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Brunetti abrio la puerta de su despacho y, al encontrarlo solo tibio y con el radiador en silencio, volvio a dar gracias a san Leandro mentalmente, a pesar de que habian transcurrido varias semanas desde que el santo habia obrado su milagro anual. Habia otras senales de primavera: en su casa, aquella manana habia observado que los pensamientos de la terraza ya se abrian paso a traves de la tierra de los tiestos, endurecida por el invierno, y Paola habia dicho que aquel fin de semana los replantaria; a su lado, la mesa de la cocina, con las patas bien empapadas de veneno, se cocia al sol; tambien habia visto las primeras gaviotas de cabeza negra que todos los anos pasaban unas breves vacaciones de primavera en las aguas de los canales antes de poner rumbo a otros lugares; y el aire circulaba entre las islas y las aguas con una suavidad que era una bendicion.

Colgo el abrigo en el armario y se fue hacia la mesa, pero antes de llegar se desvio a la ventana. Esta manana habia movimiento en el andamiaje que cubria San Lorenzo; hombres subian y bajaban por las escalas y andaban por el tejado. Pero Brunetti estaba seguro de que aquella actividad humana, a diferencia de la eclosion de la naturaleza, seria una primavera falsa y efimera, seguramente acabaria en cuanto se renovaran los contratos.

Se quedo un rato en la ventana, hasta que le hizo volverse el alegre «Buon giorno» de la signorina Elettra. Hoy venia de amarillo, con un vestido de suave seda hasta la rodilla, y con unos tacones tan finos que el se alegro de que el suelo fuera de mosaico y no de parquet. Lo mismo que las flores, las gaviotas y las brisas tibias, ella traia consigo la gracia primaveral, y el sonrio con algo parecido a la alegria.

– Buon giorno, signorina -dijo el-. Esta muy bonita esta manana. Como la misma primavera.

– Ah, este pingo -dijo ella, displicente, sacudiendo con la punta de los dedos la falda del vestido que debia de haberle costado por lo menos el sueldo de una semana. Pero su sonrisa de complacencia desmentia sus palabras, por lo que el no insistio. La joven le entrego dos carpetas con una carta prendida con un clip sobre una de ellas-. Para la firma, dottore.

– ?La Capra? -pregunto el.

– Si. Es el informe de por que usted y el sargento Vianello entraron en el palazzo aquella noche.

– Ah, si -murmuro el mientras leia rapidamente el documento de dos paginas escrito en respuesta a la queja presentada por los abogados de La Capra de que la entrada de Brunetti en su casa dos meses antes habia sido ilegal. El escrito, dirigido al praetore, explicaba que, en el curso de su investigacion, el comisario habia empezado a sospechar que La Capra estaba implicado en el asesinato de Semenzato, basandose en el hecho de que en el despacho de Semenzato se habian hallado las huellas dactilares de Salvatore La Capra. Con esta premisa y acuciado por la desaparicion de la dottoressa Lynch, habia ido al palazzo de La Capra acompanado por el sargento Vianello y la signora Petrelli. Al llegar, encontraron abierta la puerta del patio (tal como se mencionaba en las declaraciones firmadas por el sargento Vianello y la signora Petrelli) y, al oir lo que les parecieron gritos de mujer, entraron.

El informe incluia una descripcion de los hechos que se habian producido despues de su llegada (confirmada tambien por las declaraciones del sargento Vianello y la signora Petrelli), informacion que ofrecia al praetore para disipar cualquier duda que pudiera tener acerca de la legalidad de su entrada en la propiedad del signor La Capra, por cuanto que es derecho, mas aun, incluso deber de un ciudadano particular acudir a una llamada de socorro, especialmente, si el acceso es facil y legal. Seguia una respetuosa despedida. Brunetti tomo la pluma que le ofrecia la signorina Elettra y firmo la carta.

– Gracias, signorina, ?alguna otra cosa?

– Si, dottore. Ha llamado la signora Petrelli para confirmar su cita.

Mas favores de la primavera.

– Gracias, signorina -dijo el tomando las carpetas y devolviendole la carta. Ella le sonrio y salio del despacho.

