Capitulo 9
Aquella misma noche, sobre las once, Hayley bajo sigilosamente las escaleras. No se arriesgo a encender una vela hasta que hubo cerrado la puerta del despacho de su padre tras de si. No queria tener que inventarse ninguna excusa para explicar su presencia en el caso de que alguien se despertara.
Una vez que la habitacion estuvo banada por una suave luz, se sento en la desgastada silla que habia delante del escritorio. No estaba segura de que habitacion amaba mas: la biblioteca o aquel despacho. Todas las pertenencias de su padre estaban exactamente donde el las habia dejado. Su pipa reposaba sobre un cenicero de cristal macizo que habia sobre una mesita de cerezo y sus mapas estaban ordenadamente apilados junto a la chimenea. Hayley deslizo los dedos sobre los pergaminos, imaginando el fresco olor a mar y tabaco que siempre acompanaba a su padre.
Los unicos cambios que habia introducido en la habitacion eran algunas pinturas de Callie, que Hayley habia enmarcado y colgado de las paredes, y el nuevo contenido del inmenso escritorio de caoba. Aparte de los papeles personales de Tripp Albright, sus cajones guardaban ahora el secreto de Hayley.
Hayley se apreto las sienes con sendos dedos indices y se las froto intentando aliviar el palpitante dolor de cabeza que le atormentaba. Estaba agotada. Le escocian los ojos y no habia nada que deseara mas que tumbarse en la cama a descansar.
Pero tenia trabajo pendiente.
Introdujo la mano en el bolsillo, saco una llave y abrio un cajon. Extrajo una pila de papeles y paso la mano sobre la pagina superior.
«El trabajo que amo, el trabajo que detesto», musito mientras preparaba el material de escritura. Si no hubiera estado tan agotada, se habria reido de la ironia. Le encantaba escribir aquellos relatos. Divulgar las aventuras de ficcion del capitan Haydon Mills, basadas en las anecdotas con que su padre habia obsequiado a toda la familia, le producia una gran satisfaccion personal y una profunda sensacion de logro.
Pero tambien le partia el corazon. Odiaba tener que mentir a su familia, pero, si alguien descubria que el autor de los relatos de aventuras que se publicaban en todos los numeros de la revista para hombres mas famosa de Inglaterra era una mujer, perderia su unica fuente de ingresos. Un escalofrio le recorrio el espinazo de solo pensarlo. Los chicos se verian obligados a buscarse un empleo y a dejar los estudios. Vio a Pamela como institutriz o ninera, echando a perder su juventud y su oportunidad de formar una familia. ?Y que seria de Callie y tia Olivia? Sin mencionar a Winston, Grimsley y Pierre. La situacion financiera de la familia dependia enteramente de ella y, si tenia que mentir para sacar adelante a su familia, pues mentiria.
La unica persona que sabia quien era H. Tripp era su editor, el senor Timothy, y el le habia pedido encarecidamente que lo guardara en secreto. En opinion del senor Timothy, un secreto deja de serlo cuando lo conocen mas de dos personas. Aquellos relatos le reportaban unos suculentos beneficios y el era demasiado avaricioso para renunciar a ellos y demasiado listo para arriesgarse a perderlos.
Por descontado, si el senor Timothy hubiera sabido desde el principio que H. Tripp era una mujer, nunca le habria comprado el primer relato. Cuando descubrio el engano, su escualido rostro se puso livido. El unico motivo por el que la siguio contratando era que la tirada de la revista habia aumentado con cada nuevo relato. Ambos eran conscientes de los riesgos que entranaria, tanto para la empresa del senor Timothy como para la seguridad financiera de la familia Albright, que alguien averiguara la verdad. Y Hayley estaba decidida a no poner en peligro su unica fuente de ingresos.
Se sento comodamente en la silla y se puso manos a la obra. Estuvo las dos horas siguientes escribiendo sin parar, inmersa en aquel mundo trepidante que ella misma habia creado. Cuando hubo acabado la proxima entrega, guardo los papeles en el cajon, lo cerro con llave y apago la vela de un soplo. Se levanto y arqueo su dolorida espalda, luego se dirigio a las puertaventanas que daban al patio y miro el oscuro cielo nocturno.
La luna llena proyectaba un suave resplandor sobre los jardines, y Hayley sintio la imperiosa necesidad de salir afuera unos minutos. Estaba agotada y le dolian los ojos, pero, puesto que su mente seguia activa, inmersa en el relato que acababa de escribir, sabia que le costaria bastante conciliar el sueno.
