Rosas. Lady Victoria olia a rosas, aunque el suyo era el mas sutil y delicado de los aromas, como si en vez de aplicarse el perfume se hubiera limitado a frotar los aterciopelados petalos de la flor sobre su suave piel.
La mirada del doctor Oliver quedo fascinada al reparar en los enseres femeninos que tenia ante si y, como sumido en un trance, cruzo la alfombra Axminster hacia el tocador. Incapaz de reprimirse, levanto con sumo cuidado el cepillo y despacio, muy despacio, paso la yema del pulgar por las puas.
Varios largos oscuros cabellos de Victoria seguian enredados entre las asperas puas, y Nathan fijo en ellos la mirada, recordando al instante la sensacion de tener esos lustrosos bucles deslizandose entre sus dedos mientras su boca exploraba la de ella.
Tras volver a dejar el cepillo en su sitio, levanto despacio el vial de cristal. En cuanto retiro el tapon, la delicada esencia de lady Victoria le colmo los sentidos. Un gemido trepo por su garganta y cerro con fuerza los ojos, aunque resulto una debil defensa contra el intenso recuerdo que le embargo: volvio a deslizar sus labios sobre la suave piel satinada de Victoria, aspirando ese sutil aroma unicamente detectable cuando la distancia que les separaba era de apenas unos centimetros. Desde aquella noche vivida tres anos atras, cada vez que olia a rosas pensaba de inmediato en ella. Cada maldita y condenada vez. Para su mayor fastidio, no tardo en descubrir que aparentemente Inglaterra entera estaba infestada de rosas.
Cuando volvio a aspirar una vez mas el aroma del vial, no logro reprimir el gemido. Lujuriosas curvas pegandose a el… los fragiles dedos de lady Victoria deslizandose entre sus cabellos hasta la nuca… su sabor delicioso y seductor contra su lengua…
Tras mascullar una obscenidad a la que en raras ocasiones permitia salir de sus labios, Nathan abrio de pronto los ojos y volvio a colocar el tapon en el vial. Dejo el frasco encima del tocador como si se hubiera quemado con el y rapidamente utilizo su panuelo para desprenderse de cualquier vestigio de fragancia que pudiera haber quedado impregnada en el como lo estaban el recuerdo de ella y de su beso.
Lanzo una mirada cenuda al ofensivo vial y, tras volver a guardarse el panuelo, regreso resueltamente hacia el armario dispuesto a empezar a buscar la nota que, por lo que lord Wexhall le habia escrito, debia de estar oculta en el equipaje de lady Victoria. Aunque reparo en los dos baules dispuestos en un rincon, no cambio de rumbo. Wexhall habia indicado en la carta codificada que utilizaria la maleta de lady Victoria para ocultar su nota.
Al pasar junto a la mesita de noche, Nathan se detuvo a mirar los libros, incapaz de resistirse a la tentacion de descubrir la clase de material de lectura que preferia lady Victoria. Cogio los dos ejemplares que estaban encima del monton y leyo por encima los titulos.
Dejo los libros en su sitio, intrigado a pesar de todo por los eclecticos gustos de lady Victoria en cuanto a su material de lectura. Habia supuesto que la joven no era capaz de pensar en nada mas profundo que en el vestido que se pondria para su siguiente compromiso social. Apartando la idea de su cabeza, cruzo la estancia hacia el armario.
Asio con firmeza las manillas de bronce del armario y abrio las puertas de roble de un tiron. Al instante, sus sentidos quedaron atrapados por la delicada esencia a rosas que desprendia el vestuario de Victoria. Apreto los dientes, se dijo con voz firme que detestaba las rosas y se arrodillo. Aparto a un lado el colorido surtido de vestidos. En el rincon posterior izquierdo vislumbro una maleta. Tiro de la bolsa de viaje con paneles laterales de suave piel y la abrio sin dilacion, escudrinando el borde superior. Al instante vio el punto en que unas torpes puntadas habian reparado el relleno y sus cejas se unieron en un ceno inmediato. Wexhall debia de estar perdiendo facultades, a la vista del trabajo tan chapucero que habia dejado tras el. Sin molestarse en actuar con cuidado, pues un desgarron siempre podia explicarse con facilidad, Nathan arranco el rellano de saten marron y metio la mano por la abertura. El detallado examen del hueco abierto en el cuero de la maleta resulto del todo infructuoso.