La primera carpeta era de la oficina de Carrara en Roma y contenia la lista completa de los objetos de la coleccion de La Capra que la brigada antifraude de arte habia conseguido identificar. La lista de procedencias parecia una guia para turistas -o policias- interesados en yacimientos saqueados de la Antiguedad: Herculano, Volterra, Paesto, Corinto… El Cercano y el Lejano Oriente estaban bien representados: Xian, Angkor Wat, el museo de Kuwait. Algunas de las piezas parecian haber sido adquiridas legalmente, pero eran las menos. Varias eran imitaciones. De calidad, pero imitaciones. Los documentos intervenidos en la casa de La Capra demostraban que muchos de los objetos ilegales habian sido adquiridos a Murino, cuya tienda habia sido clausurada, a fin de que la brigada antifraude de arte pudiera hacer el inventario completo de las existencias de la propia tienda y del almacen de Mestre. Murino nego tener conocimiento de las compras ilegales e insistio en que aquellas piezas debian de haber sido adquiridas por el dottor Semenzato, su antiguo socio. De no ser porque habia sido arrestado cuando aceptaba la entrega de cuatro cajas de ceniceros de alabastro fabricados en Hong Kong con las cuatro estatuas camufladas entre ellos, quiza le hubieran creido. Pero ahora se hallaba bajo arresto, y su abogado estaba obligado a presentar las facturas y certificados de aduanas que implicaran a Semenzato.

La Capra se encontraba en Palermo, adonde habia llevado el cuerpo de su hijo para ser enterrado, y parecia haber perdido todo interes por su coleccion. Habia hecho caso omiso de las peticiones de nuevos documentos acreditativos de compra o propiedad. Por consiguiente, la policia habia confiscado todas las piezas que se sabia o suponia robadas y seguia indagando la procedencia de las pocas que aun no habian sido identificadas. Brunetti observo complacido que Carrara se habia encargado de que las piezas sustraidas de la exposicion china del palazzo Ducal no figuraran en el inventario de los objetos hallados en casa de La Capra. Solo tres personas -Brunetti, Flavia y Brett- sabian donde estaban.

La segunda carpeta contenia la abundante documentacion del caso contra La Capra, su difunto hijo y los hombres que fueron arrestados con el. Los dos hombres que habian golpeado a la dottoressa Lynch estaban en el palazzo aquella noche y fueron arrestados con La Capra y otro hombre. Los dos primeros habian confesado la agresion, pero mantenian que habian ido para robar. Decian no saber nada del asesinato del dottor Semenzato.

La Capra, por su parte, insistia en que ignoraba que aquellos dos hombres, a los que identifico como su chofer y su guardaespaldas, trataran de robar en el apartamento de la dottoressa Lynch, una mujer cuyo talento profesional el tenia en la mas alta consideracion. Al principio, tambien habia asegurado que ni habia tenido tratos con el dottor Semenzato ni lo conocia siquiera. Pero ante la informacion que llegaba de todos los lugares en los que el y Semenzato se habian encontrado y las declaraciones firmadas por diversos marchantes y anticuarios que asociaban a ambos en multitud de transacciones, las aseveraciones de La Capra se retiraron como el acqua alta al cambiar la marea o la direccion del viento. Y el nuevo viento le trajo el recuerdo de que, en efecto, quiza habia comprado una o dos piezas al dottor Semenzato.

Se le habia ordenado regresar a Venecia, si no queria ser conducido por la policia, pero se habia puesto en manos de un medico que lo habia ingresado en una clinica privada, aquejado de «depresion nerviosa provocada por el sufrimiento personal». Alli seguia, fisica y legalmente intocable, en un pais en el que solo el vinculo entre padre e hijo permanece sagrado.

Brunetti aparto las carpetas a un lado y miro fijamente la mesa vacia, imaginando las fuerzas que ya habrian entrado en juego. La Capra era un hombre que no carecia de influencia. Y ahora su hijo, un joven de caracter violento, estaba muerto. ?Acaso no habian recordado los dos gorilas, al dia siguiente de hablar con su abogado, haber oido decir a Salvatore que el dottor Semenzato habia tratado a su padre sin el respeto que se merecia? Se trataba de una estatua que el habia comprado para su padre y que habia resultado falsa… o un asunto parecido. Y, si, creian recordar haberle oido decir que el haria que el

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