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Para Flavia lo mas urgente era parar la musica que resonaba de un modo grotesco por todo el apartamento. Mientras ella iba hacia la libreria, de los oboes y los violines brotaban unas ondas de belleza trascendente, pero ella solo ansiaba la paz del silencio. Miro el complicado aparato estereo, sintiendose atrapada e indefensa en el sonido que brotaba de el y se maldijo por no haberse preocupado de aprender su funcionamiento. Pero en aquel momento la musica se elevo a alturas de una belleza aun mayor, se proclamo la armonia universal, y la sinfonia termino. Ella se volvio a mirar a Brunetti, aliviada.
Cuando abria la boca para hablar, retumbaron en la habitacion los acordes iniciales de la sinfonia. Ella se revolvio levantando una mano hacia el aparato como si quisiera silenciarlo de un golpe. Su mano tropezo con la caja de plastico del CD que estaba apoyada en la parte frontal y la hizo caer a sus pies, abierta. Ella le lanzo un puntapie, fallo y la busco con la mirada, deseando aplastarla, porque le parecia que asi pondria fin a aquella musica que se derramaba alegremente por el apartamento. Noto que a su lado estaba Brunetti. El extendio el brazo por delante de ella e hizo girar el mando del volumen hacia la izquierda. La musica se apago dejando la habitacion en un silencio explosivo. El se agacho, recogio la caja y volvio a agacharse para recuperar el folleto que se habia salido y un pedazo de papel que estaba debajo de este.
«Ha llamado un hombre. Tienen a Flavia.» No habia escrito nada mas. Ni la hora, ni una explicacion de su intencion. Pero su ausencia del apartamento era toda la explicacion que el necesitaba.
Sin decir nada, paso el papel a Flavia.
Ella lo leyo y comprendio inmediatamente. Estrujo el papel con fuerza, haciendo una bola, pero enseguida abrio la mano y lo puso en la libreria, alisandolo, dolorosamente consciente de que quiza este fuera el ultimo recuerdo de Brett.
– ?A que hora has salido de casa? -pregunto Brunetti.
– A eso de las dos. ?Por que?
El miro el reloj, calculando posibilidades. Habrian esperado un rato antes de llamar, dando tiempo al supuesto secuestro, y alguien la habria seguido para cerciorarse de que no regresaba antes de tiempo. Eran casi las siete, por lo que hacia varias horas que tenian a Brett. Brunetti no tuvo que preguntarse quien habia hecho aquello. El nombre de La Capra estaba tan claro como si acabara de ser pronunciado. ?Adonde la habrian llevado? ?A la tienda de Murino? Solo en el caso de que el anticuario estuviera complicado en los asesinatos, lo que parecia poco probable. La respuesta evidente era, pues, el
Si Brunetti volvia al
Flavia le asio el brazo.
– ?Sabes donde esta?
– Creo que si.
Al oirlo, Flavia salio al recibidor y, al cabo de un momento, volvio a entrar con unas botas de caucho negro en la mano. Se sento en el sofa, se las calzo encima de las medias mojadas y se puso en pie.
– Voy contigo -dijo-. ?Donde esta?
– Flavia… -empezo el, pero ella corto:
– He dicho que voy contigo.
Brunetti comprendio que no podria disuadirla, e inmediatamente decidio lo que habia que hacer.
– Primero, voy a llamar por telefono. Por el camino te lo explicare. -Descolgo el telefono, marco el numero de la
Cuando el sargento se puso al aparato, Brunetti dijo:
– Soy yo, Vianello. ?Hay alguien por ahi?
En respuesta al sonido afirmativo de Vianello, Brunetti prosiguio:
– Entonces limitese a escuchar mientras le explico. ?Recuerda que me dijo que habia trabajado tres anos en robos con escalo? -Por la linea llego un grunido ronco-. Necesito que me haga un favor. Una puerta. De un edificio. -El siguiente grunido era claramente interrogativo-. De madera, con refuerzo de metal, nueva. Me parece que tiene dos cerraduras. -Esta vez oyo un resoplido, provocado por la insultante simplicidad del encargo. Solo dos cerraduras. Solo refuerzo de metal. Brunetti penso con rapidez, recordando el vecindario. Miro por la ventana: habia oscurecido y seguia lloviendo-. Nos encontraremos en
Cuando Brunetti y Flavia llegaron al zaguan, vieron que el agua habia seguido subiendo, mientras, al otro lado de la puerta, se oia el fragor de la lluvia.
Agarraron los paraguas y salieron a la calle. El agua les llegaba casi al borde de las botas. Transitaba muy poca gente, y enseguida llegaron a Rialto, donde el agua estaba aun mas alta. De no ser por las pasarelas de madera instaladas en sus montantes de hierro, el agua se les hubiera metido en las botas e impedido avanzar. Al otro lado del puente, descendieron otra vez al agua y torcieron hacia San Polo, los dos, empapados y exhaustos por el esfuerzo de caminar por las calles inundadas. En San Aponal entraron en un bar a esperar a Vianello, agradeciendo verse a cubierto.
Llevaban tanto tiempo inmersos en este mundo acuatico que a ninguno le parecio extrano que dentro del bar el agua les llegara a media pantorrilla ni que el camarero chapoteara al moverse detras del mostrador mientras servia tazas y copas.
Las puertas vidrieras del bar estaban empanadas y de vez en cuando Brunetti tenia que abrir un circulo en el vaho con la manga, para ver si llegaba Vianello. Figuras encorvadas vadeaban el pequeno
Brunetti sintio de pronto un peso en el brazo y al volverse vio la cabeza de Flavia apoyada en el. Tuvo que doblar el cuello para oir lo que decia:
– ?Crees que estara bien?
El no encontraba palabras, no le vino a los labios una mentira piadosa. No pudo sino rodearle los hombros con el brazo. Noto que temblaba y trato de convencerse de que era de frio, no de miedo. Pero seguia sin encontrar palabras.
Poco despues, la silueta de oso de Vianello aparecio en el
– Ya esta aqui.
Ella se aparto de el lentamente, cerro los ojos un momento y trato de sonreir.
– ?Estas bien?
– Si -respondio ella, moviendo la cabeza para mas enfasis.
El abrio la puerta del bar y llamo a Vianello, que cruzo rapidamente el
– ?Donde es?
– Abajo, junto al agua, al final de la calle Dilera. Es la casa recien restaurada. A la izquierda.
– ?La que tiene rejas?
– Si -respondio Brunetti preguntandose si habria en la ciudad un solo edificio que Vianello no conociera.
– ?Que quiere, comisario, que entremos dentro?
Brunetti sintio un profundo alivio al oir el plural.