevo y ella cerro los ojos con fuerza. Pero no podia dejar de oir su voz, aquella voz suave, burlona y persuasiva.
—Buscabais a nuestro senor Aszareel. Indigo. Lo buscabais cuando tan solo los escogidos de Charchad pueden disfrutar de tal honor. —Un silencio terrible floto en el aire por un instante, luego la dulce voz de Quinas continuo—: Pero hemos decidido tener piedad. —Algo
Alguien lanzo una risita ahogada, que enseguida reprimio. La joven abrio los ojos otra vez y vio el rostro del