que, ademas, ella habia podido detectar numerosas llamadas hechas entre los telefonos de sus respectivos domicilios y despachos en Italia, asi como a hoteles del extranjero cuando uno de los dos hombres se hospedaba en ellos.

– ?Quiere que se las lleve, comisario?

– Si tiene la bondad, signorina.

Mientras la esperaba, Brunetti abrio la carpeta de Brett y marco el numero que alli se indicaba. El telefono sono siete veces pero nadie contesto. ?Significaba esto que ella habia seguido su consejo y se habia ido a Milan? Quiza Flavia habia llamado para comunicarselo.

Sus especulaciones fueron interrumpidas por la llegada de la signorina Elettra, hoy, vestida de gris, muy sobria; sobria, hasta que Brunetti bajo la mirada y vio unas medias negras decoradas con un abigarrado dibujo ?de flores? y unos zapatos rojos, con unos tacones mas altos que los que Paola se habia atrevido a llevar nunca. Se acerco a la mesa y le puso delante una carpeta marron.

– He marcado con un circulo las llamadas que se corresponden -explico.

– Gracias, signorina. ?Se ha guardado copia?

Ella asintio.

– Muy bien. Vea ahora si puede conseguir la lista de llamadas de la tienda de antiguedades de Francesco Murino, de campo Santa Maria Formosa, y si Semenzato o La Capra lo llamaron o el a ellos.

– Me he tomado la libertad de llamar a la American Telegraph and Telephone a Nueva York -dijo la signorina Elettra-, para averiguar si alguno de ellos utilizaba tarjetas de llamadas internacionales. La Capra, si. El hombre con el que he hablado me ha dicho que me pasaria por fax una lista de las llamadas de los ultimos anos. Quiza la tenga esta misma tarde.

– ?Ha hablado usted personalmente con el, signorina? -pregunto Brunetti, admirado-. ?En ingles? ?Un amigo en Banca d'Italia y, ademas, habla ingles!

– Naturalmente, el no hablaba italiano, a pesar de trabajar en la seccion internacional. -?Debia escandalizarse Brunetti por este fallo? Si asi era, se escandalizaria, porque era evidente que la signorina Elettra estaba escandalizada.

– ?Y como es que usted habla ingles?

– Eso es lo que hacia en la Banca d'Italia, dottore. Traducir del ingles y del frances.

El no pudo contener la pregunta.

– ?Y se marcho?

– No tuve alternativa, comisario -dijo ella y, al ver su perplejidad, explico-: Mi jefe me pidio que tradujera al ingles una carta para un banco de Johanesburgo. -Ella callo y se inclino y saco de la carpeta otro papel. ?Esta era toda la explicacion que iba a darle?

– Lo siento, signorina, pero no comprendo. ?Le pidio que tradujera una carta para Johanesburgo? -Ella asintio-. ?Y tuvo usted que marcharse por eso?

Ella lo miro con ojos muy abiertos.

– Naturalmente, comisario.

El sonrio.

– Lo siento, pero sigo sin entenderlo. ?Por que tuvo que marcharse?

Ella lo miro fijamente, como si de pronto se hubiera dado cuenta de que en realidad no hablaban el mismo idioma.

– Las sanciones -dijo vocalizando con claridad.

– ?Las sanciones? -repitio el.

– Contra Sudafrica, comisario. Todavia estaban en vigor, de modo que no tuve mas remedio que negarme a traducir la carta.

– ?Se refiere a las sanciones contra el Gobierno de Sudafrica?

– Desde luego, comisario. Fueron decretadas por la ONU, ?no?

– Creo que si. ?Y por eso no quiso usted escribir la carta?

– ?Que sentido tiene declarar sanciones si la gente no va a imponerlas? -pregunto ella con perfecta logica.

– Ninguno, imagino. ?Y que ocurrio entonces?

– Oh, el se puso muy desagradable. Escribio una carta de amonestacion. Se quejo al sindicato. Y nadie me defendio. Todos parecian pensar que yo debia haber traducido la carta. De modo que no tuve mas remedio que dimitir. No podia seguir trabajando para aquella gente.

– Naturalmente -convino el, inclinando la cabeza sobre la carpeta y jurandose impedir por todos los medios que Paola y la signorina Elettra llegaran a conocerse.

– ?Eso es todo, comisario? -pregunto ella, sonriendo con la esperanza de que quiza ahora el hubiera comprendido.

– Si, signorina, gracias.

– Cuando llegue el fax de Nueva York se lo subire.

– Gracias, signorina. -Ella sonrio y salio del despacho. ?Como la habria encontrado Patta?

No cabia la menor duda: Semenzato y La Capra habian hablado por lo menos cinco veces durante el ano ultimo; ocho, si las llamadas que Semenzato habia hecho a hoteles de diversos paises cuando La Capra estaba alli eran para el. Desde luego, se podia objetar -y Brunetti no dudaba de que asi lo haria un buen abogado defensor- que no tenia nada de particular que estos dos hombres se conocieran. A los dos les interesaban las obras de arte. La Capra podia haber hecho a Semenzato muchas consultas legitimamente: procedencia, autenticidad, precio. Brunetti miraba los papeles tratando de descubrir una sincronia entre las llamadas telefonicas y el movimiento de las cuentas bancarias de uno y otro, pero esta no aparecia.

Sono el telefono. El descolgo y dio su nombre.

– Te he llamado antes.

Inmediatamente reconocio la voz de Flavia y advirtio de nuevo su tono grave, tan distinto del que tenia cuando cantaba. Pero esta sorpresa no era nada comparada con la que sintio al oir el tuteo.

– He ido a hacer una visita. ?Que sucede?

– Brett no quiere ir conmigo a Milan.

– ?Ha dicho por que?

– Dice que no se encuentra bien para viajar, pero es cabezoneria. Y miedo. No quiere reconocerlo, pero tiene miedo de esa gente.

– ?Y tu? -pregunto el tuteandola a su vez con complacencia-. ?Te marchas?

– No tengo alternativa -dijo Flavia, y enseguida rectifico-: Si la tengo. Podria quedarme si quisiera, pero no quiero. Mis hijos van a casa y quiero estar alli para recibirlos. Y el martes tengo ensayo con piano en La Scala. Ya cancele una actuacion, y ahora les he dicho que cantare.

Brunetti se preguntaba que podia hacer el en este asunto, y Flavia no tardo en informarle.

– ?Podrias hablar con ella? ?Hacerla entrar en razon?

– Flavia -empezo el, vivamente consciente de que esta era la primera vez que la llamaba asi-, si tu no la has convencido, dudo mucho de que yo pueda hacerle cambiar de idea. -Y, antes de que ella tuviera tiempo de protestar, agrego-: No es que trate de escurrir el bulto, es que no creo que de resultado.

– ?Y ponerle proteccion?

– Si; podria poner a un hombre en el apartamento. -Casi sin pensar, rectifico-: O a una mujer.

La respuesta fue inmediata. Y aspera:

– El que no nos acostemos con hombres no quiere decir que nos de miedo estar en una habitacion con uno de ellos.

El se quedo callado hasta que ella pregunto:

– Bueno, ?no vas a decir algo?

– Estoy esperando que pidas perdon por tu estupidez.

Ahora toco callar a Flavia. Finalmente, con gran alivio, el la oyo decir en tono mas suave:

– De acuerdo. Perdon por mi estupidez y por mi arranque. Sera que estoy acostumbrada a tratar a la gente sin miramientos. Y que quiza aun soy muy susceptible por lo que se refiere a Brett y a mi.

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