– ?Crees que es la verdadera razon?

– ?Y quien sabe cual es su verdadera razon? -pregunto ella asperamente-. A Brett le basta con querer o no querer hacer una cosa. Ella no necesita razones ni excusas. Hace solo lo que le apetece. -No escapo a Brunetti que solo otra persona no menos voluntariosa encontraria tan irritante esta cualidad.

Aunque Brunetti deseaba preguntar a Flavia por que habia ido a verle, dijo tan solo:

– ?Y no podrias convencerla?

– Si la conocieras, no lo preguntarias -dijo Flavia secamente, pero entonces sonrio-: No; no podria. Probablemente, si yo le dijera que no se fuera, se sentiria tentada de marcharse. -Movio la cabeza negativamente y repitio-: Lo mismo que mis hijos.

– ?Quieres que hable yo con ella? -pregunto Brunetti.

– ?Crees que serviria de algo?

Ahora toco a Brunetti encogerse de hombros.

– No lo se. Tampoco tengo mucho exito con mis propios hijos.

Ella lo miro, sorprendida:

– No sabia que tuvieras hijos.

– Para un hombre de mi edad, lo mas natural es tenerlos, ?no?

– Si, claro -respondio ella, y medito un momento antes de volver a hablar-. Es que en ti siempre he visto solo al policia, es casi como si no fueras una persona corriente. -Antes de que el pudiera decirlo, ella admitio-: Si, ya se, y a mi solo me conoces como cantante.

– Bueno, tampoco es exacto -dijo el.

– ?Como que no? Cuando me conociste estaba actuando.

– Si, pero la funcion habia terminado. Y desde entonces solo te he oido en disco. Y me parece que no es lo mismo.

Ella lo miro fijamente, bajo la mirada al regazo y volvio a mirarlo:

– Si te diera entradas para la funcion de La Scala, ?irias?

– Si, con mucho gusto.

– ?Y a quien llevarias? -pregunto ella con una amplia sonrisa.

– A mi esposa -dijo el simplemente.

– Ah -dijo ella no menos simplemente. Pero una silaba puede ser muy elocuente. La sonrisa se borro un momento y cuando reaparecio era tan amistosa como antes, pero no tan calida.

El repitio la pregunta:

– ?Quieres que hable con ella?

– Si; confia mucho en ti, y quiza te escuche. Alguien tiene que convencerla de que debe irse de Venecia. Yo no he podido.

La ansiedad que advertia en su voz lo impulso a decir:

– No creo que en realidad corra tanto peligro si se queda. Su apartamento es seguro, y no sera tan imprudente como para dejar entrar a cualquiera. El riesgo es pequeno.

– Si -dijo Flavia con una lentitud que indicaba lo poco que la convencia el argumento. Como si hubiera vuelto repentinamente de un lugar muy lejano y no supiera como habia llegado aqui, recorrio el despacho con la mirada y pregunto apartando de si el cuello del jersey-. ?Tienes que quedarte aqui mucho rato todavia?

– No; ya estoy libre. Si quieres, te acompano y hablo con ella, a ver si quiere escucharme.

Flavia se levanto, fue a la ventana, miro la fachada cubierta de San Lorenzo y el canal que discurria frente al edificio.

– Muy bonito, pero no se como puedes soportarlo. -?Se referia al matrimonio?, penso Brunetti-. Al cabo de una semana, empiezo a sentirme atrapada. -?Hablaba de la fidelidad? Se volvio a mirarlo-. Pero, con todos sus inconvenientes, no deja de ser la ciudad mas bella del mundo, ?verdad?

– Si -respondio el sencillamente, ayudandola a ponerse el impermeable.

Antes de salir, Brunetti saco dos paraguas del armario y dio uno a Flavia. En la puerta principal de la questura, los dos guardias que habitualmente se limitaban a dar a Brunetti un laconico «Buona notte», se cuadraron y levantaron la mano en un saludo impecable. Fuera la lluvia caia con fuerza y el agua del canal empezaba a inundar la acera. Brunetti se habia calzado las botas, pero Flavia llevaba unos mocasines que ya estaban empapados.

