– Como capitan del Botin del Tunante, agradezco tus amables palabras. Si las hubieras dicho hace veinte anos, mi ego se hubiera recobrado con mas rapidez.

– Lo dudo. Hace veinte anos me hubiera muerto de risa al ver al Tunante hundirse con su barco. -Sonrio abiertamente, y luego, en su mejor imitacion de un hundimiento, agrego-: «Glu glu glu.»

Matthew curvo los labios, pero entrecerro los ojos con rapidez.

– Te estas riendo.

– No. Estoy sonriendo.

El sonrio, fue una sonrisa lenta que le llego a los ojos y que la dejo sin aliento. Se sintio invadida de nuevo por la abrumadora conciencia de el que habia logrado mantener a raya durante toda la historia.

– Ahora estamos empatados -dijo el.

– Si. -Maldicion, habia sonado tan jadeante como se sentia. Desesperada por decir algo, farfullo-: ?Donde crees que esta Danforth? Esperaba poder dedicar un tiempo a su boceto antes de regresar a la rosaleda.

– ?Tienes intencion de volver al jardin conmigo? Pense que quiza dos horas serian demasiado esfuerzo para ti en un solo dia.

La vocecilla interior la insto a declararse fatigada. Pero tal y como habia estado haciendo ultimamente con frecuencia, la ignoro.

– No soy la delicada flor de invernadero con la que claramente me confunde, milord. Te aseguro que estoy lista para la tarea. A menos que prefieras cavar a solas.

El nego con la cabeza mientras la miraba fijamente.

– No, Sarah. Prefiero estar contigo.

Sus suaves palabras parecieron flotar en el aire entre ellos, y se dio cuenta con un profundo sentimiento de pesar de que ella tambien lo preferia… y no solo para cavar en el jardin.

Y otra vez recordo con tristeza lo inutil que era querer cosas que no se podian tener.

Capitulo 14

Justo una semana despues de que Sarah empezara a cavar, la Sociedad Literaria de Damas Londinenses se reunio en el dormitorio de Sarah. Unas horas antes habia estallado una tormenta. La lluvia y el viento golpeaban con fuerza las ventanas. Aunque a Sarah le gustaba reunirse con su hermana y sus amigas, una parte de ella lamentaba que la tormenta impidiera otra expedicion nocturna para excavar en la rosaleda con lord Langston. Algo que habian estado haciendo todas las noches de la ultima semana.

Como lord Langston tenia que pasar largas horas del dia y de la noche entreteniendo a sus invitados, ambos, de mutuo acuerdo, pasaban varias horas cada noche cavando en la rosaleda -acompanados por Danforth- despues de que todos se hubieran ido a la cama. Y esa noche, debido a la tormenta, no irian a excavar. Lo que queria decir que no estaria con lord Langston. Lo que, segun insistia su sentido comun, era bueno. Y si su corazon disentia, bueno, pues sencillamente era una lastima. En cada expedicion -cuya busqueda infructuosa estaba cada vez mas proxima al fracaso-, ella se habia obligado a escuchar la voz de la razon, y, aunque habia logrado controlar sus actos, no habia tenido la misma suerte con sus pensamientos.

Ahora, embutidas en sus batas y camisones, los miembros de la Sociedad Literaria de Damas Londinenses estaban sentadas sobre la cama de Sarah con las piernas cruzadas. Franklin, con la cabeza llena de bultos finalmente cosida, aunque algo torcida, presidia la reunion apoyado contra el cabecero. Unos dias atras, en una reunion de la Sociedad Literaria que habia tenido lugar mientras los caballeros iban de caza, Sarah le habia dibujado la cara a Franklin, sus rasgos habian sido decididos con voto secreto. Cada una de ellas habia votado por el caballero que poseia los mejores rasgos, el que poseia la mejor nariz, la mejor boca o mandibula. Segun los resultados, Franklin poseia los ojos de lord Langston, la nariz de lord Berwick, la boca del senor Jennsen y la mandibula de lord Surbrooke.

