levanto sobre los estribos para escudrinar la ladera que tenia ante el, luego se volvio y apremio a sus companeros a que se acercaran. Cuando estuvieron todos juntos, senalo hacia abajo.
—Mirad. —Su voz era grave, tranquila—. Alli hay otro.
Unos quince metros mas abajo del lugar donde se encontraban, serpenteaba al pie de la escarpadura un sendero abierto por el paso de los rebanos. En ese sendero habia un jinete solitario, sin abrigo, sin sombrero y que, al parecer, no advertia la lluvia que caia con fuerza sobre su cabeza y espalda. Sujetaba su caballo con unas riendas demasiado tirantes y su mirada estaba clavada rigidamente al frente, como si siguiera un senuelo que solo el pudiera ver.
Val silbo muy bajo entre dientes, pero Lanz hizo retroceder a su caballo y miro inquieto al mayor de sus hermanos.
—Quiza no sea uno de ellos, Fran. Los que vimos se dirigian hacia el norte, no hacia el este.
—Tu no estabas con Val y con Esti cuando vimos al tercero de ellos —dijo Fran—. Aquella mujer se dirigia hacia el sudoeste. Te lo contamos, ?recuerdas? No creo que la direccion que sigan tenga mucha importancia.
—No obstante, puede que este...
—Hay una forma de descubrirlo —interrumpio Val—. Saludalo, Fran. Veamos si responde.
Fran miro inquisitivo a Lanz, quien se encogio de hombros.
—De acuerdo —repuso Fran, y se volvio de nuevo sobre su silla, haciendo bocina con ambas manos.
—?Hola! —Los ponis, sorprendidos, dieron un respingo al oir el grito—. ?Forastero! ?Aqui arriba!
El grito reboto y resono en los paramos, pero, aunque el caballo que estaba a sus pies agito la cabeza inquieto, su jinete no respondio. Fran volvio a gritar, el caballo relincho; pero el hombre se limito a tensar aun mas las riendas, obligandole a seguir adelante.
Lanz extendio una mano y la poso sobre el hombro de Fran.
—Lo mejor sera que lo dejes, Fran. No podemos hacer nada.
—No. —Fran sacudio la cabeza—. Voy a bajar, lo interceptare y vere si logro descubrir que podemos hacer.
—No puedes ir solo, entonces.
Fran miro a los otros.
?Val? ?Indigo?
—Yo ire contigo —repuso Indigo, que seguia contemplando al solitario jinete.
Aunque compartia la inquietud de Lanz, se habia despertado su curiosidad; por las profundidades de su mente rondaba una sensacion nada agradable, la intuicion le decia que aquello tenia mas importancia de lo que ninguno de ellos podia imaginar aun.
Val decidio quedarse alli con Lanz, asi que Fran les entrego el pequeno semental y dio instrucciones a sus hermanos para que tomaran un sendero mas facil y se reunieran con Indigo y con el en el cruce de caminos situado a unos dos kilometros de alli. Los dos jovenes se alejaron; condujeron a los ponis hasta el borde de la escarpadura y se inclinaron hacia atras en sus sillas para emprender el empinado descenso. Mientras los ponis resbalaban y patinaban por la ladera, Indigo observo con atencion al jinete que avanzaba alla abajo y recordo los anteriores y sorprendentes encuentros a los que Fran se habia referido. Habia visto por si misma a dos de los otros viajeros: el primero, un hombre mayor, que iba a pie, habia pasado por el campamento de los Brabazon cuatro dias atras mientras una plomiza oscuridad se aduenaba del terreno, Caridad y ella estaban ocupandose del fuego para preparar la comida y, de acuerdo con la costumbre de saludar a los forasteros para demostrar que no les deseaban mal alguno, lo habian llamado. El hombre las ignoro y siguio adelante con un andar curiosamente rigido. En la penumbra cada vez mayor, Indigo habia observado que el rostro del hombre era de una palidez cadaverica. Dos dias mas tarde, Fran, Val y su hermana Esti habian topado con un segundo caminante solitario, esta vez una mujer, con la misma palidez mortal en la piel, y que tampoco parecia advertir ID que la rodeaba; y aquella misma tarde el tercer viajero habia pasado por el campamento a caballo, avanzando con la firme pero aturdida determinacion del sonambulo o de un hombre en trance. Todos tenian mas aspecto de apariciones que de seres humanos; a Indigo le causo nauseas la gelida y silenciosa aureola que los rodeaba. No podia imaginar quienes eran, adonde iban ni por que. Y a pesar de su curiosidad tenia la desagradable conviccion de que no queria saber la respuesta.
