—Muy bien, muy bien. Lo dejare ir. —Dejo de prestar atencion a la muneca para fijarla en el hombro dolorido, que se froto mientras lanzaba una mirada cargada de veneno al extrano, que ya no era mas que una forma borrosa entre la lluvia—. Pero si no fuera por el tiempo que hace y porque los otros nos esperan lo seguiria para ver adonde va.

Personalmente, Indigo se sintio tentada de darle la razon, pero lo penso mejor antes de hacerlo. Fran era impulsivo y ella tenia la fuerte intuicion de que seguir al extrano, armados como estaban solo con cuchillos, podria no ser sensato, aunque le era imposible racionalizar aquella sensacion.

En parte para distraer a Fran y en parte para darle otro cariz a su propia inquietud, dijo:

—Parecia enfermo. ?Te has dado cuenta?

—Hum... Igual que los otros... palido como un pescado. Como si algo le hubiera

chupado toda vitalidad. —Fran se echo a reir, nervioso—. Esta tierra esta llena de leyendas de fantasmas, hombres lobo y cosas asi. A lo mejor a nuestro amigo lo ha atacado un espiritu maligno. O un vampiro. —Vio la expresion de Indigo y forzo una sonrisa—. Estoy bromeando, Indigo. Al menos, eso creo.

Ella comprendio lo que queria decirle, la referencia a la desagradable coincidencia que ambos habian observado antes.

—Espero que asi sea, Eran. —Recogio las riendas de su poni y se dispuso a volver a montar—. Lo mejor sera que sigamos nuestro camino, o los otros tendran que esperarnos.

Se pusieron en marcha, y espolearon a sus monturas para que fueran al trote. Al ver que el solitario jinete aparecia otra vez a lo lejos delante de ellos, Indigo condujo su poni fuera del camino para pasar de largo a una prudente distancia y se sintio aliviada cuando Eran la imito sin discutir. Mientras el jinete quedaba atras, Eran se coloco de nuevo junto a ella e indico con el brazo el terreno que se extendia a su izquierda. Las vides crecian aqui en pulcras hileras en forma de terraza, que se encaramaban por la suave ladera orientada al sur. La cosecha otonal era inminente, pero la lluvia habia vapuleado las vides dejandolas convertidas en una lastimosa marana goteante. Unos cuantos dias de sol antes de la vendimia las enderezarian, pero era otro tipo de dano mas insidioso el que habia llamado la atencion de Eran y el que le senalaba a Indigo.

—Mas o menos por la mitad de la ladera, hacia el extremo de esa terraza. —Alzo la voz para hacerse oir por encima del siseo de la lluvia y del ruido de los cascos de los ponis—. ?Lo ves?

La muchacha entrecerro los ojos y lo vio. Todo un conjunto de vides parecia haberse marchitado; habia perdido su esplendido colorido y adquirido un enfermizo tono gris blanquecino que le recordaba de forma desconcertante la palidez de la piel del extrano jinete.

—Ya lo veo —respondio—. Entonces se extiende, como dicen los rumores.

—?Pero en parcelas aisladas como esa? No es natural. ?No me extrana que los granjeros de por aqui esten preocupados! —Fran refreno su montura que acababa de tropezar en un surco—. He oido que tambien afecta a los manzanos; y en los valles la cosecha de lupulo no ha sido ni sombra de lo que acostumbra ser. Y siempre la misma cosa. Ninguna senal evidente: no hay podredumbre, no hay moho. Simplemente se marchita y se seca...

—Como si algo les hubiera absorbido la vida. —Indigo termino la frase por el.

—Si —repuso Fran sombrio—. Exactamente igual que a nuestro amigo del camino, y a los otros que vimos antes.

Ambos se quedaron silenciosos pero Indigo sabia que sus pensamientos seguian por desagradables derroteros paralelos. Una plaga al parecer sin forma ni origen que afectaba la cosecha en esta crucial epoca del ano. Y extranos, paseantes solitarios que evidenciaban una caida en alguna forma de trance, que no parecian ser conscientes del mundo que los rodeaba, a pie o a caballo en su solitaria marcha con aquel inquietante aire de resolucion. A simple vista, no podia existir una relacion entre aquellos dos peculiares acontecimientos; pero Fran no era el unico que habia observado la preocupante similitud entre las blanquecinas cosechas que se marchitaban y el aspecto mustio de los viajeros que se comportaban como zombis.