– Es muy extrano cuanto se parece Franklin a todos los caballeros -dijo Emily.

– Salvo por los bultos de la cabeza -dijo Julianne-. Y no creo que ninguno de ellos posea una pierna mas gorda que otra.

– Tambien dudo que ninguno de ellos, o cualquier otro hombre si vamos a eso, este tan… bien dotado como nuestro Franklin -dijo Carolyn.

Su comentario fue seguido por varias risitas tontas, y la imagen de lord Langston saliendo del bano se materializo en la mente de Sarah. El se aproximaba bastante.

– Has hecho un maravilloso trabajo con la cara, Sarah -dijo Carolyn con una sonrisa.

Ella parpadeo con firmeza para hacer desaparecer esa inquietante imagen.

– Gracias. Y ahora vamos a cenirnos al orden del dia. ?Algo que anadir?

– Solo me gustaria senalar algo -dijo Julianne-: esta noche es muy similar a la noche tormentosa en la que el doctor Frankenstein creo al monstruo. -Se envolvio en sus propios brazos y lanzo una aprensiva mirada a las ventanas oscuras, salpicadas por la lluvia.

– Asi que el ambiente es el idoneo -dijo Sarah en un tono tranquilizador pues sabia lo facilmente que se asustaba Julianne-. Y eso es todo lo que es… el ambiente.

– Y tambien es una noche similar a la noche en que el pobre senor Willstone fue asesinado -anadio Julianne-. Mi madre no hace mas que decir que hay un loco suelto por aqui, asesinando gente.

– No hay senales de que haya extranos acechando por aqui -dijo Carolyn palmeandole una mano a Julianne-. El senor Willstone estaba solo en mitad de la noche. Nosotras estamos rodeadas de gente.

– Si, asi que sera mejor dejar de hablar de cosas tan inquietantes -dijo Emily-. Se que convinimos en que ya le habiamos otorgado a nuestro Hombre Perfecto los atributos adecuados, pero ya que Franklin esta aqui sentado entre nosotras, creo que deberiamos anadir algo mas a nuestra lista de cosas que deberia hacer el Hombre Perfecto.

– ?Que? -pregunto Sarah.

– El Hombre Perfecto no solo debe estar dispuesto a sentarse en una habitacion llena de mujeres chismosas y escuchar atentamente, sino que debera ser sumamente discreto -Emily arqueo las cejas-, ya que Franklin esta a punto de oir un chisme.

– Imposible…, no tiene orejas -bromeo Carolyn. Las risas disiparon el animo sombrio.

Julianne se acerco mas a Emily y pregunto:

– ?Cual es el chisme?

– No me preguntes a mi -dijo Emily, obsequiandolas con su mirada mas inocente-. Preguntadle a Sarah.

Sarah sintio de repente el peso de tres pares de ojos curiosos mirandola fijamente, y el estomago le dio un vuelco. Dios Santo, ?se habria enterado Emily de alguna manera de sus excavaciones nocturnas?

– ?A mi? -pregunto, quedandose horrorizada cuando la palabra sono como un chillido culpable.

– Si, a ti -dijo Emily, dandole un pequeno empujoncito. Se acerco un poco mas al centro del circulo que formaban y dijo en un susurro audible-: Sarah tiene un admirador.

Por Dios. Lo sabia.

– No es lo que piensas…

– Por supuesto que si -dijo Emily-. Es obvio que le gustas al senor Jennsen.

Durante varios segundos ella permanecio sentada con la boca abierta, estupefacta. Luego se libero de la sorpresa y fruncio el ceno.

– ?Al senor Jennsen?

Emily miro al techo.

– No me digas que no te has dado cuenta.

Antes de que pudiese replicar, Carolyn dijo:

– Yo tambien he notado el interes que demuestra por ti, Sarah.

– Y yo -agrego Julianne.

Un acalorado rubor inundo el rostro de Sarah, revelando su verguenza.

– Ha sido amable y encantador con todas nosotras.

– Si -convino Carolyn-, pero especialmente contigo. -Fruncio el ceno-. Me preocupa un poco. Parece un

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