Indigo no contesto. Estaba de pie, inmovil sobre el suelo de marmol, con los ojos levantados hacia el santuario, y se habia quedado sin palabras. Habia encontrado a Phereniq aguardandola junto a las puertas del templo, y juntas se habian sacado los zapatos y atravesado el estanque poco profundo y salpicado de flores que se extendia ante la entrada, para salir al fresco interior iluminado por una luz verdosa y encontrarse por fin ante ese increible simbolo de la generosidad de la Madre del Mar.

El altar tenia la forma de un barco gigante. Lo sostenian unos pilones de marmol, y su casco estaba hecho de nueve clases diferentes de maderas nobles, que ahora, cientos de anos despues, eran casi invisibles bajo una capa de joyas y metales preciosos. Tres mastiles se elevaban hacia la cupula del templo, adornados con toda una red de aparejos, y unas velas blancas de seda brillaban con misteriosa belleza en la penumbra. Junto al barco descansaba una enorme ancora apoyada en el suelo, tallada en madera y pulimentada hasta hacerla relucir, y sujeta al casco por una cadena pesada y exquisitamente forjada. Y en la proa un mascaron en forma de una mujer de mirada furiosa, brazos extendidos hacia adelante, cabellos ondeantes, y boca abierta como si entonara una cancion interminable a las tempestades; sus devotos la habian adornado con guirnaldas de flores, colgado brazaletes de sus brazos extendidos, coronado y envuelto con cintas de seda. A la vista de aquella serena figura que volaba delante del barco, Indigo habia olvidado la extrana alusion del buhonero ciego, y olvidado tambien las enigmaticas palabras de Phereniq y sus propias dudas y temores, y sintio algo parecido a la paz que habia ansiado fluyendo en su interior. No podia durar —sabia que no podia ser asi—, pero mientras el hechizo se mantuviera sobre ella, no queria mas que sumergirse en el.

El templo estaba atestado de gente; una multitud mucho mayor, supuso Indigo, de lo que era normal, y una clara indicacion de que bajo la tranquila superficie de Simhara aun acechaba una gran cantidad de temor e inseguridad a pesar de haberse restaurado el orden. Los servidores del templo —en su mayoria, segun habia oido decir, marinos retirados— se movian silenciosos entre la multitud, pasando por aqui y por alla para sonreir y contestar a una pregunta o guiar a alguna persona a la que fallaban las fuerzas hasta el altar, Indigo y Phereniq se vieron arrastradas por la multitud, hasta que llegaron a la escalera que las conduciria a la cubierta del barco.

La forma de efectuar una ofrenda en el Templo de los Marineros era muy hermosa en su simplicidad. Desde la creacion del templo, todos los regalos ofrecidos a la Madre del Mar habian sido hechos en forma de algun adorno, grande o pequeno, para realzar el altar; asi pues cada una de las partes del barco estaba cargada de ofrendas, desde fastuosas joyas cubriendo el casco, hasta faroles y cabos y gallardetes, e incluso insignias y clavos de madera tallados toscamente pero con mucho amor por los marineros mas pobres. De pie sobre la cubierta, con las multitudes del templo como un mar sordo y movil en la tenue luz a sus pies, Indigo levanto la mirada hacia las imponentes velas y sintio como una extrana y estimulante mezcla de respeto y familiaridad corria por su interior. A su lado, tambien Grimya levanto los ojos, y hablo con suavidad a su mente:

«Hace que me sienta como si estuviera, de nuevo en el oceano. Pero hay algo diferente aqui. Fuerza. Poder. No encuentro la palabra exacta... pero es una sensacion agradable, como mando navegabamos con Macee pero aun mas fuerte.»

Indigo habia pensado en Macee, y recordo su promesa de decir una oracion por la diminuta davakotiana y su tripulacion. Sonrio a Grimya, y cruzo la cubierta hasta la barandilla de estribor, donde otro peregrino antes que ella habia colocado una gruesa red de pesca de la que pendian unos flotadores de cristal verde. Phereniq, observo, estaba de pie junto al palo de trinquete, la cabeza inclinada sobre algo que sujetaba entre_ ambas manos mientras sus labios se movian en silencio; Indigo la contemplo por un instante, luego se agacho sobre el suelo. Por un momento volvio a su mente el rostro del buhonero ciego, y escucho de nuevo sus palabras: Una red para recoger el regalo del mar. ?Y quien si no la Madre conoce que otra cosa puede atrapar cuando llegue el momento?

