tentacion y dirigirnos al templo. Segun se me ha dicho esta a muy poca distancia de aqui.

Indigo dejo que la introdujera entre la multitud, con Grimya a su lado. A los pocos minutos llegaron a un lugar donde los edificios que bordeaban la media luna daban paso a una amplia escalinata que ascendia hasta una gran plaza semicircular, y ante ellas aparecio el Templo denlos Marineros.

Indigo no pudo hacer otra cosa que contemplarlo llena de asombro. Los peldanos, que estaban tallados en marmol del color de la espuma marina, conducian la mirada hacia las enormes puertas dobles que permanecian eternamente abiertas. El templo se curvaba triunfante hacia el cielo, y cada centimetro de sus paredes exteriores estaba esculpido con imagenes del oceano; olas enroscadas con enrejados rebordes de espuma, bancos de relucientes peces de cuarzo, delfines saltando exuberantes. Incluso caia agua autentica por entre las esculturas y formaba centelleantes cascadas que creaban una sorprendente sensacion de vida. Y coronando el techo, una gigantesca cupula de brillante cristal refulgia como si se tratase de un enorme diamante.

Los dedos de Phereniq se cerraron con fuerza sobre el brazo de Indigo, y cuando esta volvio la cabeza — aunque era casi imposible poder apartar la mirada del templo— vio que el rostro de la astrologa estaba como embelesado y sus ojos brillantes.

—No me habia dado cuenta. —La voz de Phereniq era un suspiro; luego, con un gran esfuerzo, consiguio salir de aquella especie de trance y se obligo a clavar la mirada en el pavimento a sus pies—. Habia oido hablar de su belleza, pero... —Sacudio la cabeza, incapaz de expresar lo que pensaba.

?Belleza?, penso Indigo. Si, las historias que habia oido eran autenticas; debia de tratarse de la cosa mas bella jamas creada por la mano del hombre. Pero el templo le hablaba de otra forma, de una forma mas profunda. Y le decia: Paz.

En su mente volvio a ver unos dorados ojos lechosos, unos cabellos castanos como el calido suelo del bosque, una capa de hojas verdes recien salidas. El rostro del emisario de la

Madre Tierra aparecio en su mente, y percibio la agridulce sensacion mareante del dolor de la Gran Diosa, y la colera y el pesar que habian perseguido sus suenos durante tanto tiempo. Se sintio invadida por un deseo de correr escaleras arriba y a traves de las siempre abiertas puertas, para arrojarse boca abajo sobre el suelo del templo y pedir la paz que sabia se encontraba en su interior, entregarse a la misericordia de la Gran Madre y suplicar el perdon.

Perdon. Su mente se vio arrojada bruscamente de regreso a la realidad cuando la palabra se alojo en su cerebro. No era perdon lo que buscaba: la Gran Madre se lo habia concedido hacia mucho tiempo, aunque de una forma llena de ironia, cuando el emisario habia tomado su mano y la habia alejado de la carniceria de Carn Caille. Ansiaba liberarse. Liberarse de su vagabundeo, de su busqueda, de su lucha. Liberarse de la maldicion que habia traido sobre si misma y sobre el mundo.

Y el hechizo del templo se_ rompio cuando algo en el interior de la conciencia de Indigo le recordo, como lo habia hecho tantas veces antes, que la llave de su liberacion estaba en sus propias manos, y que asi era la unica forma en que podia ser.

Hasta que este terminado, Indigo. Hasta que este terminado.

La nitida escena que tenia ante ella volvio a aparecer ante sus ojos, y sintio la dureza de las losas bajo sus pies, la debil presion del brazo de Phereniq contra el suyo, el contacto del pelaje de Grimya.

—... si no os importa esperarme.

No habia prestado atencion a las palabras de Phereniq, y se volvio, parpadeando confusa al regresar a la realidad.

—Lo siento..., ?que deciais?

Phereniq la observo con cierta curiosidad.

—Los vendedores de ofrendas. He traido las mias, pero me gustaria ver que es lo que tienen.

