una tumba siniestra.

– ?Que hacen ahi abajo? -pregunto otra vez, con la voz mas perentoria y aspera. Salio a la lluvia y miro fijamente a las dos mujeres y al hombre que no era su hijo-. ?Salvatore? -grito-. Salvatore, contesta. -La lluvia tableteaba.

La Capra dio media vuelta y desaparecio en el interior del palazzo. Brunetti se inclino y puso una mano en el hombro de Flavia.

– Flavia, levantate. No podemos quedarnos aqui. -Ella no daba senales de haberle oido. El miro entonces a Brett, que lo miraba a su vez, con los ojos muy abiertos, pero sin expresion. El puso una mano bajo el brazo de Flavia y la levanto y lo mismo hizo con Brett. Dio un paso hacia la puerta de la calle que habia quedado entornada, rodeando con un brazo el peso inerte de Brett que se le escurria, y tuvo que soltar a Flavia para sostenerla con los dos brazos. La puso de pie y llevandola casi en vilo la obligaba a mover las piernas por el agua helada, hacia la puerta, apenas consciente de la presencia de Flavia a su lado, que se movia en la misma direccion.

– Salvatore, figlio mio, dove sei? -sono encima de ellos la voz, chillona, desgarrada, delirante. Brunetti levanto la cabeza y vio a La Capra que los miraba fijamente desde lo alto de la escalera, con una escopeta de caza en una mano. Despacio, empezo a bajar la escalera, ajeno a las cortinas de agua que lo azotaban desde todas las direcciones.

Brunetti, lastrado por el peso pendulo de Brett, comprendio que no podria alcanzar la puerta antes de que La Capra llegara al pie de la escalera.

– Flavia -dijo con apremio-. Sal de aqui. Yo la sacare. -Flavia miro de el a La Capra que seguia bajando la escalera como una furia vengadora implacable y luego a Brett. Despues miro a la puerta de la calle, que estaba a pocos metros. Antes de que pudiera moverse, tres hombres aparecieron en lo alto de la escalera, y en dos de ellos reconocio a los que habia echado del apartamento de Brett.

– Capo -grito uno a La Capra.

Este se volvio lentamente.

– Entrad. Esto es cosa mia. -Como ellos permanecieran quietos, el levanto la escopeta, pero lo hizo con expresion ausente, inconsciente de lo que tenia en la mano-. Entrad. No os metais en esto. -Temerosos, entrenados para obedecer, ellos entraron, y La Capra se volvio para seguir bajando.

Ahora se movia deprisa, tanto que, antes de que Flavia pudiera moverse, ya estaba abajo.

– Esta dentro -dijo Flavia a Brunetti en voz baja, senalando con la barbilla la puerta del otro lado del patio.

La Capra hundio las piernas en el agua ajeno a ella, pero de la presencia de aquellas tres personas que estaban bajo la lluvia si era consciente, porque las encanonaba con la escopeta mientras cruzaba el patio. Desde la puerta del sotano, grito al interior:

– ?Salva? Salva, contesta.

Sus rodillas desaparecieron en el agua al bajar el primer escalon. Se volvio un momento a mirar a Brunetti y a las dos mujeres. Pero entonces parecio olvidarse de ellos y siguio bajando a la oscura caverna.

– ?Flavia, pronto! -dijo Brunetti. Dio media vuelta, lanzando hacia ella el peso de Brett que tenia apoyado en la cadera. Flavia, sorprendida por el brusco movimiento, tendio los brazos instintivamente para recibir a Brett, pero no tenia fuerzas para sostenerla y las dos se hundieron en el agua hasta las rodillas. Brunetti se alejo de ellas y corrio por el patio levantando surtidores de agua. Al otro lado de la puerta, se oia la voz de La Capra que llamaba a su hijo una y otra vez. Brunetti asio el borde de la puerta con las dos manos y empujo con todas sus fuerzas para moverla por el agua, parecia de plomo, la cerro con un furioso puntapie y tiro con fuerza del pestillo hasta hacerlo correr.

Detras de la puerta retumbo la escopeta, llenando de ecos el espacio cerrado. Unos cuantos perdigones se incrustaron en la madera, pero la descarga principal reboto en la pared de piedra. Se oyo otra detonacion, pero La Capra disparaba a ciegas y los proyectiles chocaron inofensivamente contra el agua.

Brunetti cruzo otra vez el patio hacia Flavia y Brett, que iban despacio hacia la puerta principal, entreabierta. El se situo al otro lado de Brett y la sostuvo por la cintura, impulsandola hacia adelante. Cuando se acercaban a la puerta, oyeron fuertes chapoteos y gritos que se acercaban por la calle. Brunetti vio a Vianello empujar la puerta, seguido de dos agentes de uniforme con las pistolas en la mano.

