Presentadas las disculpas, Flavia volvio a la cuestion:

– No se si podremos convencerla para que acepte tener a alguien en el apartamento.

– Flavia, no dispongo de otro medio para protegerla. -El oyo un fuerte ruido, como de maquinaria pesada-. ?Que es eso?

– Un barco.

– ?Donde estas?

– En Riva degli Schiavoni -dijo ella-. No queria llamar desde casa, y he salido a dar un paseo. -Aqui cambio la voz-. No estoy lejos de la questura. ?Puedes recibir visitas en horas de trabajo?

– Naturalmente -rio el-. Soy un jefe.

– ?Puedo ir ahora? No me gusta hablar por telefono.

– Desde luego. Cuando quieras. Ahora mismo. Espero una llamada, pero no tiene sentido que sigas dando vueltas por ahi con esta lluvia. Ademas -agrego sonriendo para si-, aqui se esta caliente.

– De acuerdo. ?Pregunto por ti?

– Si. Di al agente de la puerta que estas citada y el te acompanara a mi despacho.

– Gracias. Ahora mismo voy. -Colgo sin darle tiempo a despedirse.

En cuanto Brunetti colgo, el telefono volvio a sonar. Era Carrara.

– Guido, su signor La Capra estaba en el ordenador.

– ?Si?

– La ceramica china me ha permitido localizarlo.

– ?Por que?

– Por dos cosas. Hara unos tres anos, de una coleccion particular de Londres desaparecio un bol de celadon. El hombre al que al fin acusaron de la sustraccion dijo que un italiano le habia pagado para que consiguiera concretamente esa pieza.

– ?La Capra?

– El no lo sabia. Pero la persona que lo delato dijo que uno de los intermediarios que habia agenciado el trato uso el nombre de La Capra.

– ?«Agenciado el trato»? -pregunto Brunetti-. ?Quiere decir, sencillamente, organizado el robo de una sola pieza?

– Si. Es cada vez mas frecuente -respondio Carrara.

– ?Y la otra cosa? -pregunto Brunetti.

– Es solo un rumor. Lo tenemos en la lista de «casos sin confirmar».

– ?De que se trata?

– Hara unos dos anos, en Paris, un marchante de arte chino, un tal Philippe Bernadotte, fue muerto una noche en la calle mientras paseaba al perro. Sus asaltantes le robaron la cartera y las llaves. Con las llaves entraron en su casa, pero, por extrano que parezca, no le robaron nada. Eso si, registraron sus archivos y, al parecer, se llevaron papeles.

– ?Y La Capra?

– El socio de la victima recordaba que dias antes de su muerte, monsieur Bernadotte habia mencionado una disputa que habia tenido con un cliente que lo acusaba de haber vendido una pieza que sabia que era falsa.

– ?El cliente era el signor La Capra?

– El socio no lo sabia. Solo recordaba que monsieur Bernadotte se habia referido a el varias veces llamandolo «el cabrito», pero penso que bromeaba.

– ?Monsieur Bernadotte y su socio eran capaces de vender una pieza sabiendo que era falsa? -pregunto Brunetti.

– El socio, no. Pero, al parecer, Bernadotte habia estado complicado en varias ventas y compras dudosas que habian sido investigadas.

– ?Por la brigada antirrobo de obras de arte?

– Si. La oficina de Paris tenia un dossier sobre el.

– ?Y de su casa no se llevaron nada, despues de matarlo?

– Parece que no, pero el que lo ha matado tuvo tiempo de revisar sus archivos y sus inventarios y sacar lo que le interesara.

– ?Asi que es posible que el signor La Capra fuera «el cabrito» al que habia aludido la victima?

– Eso parece -convino Carrara.

– ?Algo mas?

– No; pero si ustedes pueden darnos mas datos, se lo agradeceremos.

– Dire a mi secretaria que le envie todo lo que tenemos, y si descubrimos algo mas sobre el y Semenzato se lo dire.

– Gracias, Guido. -Y Carrara colgo.

?Que era lo que cantaba el conde Almaviva? «E mifara il destino ritrovar questo paggio in ogni loco!» Tambien parecia ser el destino de Brunetti encontrar a La Capra dondequiera que mirase. De todos modos, Cherubino era bastante mas inocente que el signor La Capra. Por lo que Brunetti habia averiguado, cabia sospechar que La Capra estaba involucrado en la muerte de Semenzato. Pero todo era puramente circunstancial, no tendria valor alguno ante un tribunal.

Brunetti oyo un golpe en la puerta y grito: «Avanti». Un policia de uniforme abrio y dio un paso atras para que entrara Flavia Petrelli. Cuando ella pasaba por delante del policia, Brunetti vio como la mano del agente hacia un marcial saludo antes de cerrar la puerta. Brunetti no tuvo que preguntarse a quien se rendia homenaje con el gesto.

Flavia llevaba un impermeable marron oscuro forrado de piel. El frio de la tarde habia puesto color en su cara, que seguia limpia de maquillaje. Rapidamente, cruzo el despacho y estrecho la mano que el le tendia.

– ?Asi que aqui es donde trabajas? -dijo.

El dio la vuelta a la mesa y se hizo cargo del impermeable, que el calor de la habitacion hacia innecesario. Mientras ella miraba en derredor, el colgo la prenda de una percha, detras de la puerta. Vio que estaba mojada y, al mirar a Flavia, vio brillar gotas de agua en su pelo.

– ?No traes paraguas?

Ella, maquinalmente, se llevo la mano al pelo y parecio sorprenderse al encontrarlo mojado.

– No llovia cuando he salido de casa.

– ?Y cuando ha sido eso? -pregunto el volviendo hacia ella.

– Despues del almuerzo. Serian poco mas de las dos, supongo. -Su respuesta era vaga y daba a entender que realmente no podia recordarlo.

El acerco otra silla a la que tenia delante de la mesa y espero a que la mujer se acomodara antes de sentarse frente a ella. Hacia solo unas horas que la habia visto y lo sorprendia el cambio que notaba en su cara. Esta manana parecia tranquila y relajada cuando, con una vivacidad muy italiana, le pedia ayuda para convencer a Brett de que debia pensar en su propia seguridad. Y ahora daba la impresion de estar rigida, en vilo, y la crispacion que se advertia en su boca era nueva.

– ?Como esta Brett? -pregunto el.

Ella suspiro y agito una mano en un ademan de impotencia.

– A veces, hablar con ella es como tratar de razonar con uno de mis hijos. Dice que si a todo, reconoce que tengo razon y luego hace lo que se le antoja.

– ?Que ahora es…?

– Quedarse aqui en lugar de ir conmigo a Milan.

– ?Cuando te marchas?

– Manana por la noche. Hay un vuelo que llega a las nueve. Asi tendre tiempo de abrir el apartamento e ir a recibir a los ninos al aeropuerto al dia siguiente por la manana.

– ?Ha dicho por que no quiere ir?

Flavia se encogio de hombros, como si lo que Brett dijera y la verdad fueran dos cosas independientes.

– Dice que no consentira que el miedo la eche de su propia casa, que no va a huir ni a esconderse conmigo.

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