una mujer, al menos con una tipica mujer inglesa. Cuando era un muchacho, siempre se habia sentido incomodo y torpe en presencia de las mujeres, como si se le hubiera comido la lengua el gato. Incluso cuando ya era un hombre joven, antes de marcharse de Inglaterra, siempre habia carecido de la tranquila sofisticacion de la que hacian gala la mayoria de sus contemporaneos. Afortunadamente, se habia desecho de su incomodidad y de su verguenza conforme habia ido madurando lejos de su pais, al haberse visto expuesto a otras culturas.

Su mirada se entretuvo en el rostro de ella, ligeramente sonrojado, sin duda a causa del calor que hacia en aquel almacen. Un poco de polvo se habia depositado en su mejilla, y sin pensarlo, el se acerco para limpiarselo.

En el momento en que sus dedos rozaron la lisa mejilla de ella se dio cuenta de su error. La piel de ella era como de terciopelo color crema. Tan increiblemente suave. Tan palida. Y su mano parecia oscura y aspera al lado de aquel cutis, como si alli estuviera fuera lugar. Lo cual por supuesto era asi.

Sintiendose como un completo idiota, especialmente teniendo en cuenta la manera como ella no se habia inmutado -excepto por la forma en que le miraba, con los ojos abiertos como platos-, el bajo la mano y dio un paso atras.

– Habia una mancha de polvo en su cara.

Ella parpadeo varias veces, como si estuviera saliendo de un trance, con un vivo color tinendo sus mejillas y hechizandolo a el aun mas de lo que ya lo estaba. Por todos los demonios, aquella… fuera lo que fuese… atraccion, tension, se le diera el nombre que se le diera, no era una enajenacion mental. Y fuera lo que fuese lo que habia encendido la chispa de esa atraccion, el estaba dispuesto a mandarla al demonio.

Ella dejo escapar una leve risa y se echo tambien varios pasos hacia atras.

– Es muy cierto. Y sabe el cielo que no me apetece ir por ahi con la cara sucia.

El busco desesperadamente algo en su mente, algo que decir, lo que fuera, pero, maldita sea, lo unico que se le ocurria era horriblemente inapropiado, incluso para el. Hubiese querido preguntar: «?Puedo tocar de nuevo?». La calma que sentia hacia apenas unos momentos habia vuelto a desaparecer. Con un solo suspiro aquella mujer le hacia volver a sentir toda la torpeza que el creia ya superada. He ahi otra razon para tenerle antipatia. Pero no le tenia antipatia. ?O si?

El hecho de que todavia sintiera un hormigueo en las yemas de los dedos que acababan de rozar su cara no cuadraba bien con la teoria de tenerle antipatia.

Justo en el momento en que el pesado silencio empezaba a hacersele opresivo, el sonido de un portazo le sobresalto y le saco del estupor que le habia provocado miss Chilton-Grizedale.

– ?Esta usted ahi, Greybourne? -grito una voz profunda.

Philip dejo escapar un debil suspiro de alivio por la interrupcion, pero enseguida fruncio el ceno.

– Ahi parece que llega lord Hedington. -Alzando la voz, contesto-: Si, aqui estoy. En la parte de atras.

– Puede que traiga noticias de lady Sarah -dijo ella sin haber perdido su tono de voz esperanzado.

– Si, lady Sarah. -«Tu prometida. La madre de tus futuros hijos. La mujer que deberia estar ocupando tus pensamientos», se dijo el.

Meredith apreto los labios e, inclinandose, se sacudio el polvo de la falda en un intento por estar mas presentable. Esperaba que lord Hedington trajera buenas noticias al respecto de lady Saran, pero a pesar de lo que le recomendaba su razon, agradecio a las estrellas que hubiera llegado en ese momento de forma tan precipitada.

Lord Greybourne tenia sobre ella un extrano e inesperado efecto. El casi inocente roce de aquellos dedos sobre su mejilla le habia hecho sentir como si se le hubiera prendido fuego a la falda. Seguramente no habia sido mas que el resultado de haber estado a solas con el durante tanto tiempo. Si, eso explicaba por que, incluso aunque su atencion estaba centrada en catalogar los objetos, ella habia estado todo el tiempo intensamente consciente de su presencia. De cada uno de sus movimientos. De los sonidos de sus movimientos al abrir las cajas. Del ocasional cruce de una mirada.

Se suponia que deberia haber estado hablando con el de la etiqueta, pero entre su fascinacion por las antiguedades y su preocupacion por su presencia, cualquier pensamiento sobre los modales habia desaparecido de su mente.

