corazon encogido por un sentimiento de perdida al alejarse de su compania. Luego se habia pasado cada minuto del dia lleno de impaciencia, deseando que cayera la noche para poder dedicarse a sus expediciones nocturnas al jardin.

Pero cada una de las excursiones que los llevaba a estar mas cerca de completar la busqueda en la rosaleda los acercaba tambien al fracaso. Y, aunque no queria admitir ese hecho, en su corazon sabia que solo era cuestion de tiempo. Calculaba que terminarian en cinco noches…, antes si se apuraban, pero eso haria que pasara menos tiempo con Sarah, y el valoraba sobremanera esas horas a solas con ella como para permitir que terminasen antes.

Asi que aun tenia cinco noches por delante. A partir de ahi no habria nada que registrar. Ninguna esperanza de encontrar la fortuna que su padre aseguraba haber ocultado. Ni de poder ser libre de casarse con quien quisiera.

Ese deprimente pensamiento le hizo abrir los ojos y pasarse las manos por la cara. Dandole la espalda a la ventana salpicada por la lluvia recorrio la habitacion antes de sentarse en un sillon ante el fuego. Danforth, que estaba tumbado pesadamente en la alfombra delante de la chimenea, se acerco a sus pies, y se sento sobre sus botas. Despues de que Danforth le dirigiera una mirada inquisitiva que indicaba claramente que el animal sabia que las cosas no iban bien, dejo caer su enorme cabeza sobre el muslo de Matthew, lanzando un suspiro perruno de pesar.

– Tu lo has dicho -dijo Matthew rascando ligeramente detras de las orejas de Danforth-. No tienes ni idea de lo afortunado que eres de ser un perro.

Danforth se relamio antes de dirigir una ansiosa mirada hacia la puerta. Matthew nego con la cabeza.

– Esta noche no, amigo. No veremos a Sarah esta noche.

Danforth parecio abatido ante las noticias, un sentimiento que Matthew comprendio perfectamente.

«No veria a Sarah esa noche…»

Las palabras resonaron en su mente, llenandolo de una inquietud a la que no podia dar nombre. Una inquietud que aumento cuando comprendio que despues de esos cinco dias, no volveria a ver a Sarah ninguna otra noche mas. La reunion campestre terminaria y ella se iria de Langston Manor. El se casaria poco despues - para honrar la promesa hecha a su padre- con una heredera que satisficiera todas las exigencias del titulo.

«Una heredera…» Echo hacia atras la cabeza y clavo los ojos en el techo; una imagen de la hermosa lady Julianne se materializo en su mente. Durante la semana anterior habia hecho el esfuerzo de pasar mas tiempo con ella: se habia sentado a su lado en varias comidas, habia sido su pareja para jugar al whist, la habia invitado a dar una vuelta por el jardin; todo ello bajo el ojo vigilante de su no muy sutil madre, por no mencionar las torvas miradas que le habian dirigido Hartley, Thurston y Berwick, que obviamente admiraban a lady Julianne.

Con un grunido levanto la cabeza y clavo la vista en las danzantes llamas. Un matrimonio entre el y lady Julianne seria perfecto desde todos los puntos de vista. Ella tenia el dinero que el necesitaba, el tenia el titulo que su familia deseaba y ella poseia una presencia mas que agradable. Era perfecta en todos los sentidos.

Pero el simple pensamiento de casarse con ella le producia rechazo. No importaba cuanto intentase decirse a si mismo que debia compartir su vida con ella, sencillamente no era capaz de imaginarselo.

Y en ese momento la verdad lo golpeo de lleno. Fue un impacto tan brutal que se incorporo de golpe.

Por muy perfecta que fuera lady Julianne, el, sencillamente, no podia casarse con ella. No se casaria con ella. No con ese implacable deseo por Sarah ardiendo en sus venas. Casarse con una de las mas queridas amigas de Sarah le haria recordar constantemente a la mujer que de verdad queria; ella los visitaria, y el sabia en su corazon y su alma que no seria capaz de soportarlo. Seria una situacion inaceptable que los deshonraria tanto a ellos como a lady Julianne, que era una joven decente que se merecia a un hombre que no deseara a su mejor amiga.

Si no queria volverse loco cuando Sarah se fuera de su casa, tendria que salir en ese momento de su vida. Necesitaba una heredera, de acuerdo, pero tendria que buscar en otro sitio. Por su amistad con Sarah, lady Julianne no era una candidata viable -lo cierto era que nunca lo habia sido-, y deberia haberse dado cuenta antes. Y seguramente lo habria hecho si no hubiese estado tan ofuscado por la atraccion que sentia por Sarah.

