condujo al otro lado de la montana, y se encontraron con la ciudad de Alegre Labor que se extendia ante ellas algo mas abajo. No habia gran cosa que la distinguiera de la ultima poblacion visitada. Hileras de cuidados edificios de un piso o dos como maximo, con tejados de tejas de arcilla de un marron rojizo, se alzaban a lo largo de una serie de limpias calles rectas de tierra apisonada. Una empalizada de madera rodeaba toda la ciudad, con una entrada en forma demarco que cruzaba la carretera.
Indigo aminoro el paso y se detuvo, reteniendo a los ponis que intentaban mordisquear la hierba que crecia junto al camino.
—Al menos las puertas estan abiertas y no hay centinelas. La muchacha guardaba un agrio recuerdo de la anterior bienvenida: el entrometido bravucon de la entrada del poblado con una porra sujeta al cinto y un fajo de reglamentos en la mano; la desconfiada escolta para asegurarse de que no se desviaba de la ruta que conducia a la Oficina de Tasas para Extranjeros; la sensacion de que su posicion social entre los habitantes de la poblacion era inferior a la de un perro lisiado. Alegre Labor parecia al menos abierta a los forasteros y, al contrario de lo que le habian dicho, tambien parecia mucho mas grande y prospera que su vecina del norte. Desde alli veia la Oficina de Tasas para Extranjeros, un edificio mas alto que la mayoria, identificable por el banderin blanco que ondeaba en un mastil situado en su tejado. El color blanco, segun habia averiguado Indigo, denotaba la categoria mas baja de todas, y quedaba reservado en exclusiva a los extranjeros.
Esbozo una debil sonrisa y golpeo con los tacones los ijares de su montura; pero no habia dado ni tres pasos cuando se dio cuenta de que
—
La loba la miro con expresion preocupada.
—?Nnno has oido?
—?Oir que?
—Era... —
—?Las voces... ? —Indigo sintio que la asaltaba una extrana sensacion de nausea.
Indigo aguzo el oido. El viento era apenas una brisa, que no producia ningun ruido; cualquier sonido procedente de quienes trabajaban en los campos no podia llegar desde tan lejos hasta la carretera. Su montura hizo tintinear el bocado, cansada e inquieta, y entonces, a renglon seguido del metalico ruido, lo oyo. Un murmullo debil, como si varias criaturas murmuraran excitadas entre si no muy lejos de alli. Pero no se veia ningun nino; nadie habia por las cercanias, ni ningun lugar donde quienes susurraban pudieran ocultarse. No habia otra cosa que las voces, debiles, indistinguibles e incorporeas.
—Pen... saba que habrrria terminado —dijo en voz muy baja—. Pen... ssse que no era mas que algo curioso y que no volver... ria a suceder. Me equivoque, Indigo. Han regrrresado.
Quienquiera o lo que fuera que fuesen... —?Ves alguna cosa,
—Nnno. —La loba sacudio la cabeza con fuerza—. Nada co... como aquello. Pero asi es como empezo la otrrra vez, ?rrrecuerdas? Solo voces.
Tenia razon, Indigo calculo que habrian pasado nueve o diez dias desde su primer extrano tropiezo. Avanzaban por la carretera empedrada conocida como la Carretera del Esplendido Progreso, que discurria por la columna vertebral de la cordillera, cuando
Al dia siguiente,
Los misteriosos ruidos las habian seguido durante tres dias y con la llegada del tercer dia ambas se sentian ya profundamente inquietas.
No se la menciono a
Entonces, durante la noche que siguio al tercer dia, las voces y la invisible presencia habian desaparecido de repente. El agotamiento consiguio finalmente superar los temores de Indigo y cuando acamparon para pasar la noche la muchacha se durmio al momento, para despertar bajo la fria luz brillante de la luna llena cuando
—?Quuue cree... es tu que debemos hacer? —pregunto
Indigo volvio la mirada pensativa hacia la carretera que se perdia a su espalda. Todo parecia ordenado y en calma, sin la menor indicacion de nada funesto. No tenia sentido. A menos que la insistente sensacion de unos dias atras tuviera algun fundamento despues de todo...
Bruscamente tomo una decision. No queria pensar en sospechas y posibilidades; no queria darle mas vueltas, no ahora. Lo que ahora deseaba era un bano, una buena comida y una cama lo bastante blanda y caliente como para proporcionarle la posibilidad de toda una noche de sueno ininterrumpido. Si aqui habia un misterio, podia esperar hasta la manana siguiente.
—No haremos nada —dijo a la loba con firmeza—. No hagas caso; comportate como si nada hubiera sucedido, y sigue adelante al interior de Alegre Labor. —Entrecerro los ojos azul-violeta—. Si algo se trama, no quiero saber lo que es.
La mujer que contesto a la llamada de Indigo a la puerta de la Oficina de Tasas para Extranjeros se mostro inclinada en un principio a tratar a la forastera de cabellos castano rojizos con fria suspicacia, pero, cuando Indigo mostro el bastoncillo que le habia entregado el funcionario, se produjo un repentino y marcado deshielo en su actitud.
—Ah. —La mujer inclino la cabeza cortesmente, aunque todavia con una ligera sombra de la aversion que aquellas gentes sentian por los extranos—. Llevas el distintivo de un consejero, lo cual significa que eres muy bien recibida. —Lanzo una rapida mirada por encima de un hombro que provoco que sus cortos cabellos oscuros se balancearan y brillaran a la escasa luz de la vela de junco que sostenia—. ?Sianu! ?Quien tiene lugar disponible en el enclave? ?Vamos, deprisa!
Una voz mas juvenil murmuro unas palabras desde las entranas del edificio, y la mujer se volvio de nuevo hacia Indigo con una amplia sonrisa.
—Se te conducira a la residencia del forastero Hollend, y alli estaras comodamente hospedada hasta que te haga llamar el consejero. El precio sera de seis fichas. —Extendio una mano, con la palma vuelta hacia arriba—. Que entregaras por adelantado, por favor.
La suma era poco menos que desorbitada, pero Indigo evito comentarios y entrego las seis piezas de madera sin objeciones. La mujer guardo cinco en un cajon, se embolso la sexta, y luego le dedico una solemne reverencia. —Haz el favor de aguardar a alguien que te conducira al lugar exacto. Te deseo un buen descanso y un nutritivo avituallamiento.
Tras devolver la reverencia, Indigo aguardo varios minutos —la espera, habia aprendido, era un arte entre estas gentes— hasta que un muchacho de rostro inexpresivo y unos quince anos de edad llego para escoltarla a ella