Un soplo de aire frio parecio atravesarla, como si algo invisible hubiera arrojado su sombra sobre ella por un brevisimo instante. Una red para recoger el regalo del mar... y el ciego se habia referido, de forma indirecta, a una leyenda que Indigo habia aprendido en su infancia: los Tres Regalos de Khimiz. De todos los muchos tesoros de Khimiz, los principales y de mas valor eran tres objetos de oro: una red, un tridente y un ancora. Se decia que la mismisima Madre del Mar en persona habia entregado aquellos regalos a Khimiz como simbolos de Su bendicion sobre el pais; la red como senal de fecundidad, el tridente como senal de fuerza, y el ancora como senal de estabilidad: esas tres cosas eran los cimientos sobre los que descansaria para siempre la paz y la prosperidad de aquella tierra. Durante siglos los Tres Regalos se habian guardado y protegido celosamente en un santuario interior del Templo de los Marineros, del que eran sacados y exhibidos solo para las ceremonias mas solemnes. ?Que seria, se pregunto Indigo con un escalofrio interior, de aquellos dones ahora que Khimiz habia caido en manos de un usurpador? Y las extranas palabras del buhonero ?habrian estado conectadas, de alguna forma sutil, con su propia mision?

«?Indigo?», pregunto Grimya con suavidad en su cerebro. «?Que sucede?»

Ella sacudio la cabeza.

«No lo se. A lo mejor nada; fue un pensamiento aislado, una sensacion...» Pero no pudo expresarlo en palabras.

«.Haz la ofrenda», siguio la loba. «Es lo apropiado.»

«Si.»

Paso los dedos por ultima vez sobre la red y sus brillantes peces de bronce; luego, con mucho cuidado, extendio su regalo sobre el cincelado costado del barco, al tiempo que intentaba quitarse de encima y olvidar su inquietud. Cerro los ojos, sintio como los pensamientos de Grimya se fundian con los suyos, y juntas permanecieron inmoviles por algunos minutos en silenciosa devocion. Poco a poco, la calma invadio a Indigo, las dudas dieron paso a un caleidoscopio de otras emociones: amor, tristeza, temor, esperanza... y por fin un fortalecimiento silencioso de la sensacion de paz que habia experimentado al entrar en el templo. Cuando por fin abrio los ojos de nuevo, por un momento se sintio como si se encontrara en algun lugar entre la tierra y otra mundo, menos tangible pero inefablemente hermoso; la sensacion se desvanecio al instante, pero su imagen tino su vision cuando, muy despacio, se puso en pie y se dio la vuelta.

Phereniq tambien habia terminado sus oraciones, y la esperaba de pie. El rostro de la astrologa mostraba una expresion de extasis como si tambien ella se hubiera sentido conmovida hasta lo mas profundo de su ser por lo que habia experimentado. Cuando Indigo irrumpio en su campo visual la mujer parpadeo con rapidez, como si saliera de un trance. Su rostro se ilumino con una sonrisa que era a la vez infantil y triste, y de repente Indigo sintio pena por ella. Pero no dijo nada, se limito a tomar su mano mientras iniciaban el descenso hacia el suelo del templo.

Ninguna de las dos hablo mientras abandonaban el templo.

Salieron a la luz del sol que las deslumbre, y se detuvieron por unos minutos en lo alto de la escalinata para permitir que sus ojos se adaptaran al resplandor. Por fin, Phereniq rompio el silencio.

—Bien, Indigo —dijo en voz baja—. ?Que hareis ahora?

Indigo flexiono los desnudos dedos de los pies sobre las «alientes losas, y miro en direccion al puerto y al mar que si extendia mas alla.

—Lo que siempre tuve intencion de hacer. Buscar otro barco.

Se produjo una larga pausa. Luego la mujer volvio a hablar:

—?Tan pronto?

?La estaba sondeando? ?O era esta una primera insinuacion de la segunda intencion que Indigo sospechaba se encontraba detras de la excursion de aquella manana? Adoptando una actitud despreocupada, Indigo se encogio de hombros.

—No tengo ningun motivo para permanecer en Simhara. A pesar de lo hermosa que es, Grimya y yo tenemos que comer.

—No obstante parece como si lo lamentarais.

Sonrio ligeramente y repuso:

—?Y quien no lo haria?

Empezaron a bajar la escalinata. Discretamente, Indigo busco al buhonero ciego; pero parecia que o bien habia abandonado la plaza o se habia trasladado a otro puesto. Entonces, cuando estaban casi al final de las escaleras, Phereniq dijo de repente:

—Indigo... esta noche va a celebrarse un pequeno banquete en el Patio Blanco del palacio. No se trata de ningun gran acontecimiento; simplemente una pequena celebracion y accion de gracias en honor del Takhan y sus

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