se le marcaran rodilleras.
– Como le decia,
– ?Es amigo del
La Capra levanto la mano en un ademan de modesta negacion de semejante distincion.
– No tengo tanto honor. Pero ambos somos miembros del Lions' Club, por lo que coincidimos en ciertos actos sociales. -Hizo una pausa y agrego-: Este seguro de que le dare las gracias por su consideracion.
Brunetti asintio en senal de gratitud, sabiendo muy bien lo que pensaria Patta de aquella consideracion.
– Digame,
– No es que yo pueda prevenirle de algo en concreto,
– ?Si?
– Da la impresion de que tenemos una ciudad pacifica… -empezo Brunetti y se interrumpio para preguntar-: ?Sabe que hay solo setenta mil habitantes?
La Capra asintio.
– Por lo tanto, a primera vista puede parecer que es una apacible ciudad de provincias, que sus calles son seguras. -Aqui Brunetti se apresuro a puntualizar-: Y lo son; la gente puede transitar por ellas a cualquier hora del dia o de la noche con toda tranquilidad. -Hizo otra pausa y anadio, como si acabara de ocurrirsele-: Y, en general, tambien puede estar segura en su casa.
– Si me permite que le interrumpa, comisario, esta es una de las razones que me impulsaron a venir, para gozar de esa seguridad, de esa tranquilidad que solo en esta ciudad parece subsistir aun hoy.
– ?Usted es de…? -pregunto Brunetti, aunque el acento que afloraba a pesar de los esfuerzos de La Capra por disimularlo, no dejaba lugar a dudas.
– Palermo -respondio La Capra.
Brunetti no respondio enseguida, dejando que el nombre flotara en el aire.
– A pesar de todo -prosiguio-, y de ello he venido a hablarle, existe el riesgo de robo. En esta ciudad viven muchas personas ricas, y algunas de ellas, enganadas quiza por el sosiego que aparentemente reina en ella, no toman todas las precauciones convenientes por lo que respecta a las medidas de seguridad de sus viviendas. -Miro en derredor y prosiguio con un airoso ademan-: Puedo ver que tiene usted aqui muchas cosas bellas. -El
A su espalda se abrio la puerta y entro en la habitacion el mismo joven de antes, que traia una bandeja con dos tazas de cafe y un azucarero de plata que descansaba en tres esbeltas patas armadas de garras. Permanecio en silencio al lado de Brunetti mientras este tomaba una taza y le echaba dos cucharaditas de azucar. Repitio el proceso con el
Mientras removia el azucar, Brunetti observo que el cafe estaba cubierto de la fina capa de espuma que solo producen las cafeteras expres electricas: en la cocina del
– Es muy amable al venir a prevenirme, comisario. Es cierto que muchos de nosotros vemos Venecia como un oasis de paz en lo que es una sociedad cada vez mas criminal. -Aqui el
– Me alegra oirlo,
Esta vez, la sonrisa del
– ?Lo consideraria una intrusion si yo le preguntara que clase de proteccion ha dispuesto,
– ?Intrusion? -pregunto La Capra abriendo mucho los ojos con expresion de sorpresa-. En modo alguno. Estoy seguro de que la pregunta obedece al interes que siente por sus conciudadanos. -Dejo que sus palabras se sedimentaran y entonces explico-: Mande instalar una alarma antirrobo. Pero, lo que es mas importante, tengo vigilancia las veinticuatro horas. Uno de mis empleados esta siempre aqui. Yo me fio mas de la lealtad de mi personal que de cualquier dispositivo mecanico comprado. -Aqui el
– Por supuesto -dijo Brunetti sin conviccion, pero sonrio dando a entender que habia comprendido-. ?Permite que la gente vea las otras piezas de su coleccion? Si estas son una muestra -dijo Brunetti abarcando con un ademan toda la habitacion-, debe de ser impresionante.
– Ah, comisario, lo siento -dijo La Capra moviendo ligeramente la cabeza-, pero ahora no podria ensenarselas.
– ?No? -pregunto Brunetti cortesmente.
– Vera, el caso es que la habitacion en la que pienso exponerlas no esta terminada a mi entera satisfaccion. La iluminacion, las baldosas del suelo, hasta los paneles del techo me desagradan y me sentiria violento, si, francamente violento, ensenandolos ahora. Pero con mucho gusto le invitare a ver mi coleccion cuando la sala este terminada y… -buscaba la palabra adecuada y al fin la encontro-: Y presentable.
– Es usted muy amable,
La Capra asintio, pero no sonrio.
– Debe usted de ser una persona muy ocupada -dijo Brunetti poniendose en pie. Que extrano, pensaba, que un amante del arte fuera reacio a ensenar su coleccion a un visitante que mostrara curiosidad o entusiasmo por las cosas bellas. Brunetti nunca habia visto algo igual. Y mas extrano todavia era que, hablando de la delincuencia en la ciudad, La Capra no hubiera creido oportuno mencionar ninguno de los dos incidentes que, esta misma semana, habian destruido la calma de Venecia y la vida de personas que, al igual que el, tenian amor al arte.
Al ver que Brunetti se levantaba, La Capra se puso en pie y fue con el a la puerta, bajo la escalera, cruzo el patio y lo acompano hasta la entrada del
20
Despues de pasar media hora con La Capra, Brunetti se decia que hablar ahora con Patta seria demasiado para una sola tarde, pero decidio ir a la
Brunetti pidio que le pusieran con Roma y al poco rato hablaba con el
– Guido, aqui tenemos algo que indica que estaba metido en mas cosas de las que nos imaginabamos.
– ?Que cosas?
– Hace dos dias, interceptamos un cargamento de ceniceros de alabastro que llegaron a Livorno procedentes de Hong Kong, para un mayorista de Verona. Lo normal, el hombre recibe los ceniceros, les pone una etiqueta y los vende, «Made in Italy».
– ?Por que interceptaron el cargamento? No parece que se trate de cosas que normalmente hayan de interesarles.
– Uno de nuestros confidentes dijo que no seria mala idea echar un vistazo al cargamento.
– ?Por lo de las etiquetas? -pregunto Brunetti, desconcertado-. ?No es cosa de la aduana?