Maldicion, ?donde estaba la maldita nota? Volvio a palpar el hueco, pero no encontro nada. Saco la mano, frustrado, y la introdujo en el interior de la maleta. Sus dedos encontraron lo que, a juzgar por el tacto, debia de ser un libro, y rapidamente lo saco de la maleta. Inclinando el delgado volumen hacia la luz que proyectaba el fuego que ardia en la chimenea, leyo el titulo:
Sus cejas volvieron a arquearse. Incluso viviendo en la pequena y recluida aldea de Little Longstone, estaba al corriente del escandalo que ese explicito tratado sobre el comportamiento femenino estaba provocando. Le resulto fascinante descubrir un libro como aquel oculto en el equipaje de lady Victoria. Fascinante y excitante.
Hojeo el ejemplar para asegurarse de que la nota de lord Wexhall no estuviera insertada entre sus paginas, y no le sorprendio descubrir que no era asi. Volvio a hojear el libro y se detuvo cuando su mirada tropezo con la expresion «hacer el amor». Abrio el libro por la pagina y leyo con atencion el parrafo.
La mujer moderna actual ha de ser consciente de que hacer el amor no es algo que deban disfrutar solo los hombres y que las mujeres simplemente hayan de soportar. Debe ser una participante activa. Decirle a su companero cuales son sus deseos. Lo que le gusta. No dudar de que el estara encantado de complacerla. Y no temer tocarle… sobre todo del modo en que a ella le gustaria que la tocaran. Y el mejor modo de determinar como nos gusta que nos toquen es tocarnos para descubrir lo que nos resulta placentero. De obrar asi, la mujer moderna actual sin duda diria a su caballero lo que habia aprendido. O mejor aun, se lo mostraria.
Una oleada de calor devoro a Nathan, y, antes de poder controlar su desbocada imaginacion, su mente se colmo de una fantasia erotica en la que aparecia Victoria desnuda, de pie delante de un espejo y acariciando despacio su esbelto cuerpo. Sin dejar de observar su reflejo en el cristal del espejo, el se acercaba a ella por detras, deslizaba las manos por su cintura y ascendia hasta cerrarlas sobre la plenitud de sus senos. Victoria entornaba los parpados y posaba las manos sobre las de el. Apoyandose entonces contra Nathan, susurraba: «Deja que te muestre lo que me gusta…».
Maldicion. Por mucho que sacudio la cabeza para deshacerse del hechizo de semejante espejismo, sus efectos no desaparecieron. Le dolia el cuerpo entero y sentia como si alguien hubiera prendido fuego a sus pantalones. Con una exclamacion de fastidio, se arranco el panuelo, que parecia estar estrangulandole. Sin embargo, eso no era mas que una ligera incomodidad en comparacion con el estrangulamiento que tenia lugar en sus pantalones. Volvio a meter el libro en la maleta, negandose a admitir que Victoria hubiera leido semejantes palabras. Negandose a preguntarse que efecto habrian tenido sobre ella. No importaba. Lo unico que importaba era encontrar la condenada nota de Wexhall… y, puesto que no estaba en esa maleta, debia de haber alguna otra maleta. De nuevo aparto a un lado los metros de tela que conformaban los vestidos de la joven y busco en los rincones mas reconditos del armario. Tenia que estar ahi…
– No veo el momento de que me explique que hace usted registrando mi equipaje, doctor Oliver.
Capitulo 5
La mujer moderna actual sabe que a menudo media un gran abismo entre lo que deberia y lo que desea hacer. Naturalmente, hay ocasiones en que los dictados del deber exigen atencion preferente. No obstante, hay otras, en especial aquellas en las que se halla implicado un atractivo caballero, en que deberia olvidarse de la cautela y hacer lo que le dicte el deseo.
Charles Brightmore.