mesa baja y dio media vuelta para marcharse. Brunetti lo reconocio, no solo por la foto de archivo enviada por la policia de Roma sino por el parecido con su padre.

– No, Salvatore, quedate a beber algo con nosotros -dijo La Capra. Y a Brunetti-: ?Que va a tomar, dottore? Veo que hay azucar. ?Quiere que le prepare un ponche?

– No, muchas gracias. Un poco de grappa sera suficiente.

Jacopo Poli, en delicada botella de vidrio soplado; solo lo mejor para el signor La Capra. Brunetti vacio el vaso de un trago y lo dejo en la bandeja antes de que La Capra hubiera acabado de echar el agua caliente en su propio ron. Mientras La Capra vertia y removia, Brunetti miraba la habitacion. Muchas de las piezas se parecian a objetos que habia visto en el apartamento de Brett.

– ?Otro vasito, dottore? -pregunto La Capra.

– No, gracias -dijo Brunetti deseando controlar el temblor que aun lo estremecia.

La Capra acabo de mezclar la bebida, tomo un sorbo y dejo el vaso en la bandeja.

– Venga, dottor Brunetti. Permitame mostrarle algunas de mis nuevas piezas. Llegaron ayer mismo, y reconozco que estoy muy contento de tenerlas aqui.

La Capra empezo a caminar hacia la pared izquierda de la galeria, y Brunetti oyo que algo crujia bajo la suela de su zapato. Al mirar al suelo, vio fragmentos de barro esparcidos en circulo en aquel lado de la habitacion. Uno de los fragmentos estaba cruzado por una linea negra. Rojo y negro, los dos colores dominantes de la ceramica que Brett le habia mostrado y de la que le habia hablado.

– ?Donde esta ella? -pregunto Brunetti, cansado y helado.

La Capra se paro de espaldas a Brunetti y tardo un momento en volverse a mirarlo.

– ?Donde esta quien? -pregunto al volverse, sonriendo inquisitivamente.

– La dottoressa Lynch -respondio Brunetti.

La Capra no apartaba la mirada de Brunetti, pero este noto que de padre a hijo iba algo, un mensaje.

– ?La dottoressa Lynch? -pregunto La Capra, en tono de perplejidad, pero aun muy cortes-. ?Se refiere a la cientifica norteamericana? ?La que escribe sobre ceramica china?

– Si.

– Ah, dottor Brunetti, no sabe usted como me gustaria que estuviese aqui. Tengo dos piezas… entre las que recibi ayer… sobre las que empiezo a tener dudas. No estoy seguro de que sean tan viejas como pense cuando… -la pausa fue minima, pero Brunetti estaba seguro que intencionada- cuando las adquiri. Daria cualquier cosa por poder preguntar a la dottoressa Lynch que opina de ellas. -Miro al joven y luego, rapidamente, a Brunetti-. Pero, ?que le hace pensar que ella pudiera estar aqui?

– Porque no puede estar en ningun otro sitio -explico Brunetti.

– Me parece que no le entiendo, dottore. No se de que me habla.

– Hablo de esto -dijo Brunetti estirando la pierna y aplastando con el pie uno de los fragmentos.

La Capra, involuntariamente, hizo una mueca de dolor al oirlo, pero insistio:

– No le entiendo. Si se refiere a estos fragmentos, la explicacion es bien sencilla. Mientras se desembalaban las piezas, alguien fue muy descuidado con una de ellas. -Mirando los fragmentos, movio la cabeza con tristeza, como si no pudiera creer que alguien fuera tan torpe-. He dado orden de que el responsable sea castigado.

Cuando La Capra acabo de hablar, Brunetti noto el movimiento a su espalda, pero, antes de que pudiera volverse, La Capra se acerco y lo tomo del brazo.

– Pero venga a ver las piezas nuevas.

Brunetti se desasio y dio media vuelta. El joven ya estaba en la puerta. La abrio, sonrio a Brunetti, salio de la habitacion y cerro la puerta. Brunetti oyo el sonido inconfundible de una llave al girar en la cerradura.

25

Unos pasos rapidos se alejaron por el corredor. Brunetti miro a La Capra.

– Ya es tarde, signor La Capra -dijo Brunetti, esforzandose en razonar con voz serena-. Se que esta aqui. Si intenta hacer algo contra ella, empeorara su propia situacion.

