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Aquella tarde, cuando Flavia salio del apartamento, Brett, sentada a su escritorio, miraba las hojas esparcidas ante ella. Contemplaba graficos de las temperaturas a que ardian distintos tipos de madera, tamanos de los hornos descubiertos en China Occidental, los isotopos hallados en el vidriado de los vasos de las tumbas de la zona y una reconstruccion ecologica de la flora local dos mil anos atras. Si interpretaba y combinaba los datos de un modo, obtenia un esquema de la forma en que se cocia la ceramica, pero si disponia las variables de otro modo, su tesis se venia abajo, todo era absurdo, y ella hubiera debido quedarse en China, donde estaba su sitio.
Esta idea le hizo preguntarse si podria volver algun dia, si Flavia y Brunetti conseguirian arreglar el estropicio - no encontraba otra palabra- y ella podria volver al trabajo. Aparto los papeles con impaciencia. No tenia objeto terminar el articulo, si dentro de poco la autora iba a ser desacreditada por haber sido instrumento de un sonado fraude artistico. Se levanto de la mesa y se acerco a las hileras de CDs pulcramente clasificados, buscando una musica apropiada para su estado de animo. Nada vocal. No estaba de humor para oir a unos tarados obesos cantar sus amores y sus nostalgias. Amor y nostalgia. Y tampoco nada de arpa: su sonido quejumbroso le haria estallar los nervios. Bien, ya lo tenia: si algo podia demostrarle que en el mundo aun quedaba un poco de cordura, alegria y amor, era la Sinfonia Jupiter.
Ya estaba convencida de que habia cordura y alegria y empezaba a creer otra vez en el amor cuando sono el telefono. Contesto porque penso que podia ser Flavia, que hacia mas de una hora que habia salido.
–
– ?
– Si.
– Unos amigos mios le hicieron una visita la semana pasada -dijo el hombre con una voz bien modulada y serena, alargando las silabas con el sonsonete del acento siciliano. Como Brett no respondiera, agrego-: Estoy seguro de que lo recuerda.
Ella siguio sin decir nada, sosteniendo el telefono con una mano rigida y recordando la visita con los ojos cerrados.
–
– ?Que quiere? -pregunto Brett.
– Ah, habia olvidado lo directos que son ustedes los americanos. Pues quiero hablar con usted,
Despues de un largo silencio, Brett pregunto:
– ?Hablar de que?
– Oh, pues de arte chino, naturalmente, especialmente, de unas ceramicas de la dinastia Han que supongo que deseara ver, Pero antes tenemos que hablar de la
– Yo no quiero hablar con usted.
– Eso me temia,
Brett dijo lo unico que se le ocurrio:
– Ella esta aqui conmigo.
El hombre se echo a reir.
– Vamos,
– ?Como puedo saber que esta con ustedes?
– Ah, no puede,
– ?Que quiere? -pregunto Brett con cansancio.
– Asi me gusta. Quiero que venga a verme,
– ?Donde esta?
– No esperara que le diga eso, ?verdad? -pregunto el con fingido asombro-. Conteste, ?hara lo que le pido?
La respuesta salio espontaneamente, sin pensar:
– Si.
– Muy bien. Una sabia decision. Estoy seguro de que se alegrara de haberla tomado. Lo mismo que la
– Si.
– Oigo musica. ?La Jupiter?
– Si.
– ?Que version?
– Abbado -respondio ella con una creciente sensacion de irrealidad.
– Ah, no es buena eleccion, ni hablar -dijo el rapidamente sin tratar de disimular la decepcion que le causaba su gusto-. Los italianos no tienen idea de como hay que dirigir a Mozart. Bueno, podemos hablar de eso cuando venga. Quiza incluso escuchemos una grabacion de Von Karajan. Creo que es muy superior. De momento, deje la musica, pongase el abrigo y baje la escalera. Y no trate de dejar un mensaje porque alguien subira con sus llaves para cerciorarse, de modo que puede ahorrarse la molestia. ?Entendido?
– Si -respondio ella sin animo.
– Entonces deje el telefono, vaya a buscar el abrigo y salga del apartamento -ordeno el con una voz que por primera vez se aproximaba al que debia de ser su tono natural.
– ?Como se que dejaran marchar a Flavia? -pregunto Brett, tratando de que su voz pareciera serena.
Esta vez el se rio.
– No lo sabe. Pero yo le aseguro, es mas, le doy mi palabra de caballero de que tan pronto como usted salga del apartamento con mis amigos alguien hara una llamada y la
Ella puso el telefono en la mesa, salio al recibidor y descolgo el abrigo del armario. Volvio a la sala, fue a su escritorio y tomo una pluma. Rapidamente, escribio unas palabras en un papel pequeno y fue a la libreria. Miro el panel de control del tocadiscos, oprimio la tecla «Repetir» y puso el papel en la caja vacia del CD, la cerro y la dejo apoyada en la puerta del tocadiscos. Recogio las llaves de encima de la mesa del recibidor y salio.
Cuando abrio la puerta de la calle, dos hombres entraron rapidamente en el zaguan. En uno de ellos reconocio al mas bajo de los que la habian golpeado y tuvo que hacer un esfuerzo para no dar un paso atras. El sonrio y extendio la mano.
– Las llaves -exigio. Ella las saco del bolsillo y se las dio. El hombre desaparecio por la escalera arriba y tardo cinco minutos en volver, durante los cuales el otro hombre estuvo observandola, mientras ella miraba el agua que entraba por debajo de la puerta con la pequena ondulacion que senalaba la llegada del
Cuando el hombre volvio, su companero abrio la puerta y salieron a la calle inundada. Seguia diluviando y no llevaban paraguas. Rapidamente, se encaminaron hacia Rialto. Iban uno a cada lado de ella y cuando en las estrechas calles se cruzaban con otros transeuntes se situaban uno delante y otro detras. Al otro lado del puente,