Abrio las puertaventanas y salio al exterior. La dulce fragancia de las rosas embargo sus sentidos. Incapaz de resistirse a la llamada de aquella embriagadora fragancia, tomo uno de los senderos de piedra.
Respirando profundamente, dejo que el fresco aire de la noche la llenara de una agradable sensacion de paz. Hayley amaba aquel jardin. Lo habia plantado su madre hacia anos, y las dos habian pasado muchas horas juntas cuidando amorosamente las flores. Aunque siempre se sentia mas cerca de su madre cuando estaba en el, tambien sentia mas hondamente su ausencia cuando paseaba entre las flores y arbustos que ella tanto habia amado.
Estuvo un rato paseando por el jardin y se olvido de la fatiga mientras disfrutaba de la paz de la noche. A Hayley le encantaba pasear por alli mientras el resto de la familia dormia. Sus dias eran siempre tan febriles y estaban tan llenos de actividad y de ninos, con sus necesidades y sus clases, que le gustaba saborear aquellos momentos de soledad.
Cuando llego a su banco de piedra favorito, se sento de cara a la casa. Se le escapo un suspiro. El tejado necesitaba urgentemente una reparacion. Mantener una casa del tamano de la de los Albright resultaba caro, algo de lo que no habia tardado en percatarse tras la muerte de su padre. Incluso manteniendo muchas de las habitaciones cerradas, el mero hecho de reparar las averias y mantener la casa en un estado razonablemente aceptable requeria una suma considerable.
Hayley estimo que el pago que habia recibido del senor Timothy en su viaje a Londres hacia una semana deberia bastar para mantener a la familia durante los proximos meses. Hasta podria reservar un poco de dinero para comprarle algun vestido nuevo a Pamela.
Queria estar segura de que Pamela tenia las maximas oportunidades de atraer a un joven adecuado para no convertirse en una solterona como ella. Una joven tan encantadora como su hermana se merecia tener hijos y formar su propia familia.
Y, a menos que le fallara la intuicion, Marshall Wentbridge, el medico del pueblo, estaba loquito por Pamela. Para su regocijo, Hayley se habia percatado de que siempre que su hermana se acercaba a menos de seis metros de Marshall, al joven se le ponian las orejas rojas y la cara colorada como un tomate y que empezaba a tartamudear y balbucear.
A pesar de su timidez, Marshall era un buen hombre. «Es amable, considerado y tambien bastante atractivo.» Hayley tenia la esperanza de que no tardara mucho en formalizar su relacion con Pamela.
Dejando escapar otro suspiro, Hayley penso en que Marshall Wentbridge no era el unico hombre atractivo que habia en Halstead en aquel momento.
Tambien estaba el senor Stephen Barrettson.
Por atractivo que fuera Marshall, parecia un sapo al lado del senor Barrettson. Intento alejar sus pensamientos de su apuesto invitado, pero fracaso estrepitosamente.
No habia visto un hombre tan imponente como aquel en toda su vida. Parecia perfecto en todos los sentidos. Alto, apuesto, inteligente. Todas aquellas cosas eran puntos a su favor, tenia que reconocerlo, pero habia algo mas que le hacia sentirse atraida por el.
Estaba solo.
Y, en cierto sentido, era vulnerable.
No estaba segura de como lo sabia, pero lo sabia. Tal vez eran las sombras que acechaban tras sus ojos y oscurecian su mirada lo que apuntaba a un alma atormentada. Hayley sentia que la vida del senor Barrettson no era particularmente feliz. Aquel hombre no tenia familia, un hecho que a ella la llenaba de compasion. Hayley no se podia imaginar un destino mas triste que no estar rodeado de personas que te quieren. Stephen era reservado y se guardaba sus sentimientos y pensamientos para si mismo. Ella no habia podido evitar percatarse de la sorpresa que se reflejaba en sus ojos cuando pasaba un rato con la familia Albright. Despues de todo, el era un tutor y seguro que estaba acostumbrado a ambientes academicos, serios y silenciosos. El bullicio que habia en aquella casa debia de chocarle bastante.
Y luego estaba la cuestion del efecto que el provocaba sobre sus sentidos. Cada vez que lo miraba, se le cortaba la respiracion y se le aceleraba el pulso. Ningun hombre le habia provocado aquel efecto, y era