que, ademas, ella habia podido detectar numerosas llamadas hechas entre los telefonos de sus respectivos domicilios y despachos en Italia, asi como a hoteles del extranjero cuando uno de los dos hombres se hospedaba en ellos.
– ?Quiere que se las lleve, comisario?
– Si tiene la bondad,
Mientras la esperaba, Brunetti abrio la carpeta de Brett y marco el numero que alli se indicaba. El telefono sono siete veces pero nadie contesto. ?Significaba esto que ella habia seguido su consejo y se habia ido a Milan? Quiza Flavia habia llamado para comunicarselo.
Sus especulaciones fueron interrumpidas por la llegada de la
– He marcado con un circulo las llamadas que se corresponden -explico.
– Gracias,
Ella asintio.
– Muy bien. Vea ahora si puede conseguir la lista de llamadas de la tienda de antiguedades de Francesco Murino, de
– Me he tomado la libertad de llamar a la American Telegraph and Telephone a Nueva York -dijo la
– ?Ha hablado usted personalmente con el,
– Naturalmente, el no hablaba italiano, a pesar de trabajar en la seccion internacional. -?Debia escandalizarse Brunetti por este fallo? Si asi era, se escandalizaria, porque era evidente que la
– ?Y como es que usted habla ingles?
– Eso es lo que hacia en la Banca d'Italia,
El no pudo contener la pregunta.
– ?Y se marcho?
– No tuve alternativa, comisario -dijo ella y, al ver su perplejidad, explico-: Mi jefe me pidio que tradujera al ingles una carta para un banco de Johanesburgo. -Ella callo y se inclino y saco de la carpeta otro papel. ?Esta era toda la explicacion que iba a darle?
– Lo siento,
Ella lo miro con ojos muy abiertos.
– Naturalmente, comisario.
El sonrio.
– Lo siento, pero sigo sin entenderlo. ?Por que tuvo que marcharse?
Ella lo miro fijamente, como si de pronto se hubiera dado cuenta de que en realidad no hablaban el mismo idioma.
– Las sanciones -dijo vocalizando con claridad.
– ?Las sanciones? -repitio el.
– Contra Sudafrica, comisario. Todavia estaban en vigor, de modo que no tuve mas remedio que negarme a traducir la carta.
– ?Se refiere a las sanciones contra el Gobierno de Sudafrica?
– Desde luego, comisario. Fueron decretadas por la ONU, ?no?
– Creo que si. ?Y por eso no quiso usted escribir la carta?
– ?Que sentido tiene declarar sanciones si la gente no va a imponerlas? -pregunto ella con perfecta logica.
– Ninguno, imagino. ?Y que ocurrio entonces?
– Oh, el se puso muy desagradable. Escribio una carta de amonestacion. Se quejo al sindicato. Y nadie me defendio. Todos parecian pensar que yo debia haber traducido la carta. De modo que no tuve mas remedio que dimitir. No podia seguir trabajando para aquella gente.
– Naturalmente -convino el, inclinando la cabeza sobre la carpeta y jurandose impedir por todos los medios que Paola y la
– ?Eso es todo, comisario? -pregunto ella, sonriendo con la esperanza de que quiza ahora el hubiera comprendido.
– Si,
– Cuando llegue el fax de Nueva York se lo subire.
– Gracias,
No cabia la menor duda: Semenzato y La Capra habian hablado por lo menos cinco veces durante el ano ultimo; ocho, si las llamadas que Semenzato habia hecho a hoteles de diversos paises cuando La Capra estaba alli eran para el. Desde luego, se podia objetar -y Brunetti no dudaba de que asi lo haria un buen abogado defensor- que no tenia nada de particular que estos dos hombres se conocieran. A los dos les interesaban las obras de arte. La Capra podia haber hecho a Semenzato muchas consultas legitimamente: procedencia, autenticidad, precio. Brunetti miraba los papeles tratando de descubrir una sincronia entre las llamadas telefonicas y el movimiento de las cuentas bancarias de uno y otro, pero esta no aparecia.
Sono el telefono. El descolgo y dio su nombre.
– Te he llamado antes.
Inmediatamente reconocio la voz de Flavia y advirtio de nuevo su tono grave, tan distinto del que tenia cuando cantaba. Pero esta sorpresa no era nada comparada con la que sintio al oir el tuteo.
– He ido a hacer una visita. ?Que sucede?
– Brett no quiere ir conmigo a Milan.
– ?Ha dicho por que?
– Dice que no se encuentra bien para viajar, pero es cabezoneria. Y miedo. No quiere reconocerlo, pero tiene miedo de esa gente.
– ?Y tu? -pregunto el tuteandola a su vez con complacencia-. ?Te marchas?
– No tengo alternativa -dijo Flavia, y enseguida rectifico-: Si la tengo. Podria quedarme si quisiera, pero no quiero. Mis hijos van a casa y quiero estar alli para recibirlos. Y el martes tengo ensayo con piano en La Scala. Ya cancele una actuacion, y ahora les he dicho que cantare.
Brunetti se preguntaba que podia hacer el en este asunto, y Flavia no tardo en informarle.
– ?Podrias hablar con ella? ?Hacerla entrar en razon?
– Flavia -empezo el, vivamente consciente de que esta era la primera vez que la llamaba asi-, si tu no la has convencido, dudo mucho de que yo pueda hacerle cambiar de idea. -Y, antes de que ella tuviera tiempo de protestar, agrego-: No es que trate de escurrir el bulto, es que no creo que de resultado.
– ?Y ponerle proteccion?
– Si; podria poner a un hombre en el apartamento. -Casi sin pensar, rectifico-: O a una mujer.
La respuesta fue inmediata. Y aspera:
– El que no nos acostemos con hombres no quiere decir que nos de miedo estar en una habitacion con uno de ellos.
El se quedo callado hasta que ella pregunto:
– Bueno, ?no vas a decir algo?
– Estoy esperando que pidas perdon por tu estupidez.
Ahora toco callar a Flavia. Finalmente, con gran alivio, el la oyo decir en tono mas suave:
– De acuerdo. Perdon por mi estupidez y por mi arranque. Sera que estoy acostumbrada a tratar a la gente sin miramientos. Y que quiza aun soy muy susceptible por lo que se refiere a Brett y a mi.