Estaban ya casi a la altura del camino.
El poni de Fran recorrio los ultimos metros que faltaban hasta el fondo del valle, se lanzo a medio galope, e intercepto al solitario jinete, atravesandosele en el camino. Fran levanto una mano, con la palma hacia afuera para hacer el gesto universal de saludo amistoso.
—?Buen dia tengais, senor!
El caballo siguio adelante, Indigo alcanzo a Fran, atraveso su montura en el camino y contemplo al jinete a traves de la lluvia. Se trataba de un hombre de mediana edad, bien vestido, pero con ropas mas apropiadas para estar al amor del fuego que para viajar por el pais bajo un aguacero. Su rostro mostraba una palidez mortal, lo mismo que las manos que sujetaban las riendas; los ojos vidriosos, sin dar senales de verla, la traspasaron. La muchacha habia visto aquella mirada antes, aquel horrible aire de resolucion que insinuaba
una obsesion lo bastante fuerte como para haber sacado a este hombre —y al menos a otros tres antes que el— de su casa y de entre su familia, para lanzarse un dia frio y lluvioso a cumplir algun inimaginable cometido.
—Yo tenia razon. —Tambien Fran miraba con atencion al jinete, al tiempo que sujetaba a su poni, que empezaba a ponerse nervioso a medida que el caballo del extrano se acercaba—. Con este son cuatro, Indigo. Cuatro, en otros tantos dias. No me gusta.
—Sera mejor que lo dejemos en paz —aconsejo la muchacha—. No podemos hacer nada para que se de cuenta de nuestra presencia.
—Oh, no lo se. Quiza no debieramos dejar que este siguiera adelante como hicimos con los otros.
—Fran, no seas... —Pero antes de que pudiera decirlo, Fran habia hecho girar su caballo y se dirigia hacia el jinete que seguia acercandose.
—? Senor! —Fran se coloco a su lado y extendio un brazo para tocar el del extrano—. ?Senor, deteneos! Quisiera...
Indigo tuvo una fuerte premonicion, y grito.
—
El jinete se volvio. Su rostro rigido y palido contemplo a Fran por un instante aunque parecia que la mente del hombre no registraba lo que veian sus ojos. Luego, con tal rapidez que Fran no tuvo tiempo de esquivarlo, un corto latigo restallo en el aire y le alcanzo el hombro. Fran lanzo un aullido de dolor y rabia, su poni relincho, dio un violento y brusco salto a un lado y el muchacho salio despedido de la silla para caer cuan largo era sobre el sendero mientras el extrano y su caballo pasaban junto a el.
Fran parecio aturdido, pero solo por un momento. Se arrodillo y escupio grava; luego, solto un primitivo y furioso juramento y se puso en pie, llevandose una mano al afilado cuchillo curvo que llevaba al cinto.
—?Fran! —Indigo desmonto y corrio hacia el—. ?No! —Lo sujeto con fuerza por el brazo, y se lo retorcio hacia arriba al ver que tenia la intencion de correr tras el jinete que se alejaba.
—?Sueltame!
Forcejeo para soltarse pero, aunque era mas menuda que el, Indigo era mas diestra en el arte de la lucha; le retorcio el brazo un poco mas, hizo presion, y el cuchillo cayo de sus manos.
Fran se aparto de ella dando un traspie y se sujeto la muneca haciendo una mueca.
—?Por que has hecho eso? —Respiraba con dificultad, apenas capaz de controlar su indignacion.
—?Porque no solucionaras nada atacandolo!
—?El me ha atacado!
—?No sabia lo que hacia! Tu lo has visto, Fran, has visto la expresion de su rostro. ?Ni siquiera sabia que estabas alli!
Poco a poco el arrebato de indignacion se apago en los ojos de Fran. Sus hombros se relajaron y por ultimo volvio la cabeza a un lado, murmurando una imprecacion.