El la tomo del brazo y torcieron hacia la izquierda. De vez en cuando, una rafaga de viento les lanzaba la lluvia a la cara, giraba bruscamente y les azotaba las pantorrillas. Se cruzaban con muy pocos transeuntes, todos bien equipados con botas e impermeable, evidentemente, venecianos que si estaban fuera de casa era porque no tenian mas remedio. Maquinalmente, el evitaba las calles en las que el agua ya habria subido y la llevaba hacia Barberia delle Tolle, que conducia a la parte alta, donde estaba el hospital. No les faltaba mas que un puente para llegar alli cuando se encontraron frente a una zona en la que habia que hundirse hasta el tobillo en un agua gris y aceitosa. El se paro, preguntandose como llevar a Flavia al otro lado, pero ella se solto de su brazo y siguio andando, ajena al agua fria que el oia borbotearle en los zapatos.

El viento y la lluvia barrian la pequena explanada del campo SS. Giovanni e Paolo. En una esquina, debajo de un toldo que ondeaba furiosamente, habia una monja que, con resignada indefension, se asia a un paraguas eviscerado. El campo propiamente dicho parecia haberse contraido, el borde estaba ya bajo las aguas que habian convertido el canal en un lago alargado que iba ensanchandose progresivamente.

Casi corriendo, con un rapido chapoteo, cruzaron el campo en direccion al puente que los llevaria a la calle della Testa y el apartamento de Brett. Desde lo alto del puente, vieron que en el tramo que tenian que recorrer a continuacion el agua les llegaria hasta la pantorrilla, pero no se detuvieron. Cuando llegaron a la zona inundada al pie del puente, Brunetti se cambio el paraguas a la mano izquierda y tomo a Flavia del brazo con la derecha. Y fue oportuno, porque en aquel momento ella tropezo, se fue hacia adelante y, de no haberla sujetado el, hubiera caido de cara.

– Porco Giuda -exclamo ella-. El zapato. Se me ha salido. -Los dos registraron con la mirada el agua oscura, pero el zapato habia desaparecido. Ella tanteaba con el pie en el agua. Nada. La lluvia arreciaba.

– Tenga -dijo Brunetti cerrando el paraguas y dandoselo. Rapidamente, se inclino y la tomo en brazos. Ella, desprevenida, con un movimiento reflejo, se le agarro al cuello y le golpeo la cabeza con el mango del paraguas que el acababa de entregarle. El dio un traspies, pero recupero el equilibrio y echo a andar. Doblo las dos esquinas que faltaban y al llegar a la puerta de la casa la dejo en el suelo.

El pelo le chorreaba, el agua se le metia por el cuello y le resbalaba por el cuerpo. Mientras la traia en brazos, habia tropezado y el agua fria le habia entrado en la bota mojandole el zapato. Pero habia conseguido traerla a casa. Cuando la dejo en el suelo, se aparto el pelo que tenia pegado a la frente.

Rapidamente, ella abrio la puerta y entro en el zaguan, donde el agua tenia la misma altura que en la calle. Empezo a subir la escalera. El segundo peldano ya estaba seco. Al oir a Brunetti chapotear a su espalda, ella subio dos peldanos mas y se volvio a mirarlo.

– Gracias. -Se quito el otro zapato, que dejo tirado en la escalera, y siguio subiendo. El la seguia de cerca. En el segundo rellano, oyeron la musica que fluia escaleras abajo. Al llegar arriba, frente a la puerta metalica, ella eligio una llave, la introdujo en la cerradura y la hizo girar. La puerta no se movio.

Ella saco la llave, eligio otra y abrio la cerradura de la parte superior de la puerta, luego acciono la primera cerradura.

– Es extrano -dijo volviendose hacia el-. Esta cerrada con dos llaves.

A el le parecio logico que Brett echara las dos llaves desde dentro.

– Brett -grito Flavia al empujar la puerta. La musica salio a su encuentro, pero Brett no-. Soy yo -dijo Flavia-. Guido ha venido conmigo.

Nadie contesto.

Descalza, dejando un reguero de agua en el suelo, Flavia entro en la sala y fue al fondo del apartamento, a mirar en los dos dormitorios. Cuando volvio estaba mas palida. A su espalda, cantaban violines, vibraban trompetas y se restauraba la armonia universal.

– Brett no esta en casa, Guido. Se ha marchado.

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