– ?Como la consiguio?

– Toda su correspondencia era interceptada. -Lo decia en un tono casi de reproche, como si ella hubiera tenido que adivinar por lo menos esto-. Por cierto, ?como se las arreglo usted para hacer llegar aquella carta a Semenzato? -Su curiosidad era real.

– La di a una persona que iba a Hong Kong.

– ?Alguien de la excavacion?

– No; un turista al que conoci en Xian. El hombre iba a Hong Kong y le pedi que la echara al correo alli. Sabia que asi llegaria antes.

– Muy lista, dottoressa. Muy lista, si.

Ella se estremecio de frio. Hacia ya mucho rato que no sentia los pies. Los levanto del suelo de marmol y los puso en el travesano de la silla. La lluvia le habia empapado el jersey y se sentia atrapada dentro de su ropa helada. Empezo a tiritar violentamente y cerro los ojos, esperando a que pasara el espasmo. El dolor que desde hacia dias se mantenia latente en la mandibula se habia despertado y convertido en una llama viva.

Cuando Brett abrio los ojos, el hombre se habia ido de su lado y estaba en el otro extremo de la habitacion alargando los brazos hacia otro vaso.

– ?Que va a hacer conmigo? -pregunto ella esforzandose por mantener la voz firme y serena.

El se volvio hacia ella, sosteniendo el vaso cuidadosamente con las dos manos.

– Creo que esta pieza es la mas hermosa de todas las que tengo -dijo haciendola girar ligeramente para que ella pudiera seguir el sobrio dibujo del contorno-. Viene de la provincia de Ch'ing-hai, al extremo de la Gran Muralla. Yo diria que tiene cinco mil anos, ?no le parece?

Brett lo miraba con pasividad y vio a un hombre grueso de mediana edad que sostenia en las manos un bol marron decorado.

– Le he preguntado que piensa hacer conmigo -repitio ella, interesada solo en esto y no en el bol.

– ?Hmm? -murmuro el distraidamente, dejando de contemplar el bol un momento para mirarla-. ?Con usted, dottoressa? Lo siento, pero aun no he tenido tiempo de pensarlo. Era tanto mi interes por traerla a ver mi coleccion…

– ?Por que?

El se quedo donde estaba, justo delante de ella. De vez en cuando, alargaba el brazo con el dedo extendido para hacer girar el bol un milimetro hacia un lado y luego hacia, el otro.

– Porque tengo muchas cosas hermosas y no puedo ensenarlas a nadie -dijo con un pesar tan evidente que no podia ser fingido-. La miro con una sonrisa amistosa que pretendia explicar muchas cosas-. Quiero decir a nadie que cuente. Porque si las enseno a personas que no entienden de ceramicas, no creo que puedan apreciar la belleza ni la singularidad de lo que ven. -Aqui callo, esperando que ella comprendiera su dilema.

Lo comprendia.

– ?Y, si las ensena a personas que entienden de arte o ceramica chinos, sabran de donde han salido?

– Muy sagaz -dijo el alzando las manos con evidente satisfaccion ante su perspicacia. Se le nublo la cara-. Es dificil tratar con gente que no entiende. En todas estas maravillas -describio con la mano derecha un ademan que abarcaba todo lo que habia en la habitacion- no ven nada mas que ollas y vasos, y no perciben su belleza.

– Lo cual no les impide conseguirselas, ?verdad? -pregunto ella sin tratar de disimular el sarcasmo.

El encajo la frase con ecuanimidad.

– No, desde luego. Yo les digo lo que hay que conseguir y ellos me lo traen.

– ?Tambien les dice como conseguirlo? -Empezaba a costarle demasiado esfuerzo hablar. Queria que aquello terminara.

– Eso segun a quien lo encargo. A veces tengo que ser explicito.

– ?Tuvo que ser muy «explicito» con los hombres que envio a mi casa?

Ella le vio disponerse a mentir, pero entonces opto por cambiar de tema.

– ?Que le parece la coleccion, dottoressa?

De pronto, ella ya no pudo mas. Cerro los ojos y apoyo la cabeza en el respaldo de la silla.

– Le he preguntado que le parece la coleccion, dottoressa -repitio el alzando la voz.