– Le ruego que me disculpe, signor policia, pero no se de que me habla -dijo La Capra sonriendo con cortesia y perplejidad.

– Le hablo de la dottoressa Lynch. Me consta que esta aqui.

La Capra sonrio otra vez y abrio la mano senalando la habitacion y todos los objetos que contenia.

– No comprendo su insistencia. Sin duda, si estuviera aqui, se encontraria con nosotros, gozando de la contemplacion de toda esta hermosura. -Su acento se hizo mas calido todavia-. ?No me creera capaz de privarla de semejante placer, verdad?

La voz de Brunetti no era menos tranquila.

– Creo que ha llegado el momento de poner fin a la farsa, signore.

La carcajada de La Capra cuando Brunetti dijo esto estaba cargada de verdadero gozo.

– Oh, yo diria que el farsante es usted, signor policia. Esta en mi casa sin haber sido invitado, por lo que yo diria que su entrada es ilegal. De manera que no tiene derecho a decirme lo que debo o no debo hacer. -Su voz fue haciendose mas aspera y, cuando termino de hablar, casi jadeaba de colera. Al oirse a si mismo, La Capra recordo el papel que estaba representando, se volvio de espaldas a Brunetti y dio varios pasos hacia una de las vitrinas.

– Observe, si gusta, las lineas de este jarro -dijo-. Con que delicadeza serpentean hacia la parte posterior, ?no le parece? -Dibujo una eterea onda en el aire con la mano, imitando el discurrir de la linea pintada en la parte frontal del alto jarro que contemplaba-. Siempre me ha parecido fabuloso el sentido de la belleza que tenia aquella gente. Miles de anos atras, y ya eran unos enamorados de la belleza. -Sonriendo, pasando de simple entendido a filosofo, miro a Brunetti y pregunto-: ?Cree que el secreto de la humanidad pueda ser el amor a la belleza?

Como Brunetti no respondiera a esta banalidad, La Capra abandono el tema y paso a la siguiente vitrina. Riendo entre dientes, comento:

– A la dottoressa Lynch le hubiera gustado ver esto.

Algo en su voz, un tono de obsceno secreteo, hizo que Brunetti mirara la vitrina frente a la que estaba el otro hombre. Dentro vio una pieza que tenia una forma de calabaza que le recordo la de la foto que le habia ensenado Brett. Tambien esta estaba decorada con la figura de un zorro con cuerpo humano, erguido y en actitud de caminar hacia la izquierda, casi identica a la que aparecia en la pieza de la foto.

Espontaneamente, la idea tomo cuerpo. Si La Capra no tenia inconveniente en mostrarle este vaso, estaba claro que ya no tenia nada que temer de Brett, la unica persona que podria identificar su origen. Brunetti giro sobre si mismo y dio dos zancadas hacia la puerta. Antes de llegar, se paro, ladeo el cuerpo dandose impulso y levanto la pierna derecha. Con todas sus fuerzas, dio una patada justo debajo de la cerradura. La violencia del golpe sacudio todo su cuerpo, pero la puerta no se movio.

A su espalda, La Capra rio entre dientes.

– Ah, que impetuosos son ustedes, los del Norte. Lo siento, pero no se abrira, signor policia, por muy fuerte que le de. Mal que le pese, tendra que ser usted mi invitado hasta que Salvatore regrese despues de cumplir el encargo. -Con plena confianza, se volvio de nuevo hacia las vitrinas-. Esta pieza data del primer milenio antes de Cristo. Es bonita, ?verdad?

26

Al salir de la galeria, el joven tomo la precaucion de cerrar la puerta con llave dejando esta en la cerradura. Le divertia pensar que su padre estaria perfectamente seguro, nada menos que con un policia. La idea era tan disparatada que iba riendose por el pasillo. Pero la risa se le helo cuando, al abrir la puerta del fondo, vio que seguia lloviendo. ?Como podia esta gente vivir con este tiempo y con esa agua negra y sucia que brotaba del mismo suelo? Aunque el no lo reconocia, la verdad era que tenia miedo de aquellas aguas, de lo que pudiera tocar su pie al hundirse en ellas o, peor, de lo que pudiera rozarle las piernas o deslizarse al interior de sus botas.

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