Exhalo un largo suspiro de alivio. Ahora que habia tomado la decision de eliminar a lady Julianne de la lista de candidatas, sentia que se aligeraba parte de la carga que pesaba sobre sus hombros. Ese mismo dia habia recibido unas cartas de las familias de lady Prudence Whipple y de lady Jane Carlson donde le informaban de que las jovenes no podrian unirse a la reunion campestre, pues ambas estaban de viaje por el continente. Pero Londres estaba lleno de jovenes ricas y ansiosas por casarse con un titulo. A pesar de que el tiempo apremiaba, siendo joven y atractivo tenia el exito asegurado.

Sin embargo, aquello tambien significaba que tendria que viajar a Londres le gustase o no, y no le quedaba demasiado tiempo. El ano se cumpliria en tan solo tres semanas, asi que tenia que acelerar la busqueda. Tras hacer unos rapidos calculos mentales, decidio que podria acabar en tres noches en vez de en cinco, lo que le dejaba solo tres noches con Sarah, algo que le dolia como un punal clavado en el vientre. Y, a no ser que tuviera exito, partiria hacia Londres inmediatamente despues.

A buscar una esposa.

Que no fuera Sarah.

Maldicion, si ella fuera una heredera se solucionarian todos sus problemas. Ojala no hubiera hecho esa promesa en el lecho de muerte de su padre; un juramento que su honor le exigia cumplir. Ojala no hubiera heredado ese condenado titulo y todas esas responsabilidades -y deudas- que lo obligaban a tomar esas medidas.

Se paso las manos por el pelo. No habia otra opcion. Sabia lo que tenia que hacer e iba a hacerlo.

Con suavidad aparto la cabeza de Danforth de su muslo, se levanto y se dirigio a la licorera donde se sirvio una generosa copa de brandy. Tomo un largo trago, agradeciendo la sensacion ardiente en su garganta constrenida y reseca. Su mirada cayo sobre el escritorio e instantaneamente penso en el contenido del cajon superior. Parecia atraerle como el canto de una sirena.

Como en un sueno, dejo la copa sobre la mesa y atraveso la estancia. Abrio el cajon y saco los dos dibujos. Sosteniendolos entre las manos, estudio el primero; era un bosquejo de Danforth sentado sobre la hierba con el flanco apoyado en lo que parecia una bota masculina. Su mascota estaba dibujada de una manera tan realista que Matthew casi lo veia respirar. Casi podia sentir el peso del animal sobre su pie.

Dejo el dibujo sobre el escritorio y estudio el segundo boceto. Era el retrato de un nino con gafas vestido de pirata saludando con una expresion estoica en un bote de remos medio hundido en mitad del lago. Una sirena sin cabeza ni cola adornaba la proa del bote justo al lado del nombre del desafortunado bergantin: Botin del Tunante. Habia captado el momento con tanta lucidez, con tanta exactitud, que le parecia que ella habia estado alli.

La noche anterior, despues de su salida nocturna, ella le habia dado los bocetos enrollados y atados con un cinta. Cuando el le dijo que no era su cumpleanos, ella se sonrojo y contesto que no era suficiente para ser un regalo de cumpleanos.

Oh, pero habia estado equivocada. Matthew habia clavado la vista en los dibujos de la misma manera que ahora, con un nudo de emocion constrinendo su garganta. Eran… perfectos. Y unicos. Igual que la mujer que los habia dibujado para el.

Miro fijamente el boceto durante varios segundos mas, luego le dio la vuelta para volver a leer la breve dedicatoria: «Para lord Langston, en recuerdo de un dia perfecto.»

Luego estaba la firma, rozo suavemente con el dedo la clara y meticulosa escritura y su mente recordo al instante como se habia sentido al tocar su piel suave. Algo le rozo la pierna, parpadeo y esas imagenes que lo obsesionaban dia y noche se disolvieron. Danforth se habia unido a el y lo miraba con una expresion expectante que luego giro hacia la puerta. Matthew nego con la cabeza.

– Lo siento, amigo. Como ya te he dicho, estaremos solos esta noche.

Danforth le dirigio lo que parecia una mirada de reproche. Luego, de improviso, el perro agarro entre los dientes los extremos del boceto que Matthew habia dejado sobre el escritorio. Antes de que Matthew pudiera recuperarse de la sorpresa, el animal corrio hacia la puerta con el boceto colgando de la boca.

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