El cruce de caminos aparecio ante ellos. Val y Lanz los esperaban ya con los otros ponis, y cuando Indigo y el se les reunieron, Fran describio su encuentro omitiendo —observo Indigo con cierto regocijo— cualquier referencia a su frustrada reaccion ante el ultraje recibido. Val lo escucho muy serio, luego dijo:

—Deberiamos llegar a Bruhome dentro de dos o tres dias. Si alguien sabe que es lo que esta pasando seran sus habitantes. Y habra mucha gente de fuera venida para la fiesta de la cosecha. Alguien podra decirnos que se trama.

Los demas estuvieron de acuerdo y no se volvio a hablar del incidente. Pero mientras se ponian en marcha para recorrer el ultimo kilometro que les faltaba hasta llegar al campamento, Indigo volvio la cabeza, inquieta. A su espalda el camino estaba desierto —el jinete solitario aun no los habia alcanzado— y contuvo un estremecimiento que nada tenia que ver con el frio de la lluvia. Val estaba en lo cierto: en Bruhome, que era el eje del comercio y de las fiestas de granjeros, pastores y vendimiadores por igual, obtendrian la respuesta a sus preguntas, si es que habia respuesta.

Y supo, con un instinto infalible, que su mision, el enigma de las cosechas arruinadas y los extranos viajeros estaban misteriosa pero inextricablemente unidos.

CAPITULO 2

Dos dias mas tarde, los tres carromatos que eran el eje de la vida itinerante de la familia Brabazon rodaban sobre el puente que senala los limites de la ciudad de Bruhome una hora antes de la puesta del sol. Otra gente que cruzaba el puente se hizo a un lado y se detuvo para contemplar el espectaculo: los carromatos, cada uno tirado por una pareja de bueyes de mirada acuosa y estoica —menos excitables y por lo tanto mas seguros que los caballos, declaraba el cabeza de familia— eran estructuras de madera de techo elevado, adornadas con profusion y pintadas con gran diversidad de colores brillantes, colocadas sobre cuatro grandes ruedas cada una. De los cortos postes situados a cada lado de los pescantes ondeaban banderines, y en los costados del carromato situado en cabeza se leia en enormes y floridas letras amarillas la siguiente inscripcion: COMPANIA COMICA BRABAZON.

Constancia Brabazon, padre de Franqueza, Valentia, Templanza y sus diez hermanos y hermanas, se sentaba muy erguido en el pescante del primer carromato; blandia un latigo adornado de cintas multicolores y sonreia de oreja a oreja al mundo que los rodeaba. Era un hombre de baja estatura, fornido y solido como un roble, con una corona de rizos de llameante color rojo que apenas empezaban a encanecer y a escasear en las sienes. Durante sus cincuenta anos de vida habia sido un feriante, al igual que su padre y su abuelo antes que el. Su lecho nupcial habia sido este carromato, todos sus hijos habian nacido en la carretera entre una ciudad y la siguiente, y durante los seis ultimos anos, desde que su turbulenta pero adorada esposa muriera al dar a luz a la mas pequena de sus hijas, habia gobernado tanto a su caotica familia como a su negocio con una irresistible combinacion de temible severidad y exhaustivo buen humor. A finales del invierno de este mismo ano, mientras viajaban al sudoeste desde el Mar Interior para divertir a los asistentes a un festival de carreras de bueyes, Constancia y su tribu se habian tropezado con una forastera acompanada de una loba domesticada, que vivia de su ingenio y de su ballesta sin que le fuera demasiado bien, Indigo y Grimya habian padecido un duro invierno en un pais donde los forasteros —en especial aquellos incapaces de hablar con soltura el idioma local—•_ no eran acogidos demasiado bien: durante cuatro meses Indigo no habia encontrado ni trabajo remunerado ni a nadie que quisiera llevarla a las mas amistosas tierras del oeste, y con la escasez de caza debido a la epoca del ano y ninguna otra solucion que no fuera recorrer los caminos a pie, tanto ella como su companera habian adelgazado y perdido fuerzas hasta el punto de adquirir un aspecto demacrado. Los Brabazon las habian recogido, alimentado, cuidado; y casi sin darse cuenta Indigo y Grimya se habian convertido en miembros honorarios de la familia y en parte integrante del sequito del feriante.

La alegria de Constan al enterarse de que Indigo tocaba y cantaba se vio eclipsada tan solo por su excitacion cuando descubrio que su loba domesticada —en si misma rareza suficiente como para atraer a las multitudes, dijo— parecia comprender cada cosa que se le decia y actuaba en consecuencia. Cuando Indigo toco por primera vez para el su pequena arpa ante el fuego del campamento, una noche, el hombre permanecio inmovil bajo la luz de las llamas con lagrimas resbalandole por el rostro y declaro que una musica asi era capaz de hacer llorar a una estatua. La Madre Tierra le habia sonreido aquel dia, siguio, y llenado su caliz hasta rebosar. ?Que fortuna haber

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