El resto del miasma que envolvia a Indigo se disolvio, y se dio cuenta de que entre el gentio de la escalinata del templo habia algunos buhoneros que vendian pequenos objetos para que los visitantes los ofrecieran en el Templo de la Madre del Mar. Phereniq se dirigia ya hacia ellos, e Indigo, con paso un poco inseguro, la siguio. Phereniq se agacho en mitad de la escalinata para hablar con un ciego sentado sobre una estera de algodon. Cuando Indigo llego a su lado, Phereniq alzo la cabeza, con ojos brillantes.

—?Mirad esto! ?Esta tan bien hecho...! ?Habeis visto alguna vez algo parecido?

El ciego habia tallado unos barcos diminutos que iban montados sobre ruedas y se arrastraban mediante cintas de colores. Los modelos eran birremes, y al moverse, las dos hileras de remos en miniatura se balanceaban arriba y abajo.

—Tengo que comprar uno —anuncio Phereniq—. Para la pequena Infanta.

—?La Infanta? —Indigo se quedo perpleja.

—La Takhina-Infanta. Para Jessamin. —Y de repente arrugo la frente—. Ah, pero claro. Aun no lo sabeis, ?no es asi?

—?Saber que?

Phereniq vacilo, luego su expresion cambio de repente otra vez y forzo una sonrisa.

—Todo a su debido tiempo —dijo—. Hay muchas cosas que explicaros, pero este no es el lugar apropiado para ello. —Saco un portamonedas de debajo de su tunica, hurgo en su interior con cierta torpeza y entrego al buhonero ciego una zoza entera; cuatro veces el valor del pequeno juguete de madera—. Ahi tienes, artesano. Y ahora, amiga mia, debemos seguir. —Y se apresuro escaleras arriba.

Indigo hizo intencion de seguirla, pero de pronto el ciego le hablo:

—Un regalo para vos, senora.

Su voz era debil, a pesar de que no era viejo; y sus palabras eran una afirmacion, no una pregunta, Indigo se volvio, y vio que le tendia lo que parecia una tela de arana delicadamente trabajada en la que relucian diminutas figuras de bronce.

—Huelo el mar en vuestros cabellos, senora, y ?que mejor regalo podria darle un marinero a la Madre del Mar que una red con la que adornar su nave?

La tela de arana estaba hecha de delicado hilo metalico, y las diminutas figuras de bronce eran peces, cada escama cuidadosamente modelada, y con pedacitos de zircon brillando en sus ojos, Indigo la contemplo con admiracion, y el ciego sonrio.

—Una red para recoger el regalo del mar, senora. Uno de los Tres Regalos que venera la leyenda. ?Y quien si no la Madre conoce que otra cosa puede atrapar cuando llegue el momento?

Indigo sintio una extrana opresion, como una mano inhumana y gelida que se aferrara a su columna desde dentro. Una insinuacion, nada mas. Pero...

«Comprala.» Grimya levanto los ojos hacia ella, y el mensaje de la loba era categorico y apremiante. «No se por que. Pero debes hacerlo.»

Rebusco en sus ropas en busca de la bolsa de las monedas, sintiendo de pronto que era mas bien ella y no el buhonero el que estaba ciego.

—?Cuanto es? —Su voz temblo.

—Lo que querais, senora. Lo que la Madre desee a traves de vos.

Sus dedos se cerraron sobre una moneda; no sabia su valor ni le importaba. Cambio de manos, y la muchacha sintio el contacto metalico y sedoso de la red mientras el buhonero la colocaba alrededor de su brazo.

—Que la Madre nos de su bendicion —dijo el hombre—. O estamos perdidos.

La piel de Indigo se quedo helada bajo el deslumbrante calor del sol, y giro sobre sus talones para correr tras Phereniq.

CAPITULO 7

—He oido que por la noche, cuando sale la luna, la cupula refleja su luz como un faro para llamar a los barcos que estan en el mar. —Phereniq hablaba con gran respeto y su voz resonaba en una ahogada cascada de murmullos a traves de la elevada cupula del templo.

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