Sus miradas se habian cruzado cuatro veces. Y cuatro veces habia sentido como si cada particula de aire hubiera desaparecido de la habitacion. Cuatro veces el habia sonreido a su manera torcida, esa manera que producia un hoyuelo en sus mejillas. Y cuatro veces ella se habia dicho que no pasaba nada.

Pero las cuatro veces se habia mentido. Si que pasaba algo. Ese hombre encendia en ella sentimientos y deseos que la confundian y asustaban. Y a ella no le gustaba sentirse confundida o asustada.

No podia pasar por alto sus obvias carencias en cuanto a los modales y su franca naturaleza, pero incluso cuando solo estaban hablando de trabajo, demostraba ser -y asi se lo parecia a ella- inteligente, divertido e inquietantemente atractivo.

Y eso estaba muy mal.

– Al fin le encuentro -dijo el duque al dar la vuelta a la esquina, con un entrecejo fruncido que arrugaba todo su rostro-. Yo… -Se sobresalto al verla a ella, y al momento, quitandose el socarron monoculo, dijo mirandola-: ?Usted aqui!

– Miss Chilton-Grizedale me esta ayudando a encontrar el pedazo de piedra que falta de la tablilla, su Excelencia -dijo Philip-. ?Trae usted alguna novedad?

La mandibula del duque subia y bajaba mientras miraba alternativamente a cada uno de ellos.

– Si, tengo noticias. -Se paro al lado de Meredith y la senalo con un dedo acusador-. Todo esto es culpa suya.

Antes de que Meredith pudiera decir una palabra, lord Greybourne se coloco entre ella y el airado duque:

– Acaso quiera usted explicarse -dijo lord Greybourne en un tono de voz suave que no ocultaba el acero que habia debajo. Ella se movio hacia un lado y se quedo junto a el.

Lord Hedington, con su enrojecida cara perruna, parecia una tetera a punto de vomitar un chorro de vapor.

– Y tambien le maldigo a usted, lord Greybourne. -Metio la mano en el bolsillo de su chaqueta de brocado y saco de el un trozo de papel de vitela doblado-. Hace una hora que me llego esta nota de mi hija… la nueva baronesa de Weycroft. Para asegurarse de que no se veria obligada a casarse con usted, se caso ayer con lord Weycroft con una licencia especial.

Las palabras del duque hicieron eco en el silencioso almacen. A Meredith le parecio que se le iba a parar el corazon, aunque sabia que su pulso seguia palpitando, porque podia sentirlo golpeando, no, aporreando, en sus oidos. Con el rabillo del ojo vio que lord Greybourne estaba completamente inmovil.

– Parece ser que esa idea se le ocurrio despues de conversar con usted en la galeria -dijo furioso el duque-. Parece ser que desde hacia anos estaba interesada en Weycroft, pero como sabia que su obligacion era casarse de acuerdo con mis deseos, acepto unirse a usted. -Sus ojos se clavaron en Meredith, la cual casi se quedo helada ante aquella gelida mirada-. Una boda que usted habia preparado. Una boda que me habia asegurado que seria beneficiosa para mi familia y para mi hija.

El duque dirigio de nuevo su atencion hacia Philip.

– Segun lo que dice en su carta, cuando por fin se encontro con usted, se dio cuenta de que no podia comprometerse, y eso la hizo comprender lo fuertes que eran sus sentimientos hacia Weycroft. Lo que usted le conto sobre maldiciones, caidas y dolores de cabeza la asusto, convenciendola de que si se casaba con usted moriria. Pero, por supuesto, tambien sabia que yo no iba a estar de acuerdo en deshacer el compromiso.

La manana siguiente al encuentro con usted, escribio a Weycroft contandoselo todo. Aparentemente, Weycroft tambien estaba enamorado de Sarah desde hacia tiempo. Intentando evitar que sufriera algun dano si se casaba con usted, consiguio una licencia especial. Ayer fue a recogerla a casa, con la excusa de escoltarla hasta la iglesia de St. Paul. Ahora estan casados y van de camino al continente para realizar un largo viaje de luna de miel.

El airado duque volvio a fijar de nuevo su atencion en Meredith, y la examino con una mirada que rezumaba desprecio.

– El escandalo que ira unido a este asunto dejara una negra mancha en mi familia, y yo la hago a usted personalmente responsable de ello, miss Chilton-Grizedale. Sera una cuestion personal intentar evitar que nunca mas pueda utilizar sus trucos de casamentera con nadie. -Se dio la vuelta hacia lord Greybourne-. Y por lo que a usted respecta, la unica luz en este caso es que mi hija no haya llegado a casarse con un imbecil como usted, con lo que luego hubiera dado a luz una futura generacion de imbeciles. Aunque se rumorea que, de cualquier

Вы читаете Maldicion de amor
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату