los dos hombres trataron de ir hacia la izquierda, pero el agua habia subido mucho a lo largo del Gran Canal, y tuvieron que seguir por el mercado, en el que solo quedaban los mas atrevidos. Torcieron a la izquierda, subieron a una de las pasarelas de madera colocadas sobre los soportes metalicos y siguieron hacia San Polo.

Ella comprendia que habia sido imprudente. No podia estar segura de si el que la habia llamado tenia a Flavia. Aunque, si no la habia seguido, ?como podia saber la hora exacta en que ella habia salido del apartamento y adonde se dirigia? Tampoco podia tener la certeza de que aquel hombre dejara marchar a Flavia a cambio de que ella se aviniera a hablar con el. Era solo una posibilidad. Penso en Flavia, la recordo sentada junto a su cama cuando desperto en el hospital, recordo a Flavia en escena, en el primer acto de Don Giovanni, cantando «E nasca il tuo timor dal mio periglio» y recordo otras cosas. Era una posibilidad y se habia arriesgado.

El que iba delante se volvio hacia la izquierda, bajo de la pasarela al agua y fue hacia el Gran Canal. Ella reconocio la calle Dilera, recordo que alli habia una tintoreria especializada en prendas de ante y se admiro de poder pensar en algo tan trivial en un momento semejante.

Con el agua por encima del tobillo, se pararon delante de una gran puerta de madera. El mas bajo la abrio con una llave y Brett se encontro en un patio, bajo la lluvia que batia el agua atrapada en su interior. Los dos hombres, uno delante y otro detras de ella, le hicieron cruzar el patio. Subieron un tramo de la escalera exterior, abrieron otra puerta y entraron. Alli los recibio un hombre mas joven que, con un movimiento de la cabeza, les indico que podian marcharse. Luego, sin decir nada, dio media vuelta, condujo a Brett por un largo pasillo, una segunda escalera y luego una tercera. Al llegar arriba, se volvio para decirle:

– El impermeable.

Se situo detras de ella, que, con dedos torpes de frio y de angustia, peleaba con los botones. Por fin consiguio quitarse el impermeable. El lo tomo, lo dejo caer al suelo con indolencia, la abrazo bruscamente y le manoseo los pechos mientras se frotaba ritmicamente contra ella y le susurraba al oido:

– Tu aun no sabes lo que es un italiano de verdad, ?eh, angelo mio? Espera, espera y veras.

Brett dejo caer la cabeza hacia adelante y sintio que se le doblaban las rodillas. Lucho por permanecer de pie y lo consiguio, pero perdio su otra batalla contra las lagrimas.

– Ah, eso esta bien -dijo el hombre a su espalda-. Me gusta cuando llorais.

Dentro de la habitacion sono una voz. Con la misma brusquedad con que la habia abrazado, el hombre se aparto de ella y abrio la puerta. Se hizo a un lado para que ella entrara y cerro la puerta quedandose fuera. Ella, empapada, empezaba a tiritar.

Habia un hombre de unos cincuenta anos en el centro de aquella habitacion con suelo de madera llena de vitrinas de plexiglas sobre soportes cubiertos de terciopelo que se alzaban hasta la altura de los ojos. Unos focos disimulados en las gruesas vigas de madera del techo iluminaban las vitrinas, vacias algunas de ellas. Similar iluminacion tenian las hornacinas que vio en las blancas paredes, pero estas todas parecian contener algun objeto.

El hombre se adelanto sonriendo.

– Dottoressa Lynch, es un gran honor. Nunca imagine que tendria el placer de conocerla personalmente. -Se detuvo delante de ella, con la mano extendida todavia y prosiguio-: Quiero que sepa ante todo que he leido sus libros y me han parecido muy ilustrativos, especialmente, el dedicado a las ceramicas.

Ella no hacia ademan de darle la mano, por lo que el hombre bajo la suya, pero no se aparto.

– Celebro que haya accedido a venir.

– ?Tenia eleccion? -pregunto Brett.

El hombre sonrio.

– Claro que tenia eleccion, dottoressa. Siempre hay eleccion. Solo que cuando la eleccion es dificil decimos que no la tenemos. Pero siempre hay eleccion. Hubiera podido negarse a venir, y hubiera podido llamar a la policia. Pero no lo hizo, ?verdad? Sonrio otra vez y hasta su mirada se hizo mas calida, quiza por su sentido del humor, quiza por algo tan siniestro que Brett prefirio no analizarlo.

– ?Donde esta Flavia?

– Oh, la signora Petrelli esta bien, se lo aseguro. Lo ultimo que he sabido de ella es que volvia de la Riva degli Schiavoni, camino de su apartamento.

– ?Entonces no la tiene usted?

El se echo a reir.

– Claro que no, dottoressa. En ningun momento. No hay necesidad de mezclar a la signora Petrelli en este asunto. Ademas, si algo pudiera ocurrirle a su voz, nunca me lo perdonaria. Y no es que me entusiasme todo lo que canta -anadio con la condescendencia de la persona de gusto mas refinado-, pero su talento me inspira franco respeto.

Brett dio media vuelta y fue hacia la puerta. Hizo girar el picaporte, pero no pudo abrir. Probo otra vez, con mas fuerza, y tampoco consiguio que la puerta cediera. Mientras tanto, el hombre se habia situado frente a una de las vitrinas iluminadas. Cuando ella se volvio, lo vio contemplar las pequenas piezas que contenia la vitrina, casi ajeno a su presencia.

– ?Va a dejarme marchar? -pregunto ella.

– ?Le gustaria ver mi coleccion, dottoressa? -pregunto el como si no la hubiera oido.

– Quiero salir de aqui.

Nuevamente, fue como si no hubiera dicho nada.

El seguia mirando las dos figuritas de la vitrina.

– Estas dos pequenas piezas de jade deben de ser de la dinastia Shang, ?no le parece? Probablemente, del periodo An-yang. -Dio la espalda a la vitrina y sonrio a Brett-. Desde luego, es un periodo muy anterior al de su especialidad, dottoressa, unos mil anos, pero sin duda le resultaran familiares. -Fue hacia la siguiente vitrina y se paro a mirar su contenido-. Fijese en esta bailarina. Todavia conserva casi toda la pintura; es algo insolito en una pieza del Han Occidental. Tiene unas muescas en la parte inferior de la manga, pero si la pongo un poco ladeada no se ven. -Extendio los brazos, levanto la cubierta de plexiglas del soporte y la dejo en el suelo. Cuidadosamente, tomo la figura, que media unos treinta centimetros, y cruzo la habitacion.

Al llegar frente a Brett, puso la estatua cabeza abajo para que ella pudiera ver los pequenos desconchados de una de las largas mangas. La pintura que cubria la parte superior del vestido seguia siendo roja, al cabo de tantos siglos, y la negra falda aun relucia.

– Debe de haber salido de alguna tumba hace muy poco, o no estaria tan bien conservada, imagino.

Enderezo la estatua y permitio a Brett una ultima mirada antes de llevarsela y ponerla cuidadosamente en su pedestal.

– Que gran idea, la de enterrar cosas bellas, mujeres bellas, con los muertos. -Reflexiono sobre lo que acababa de decir y agrego, mientras volvia a poner la cubierta-: Claro que estaba mal sacrificar a criados y esclavos para que los acompanaran en su viaje al otro mundo. Pero, a pesar de todo, es una hermosa idea, honra mucho a los muertos. -La miro otra vez-. ?No opina lo mismo, dottoressa Lynch?

Ella se preguntaba si esta escena tan teatral no tendria por objeto intimidarla para que secundara sus oscuros fines. ?Era fingido su interes por aquellos objetos, o pretendia hacerle creer que estaba loco y que, por lo tanto, era capaz de hacerle dano si se resistia? ?O quiza solo queria que admirara su coleccion?

Ella miro en derredor, empezando a ver realmente los objetos. Ahora el estaba junto a una olla neolitica decorada con el motivo de la rana, con dos pequenas asas en la parte inferior. Parecia tan bien conservada que ella se acerco para verla mejor.

– Una preciosidad, ?verdad? -comento el, voluble-. Si viene por aqui, professoressa, le ensenare algo de lo que estoy especialmente orgulloso. -Se paro delante de otra vitrina en la que sobre un panel forrado de terciopelo negro, descansaba un disco de jade blanco profusamente tallado-. Que hermosura -dijo, inclinandose a admirarlo-. Diria que es del periodo de los Estados en Guerra, ?no cree?

– Si -respondio ella-. Lo parece, especialmente, por el motivo de los animales.

El sonrio con autentico gozo.

– Eso es exactamente lo que me convencio, dottoressa. -Volvio a mirar el medallon y luego a Brett-: No imagina lo halagador que es para un aficionado el que un especialista confirme su opinion.

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