– Arriba hay tres hombres -les dijo Brunetti-. Tengan cuidado. Probablemente, estaran armados. En el almacen hay otro. Tiene una escopeta.

– ?Es lo que hemos oido?

Brunetti asintio y miro hacia la calle.

– ?Donde estan los otros?

– Ahora vienen -dijo Vianello-. He llamado desde el bar del campo. Han hecho una llamada por radio. Cinquelini y Marcolini, que estaban cerca, han sido los primeros en llegar -explico el sargento senalando con la cabeza a los dos hombres que se habian apostado debajo de la galeria, fuera de la linea de fuego de los pisos altos del palazzo.

– ?Subimos a buscarlos? -pregunto Vianello mirando la puerta del tercer piso.

– No -dijo Brunetti, que no veia la necesidad-. Esperaremos a que lleguen los otros. -Como respondiendo al conjuro de sus palabras, empezo a oirse a lo lejos el lamento en dos tonos de una sirena que se acercaba. Y al poco, de la direccion opuesta, por el Gran Canal arriba, desde el hospital, venia aullando otra sirena.

– Flavia -dijo el mirando a la mujer-. Ve con Vianello. El os llevara a la ambulancia. -Y al sargento-. Acompanelas y vuelva. Y que vengan los hombres. -Vianello dio unos pasos y, con la soltura que le daba su fuerza considerable, tomo en brazos a Brett, y, seguido de Flavia, la saco del patio y la llevo por la estrecha calle hasta el embarcadero, en el que dos luces azules parpadeaban entre la lluvia incesante.

Siguieron unos momentos de calma. Brunetti se permitio a si mismo relajarse un poco, y entonces su cuerpo empezo a acusar el esfuerzo, tiritaba de frio y daba diente con diente. Haciendo un esfuerzo, avanzo por el agua y se unio a los dos agentes que estaban debajo de la galeria, para, por lo menos, ponerse a resguardo de la lluvia.

Detras de la puerta del almacen se oyo un alarido de puro terror animal, y La Capra se puso a aullar el nombre de su hijo una vez y otra. Al fin el nombre cedio paso a unos broncos sollozos de pena que resonaban en todo el patio.

Brunetti hizo una mueca de dolor, pidiendo en silencio a Vianello que se diera prisa. Recordo el craneo destrozado de Semenzato y el sonido de la atormentada voz de Brett, pero, a pesar de todo, lo conmovian los gritos de dolor de aquel hombre.

– Eh, los de ahi abajo -grito un hombre desde la puerta de lo alto de la escalera-. Vamos a bajar. No queremos lios. -Brunetti, al volverse, vio a los tres hombres con las manos en alto.

En aquel momento, entro Vianello seguido de cuatro hombres con chalecos antibala y metralletas. Los de la escalera tambien los vieron, se pararon y volvieron a gritar:

– No queremos jaleo.

Los cuatro hombres armados se dispersaron por el patio, impulsados por el instinto y el entrenamiento a buscar refugio detras de las columnas de marmol.

Brunetti empezo a ir hacia la puerta del almacen, pero se detuvo cuando vio que dos de las metralletas lo apuntaban.

– Vianello -grito, agradeciendo tener un motivo para enfadarse-. Digales quien soy. -Se daba cuenta de que, para aquellos hombres, el no era mas que un individuo mojado con una pistola en la mano.

– Es el comisario Brunetti -grito Vianello, y las metralletas se volvieron otra vez hacia los hombres que se habian quedado inmoviles en la escalera.

Brunetti siguio hacia la puerta, de la que seguian llegando gemidos de un dolor intenso. Hizo deslizarse el pasador y tiro de la puerta. Esta se atasco, y el tuvo que esforzarse mucho para mover la madera hinchada sobre el suelo de piedra. Su figura, recortada sobre la luz brillante del patio, ofrecia un blanco perfecto a un tirador escondido en el oscuro almacen; pero el ni lo penso: los sollozos le hacian descartar tal posibilidad.

Sus ojos tardaron unos instantes en acostumbrarse a la oscuridad, pero al fin distinguio a La Capra arrodillado en el suelo, con el agua hasta el pecho, componiendo una pieta masculina que era como una replica grotesca de la que Brunetti acababa de ver en el patio. Pero esta figura tenia un caracter irreparable del que la otra carecia, porque aqui un padre lloraba a un hijo unico cuyo cadaver habia sacado de las sucias aguas.

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