Lentamente, mas por agotamiento que por obstinacion, Brett movio la cabeza a derecha e izquierda con los ojos cerrados.

Con el dorso de la mano y de un modo enteramente casual, mas como advertencia que como castigo, el le golpeo la cabeza a la altura de la sien. Era poco mas que un cachete, pero fue suficiente para que la fisura de la mandibula se abriera y cerrara con una explosion de dolor que ahuyento de su cerebro el pensamiento y el conocimiento.

Brett se deslizo al suelo y quedo inmovil. El la miro un momento, fue hacia el pedestal, se agacho a coger la cubierta de plexiglas y la coloco cuidadosamente sobre el bol, lanzo otra mirada a la mujer que habia quedado inconsciente y salio de la habitacion.

22

Brett estaba de regreso en China, en la tienda instalada en la excavacion para el personal arqueologico. Dormia, pero el saco estaba en mal sitio, y ella sentia en los huesos la dureza del suelo. La estufa de gas habia vuelto a apagarse, y el frio cruel de la meseta esteparia le mordia las carnes. Se habia negado a ir a la Embajada en Pekin a que le pusieran la vacuna contra la encefalitis y ahora habia enfermado, habia enfermado de encefalitis, ya sentia el primer sintoma, una jaqueca espantosa, ya se estremecia con las convulsiones de la fiebre mientras el cerebro se inflamaba con la infeccion mortal. Matsuko la habia advertido, ella se habia vacunado en Tokio.

Si tuviera otra manta, si Matsuko le trajera algo para el dolor de cabeza… Abrio los ojos, esperando ver la lona de la tienda, pero vio piedra gris debajo de su brazo, y una pared, y entonces recordo.

Cerro los ojos y se quedo quieta, tendiendo el oido, para averiguar si el hombre seguia en la habitacion. Levanto la cabeza y considero que el dolor era soportable. Sus ojos le confirmaron lo que ya le habian dicho los oidos: el se habia ido, dejandola sola con su coleccion.

Se alzo sobre las rodillas y, apoyandose en la silla, se puso de pie. Le latian las sienes y la habitacion le daba vueltas. Cerro los ojos hasta que se le paso el vahido. El dolor partia de debajo de las orejas y le perforaba el craneo.

Cuando abrio los ojos vio que un lado de la habitacion era todo ventanas enrejadas. Se obligo a ir hasta la puerta para intentar abrirla, pero estaba cerrada. Al principio, el dolor se recrudecia a cada paso que daba, pero probo a relajar los musculos de la mandibula y se le calmo minimamente. Arrastro una silla hasta las ventanas y, muy despacio, se subio a ella. Al otro lado vio el tejado de la casa de enfrente. A la izquierda, mas tejados y, a la derecha, el Gran Canal.

Seguia lloviendo intensamente, y de pronto ella noto la ropa mojada y pegada al cuerpo. Se bajo de la silla con movimientos inseguros y busco en la habitacion una fuente de calor, pero no la habia. Se sento en la silla con los brazos cruzados sobre el pecho, tratando de dominar el temblor que la sacudia, Apreto las manos contra los costados y noto un objeto duro. La fibula. A traves de la tela empapada del pantalon, la oprimio como si fuera un talisman.

Pasaba el tiempo; no hubiera podido decir cuanto. La luz que entraba por las ventanas menguaba, cambiando del plomo mate del dia a la penumbra del anochecer. Sabia que tenia que haber luz electrica en la habitacion, pero le faltaban las fuerzas para buscarla. Ademas, la luz no cambiaria nada; solo podria reconfortarla un poco de calor.

Al fin oyo girar una llave en la cerradura y la puerta se abrio para dar paso al hombre que antes la habia golpeado. Detras de el venia el joven que la habia traido hasta aqui no recordaba cuanto tiempo atras.

– Professoressa -empezo el mas viejo con una sonrisa-, espero que ahora podamos continuar nuestra conversacion. -Se volvio a decir algo al joven, en un dialecto que parecia siciliano, pero hablaba tan deprisa que ella no entendio nada. Los dos hombres fueron entonces hacia ella, y Brett no pudo resistir el impulso de levantarse y situarse detras de la silla.

El mas viejo se paro delante de la vitrina que contenia el bol marron y se quedo mirandolo. El joven se

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